Un reh¨¦n entre los dos Irak
La pesadilla de Omar Samir, un militar condenado a muerte tras un juicio secreto, ilustra la tragedia de un pa¨ªs que no logra cerrar el abismo entre chi¨ªes y sun¨ªes
El 18 de diciembre de 2011, Omar Samir se despidi¨® con un beso de su mujer, Suhad, y del peque?o Tarek, el hijo de ambos. ¡°Regresaba a su puesto tras una semana de descanso¡±, explica Suhad en la casa familiar de Kamsara, un barrio de clase media del este de Bagdad. No volver¨ªa a saber de ¨¦l en varios meses. El militar estaba destinado al equipo de protecci¨®n del vicepresidente iraqu¨ª Tarek al Hashemi. Cuando horas despu¨¦s acompa?aban a ¨¦ste al aeropuerto, ¨¦l y sus compa?eros fueron detenidos por otra unidad, pero nadie avis¨® a las familias ni devolvi¨® sus llamadas preguntando por su paradero. Hoy, Omar est¨¢ condenado a muerte tras un juicio secreto y en el que no tuvo abogado. ¡°Le torturaron para que confesara¡±, denuncia Suhad, agotada por su lucha contra el lado m¨¢s oscuro del nuevo Irak, un pa¨ªs todav¨ªa atrapado en las luchas sectarias.
El controvertido proceso de desbaazificaci¨®n, por el que tras la invasi¨®n estadounidense trataron de borrar cualquier huella del Baaz, el partido de Sadam Husein, se ha convertido en un instrumento pol¨ªtico en manos del primer ministro Nuri al Maliki, un chi¨ª al que los sun¨ªes acusan de persecuci¨®n pol¨ªtica y marginaci¨®n de las instituciones del Estado. Las tensiones sectarias van en aumento en Irak, diez a?os despu¨¦s de la invasi¨®n de EE UU. Fruto de este enfrentamiento, organizaciones de derechos humanos denuncian detenciones y torturas a ciudadanos cuyos derechos se violan de forma sistem¨¢tica.
¡°Nada m¨¢s enterarme de las detenciones, le llam¨¦ al m¨®vil, pero no respond¨ªa; cuando lo hizo a las once de la noche, me pidi¨® que no volviera a llamarle. Y ya no tuve m¨¢s noticias suyas¡±, relata Suhad sin poder contener las l¨¢grimas. El peque?o Tarek se agarra con fuerza a su madre al verla llorar. A sus tres a?os, ya percibe la gravedad de lo ocurrido.
El 5 de febrero de 2012, una patrulla militar se present¨® a las cuatro de la ma?ana en el domicilio familiar preguntando por Suhad, que entonces ten¨ªa 24 a?os. Pero alertados por los rumores de las detenciones de otras esposas de militares arrestados, para hacerles confesar, sus hermanos la hab¨ªan llevado un par de semanas antes a Suleimaniya, en la regi¨®n aut¨®noma de Kurdist¨¢n, de donde son originarios. As¨ª, que los soldados solo encontraron a su madre, F¨¢tima, y a un primo que se hab¨ªa quedado con ella.
¡°Rompieron la cancela, entraron con las armas apunt¨¢ndonos y nos pusieron en habitaciones separadas¡±, recuerda F¨¢tima a quien obligaron a entregarles una foto de su hija. ¡°Me preguntaban por qu¨¦ hab¨ªa dejado que se casara con un terrorista que odia a los chi¨ªes y a los kurdos. Les respond¨ª que eso no era posible porque su madre es chi¨ª y nosotros somos kurdos¡±.
Seg¨²n su familia, el teniente Omar Samir (Bagdad, 1981) es un militar de vocaci¨®n. Se gradu¨® en la Academia Militar en 2001 y durante dos a?os sirvi¨® en el Ej¨¦rcito de Sadam Husein. Cuando se produjo la invasi¨®n estadounidense, estaba destinado en Naseriya. Entonces, como la mayor¨ªa de los oficiales, fue licenciado. Un a?o m¨¢s tarde, los ocupantes le pidieron que se reincorporara. Suhad le conoci¨® a finales de 2007. Se casaron al a?o siguiente y poco despu¨¦s le destinaron al equipo de protecci¨®n del vicepresidente. En este tiempo compagin¨® su trabajo con los estudios y se gradu¨® como abogado.
¡°A principios de 2011, cuando le correspond¨ªa un ascenso, le dijeron que estaba siendo investigado por pertenencia al Baaz¡±, recuerda Suhad. ¡°Hab¨ªa mucha gente en esa lista, as¨ª que Omar no se preocup¨® demasiado y continu¨® con su vida¡±, a?ade.
Hasta ese fat¨ªdico 18 de diciembre. Al d¨ªa siguiente, la orden de b¨²squeda y captura contra Al Hashemi, acusado de organizar escuadrones de la muerte para eliminar a rivales pol¨ªticos y que ya se encontraba lejos de Bagdad, eclips¨® el desamparo del resto de los afectados por el caso. La causa contra el vicepresidente, el m¨¢s alto cargo sun¨ª de Irak, se fundaba en unas confesiones emitidas poco antes en la televisi¨®n estatal en las que tres supuestos guardaespaldas suyos aseguraban que hab¨ªan matado a agentes de polic¨ªas y funcionarios por dinero.
Desde el primer momento, Suhad trat¨® de ponerse en contacto con los amigos de su marido, pero sus tel¨¦fonos estaban desconectados. Tambi¨¦n llam¨® a otras puertas. Se encontr¨® todas cerradas. Solo a mediados de enero la prensa iraqu¨ª mencion¨® la detenci¨®n de 16 miembros del equipo de protecci¨®n de Al Hashemi. Nada sobre Omar. Hasta que el 20 de marzo las autoridades entregaron el cad¨¢ver de Amir al Batawi, otro de los guardaespaldas. La controversia por esa muerte pareci¨® influir para que las autoridades les dejaran telefonear a sus familiares despu¨¦s de tres meses y medio encarcelados y autorizaran que les visitara una delegaci¨®n parlamentaria.
Eran las ocho de la tarde del 2 de abril cuando Suhad recibi¨® la primera llamada de su marido. ¡°Lloraba sin parar. Me dec¨ªa que tem¨ªa no volver a verme y que no pod¨ªa contarme nada porque ten¨ªa mucho miedo¡±, rememora. La conversaci¨®n apenas dur¨® minuto y medio. A finales de ese mes, su madre pudo visitarle en la c¨¢rcel. ¡°Le dijo que ten¨ªa un problema de ri?¨®n, que le hab¨ªan torturado, que necesitaba tratamiento y un abogado; mencion¨® a Khaled Sayed Naji¡±, cuenta Suhad. ¡°No sabemos de d¨®nde sac¨® el nombre, pero hicimos lo que nos ped¨ªa. Fuimos a verle y nos exigi¨® tres millones de dinares [unos 2.000 euros] solo por estudiar los papeles. Un mes despu¨¦s, nos comunic¨® que se trataba de un caso pol¨ªtico y que incluso si le llev¨¢bamos un pasaporte que probara que hab¨ªa estado fuera del pa¨ªs cuando se cometieron los delitos, no iba a poder hacer nada¡±.
A Erin Evers, investigadora de Human Rights Watch, no le sorprende esa negativa. ¡°Es un caso muy peligroso. Nadie va a querer hacerse cargo¡±, se?ala en conversaci¨®n telef¨®nica. Aunque esa organizaci¨®n no ha investigado el asunto, los detalles del mismo le resultan familiares. ¡°No es especial, continuamente recibimos denuncias de detenciones arbitrarias y torturas¡±, afirma.
En mayo empezaron los procesos contra Al Hashemi y su equipo. Seg¨²n un comunicado del poder judicial, 13 de los guardaespaldas hab¨ªan quedado libres por falta de pruebas y 73 segu¨ªan detenidos. Ni Suhad ni sus familiares dan credibilidad a unas acusaciones que, dicen, se han obtenido bajo tortura. Pero, sobre todo, no entienden por qu¨¦ se les ha negado el acceso a Omar y a un abogado. El pasado 13 de enero, Suhad volvi¨® a recibir una llamada de Omar anunci¨¢ndole que le permit¨ªan una visita de un familiar. La madre de Suhad y una t¨ªa del preso hicieron la visita. ¡°Ha perdido por lo menos 20 kilos. Le temblaban las manos¡±, declara F¨¢tima.
Se enteraron de que en diciembre ¨¦l y sus compa?eros fueron condenados a muerte. Unos meses antes, Al Hashemi recibi¨® cuatro penas capitales, pero est¨¢ a salvo en Turqu¨ªa. ¡°Nos cont¨® que le llevaron al juzgado sin abogado y que, como no confes¨®, le devolvieron al departamento de investigaci¨®n, donde le torturaron hasta que firm¨® lo que quer¨ªan¡±, contin¨²a la suegra. ¡°Nos dijo que su vida estaban en manos de Al Maliki, y que sab¨ªa que har¨ªamos todo lo posible por salvarle¡±. Por eso, tras 15 meses de silencio, la familia ha decidido hacer p¨²blico su caso. ¡°Ten¨ªamos miedo, pero incluso si muere, ser¨¢ una liberaci¨®n para ¨¦l porque se siente culpable de confesar cosas que no son ciertas¡±, concluye.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.