La realidad paralela del Gobierno
Seg¨²n la narrativa presidencial, los islamistas se lo buscaron. Ellos fueron los que propiciaron su propia suerte, sin atender a razones
M¨¢s de mil muertos despu¨¦s, el Gobierno interino de Egipto no ve falta alguna. A sus ojos, el desalojo de las acampadas islamistas fue escalonado y respet¨® los requerimientos del derecho internacional. Seg¨²n esa versi¨®n, el Ministerio del Interior ofreci¨® una salida segura a los all¨ª concentrados y les dio facilidades para integrarse en el nuevo proceso pol¨ªtico de la naci¨®n. Es m¨¢s, lo ocurrido el 3 de julio, el derrocamiento de un presidente democr¨¢ticamente elegido, no fue un golpe de Estado, sino lo que ayer calific¨® un asesor de la presidencia de ¡°erradicaci¨®n del fascismo teol¨®gico¡± que se hab¨ªa apoderado de la naci¨®n.
¡°Lo cierto es que Egipto est¨¢ m¨¢s unido que nunca, no unido en la b¨²squeda del sue?o com¨²n de conseguir finalmente un pa¨ªs libre y democr¨¢tico, sino unido contra un enemigo com¨²n, un eje de terror, que instigaba violencia, contra los poderes del mal que nos imped¨ªan avanzar hacia el futuro¡±, dijo en una conferencia en el palacio presidencial de El Cairo el asesor estrat¨¦gico Mustaf¨¢ Hegazy. De ese modo, el Ejecutivo interino de Egipto clasificaba como enemigo a todo un grupo de la sociedad egipcia que reclama la restauraci¨®n en el poder de los Hermanos Musulmanes. El camino a seguir quedaba claramente marcado.
Antes de esa comparecencia, la presidencia proyect¨® un v¨ªdeo en el que narraba su propia versi¨®n del devenir pol¨ªtico desde el golpe. Hablaba de ¡°fosas comunes¡± halladas bajo el escenario principal de la acampada islamista en la mezquita de Rabaa al Adauiya, que es una leyenda urbana. Bajo ese estrado, que este periodista visit¨® en numerosas ocasiones, no hab¨ªa m¨¢s que botellas de agua y sillas que se distribu¨ªan entre los asistentes a las concentraciones. A?ad¨ªa ese suced¨¢neo de documental que ¡°los esfuerzos internacionales por lograr un fin pac¨ªfico a las acampadas¡± se vieron frustrados por la ¡°intransigencia¡± de esos islamistas, 600 de los cuales murieron en una carga militar el mi¨¦rcoles.
Nada queda en los escombros de aquellas acampadas para apoyar o refutar las afirmaciones de la presidencia. Ayer hab¨ªa all¨ª solo unos soldados, que invitaban a tomar fotos de los edificios y los coches chamuscados. Monta?as de ropa, zapatos, medicinas y carteles se amontonaban. Al fondo, unas apisonadoras aplastaban el cemento colocado para erradicar cualquier rastro de las seis semanas de protesta. No muy lejos, en la mezquita de Al Imam, morgue improvisada tras la carga, se amontonaban las s¨¢banas empleadas como sudarios para cubrir m¨¢s de 200 cuerpos. El olor a putrefacci¨®n a¨²n inundaba el templo, pero eso era imperceptible en la lujosa y cuidada sede de la presidencia.
Seg¨²n la narrativa presidencial, los islamistas se lo buscaron. Ellos fueron los que propiciaron su propia suerte, sin atender a razones. ¡°En Egipto no hay una disputa pol¨ªtica¡±, a?adi¨® Hegazi. ¡°No se puede calificar esta situaci¨®n de divisi¨®n pol¨ªtica. Lo que hubo fue violencia, pero instigada por los acampados contra ciudades enteras, tambi¨¦n con la quema de iglesias. Fueron claramente actos de terror contra la sociedad civil¡±, a?adi¨®. Seg¨²n esa l¨®gica, las m¨¢s de mil personas muertas desde el golpe son las v¨ªctimas inevitables de un conflicto que, por mucho que la presidencia se empe?e, solo tiene visos de solucionarse con a¨²n m¨¢s violencia.
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