El tsunami de Brasil
El pa¨ªs est¨¢ al borde del pleno empleo pero el pueblo juzga y cree que vive una infelicidad feliz
Fue de repente. Surgi¨® de la nada. Nada ni nadie podr¨ªa prever que de s¨²bito ser¨ªamos asaltados por una perplejidad at¨®nita. Los n¨²meros macroecon¨®micos del pa¨ªs son buenos, los micros tambi¨¦n. El pa¨ªs viv¨ªa la euforia de dos copas, la de las Confederaciones ¨C de la que salimos campeones ¨C y la del Mundo en 2014, de los Juegos Ol¨ªmpicos en 2016 y las Jornadas Mundiales de la Juventud, con la curiosidad acerca del nuevo Papa Francisco en primera visita al pa¨ªs.
En 10 a?os el sueldo m¨ªnimo subi¨® el 330%, el cr¨¦dito se expandi¨® del 22 al 54% del PIB?y, tras el ascenso a la nueva clase media de 42 millones de personas, el consumo explot¨®. El gobierno tiene un 65% de aprobaci¨®n. El grado de felicidad con la vida tambi¨¦n es muy alto. Los encuestadores preguntan: ¡°?Brasil es un buen lugar para vivir?¡± Respuestas: bueno u ¨®ptimo 76%; regular 18%; malo o p¨¦simo 5%. En el sector externo, las reservas cambiarias son de 378 mil millones de d¨®lares y Brasil es el cuarto destino mundial de la inversi¨®n de capitales, con 65 mil millones de d¨®lares en el 2012.
Ese era el clima. Surge un aumento de 20 centavos (0,07 euros) en los boletos de autob¨²s en la ciudad de S?o Paulo (19.2 millones de habitantes) y provoca una explosi¨®n popular sin l¨ªderes, sin la movilizaci¨®n de ning¨²n segmento de la sociedad civil y re¨²ne a millones de personas. Y en todo el pa¨ªs, en todas las grandes y peque?as ciudades, se va a la calle a protestar. Ning¨²n cartel o pancarta presenta reivindicaciones institucionales. No se pide libertad, derecho de reuni¨®n o asociaci¨®n, mejores sueldos o condiciones de trabajo ¨Cel pa¨ªs est¨¢ al borde del pleno empleo¨C ni tampoco cambio de gobierno.
?Qu¨¦ reivindican? La disminuci¨®n de los 20 centavos, el fin de la corrupci¨®n, m¨¢s educaci¨®n, salud. Cada manifestante prepara su cartel en el momento, de modo improvisado. Uno de ellos lo resume todo: ¡°Todas mis demandas no caben en la pancarta¡±. Son muy diversas y fragmentarias, imposible sintetizarlas. Una es objetiva: el proyecto 37 de enmienda a la Constituci¨®n, una disputa corporativa entre la Polic¨ªa y el Ministerio P¨²blico (fiscal¨ªa)?por el mando en las investigaciones criminales. El Congreso lo hab¨ªa archivado.
Busco en Galbraith (economista estadounidense) mi primera reflexi¨®n. ?l dice que la sociedad industrial es hedonista y consumista, no se interesa por valores sino por la cantidad de bienes. Se la podr¨ªa resumir en una expresi¨®n: tenemos la m¨¢s feliz de las infelicidades.
Con el fin de las ideolog¨ªas en nuestro tiempo ¨Cla m¨¢s dominante de ellas el comunismo¨C las nuevas generaciones, sin causas ni utop¨ªas, son presas f¨¢ciles del nihilismo, las drogas, el alcoholismo y la sublimaci¨®n de los placeres. Pero lo natural es dirigir las energ¨ªas y la vitalidad de uno en contra de los males de la condici¨®n humana y a la belleza del idealismo de los que ya vivimos la fase de querer cambiar la suerte de la humanidad. Eso es m¨¢s f¨¢cil en los pa¨ªses en desarrollo, donde todo est¨¢ por hacer, cuando se descubre en las nuevas tecnolog¨ªas de la informaci¨®n el poder de expresar desacuerdo con todo. Se quejan por no participar en las decisiones del gobierno, pero tienen fuerza para influir sin l¨ªmites con su capacidad de hablar, discutir, inflamar. Por medio de Internet cada individuo se torna un ser colectivo.
Pero no juzguemos de modo abstracto y absoluto. Las masas brasile?as fueron a las calles primero en las grandes metr¨®polis, donde los problemas son agudos y forman un caldo de cultivo para las protestas. No son veinte centavos de real, sino el tr¨¢nsito, el tr¨¢fico, la movilidad urbana. Los veh¨ªculos de transporte colectivo atascado y las tardanzas de tres horas al d¨ªa para llegar al trabajo respirando el aire contaminado de las grandes ciudades, llenos de estr¨¦s y sufriendo?la lentitud de 18 kil¨®metros de media por hora en el tr¨¢nsito, como carrozas de la Edad Media.
El fen¨®meno se limita al transporte colectivo, sino que ocurre tambi¨¦n con los veh¨ªculos particulares, sujetos a las mismas circunstancias comunes a todas las ciudades brasile?as. Con el aumento del poder adquisitivo de la poblaci¨®n llenamos a las ciudades de coches y alcanzamos una velocidad imposible en la construcci¨®n de v¨ªas expresas, trenes, metros, veh¨ªculos de transporte liviano.
El segundo punto es la inseguridad. Seg¨²n una encuesta de opini¨®n del IPEA (Instituto de Investigaciones Econ¨®micas Aplicadas) ¨C¨®rgano gubernamental- el 78% de los brasile?os dejan sus casas con mucho miedo a ser asesinados. De este modo, la poblaci¨®n de las grandes ciudades posee autom¨®viles, llega a sus casas y encuentra un televisor, heladera, radio y todo tipo de equipos dom¨¦sticos, pero pierde el 10% de su tiempo, diariamente, en transportarse asombrada por el miedo y el estr¨¦s.
Ese caldo de cultivo para la insatisfacci¨®n personal que llega al borde de la revuelta acumula todas las protestas ¨Cla primera en contra de los dirigentes, la clase pol¨ªtica y su democracia harapienta, apuntada como responsable de muchos errores, y en contra de todos los que detentan poder. Los j¨®venes se descaminan hacia la violencia, la destrucci¨®n de bancos, autobuses y trenes y llegan a apedrear iglesias ¨CBrasil posee hoy un fuerte componente religioso en la pol¨ªtica con gran n¨²mero de evang¨¦licos que no aceptan los cambios de visi¨®n en las conquistas de g¨¦nero.
As¨ª, los brasile?os se rebelan en contra de la calidad de vida y no desean conquistar bienes. En el fondo es un fen¨®meno nuevo, no comparable a la Primavera ?rabe. Un ministro japon¨¦s del medioambiente, Oichi, dijo una vez que la gente comenzaba a indagar si la b¨²squeda fren¨¦tica del aumento del PIB tendr¨ªa algo que ver con la felicidad del hombre.
El fen¨®meno brasile?o merece una reflexi¨®n profunda sobre la calidad de vida. El pueblo juzga y cree que vive una infelicidad feliz. Tanto es as¨ª que en las protestas una consigna dice: ¡°Yo era infeliz y no lo sab¨ªa¡±.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.