El Asad resiste en una Siria dividida
La rutina cotidiana bajo la guerra en Damasco, donde el r¨¦gimen se afianza sin la amenaza de un ataque, certifica la defunci¨®n de la ¡®primavera ¨¢rabe¡¯
Olvidada la primavera ¨¢rabe, un sistema lucha por su supervivencia. A pesar de las revueltas populares que en 2011 barrieron a un ritmo fulminante Oriente Pr¨®ximo, Bachar el Asad queda en pie. Muchas veces vaticinaron los opositores su inminente ca¨ªda, primero en manifestaciones y m¨¢s tarde en el campo de batalla. Se equivocaron. Dentro y fuera de Siria se menospreciaron los apoyos de un presidente reforzado por su Ej¨¦rcito y que no se representa solo a s¨ª mismo, sino a un complejo mosaico de grupos e intereses. El conflicto ha abierto muchas heridas en un pa¨ªs que durante las cuatro d¨¦cadas de control de la familia El Asad tal vez no fue libre, pero s¨ª seguro y estable. Tras dos a?os y medio de guerra, m¨¢s de 100.000 muertos y seis millones de desplazados, las puertas se han abierto a una legi¨®n de milicianos extranjeros que alimentan la determinaci¨®n del r¨¦gimen de no renunciar ni por la fuerza.
Damasco es una ciudad sitiada. Los rebeldes se han afianzado en el norte y sur del pa¨ªs y llaman con morteros a la puerta, pero el r¨¦gimen ha superado el derrotismo y ha recobrado terreno y, a sus propios ojos, legitimidad. En las faldas del monte Casium, donde se refugia El Asad y el n¨²cleo de su Gobierno, se oye frecuentemente el estruendo de las bombas rebeldes y la artiller¨ªa del Ej¨¦rcito. Para los damascenos todo se ha convertido en rutina: puestos de control, inspecciones, correr a casa cuando cae la noche. Solo alg¨²n sobresalto, como la amenaza incumplida de un ataque de EE UU, aumenta la ansiedad.
Pero no se vive con temor en Damasco. Ni a la guerra ni al r¨¦gimen. Es cierto, hay en la calle signos que recuerdan por qu¨¦ el pa¨ªs fue pasto de las revueltas de 2011. Fotos del presidente por doquier. Grandes carteles con su faz. S¨ªmbolos de un poder autoritario. Pero Siria no es su aliado Ir¨¢n. Los damascenos critican el sistema. Tienen libertad para acceder a Internet sin cortapisas. Las mujeres pueden pasear por las calles con el cabello al aire. Y musulmanes y cristianos coexisten con la armon¨ªa que el conflicto permite.
¡°El mundo occidental nunca ha comprendido este mosaico¡±, explica Nabil Toum¨¦, uno de los grandes empresarios que apoyan al Gobierno. ¡°El conflicto lo han alentado sectores islamistas que han confluido en Siria, donde hay 70.000 milicianos extranjeros de 81 pa¨ªses. No vienen a defender la democracia. Vienen a luchar¡±. A los sirios laicos, el grueso del apoyo al presidente, les inquieta tener a Al Qaeda a sus puertas, con grupos rebeldes como el Frente al Nusra. Cada d¨ªa el rebelde Ej¨¦rcito Libre Sirio se desangra con deserciones hacia el bando islamista, con el que ahora est¨¢ en guerra. La oposici¨®n lucha entre s¨ª, y cuanto m¨¢s lo hace, m¨¢s terreno gana El Asad.
Damasco ve en Egipto el camino que no quiere recorrer. Cuando Hosni Mubarak cay¨®, los islamistas tomaron el poder pero no supieron gobernar. El resultado: caos, un golpe de Estado, masacres. Dicen los que apoyan a El Asad que en las elecciones de julio barrer¨¢, que hay encuestas que dicen que tiene el 70% de los apoyos en la naci¨®n. ¡°Invitamos a inspectores internacionales a que vengan a controlar esos comicios, ser¨¢n transparentes y el presidente ganar¨¢¡±, dice el presidente del Parlamento, Yihad al Laham. Los rebeldes rechazan esa convocatoria, dado que dos millones de refugiados han abandonado el pa¨ªs, de 23 millones de habitantes.
El clan en el poder intenta mantener la cohesi¨®n de una naci¨®n heterog¨¦nea
Occidente ha reconocido como interlocutores a unos disidentes que residen en el extranjero. Dentro quedan otros opositores que nada quieren saber de ellos. ¡°La oposici¨®n de afuera es un grupo de exiliados, corruptos. No conocen este pa¨ªs¡±, dice Tarek al Ahmad, quien milita en el Partido Social Nacional. Se niega a negociar con quienes empleen armas. Es pragm¨¢tico: ¡°El r¨¦gimen tiene a mucha gente de su parte. Eso ya lo sab¨ªamos nosotros. No puede multiplicarse por cero. No va a caer. Claro que queremos cambio. Pero no a la fuerza¡±.
Incluso alguien como Fateh Janos, que pas¨® 19 a?os en prisi¨®n por su militancia comunista, dice que los rebeldes armados no le representan. Es cr¨ªtico con el presidente, pero admite que hizo ¡°algunas cosas positivas, como anunciar que estaba listo a dialogar con la oposici¨®n¡±. ¡°Pero en la pr¨¢ctica¡±, se queja, ¡°el sistema no ha hecho un esfuerzo real. Bachar dio el primer paso, pero no sigui¨® caminando¡±. En la opini¨®n de muchos de estos activistas el r¨¦gimen es heterog¨¦neo, con un ala reformista liderada por el presidente y otra, arraigada en el Ej¨¦rcito, partidaria de un mayor uso de la fuerza contra la revuelta.
Tanto El Asad como su padre, Hafez, fallecido en 2000, mantuvieron la cohesi¨®n y el orden de una amalgama de grupos diversos, una heterog¨¦nea mayor¨ªa musulmana y lo que hasta antes de la guerra era un 10% cristiano. Pero el conflicto sirio tampoco es el de una mayor¨ªa isl¨¢mica sun¨ª contra todos los dem¨¢s. Muchos sun¨ªes apoyan a El Asad, y anhelan aquellos tiempos en que los alimentos no escaseaban y las calles eran seguras.
Esa es otra baza para El Asad. El partido ¨¢rabe socialista Baaz tom¨® las riendas del pa¨ªs en 1966. Se comprometi¨® a respetar todas las religiones pero no se dej¨® dominar por ninguna. Hafez ascendi¨® al poder en 1970. Con los a?os instaur¨® un sistema autoritario, donde al ciudadano se le garantizaban servicios esenciales como educaci¨®n o sanidad gratuitas. Democracia no hab¨ªa. Pero una vida digna no era dif¨ªcil de alcanzar. Bachar hered¨® ese sistema cuando su padre falleci¨® en 2000. En principio, trajo grandes esperanzas, en lo que se llam¨® la primavera de Damasco.
¡°La democracia no es una pastilla que se compre en la farmacia. Es un modelo, con instrumentos como elecciones, libertad de expresi¨®n o derechos femeninos. Y sobre todo coexistencia¡±, opina Bassam Abu Abdala, destacado miembro del partido Baaz. A?ade que ¡°Bachar no es dios. Es un presidente, que un d¨ªa dejar¨¢ su puesto. No est¨¢ en juego la supervivencia de Bachar, sino de un sistema estable durante d¨¦cadas¡±. Para ¨¦l, la guerra de EE UU en Irak, en 2003, le impidi¨® al r¨¦gimen hacer reformas, por la inestabilidad regional que cre¨®.
Para mantenerse en pie, el r¨¦gimen ha cometido excesos. El Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas le acusa de cr¨ªmenes de guerra. Y el uso de armas qu¨ªmicas casi llega a propiciar el ataque de EE UU. El r¨¦gimen ha aceptado renunciar a su armamento qu¨ªmico, aunque niega tajantemente haberlo empleado. Y tal vez el haber aceptado esas condiciones de Washington, su eterno enemigo, da muestra, m¨¢s que cualquier otro gesto, de hasta d¨®nde est¨¢ dispuesto a llegar El Asad para mantener unido lo que dos a?os y medio de guerra no se han llevado por delante.
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