¡°Un ej¨¦rcito est¨¢ para defender al pueblo, no para masacrarlo¡±
Los islamistas convierten una mezquita de El Cairo en improvisada morgue
Los nombres de los fallecidos se gritan y se apuntan en una lista que, de momento, tiene 253 nombres. Los m¨¦dicos dicen que los muertos son m¨¢s, pues a muchos de ellos no se les ha identificado a¨²n. Hay unos cuantos cad¨¢veres calcinados. Un enfermero ense?a, dentro de una bolsa de pl¨¢stico, miembros amputados y chamuscados: un pie, una mano, varios dedos. Los familiares que han logrado encontrar los restos de sus fallecidos los custodian, algunos con la mirada perdida, otros con llantos, los menos con gritos de dolor. La temperatura fuera es de 35 grados. Dentro no hay aire acondicionado, solo unos ventiladores y bloques de hielo que se colocan sobre los cuerpos. Hay quienes intentan tapar el intenso olor a cad¨¢ver con un asfixiante ambientador con aroma a flores, que solo hace el aire m¨¢s irrespirable.
La mezquita de Al Imam, en Ciudad Nasser, se convirti¨® ayer en la mayor morgue de El Cairo tras la carga militar contra los campamentos islamistas de la ma?ana del mi¨¦rcoles. Se halla cerca de otra mezquita, la de Raba al Adauiya, que durante seis semanas fue refugio ¨²ltimo de los Hermanos Musulmanes tras su expulsi¨®n del poder. Las tiendas de campa?a, las barricadas, los escenarios, todo ha desaparecido ya, aplastado por el Ej¨¦rcito. Quedan los cad¨¢veres. Muchos. Anoche, las fuerzas de seguridad se apresuraron a sitiar la mezquita, para retirar de ella los cuerpos que quedaban en su interior.
Dice el Gobierno, en su ¨²ltimo balance, que son 538. ¡°Es una cifra rid¨ªcula. Son muchos m¨¢s. Solo por aqu¨ª han pasado 400¡±, dice Mustaf¨¢ Abdelgani, de 34 a?os, cardi¨®logo de profesi¨®n y, desde el mi¨¦rcoles, dedicado a poner algo de orden en este enorme y ca¨®tico dep¨®sito de cad¨¢veres. Se dedica a emitir certificados de defunci¨®n para las familias. ¡°?El motivo que m¨¢s he escrito? Disparos en la cabeza, en el cuello, en la espalda¡±, dice.
Por la espalda mataron a Ahmed Mohsen, de 48 a?os, que dorm¨ªa en una tienda de campa?a en Raba al Adauiya. Qued¨® atrapado por las barricadas, a merced de los fusiles del Ej¨¦rcito. Ayer quedaba su cuerpo, envuelto en una s¨¢bana blanca, como todos los dem¨¢s. Sus sobrinas lloraban, desconsoladas. ¡°No nos van a acallar. Solo nos dan m¨¢s razones para seguir en la calle¡±, dec¨ªa una de ellas, Heba Wabdin, de 25 a?os. El hijo de Ahmed, Mosim, de 25 a?os, custodiaba el cuerpo, a la espera de un certificado para poder llev¨¢rselo. No perdi¨® la compostura. Sab¨ªa que su padre iba frecuentemente a la acampada de los islamistas. ¡°No pertenec¨ªa a los Hermanos Musulmanes¡±, dijo. ¡°De verdad, me dec¨ªa que iba a la mezquita porque estaba en contra el golpe de Estado, por una cuesti¨®n de legitimidad y dignidad¡±.
Estos cad¨¢veres no han pasado por los hospitales de El Cairo, y no son las autoridades las que han certificado su muerte. Por eso, los islamistas sostienen que la cifra de muertos tras el asalto del mi¨¦rcoles es mucho mayor de lo que admite el Gobierno, porque este solo cuenta los fallecidos registrados en centros sanitarios. Tras el desmantelamiento de los campamentos, muchos islamistas trajeron los cuerpos a esta mezquita, y las autoridades no han tenido acceso a ella para incluirlos en sus c¨®mputos.
Afuera de la morgue improvisada, una multitud clamaba contra el Ej¨¦rcito y contra el nuevo Gobierno de Egipto. Cada vez que sal¨ªa un cuerpo, siempre cubierto con la s¨¢bana blanca, en ata¨²des de madera o de metal, muchos exclamaban ¡°Dios es grande¡±, en se?al de respeto, anhelando justicia o venganza. ¡°Matad a Al Sisi¡±, cantaban en otros momentos, en referencia al general Abdel Fat¨¢ al Sisi, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas y m¨¢ximo art¨ªfice del golpe. Hasta hace unos pocos d¨ªas estos islamistas se contentaban con pedir su marcha.
¡°?Ej¨¦rcito? En Egipto no tenemos un Ej¨¦rcito. Tenemos una milicia. Un ej¨¦rcito est¨¢ para defender al pueblo, no para masacrarlo¡±, dec¨ªa Mohamed el Malla, de 42 a?os, que perdi¨® a seis amigos en Raba al Adauiya. ?l se salv¨® porque fue al ba?o, fuera del recinto. Cuando quiso regresar, las llamas ya consum¨ªan el campamento, y los soldados disparaban al aire para espantar a los que aun pudieran huir. ¡°Lo que vi es c¨®mo Egipto avanzaba un poco m¨¢s hacia la guerra civil¡±.
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