¡°Conf¨ªo en Dios, vigilo a los dem¨¢s¡±
Los servicios de espionaje presionan desde hace casi un siglo a compa?¨ªas de telecomunicaciones, pero la tecnolog¨ªa ya hace posible un Gran Hermano
![La sede de la Administración Nacional de Seguridad, en Fort Meade.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/AAZG7CDX6GVS3BY6FDUIISYIUU.jpg?auth=eea4c7dc37383a6e987930ac63eb982adc1cf36653a5e48ef59044b83d9ed0dc&width=414)
¡°En Dios confiamos¡±, dice un viejo chiste de la Agencia de Seguridad Nacional estadounidense. ¡°A todos los dem¨¢s los vigilamos¡±. The Guardian fue el primero que inform¨® de una operaci¨®n policial relacionada con tel¨¦fonos particulares, en la que la compa?¨ªa Verizon se hab¨ªa visto obligada a proporcionar a la NSA los detalles de todas sus llamadas nacionales e incluso locales. Luego, The Guardian y The Washington Post revelaron otro ampl¨ªsimo programa de vigilancia de la Agencia, llamado Prisma, que exig¨ªa a los grandes proveedores de Internet del pa¨ªs que les transmitieran en secreto todo tipo de datos: correos electr¨®nicos, fotos, v¨ªdeos, servicios de chat, transferencias de archivos, datos almacenados, registros y videoconferencias.
Aunque el Gobierno de Obama y los miembros del comit¨¦ de inteligencia del Senado defienden el espionaje como elemento crucial en la lucha contra el terrorismo, este no es m¨¢s que el cap¨ªtulo m¨¢s reciente en casi un siglo de presiones a las compa?¨ªas de telecomunicaciones para forzar su cooperaci¨®n secreta con la NSA y sus predecesores. No obstante, en la medida en que los asombrosos avances tecnol¨®gicos permiten pasar cada vez m¨¢s informaciones personales, el peligro de que EE UU se convierta en un Estado Gran Hermano se multiplica.
La NSA recibi¨® tantos miles de millones de d¨®lares de los incrementos presupuestarios despu¨¦s del 11 de septiembre de 2001 que cay¨® en una locura edificadora y adem¨¢s ampli¨® su capacidad de espiar. Se construyeron habitaciones secretas en grandes instalaciones de telecomunicaciones, como la centralita de 10 pisos de AT&T en San Francisco. All¨ª existen r¨¦plicas de los cables entrantes de voz y datos que se desv¨ªan a salas ocupadas por unos ordenadores y programas especiales, preparados para filtrar el correo electr¨®nico y las llamadas y transmitirlas a la NSA para su an¨¢lisis.
La Agencia de Seguridad ampli¨® su capacidad de espiar despu¨¦s del 11-S
Se lanzaron nuevos sat¨¦lites esp¨ªa y se construyeron nuevas estaciones de escucha, como el centro de operaciones abierto hace poco cerca de Augusta, en Georgia. Dise?ado para albergar a m¨¢s de 4.000 agentes con sus auriculares, constituye la mayor base de espionaje del mundo.
Mientras tanto, en el Laboratorio Nacional de Oak Ridge, en Tennessee, donde se llevaron a cabo tareas secretas relacionadas con la bomba at¨®mica durante la Seguda Guerra Mundial, la NSA est¨¢ construyendo en secreto el ordenador m¨¢s r¨¢pido y poderoso del mundo. Pensado para que ejecute un trill¨®n de operaciones por segundo, podr¨¢ examinar enormes cantidades de datos; por ejemplo, todos los n¨²meros de tel¨¦fono marcados en EE UU cada d¨ªa.
En la actualidad, la NSA es la mayor organizaci¨®n de espionaje del mundo, con decenas de miles de empleados y un complejo central del tama?o de una ciudad en Fort Meade, Maryland. En 1920, su primer antepasado, llamado la C¨¢mara Negra, ocupaba un estrecho adosado en la calle 37 Este de Manhattan.
El Gobierno ha obtenido siempre acceso ilegal a las comunicaciones
La Primera Guerra Mundial hab¨ªa terminado hac¨ªa poco, y con ella la censura oficial, y volv¨ªa a estar en vigor la Ley de Comunicaciones por Radio de 1912. Esta ley garantizaba el secreto de las comunicaciones electr¨®nicas y fijaba duros castigos para cualquier empleado de una compa?¨ªa de tel¨¦grafos que divulgara el contenido de un mensaje. Para la C¨¢mara Negra, sin embargo, la ley no era m¨¢s que un gran obst¨¢culo que era preciso sortear, de manera ilegal si era necesario.
As¨ª que el responsable de la C¨¢mara Negra, Herbert O. Yardley, y su jefe en Washington, el general Marlborough Churchill, director de la Divisi¨®n de Inteligencia Militar, hicieron una visita al n¨²mero 195 de Broadway, en Manhattan, a la sede central de Western Union, que era la mayor compa?¨ªa nacional de tel¨¦grafos, el correo electr¨®nico de la ¨¦poca.
Los dos funcionarios tomaron el ascensor hasta la planta 24 para una reuni¨®n secreta con el presidente de Western Union, Newcomb Carlton. Su objetivo era convencerle de que les concediera acceso secreto a las comunicaciones privadas que se realizaban a trav¨¦s de los hilos de su empresa.
Fue mucho m¨¢s f¨¢cil de lo que Yardley hab¨ªa imaginado. ¡°En cuanto se pusieron todas las cartas sobre la mesa¡±, cont¨® Yardley m¨¢s tarde, ¡°el presidente Carlton pareci¨® deseoso de hacer todo posible por complacernos¡±.
Es un comportamiento que se ha repetido una y otra vez a lo largo de los a?os. La NSA, o cualquiera de los organismos anteriores, logra acuerdos secretos con las principales empresas de telecomunicaciones del pa¨ªs y obtiene acceso ilegal a las comunicaciones privadas de los ciudadanos estadounidenses.
Una historia que se ha contado a menudo es la del influyente estadista republicano Henry L. Stimson, del que se dice que se sinti¨® profundamente ofendido por la mera idea de espiar las comunicaciones privadas de la gente. Cuando acababa de ser nombrado secretario de Estado, en 1929, Stimson desmantel¨® la C¨¢mara Negra con una frase ya inmortal: ¡°Un caballero no lee el correo de otros¡±. Sin embargo, cuando el presidente Franklin D. Roosevelt le nombr¨® secretario de Guerra durante la Segunda Guerra Mundial, Stimson cambi¨® de opini¨®n. Dedic¨® sus esfuerzos a escuchar todas las comunicaciones posibles, sobre todo, de alemanes y japoneses. Ahora bien, cuando los ca?ones de la guerra empezaron a callar, las leyes de privacidad de las comunicaciones volvieron a estar vigentes. Y el general de brigada W. Preston Corderman, jefe del Servicio de Inteligencia de Se?ales ¡ªotro antecesor de la NSA¡ª, afront¨® el mismo dilema que Yardley despu¨¦s de la Primera Guerra Mundial: la falta de acceso a los cables que entraban, sal¨ªan y atravesaban el pa¨ªs.
De modo que, una vez m¨¢s, se lleg¨® a un acuerdo con las principales compa?¨ªas de tel¨¦grafos ¡ªlos proveedores de Internet de entonces¡ª que conced¨ªa al SIS (y m¨¢s tarde a la NSA) acceso secreto a sus comunicaciones.
Con el nombre en clave de Operaci¨®n Tr¨¦bol, los agentes llegaban a la puerta posterior de cada cuartel general de telecomunicaciones en Nueva York alrededor de la medianoche; recog¨ªan todo el tr¨¢fico de telegramas de aquel d¨ªa, y lo llevaban a una oficina que fing¨ªa ser una empresa de tratamiento de cintas de televisi¨®n. All¨ª empleaban una m¨¢quina para reproducir todas las cintas de computadora que conten¨ªan los telegramas y, horas despu¨¦s, devolv¨ªan las originales a la compa?¨ªa.
El acuerdo secreto dur¨® 30 a?os. No se anul¨® hasta 1975, tras la conmoci¨®n que supusieron para el pa¨ªs las asombrosas revelaciones sobre los servicios de espionaje hechas durante una investigaci¨®n del Congreso encabezada por el senador Frank Church.
La ilegalidad y la inmensidad de aquella operaci¨®n asombraron por igual a izquierda y derecha, republicanos y dem¨®cratas. Los partidos se unieron para elaborar una nueva ley que garantizara que nunca iba a volver a ocurrir nada semejante. Denominada la Ley de Vigilancia de la Inteligencia Extranjera, incluy¨® la creaci¨®n de un tribunal secreto, el Tribunal de Vigilancia de la Inteligencia Extranjera, con el fin de garantizar que la NSA solo vigilara a ciudadanos estadounidenses cuando existieran causas suficientes para sospechar que estaban involucrados en delitos graves contra la seguridad nacional, como el espionaje o el terrorismo.
Durante m¨¢s de un cuarto de siglo, la NSA respet¨® esta ley. La agencia de inteligencia volvi¨® sus gigantescos o¨ªdos hacia el exterior, lejos de la vida diaria de los estadounidenses. Pero todo cambi¨® poco despu¨¦s del 11 de septiembre de 2001, cuando el Gobierno de Bush puso en marcha su programa de escuchas sin necesidad de orden judicial.
De nuevo un director de la NSA busc¨® la cooperaci¨®n secreta del sector nacional de las telecomunicaciones para obtener acceso a sus canales y enlaces. De nuevo las compa?¨ªas aceptaron hacerlo, a pesar de estar infringiendo las leyes y violando la privacidad de sus decenas de millones de clientes. Con el tiempo, cuando se descubri¨® la operaci¨®n, varios grupos se querellaron contra las empresas, pero el Congreso aprob¨® una ley que les otorgaba la inmunidad.
Parece que la NSA ha vuelto a acudir a Verizon y otras empresas telef¨®nicas, adem¨¢s de muchos de los grandes proveedores de Internet, y ha obtenido acceso a millones, incluso miles de millones de comunicaciones privadas.
Sin embargo, los peligros actuales de la cooperaci¨®n secreta entre el sector de Internet y las telecomunicaciones y la NSA son incomparables y no tienen nada que ver con el caso de Yardley y la C¨¢mara Negra. Con el estado de la tecnolog¨ªa en aquellos tiempos, los ¨²nicos datos que pod¨ªa obtener el Gobierno eran los telegramas, y era poca gente, en general, la que los enviaba o recib¨ªa.
Hoy, los registros telef¨®nicos y el historial de Internet de una persona pueden abrir una ventana incre¨ªblemente ¨ªntima de acceso a su vida.
Los datos telef¨®nicos revelan a qui¨¦n llama, ad¨®nde llama, con qu¨¦ frecuencia llama a alguien, desde d¨®nde llama y cu¨¢nto tiempo habla con cada persona. Los datos de Internet proporcionan el contenido de sus correos electr¨®nicos, sus b¨²squedas en Google, fotos, datos sobre sus finanzas y detalles personales. Vivimos en una era en la que el acceso a la cuenta de correo y las b¨²squedas en Internet de alguien puede ofrecer una imagen m¨¢s detallada de su vida que la mayor¨ªa de los diarios personales. En una democracia no pueden permitirse los acuerdos secretos entre los servicios de inteligencia y las compa?¨ªas de comunicaciones. El riesgo es demasiado grande.
En un rinc¨®n polvoriento de Utah, la NSA est¨¢ terminando de construir un nuevo edificio gigantesco, un almac¨¦n de datos de m¨¢s de 90.000 metros cuadrados para guardar los miles de millones de comunicaciones que est¨¢ interceptando. Si se permite que contin¨²e en pie la vieja costumbre de los acuerdos secretos entre la NSA y las compa?¨ªas de telecomunicaciones, es posible que todos acabemos teniendo presencia digital all¨ª.
A pesar de lo que dec¨ªa Stimson, los hombres (y las mujeres) s¨ª leen el correo de otros, por lo menos si trabajan para la NSA.
Y en el futuro, dada la irrefrenable incursi¨®n de la NSA en las tecnolog¨ªas avanzadas, es posible que lleguen a leer, adem¨¢s de nuestro correo, nuestros pensamientos.
James Bramford es un periodista norteamericano especializado en las agencias de espionaje, sobre cuyas actividades ha publicado varios libros. El ¨²ltimo, en 2008, se titul¨® The Shadow Factory: The Ultra-Secret NSA from 9/11 to the Eavesdropping on America.
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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