Un papa que no renuncie
Cuando uno llega a la silla de Pedro no se retira como el director de un banco, est¨¢ consagrado, es el elegido de Dios.
Todo empez¨® con San Pedro, a quien Jesucristo dijo en Ces¨¢rea de Filipo: ¡°T¨² eres Pedro, y sobre esta piedra edificar¨¦ mi iglesia¡±. En estas breves palabras del Evangelio de San Mateo ¡ªinscritas en lat¨ªn en la base de la c¨²pula de la bas¨ªlica de San Pedro¡ª se apoya toda la estructura de la Iglesia Cat¨®lica. Si, como sugieren varios especialistas, la frase es una interpolaci¨®n posterior, entonces la Iglesia no descansa sobre una roca, sino que se apoya en unos cimientos muy endebles; pero, aunque las palabras se pronunciaran de verdad, ?qu¨¦ quieren decir exactamente? ?Estaba previsto que, despu¨¦s de crear la Iglesia, a Pedro le siguiera un n¨²mero infinito de sucesores? ?Y con qu¨¦ t¨ªtulo? Desde luego, no el de Obispo de Roma, una ciudad de la que Jes¨²s no habl¨® jam¨¢s. Para ¨¦l, Jerusal¨¦n era mucho m¨¢s importante.
?Y qu¨¦ fue de Pedro? La Biblia no nos cuenta nada. Seg¨²n una tradici¨®n de los primeros tiempos, San Pablo y ¨¦l fueron v¨ªctimas de las persecuciones de Ner¨®n tras el gran incendio del a?o 64 d.C. Seguramente es verdad en el caso de Pablo, pero ?lleg¨® San Pedro a ir a la capital del imperio? Lo ¨²nico que se sabe con certeza es que hacia la mitad del siglo II casi todo el mundo estaba de acuerdo en que los dos hab¨ªan sufrido martirio en Roma.
Cuando, alrededor del a?o 320, el emperador Constantino el Grande decidi¨® construir una bas¨ªlica dedicada a San Pedro en la colina vaticana, ten¨ªa el empe?o de colocarla en un lugar exacto, y eso le cre¨® unas dificultades incre¨ªbles. El sitio en cuesti¨®n estaba en una pendiente muy pronunciada, en el centro de una necr¨®polis inmensa; y la iglesia que acab¨® construyendo estaba al rev¨¦s de como se supon¨ªa, con el este lit¨²rgico orientado hacia el oeste. La decisi¨®n de hacerlo pese a todo solo pod¨ªa tener un motivo: Constantino construy¨® la iglesia en el punto donde cre¨ªa que reposaba el cuerpo de San Pedro.
Durante los dos primeros siglos, por lo menos, no existieron pont¨ªfices tal como los conocemos
Durante los dos primeros siglos, por lo menos, no existieron Papas tal como los conocemos; la idea se desarroll¨® poco a poco y de manera natural. Fue Gregorio Magno, a finales del siglo VI, quien formul¨® las caracter¨ªsticas del cargo y lo dot¨® de una s¨®lida base econ¨®mica, pero, por desgracia, sigue habiendo documentaci¨®n insuficiente al menos durante otros 400 a?os m¨¢s. Hay que esperar al segundo milenio para que el horizonte se despeje y el historiador cuente con datos firmes con los que trabajar.
Despu¨¦s de haber escrito, en mi ¨²ltimo libro, sobre 2000 a?os de historia papal, he llegado a una conclusi¨®n bastante alarmante; que los papas, en su inmensa mayor¨ªa, no estuvieron a la altura de la tarea que ten¨ªan que desempe?ar. Algunos fueron virtuosos, p¨ªos, incluso santos; otros, francamente, iban a sacar el mayor provecho posible. (¡°Dios nos ha dado el papado¡±, escribi¨® Le¨®n X a su hermano, ¡°as¨ª que disfrut¨¦moslo¡±.) Pero pocos poseyeron la fuerza, el carisma y las cualidades de l¨ªder que exig¨ªa el puesto. En el ¨²ltimo medio siglo, tal vez Juan XXIII, si hubiera vivido un poco m¨¢s, y quiz¨¢ Juan Pablo II, si hubiera muerto un poco antes, podr¨ªan ser recordados como grandes papas; yo ten¨ªa grandes esperanzas depositadas en Juan Pablo I, pero muri¨® ¡ªmuchos pensamos que asesinado¡ª cuando no llevaba m¨¢s que un mes en el trono.
En cuanto a Benedicto XVI, ha hecho al papado un da?o peligroso. Cuando uno es papa, no se retira como el director de un banco; est¨¢ consagrado, es el elegido de Dios. Si cae enfermo, la maquinaria del Vaticano se hace cargo de todo con fluidez, y ¨¦l sigue haciendo lo que puede. Seg¨²n me han dicho, parece que al nuevo papa le van a pedir que firme un compromiso de que va a continuar hasta su muerte. Conf¨ªo en que sea verdad.
John Julius Norwich es historiador brit¨¢nico, autor de Absolute monarchs. A story of the papacy
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia
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