Las dos caras de la calle en las protestas de Brasil
La frustrada huelga general promovida por los ocho mayores sindicatos contrast¨® con la de semanas atr¨¢s, multitudinaria, nueva, sin l¨ªderes ni banderas
Las calles y plazas de Brasil han sido tomadas de repente por una cadena de protestas callejeras, nuevas y viejas, que no se ve¨ªan desde hace 20 a?os.
Soci¨®logos y pol¨ªticos se estrujan las meninges para entender el porqu¨¦ de ese fen¨®meno y las consecuencias que podr¨¢ tener para el futuro del pa¨ªs.
La frustrada huelga general de ayer promovida por los ocho mayores sindicatos con sus s¨ªmbolos, banderas y reivindicaciones tradicionales y con miedo a criticar al Gobierno, contrast¨® con la de semanas atr¨¢s, multitudinaria, nueva, original, inesperada, promovida a trav¨¦s de las redes sociales, sin l¨ªderes ni banderas y abiertamente contra los pol¨ªticos.
Fue como el choque - visible, incuestionable- de lo antiguo, lo tradicional, lo organizado, contra la novedad del movimiento desorganizado; de la est¨¦tica tradicional de los movimientos de izquierdas que pisaban firmes sobre el asfalto de calles y plazas, con el retumbar de sus himnos y consignas y el ondear de sus banderas rojas, contra la levedad y el revolotear de las alas de la creatividad convertida en protesta l¨²dica.
Los sindicatos, desorientados por haber visto la calle - que desde siempre les pertenec¨ªa - ocupada por j¨®venes hasta entonces desconocidos y por militancias desnudas de viejos simbolismos de izquierdas, pretendieron volver a ocuparla pisando fuerte, sin revoloteos de sue?os y utop¨ªas imposibles.
Hab¨ªan anunciado: ¡°?Pararemos el pa¨ªs!¡±. Hicieron ruido, cortaron carreteras, paralizaron el tr¨¢fico en algunas ciudades, pero la gente se qued¨® en sus casas. Y los pocos que salieron (5.000 en S?o Paulo, 10.000 en R¨ªo y 1.000 en Brasilia) en algunos casos recibieron para ello hasta 30 d¨®lares por persona.
Los m¨¢s de un mill¨®n que salieron espont¨¢neamente a la calle, sin organizaciones tradicionales que las convocara en la protesta espont¨¢nea de junio, lo hicieron- prescindiendo de su contenido pol¨ªtico- bajo una est¨¦tica totalmente diferente.
Si las pancartas de los sindicatos fueron las de siempre, despojadas de humor y de creatividad como para reafirmar sus viejas convicciones que no cambian, las de la manifestaci¨®n callejera espont¨¢nea fueron una exposici¨®n de ideas nuevas, de s¨¢tira moderna, de irreverencia hacia el poder, de nuevos sue?os improvisados en la misma calle, escritos sobre pedazos de cartulina, inventados sobre la marcha: ¡°?ramos infelices y no lo sab¨ªamos¡±.
Eso no les quit¨® realismo a sus peticiones, que al rev¨¦s de las tradicionales de los sindicatos que acaban muchas veces sin ser escuchadas por los gobiernos, los nuevos callejeros comenzaron pidiendo la nimiedad de una bajada de 20 c¨¦ntimos en los autobuses para pasar a criticar el despilfarro del dinero p¨²blico de la clase pol¨ªtica y la paradoja de un pa¨ªs rico con hospitales miserables o escuelas donde los ni?os salen sin saber leer ni escribir.
Las peticiones de los espont¨¢neos no ten¨ªan la prosopopeya de las grandes masas reivindicativas de los movimientos sociales de anta?o pero acabaron desconcertando al Gobierno y al Congreso, que comenzaron a ofrecer al movimiento sin l¨ªderes todo y m¨¢s de lo que ped¨ªan, hasta en contraste a veces con la Constituci¨®n.
Nunca se hab¨ªa pedido tan poco por parte de aquella masa de gentes heterog¨¦neas que se deslizaban por las ciudades como en un ¨¦xodo b¨ªblico, sin rumbo fijo, conquistando la simpat¨ªa de todos los insatisfechos con algo. Y nunca antes un movimiento en pocas semanas hab¨ªa conseguido tanto. Hoy, cerca de un centenar de ciudades han rebajado las tarifas de los transportes p¨²blicos.
Es posible que en el futuro, el pisar fuerte de las fuerzas sindicales en la calle con sus banderas de siempre, vuelva a ser necesario para reconquistar espacios nuevos al mundo del trabajo amenazado por las crisis mundiales. Es posible que las viejas reivindicaciones de la izquierda tradicional, hoy en profunda crisis, se hagan ma?ana m¨¢s necesarias que nunca.
Sin embargo, la sociedad considera aquellas protestas organizadas, con l¨ªderes conocidos y a veces desgastados, como lo viejo que ya no entusiasma, y se refugia m¨¢s bien en los sue?os y utop¨ªas de las nuevas reivindicaciones de los desorganizados y sin poder pol¨ªtico, que piden sencillamente ¡°mejor calidad de vida¡± para todos y l¨ªderes menos corruptos.
La palabra corrupci¨®n fue la m¨¢s cantada y escrita en las pancartas de los desorganizados y fue tambi¨¦n la gran ausente en la huelga de los sindicatos.
Ambas manifestaciones de masa, a pocos d¨ªas de distancia, han simbolizado el enfrentamiento entre lo viejo conocido y lo nuevo que despunta a¨²n sin rostro, con un DNA que habla m¨¢s al coraz¨®n que al cerebro, a las sensaciones que a las ideas, pero que est¨¢ m¨¢s cerca de la llamada ¡°sabidur¨ªa emocional¡±, que de las fr¨ªas y gastadas ideolog¨ªas del pasado.
El futuro dir¨¢ qui¨¦n est¨¢ m¨¢s cerca de lo que los j¨®venes de nuestra generaci¨®n piden y sue?an. Si las banderas rojas de ayer o las pancartas de mil colores y sue?os de hoy.
Es el choque entre la pol¨ªtica y la pospol¨ªtica. Entre un ayer, a¨²n necesario porque a¨²n est¨¢ cargado de problemas sin resolver, y un hoy a¨²n incierto que empieza a descubrir el escalofr¨ªo de lo diferente.
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