Boston, una ciudad atrapada en cinta amarilla
Los ciudadanos tratan de sobreponerse al terror despu¨¦s del atentado en el marat¨®n
Cuarenta y dos kil¨®metros de cinta amarilla de la polic¨ªa con las palabras ¡®No cruzar¡¯ marcan hoy un recorrido emblem¨¢tico de la ciudad de Boston. Cuarenta y dos kil¨®metros que desde hace m¨¢s de 100 a?os son un canto al civismo y que desde ayer estar¨¢n marcados para siempre por el sinsentido de la violencia terrorista. Desde Hopkinton a la Calle Boylston, un inmenso escenario de un crimen todav¨ªa sin culpables. ¡°?Qu¨¦ pretend¨ªan?¡±, se pregunta Cynthia Pendelton, 38 a?os, vistiendo la chaqueta azul y amarilla de su esposo, quien no lleg¨® a acabar la carrera porque fue parado por la autoridades tras saberse de las explosiones. ¡°?Por qu¨¦ el marat¨®n?¡± La respuesta no por simple es menos cruda: es guerra psicol¨®gica, causar el mayor p¨¢nico posible entre la mayor gente posible. ¡°Nadie est¨¢ a salvo, no hay lugar seguro ni celebraci¨®n en paz¡±, se explica apenada esta mujer de California.
La cinta amarilla de la polic¨ªa seguir¨¢ todav¨ªa alg¨²n tiempo en varias partes de la ciudad, y a¨²n as¨ª, a primera hora de esta ma?ana ya hab¨ªa mucha gente que desafiaba la congoja y la conmoci¨®n y corr¨ªa por las calles, todav¨ªa fr¨ªas pero ya soleadas de Boston. ¡°Si me quedo en casa, ganan¡±, aseguraba Tina Walsh en su ropa de deporte, en una frase que recordaba a la que dec¨ªan muchos neoyorquinos los d¨ªas despu¨¦s de los ataques del 11 de septiembre. ¡°Hay que seguir y hay que ganar, y por lo que parece esta ser¨¢ una carrera tambi¨¦n de fondo¡±, se lamenta.
"Nadie est¨¢ a salvo, no hay lugar seguro ni celebraci¨®n en paz", dice la esposa de un corredor
¡°Bienvenida a Boston¡±, dice a las puertas de un popular caf¨¦ un entregado dependiente. ¡°El caf¨¦ hoy corre de nuestra cuenta¡±, anuncia con una sonrisa que llama a la complicidad y denota impacto por lo vivido. La gente entra y sale y se sonr¨ªe entre ella; todav¨ªa quedan muchos corredores, cargan con sus mochilas o maletas, y reciben muestras de simpat¨ªa y solidaridad. Hoy parten para sus lugares de origen. Todos visten el uniforme de la carrera y ninguno de los entrevistados dice que no regresar¨¢. En Boston vivieron, quiz¨¢, el que desean haya sido el peor y ¨²nico d¨ªa de terror de sus vidas. Pero en esa ciudad encontraron confort tras la tragedia y amabilidad y las puertas abiertas de los hogares de los bostonianos que les acogieron tras no poder regresar a sus hoteles porque estaban cerrados debido a la investigaci¨®n.
El d¨ªa no pod¨ªa ser m¨¢s perfecto. Boston celebraba su gran fecha, Patriots Day, conmemorando las batallas de Concord y Lexington que en 1775 dieron el pistoletazo de salida a la guerra de independencia de la metr¨®poli. Y de repente, con 12 segundos de diferencia, cuando los grandes corredores hac¨ªa varias horas que hab¨ªan cruzado la l¨ªnea de meta, dos explosiones que cambiar¨ªan para siempre la historia de esta ciudad.
Boston trata de recuperar la normalidad, trata de sobreponerse al terror, llorando a los muertos y cuidando a los heridos. Pero la ciudad es distinta. Amaneci¨® calmada pero bajo estado de shock. Perros polic¨ªa olfatean mochilas y paquetes. La vigilancia se siente en cada esquina y la polic¨ªa parece m¨¢s una fuerza de asalto que corrientes agentes de la ley. ¡°No va a ser f¨¢cil¡±, declar¨® ayer en rueda de prensa el Gobernador de la ciudad, el dem¨®crata Deval Patrick. ¡°El ¨¢rea del ataque va a estar acordonada bastante tiempo¡±, dijo. ¡°No va a ser f¨¢cil, sencillo o normal¡±, insisti¨®, dejando fuera del vocabulario de los bostonianos tres palabras que en momentos de crisis son anheladas con fiereza.
¡°Uno ve este horror en las calles de Irak o en Israel pero no en Boston¡±, trata de explicarse Kent Barrett, que compara lo sucedido con un escenario de guerra. ¡°?Ahora qu¨¦?¡± ¡°?Qui¨¦n puede vivir con normalidad despu¨¦s de que dos de sus hijos hayan perdido cada uno una pierna en el atentado?¡±, se pregunta este hombre en referencia a Liz Norden, la mujer que hac¨ªa la compra cuando recibi¨® una llamada de su hijo de 31 a?os dici¨¦ndole que estaba mal herido ¨Cha perdido una pierna-, en una ambulancia camino del hospital. El joven no sab¨ªa donde estaba su hermano, con qui¨¦n asisti¨® a la carrera para animar a un amigo que corr¨ªa. En un par de horas, la madre y el hermano supieron del otro, y conocieron que estaba en otro hospital, donde le hab¨ªan amputado tambi¨¦n una pierna.
La celebraci¨®n del primer marat¨®n moderno de la historia se torn¨® en caos y sangre en minutos cerca de las tres de la tarde de ayer. ¡°Si pudi¨¦ramos parar el reloj y volver atr¨¢s¡±, desea Teresa Hogland, 55 a?os, celadora de la Sinf¨®nica de Boston que ayer cancel¨® su programa. ¡°Si pudi¨¦ramos recobrar el sentido y dejar de matarnos¡±. Si se pudiera.
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