¡°Si queda alguien vivo, que haga un ruido¡±
Supervivientes del edificio derrumbado en Dacca, que dej¨® 380 muertos, relatan el dram¨¢tico rescate
La madre permanec¨ªa junto al borde de las ruinas, besando las fotos de sus dos hijos: Asma, que trabajaba en una f¨¢brica de ropa en la cuarta planta, y Sult¨¢n, que trabajaba en la quinta.
Despu¨¦s del derrumbamiento del edificio, el pasado mi¨¦rcoles, los equipos de rescate estuvieron recuperando cad¨¢veres y supervivientes durante cinco d¨ªas, pero no a su hijo y a su hija. Con las l¨¢grimas corri¨¦ndole por las mejillas, empez¨® a gritar: a un soldado que sudaba bajo el casco, al edificio destrozado, a su dios, y finalmente a sus hijos, chillando su nombre y haci¨¦ndoles se?as: ¡°?Hoy estoy aqu¨ª! ?Pero no hab¨¦is vuelto!¡±.
Miles de personas rodeaban el lugar el domingo y observaban la enorme operaci¨®n de rescate, aunque cada vez hab¨ªa menos esperanzas de encontrar con vida a m¨¢s v¨ªctimas. Durante casi 12 horas, los equipos de rescate trataron de salvar a una mujer atrapada haci¨¦ndole llegar alimentos secos y zumo mientras penetraban con cuidado a trav¨¦s de los escombros para intentar alcanzarla. Pero luego se desat¨® un incendio que aparentemente mat¨® a la mujer y provoc¨® el llanto de muchos bomberos.
Mientras la ira inflamaba el pa¨ªs, agentes banglades¨ªes localizaron y arrestaron a Sohel Rana, el propietario del edificio, que estaba escondido cerca de la frontera india, y lo trasladaron en helic¨®ptero a Dacca. Seg¨²n los noticieros locales, cuando los meg¨¢fonos anunciaron su detenci¨®n en el lugar del rescate, la multitud prorrumpi¨® en ovaciones.
Cuando se anunci¨® por megafon¨ªa la detenci¨®n del propietario del edificio, la multitud rompi¨® a aplaudir
El derrumbamiento del edificio, el Rana Plaza, se considera el accidente m¨¢s mort¨ªfero de la historia de la industria textil. Se sabe que acab¨® con la vida de 380 personas, y se cree que cientos de trabajadores m¨¢s siguen desaparecidos, enterrados en los escombros.
El edificio Rana Plaza albergaba cinco f¨¢bricas textiles, que empleaban a m¨¢s de 3.000 trabajadores que hac¨ªan ropa para consumidores europeos y estadounidenses. Los activistas de derechos laborales, citando registros de aduanas, sitios web de empresas o etiquetas descubiertas en las ruinas, afirman que las f¨¢bricas produc¨ªan ropa para JC Penney; Cato Fashions; Benetton; Primark, la cadena de tiendas de bajo coste brit¨¢nica; y otros minoristas.
En los lugares cercanos al edificio, el hedor de la muerte era abrumador. Algunos hombres con mascarillas quir¨²rgicas rociaban el aire con desinfectante; otros, con ambientador. En un momento dado, seg¨²n la polic¨ªa, se suspendi¨® la b¨²squeda dentro de la estructura porque algunos miembros de los equipos de rescate no soportaban el polvo y el olor de los cuerpos en descomposici¨®n.
Savar es un suburbio industrial muy poblado de Dacca, la capital de Bangladesh, y el desastre ha desbordado a las instituciones locales. Un instituto cercano a Rana Plaza es la base de operaciones para la identificaci¨®n de los cad¨¢veres. Nazma Begum, de 25 a?os, permanec¨ªa junto a un ata¨²d rudimentario que conten¨ªa los restos de su hermana, Shamima. Montaba guardia junto a ¨¦l hasta que llegase su padre para llevar a su hermana a su pueblo y enterrarla all¨ª. Hab¨ªan colocado barritas de incienso encendidas en el ata¨²d para ocultar el espantoso olor.
¡°Ten¨ªa la esperanza de que mi hermana siguiese viva¡±, dec¨ªa en voz queda. ¡°Pero esa esperanza se ha desvanecido ahora¡±.
Como tantas j¨®venes en el pa¨ªs, las dos hermanas hab¨ªan conseguido trabajo en f¨¢bricas de ropa para ayudar a mantener a sus familias. Begum gana cerca de 85 d¨®lares al mes; su hermana ganaba 56 d¨®lares. Ahora, Begum quiere dejar su trabajo. Ha o¨ªdo rumores de que el edificio en el que trabaja no es seguro.
A su lado, un grupo de hombres j¨®venes colocaba otro ata¨²d cerca, abr¨ªa la tapa de madera y rociaba el cad¨¢ver con desinfectante. Un hombre con un meg¨¢fono anunciaba: ¡°Tenemos un nuevo cuerpo¡±, dec¨ªa, mientras una multitud se abalanzaba hacia el ata¨²d. ¡°Pueden venir a ver el cuerpo para identificarlo¡±.
Durante d¨ªas, los equipos de rescate se arrastraron por los espacios comprimidos, por miedo a que el edificio se derrumbase m¨¢s si usaban maquinaria pesada. Los bajaban precariamente por los agujeros, y desde all¨ª gritaban a trav¨¦s de los escombros y la oscuridad atentos a las voces de los supervivientes. Muchas personas fueron rescatadas en este laborioso proceso.
¡°Grit¨¢bamos y pregunt¨¢bamos si alguien estaba vivo¡±, recuerda Sharif ul Islam, un bombero de 35 a?os. ¡°Dec¨ªamos, ¡®si alguien est¨¢ vivo, ?por favor que haga un ruido! ?Iremos a por ti!¡±.
Fueron tantos los aplastamientos de miembros que el hospital mand¨® un equipo para amputar in situ
Puede que se tarden semanas o incluso m¨¢s tiempo en localizar e identificar a todas las personas desaparecidas. Miles de carteles hechos a mano en busca de desparecidos se han pegado en las paredes de fuera del colegio, en los edificios cercanos, en las ramas de los ¨¢rboles y en la puerta del Hospital M¨¦dico Universitario de Enam, donde muchas v¨ªctimas est¨¢n siendo atendidas.
Los carteles tienen un parecido conmovedor: un marido, Mohammed Siddique, est¨¢ buscando a su mujer, Shahida Akter. Ella aparece sonriente en la fotograf¨ªa, en la que posa con un tel¨¦fono m¨®vil. Otro marido est¨¢ buscando a Alpana Rani. Ella tambi¨¦n sonr¨ªe en la fotograf¨ªa, en la que sostiene a su hija.
El director del Hospital de Enam, Mohammed Anawarul Quader Nazim, se?ala que han ingresado a m¨¢s de 650 supervivientes desde el desastre del mi¨¦rcoles por la ma?ana. El alcance de las heridas es espeluznante: cr¨¢neos fracturados, cajas tor¨¢cicas aplastadas, h¨ªgados cercenados y bazos rotos. Uno de los supervivientes perdi¨® ambas piernas. Y hubo tanta gente que sufri¨® aplastamientos de miembros que su hospital envi¨® un equipo m¨¦dico al lugar para ayudar a realizar amputaciones in situ. Tiene una lista de amputados sobre su mesa: una adolescente llamada Sania perdi¨® el brazo derecho. Otra adolescente, Anna, perdi¨® la mano derecha.
Arriba, en la Unidad de Cuidados Intensivos, Laboni Khanam, de 22 a?os, yace en una cama, aturdida. La rescataron despu¨¦s de haber permanecido atrapada durante 36 horas, pero, para salvarle la vida, los equipos de rescate tuvieron que amputarle el brazo izquierdo, que estaba inmovilizado debajo de un pilar. Les suplic¨® que le salvaran el brazo, pero ellos le dijeron que no ten¨ªan otra opci¨®n. Le dieron un anest¨¦sico, pero la agon¨ªa era insoportable.
¡°No puedo describir lo doloroso que fue¡±, recuerda. ¡°Mi vida est¨¢ arruinada ahora¡±.
Con tantas vidas deshechas o perdidas, la indignaci¨®n de los ciudadanos se ha centrado en gran parte en Rana, el propietario del edificio. Los l¨ªderes del sector textil le han culpado de mentir sobre la seguridad de la estructura del edificio; se acusa a Rana de asegurar a los jefes de la f¨¢brica que el edificio era seguro para trabajar despu¨¦s de que se descubrieran unas grietas el d¨ªa anterior al desastre.
El desastre del Rana Plaza, que ha tenido lugar cinco meses despu¨¦s de que muriesen 112 trabajadores textiles en un incendio en la f¨¢brica Tazreen Fashions, ha reavivado las cr¨ªticas contra el fracaso de las marcas occidentales a la hora de garantizar unas condiciones de trabajo seguras en las f¨¢bricas que usan en Bangladesh. En estos ¨²ltimos d¨ªas, distintas marcas occidentales han manifestado su pesar por el accidente, pero ninguna de ellas, hasta el momento, ha respaldado las propuestas para realizar unos programas independientes de inspecciones de seguridad m¨¢s estrictas.
Dentro de poco, es probable que se ponga fin a los esfuerzos de rescate en el Rana Plaza, y la operaci¨®n se centrar¨¢ en limpiar los escombros. El domingo, los equipos de rescate empezaron a usar dos gr¨²as y otra maquinaria pesada. Las autoridades se?alan que probablemente pocas personas sigan vivas, si es que queda alguna con vida.
Pero miles de personas mantienen todav¨ªa la esperanza. Una joven esposa que logr¨® escapar de la cuarta planta estaba sentada en el suelo, sujetando una fotograf¨ªa de su marido, que estaba trabajando en la tercera. Y otra mujer se sentaba a menos de 50 metros del edificio, llorando rodeada de facturas de pedidos de ropa que estaban esparcidas por el suelo.
Cuando un soldado le pidi¨® que se fuera a un lugar m¨¢s seguro y m¨¢s alejado de los escombros, empez¨® a gimotear. Ten¨ªa dos hijos en alg¨²n lugar del edificio. ¡°Prefiero que me mates¡±, le imploraba, ¡°antes que pedirme que me marche¡±.
??The New York Times News Service 2013
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