Un pont¨ªfice ante el pasado y el futuro de Am¨¦rica
El nombramiento de un Papa del continente exige recordar el papel que la Iglesia ha tenido y tiene en el continente
Veinticuatro a?os antes de la elecci¨®n del nuevo papa Francisco, me toc¨® asistir en San Salvador al sacrificio de otro jesuita que tambi¨¦n dej¨® huella profunda en Am¨¦rica Latina, Ignacio Ellacur¨ªa Beascoechea.
Tanto la Iglesia cat¨®lica como este continente han cambiado mucho desde aquel momento. La teolog¨ªa de la Liberaci¨®n, a la que pertenec¨ªa el buen padre de Portugalete, es ya solo un recuerdo, por lo general fracasado, y la misi¨®n pastoral de sacerdotes y obispos se hace hoy desde planteamientos ideol¨®gicos m¨¢s conservadores que los de aquella ¨¦poca.
Mucho m¨¢s profunda ha sido la transformaci¨®n ocurrida en los pa¨ªses americanos. Ellacur¨ªa fue asesinado por el Ej¨¦rcito de El Salvador, que ten¨ªa por colaborador con la guerrilla a cualquiera que se atreviera a levantar la voz. Ese grado de impunidad no existe ya pr¨¢cticamente en ning¨²n punto de la regi¨®n, como tampoco perdura m¨¢s guerrilla organizada que las arcaicas FARC colombianas.
No todas las injusticias que denunciaban aquellos curas valientes han desaparecido, pero la mayor¨ªa de los latinoamericanos eligen hoy libremente a sus gobernantes, disfrutan de libertad de expresi¨®n, disponen de instituciones democr¨¢ticas y han mejorado notablemente sus condiciones de vida.
Figuras tan diferentes como Rafael Correa, en Ecuador, o Juan Manuel Santos, en Colombia, hicieron p¨²blicas alabanzas a la llegada ¡°del primer Papa latinoamericano¡±
El nombramiento de un Papa del continente, m¨¢s a¨²n siendo un jesuita, exige, no obstante, recordar el papel que la Iglesia ha tenido en el pasado de Am¨¦rica y reflexionar sobre el efecto que la gesti¨®n de Francisco puede ejercer en su futuro.
Ellacur¨ªa no fue el primer m¨¢rtir. Antes de ¨¦l, otro religioso mucho m¨¢s conocido, monse?or ?scar Arnulfo Romero, fue acribillado en la puerta de la catedral de San Salvador. Durante ese tiempo y hasta hoy, cientos de curas en Buenos Aires o Sao Paulo peleaban juntos los pobres y otros tantos en Santiago o Montevideo denunciaban la dictadura. Tambi¨¦n hubo los del campo contrario, los que le dieron la comuni¨®n a Augusto Pinochet o contemporizaban con Jorge Rafael Videla y Fidel Castro.
Todos ellos formaban parte de una sociedad en la que, desde la ¨¦poca de la colonia, el catolicismo ha estado ¨ªntimamente vinculado a su evoluci¨®n. Ese componente religioso se ha manifestado de diferentes formas, seg¨²n el momento y el pa¨ªs. Mientras en M¨¦xico, por ejemplo, por herencia de la revoluci¨®n y de la adscripci¨®n de los cat¨®licos al bando contrarrevolucionario, el r¨¦gimen se hizo laico y se lleg¨® a prohibir la demostraci¨®n p¨²blica de la fe, en Chile la Iglesia ha controlado los resortes de la econom¨ªa, la pol¨ªtica, la educaci¨®n y los medios de comunicaci¨®n.
Pero el elemento com¨²n ha sido siempre el de la devoci¨®n popular por la fe cat¨®lica. En ese mismo M¨¦xico revolucionario se rinde adoraci¨®n ilimitada a la virgen de Guadalupe, y esa misma Iglesia chilena al servicio de los poderosos dio lugar en los a?os ochenta a la Vicar¨ªa de la Solidaridad, un instrumento vital para la lucha contra la dictadura. Incluso en Cuba, el Gobierno, que ha mantenido cercada a la Iglesia durante d¨¦cadas, se ha cuidado de no interrumpir el culto a la virgen de la Caridad del Cobre.
El sentimiento religioso en Am¨¦rica Latina ha ido decreciendo a medida que los diferentes pa¨ªses progresaban econ¨®micamente. Como ha ocurrido en Europa, el desarrollo va unido al escepticismo religioso, y hoy hay menos cat¨®licos en la regi¨®n que hace diez a?os. Parte de ese vac¨ªo ha sido ocupado por diferentes iglesias protestantes, m¨¢s pegadas y sensibles a problemas cotidianos como el alcoholismo o el maltrato dom¨¦stico.
El nuevo papa tiene, pues, bastante trabajo por delante en lo a que su labor pastoral se refiere. Es posible, pero no seguro, que su presencia servir¨¢ para revitalizar a toda la Iglesia latinoamericana y para recuperar a alguna ovejas descarriadas. Pero el efecto m¨¢s probable e inmediato puede ser el de levantar el orgullo de una poblaci¨®n que muchas veces se ha sentido condenada y que ahora empieza creer en un horizonte de ¨¦xito.
Pese a los elogios constantes de los economistas, no hay garant¨ªa ninguna de que el actual crecimiento de la regi¨®n se consolide y genere beneficios universales. Mucho m¨¢s atrevido es buscar una relaci¨®n entre el actual aumento del PIB latinoamericano y la decisi¨®n tomada por un grupo de cardenales en la Capilla Sixtina.
Pero el mundo se rige a veces por sensaciones y estados de ¨¢nimo, y hoy, un d¨ªa despu¨¦s de la elecci¨®n del papa Francisco, domina la autoconfianza, como recogi¨® perfectamente Barack Obama en un comunicado en el que quiso sumarse a esa euforia porque tambi¨¦n Estados Unidos es cada vez m¨¢s parte del continente, no su due?o. Adem¨¢s de Obama, figuras tan diferentes como Rafael Correa, en Ecuador, o Juan Manuel Santos, en Colombia, hicieron p¨²blicas alabanzas a la llegada ¡°del primer papa latinoamericano¡±.
Es sabido que no es necesario ir diariamente a misa para entender, incluso compartir, esa emoci¨®n. El catolicismo latinoamericano se vive en la calle, de donde se nutre y donde padece. Ahora esas calles est¨¢n llenas de centros comerciales y de libertad. Es hora de ver si la Iglesia y Am¨¦rica Latina pueden encontrarse tambi¨¦n en la modernidad.
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