Libia, el caos tras la guerra
Dos a?os despu¨¦s de la muerte de Gadafi es dif¨ªcil asegurar qui¨¦n manda en el pa¨ªs Sin polic¨ªa ni Ej¨¦rcito, el pa¨ªs petrolera intenta organizarse entre la violencia y la amenaza yihadista EL PA?S recorre cuatro puntos neur¨¢lgicos, donde la poblaci¨®n se debate entre el miedo, el hartazgo y la esperanza
Tr¨ªpoli, la capital? inquieta
¡°Libia no es un Estado, no es un presidente, no es un gobierno. Libia son milicias que toman decisiones por su cuenta. ?Pero si el primer ministro apenas puede protegerse a s¨ª mismo!¡±. Resonaban a¨²n estas palabras del periodista Sami Zaptia el jueves en la redacci¨®n del diario Libya Herald, cuando el mentado primer ministro, Ali Zeidan, era secuestrado en su cama del lujoso hotel Corinthia, en Tr¨ªpoli, por un comando armado. Horas despu¨¦s, otro comando lo rescataba. No se sabe si los milicianos quer¨ªan obligarlo a renunciar, como parte de las vendettas pol¨ªticas dentro del Gobierno. O bien si pretend¨ªan canjearlo por el terrorista de Al Qaeda Abu Anas al Libi, capturado hace una semana en la capital libia en una operaci¨®n dirigida por Estados Unidos. No se sabe y quiz¨¢s nunca se sepa.
Como nunca se sabr¨¢ qui¨¦n est¨¢ detr¨¢s de los atentados, asesinatos y otros acontecimientos pavorosos o extraordinarios que sacuden esta potencia petrolera desde el derrocamiento, en 2011, de Muamar el Gadafi. Bienvenidos a la nueva Libia. Un caos, s¨ª. Pero un caos organizado. Tal vez eso de funcionar sin gobierno sea otra herencia de la exmetr¨®poli italiana, con la pizza y el buen caf¨¦.
El bullicio reina en Tr¨ªpoli. La capital ha recuperado el pulso perdido durante los ocho meses de guerra, entre febrero y octubre de 2011, que puso fin a 42 a?os de dictadura. Brotan cafeter¨ªas con nombres como Versalles, Veranda, Roma o Morganti. La casa BMW estrena un lujoso concesionario. Pronovias abre en Gargaresh, la zona chic. En la c¨¦ntrica calle Omar Mojtar, los viejos comercios de ropa sacan a los soportales maniqu¨ªes masculinos con vaqueros de esos que dejan medio culo fuera. Y el zoco es de nuevo un traj¨ªn de brillantes telas de India, joyas de oro y divisas del mercado negro.
La nueva Libia son tambi¨¦n las colegialas correteando, los cruasanes con miel, las emisoras de rock y rap que se han abierto paso
La ciudad es un atasco permanente. ?D¨®nde van todos a las once de la ma?ana? Otro de los misterios libios. ¡°Aqu¨ª la gente no trabaja¡±, sostiene Ahmed, farmac¨¦utico. El desempleo llega al 33% pero el trabajo lo hacen los inmigrantes: tunecinos y marroqu¨ªes est¨¢n en hosteler¨ªa y servicios, egipcios en agricultura y pesca, subsaharianos y banglades¨ªes en la construcci¨®n. La mitad de los adultos libios son funcionarios. Y el resto se dedica al comercio o a los negocios familiares. El caso es que hay dinero. Mucho circulante. Nadie se f¨ªa de los bancos, no hay tarjetas de cr¨¦dito y todo se paga en efectivo.
Esto tambi¨¦n es la nueva Libia. Y las ni?as que a mediod¨ªa salen de clase correteando con sus uniformes azules o negros, cubiertas con un hiyab blanco. Los gais que se re¨²nen por la noche bajo los puentes de la autopista, cerca de la plaza de los M¨¢rtires. Los cruasanes untados con mantequilla y miel y rebozados en frutos secos. Las emisoras de rock y rap que se han abierto paso en los ¨²ltimos meses. O las nuevas publicaciones que llenan los quioscos.
¡°Hay un apetito insaciable por saber, por aprender idiomas, algo que Gadafi prohibi¨® en su d¨ªa¡±, comenta Sami Zaptia, codirector del Libya Herald, un meritorio diario digital en ingl¨¦s hecho con pasi¨®n por diez j¨®venes que aprenden el oficio sobre la marcha, y que cuenta ya con un mill¨®n de visitas. ¡°Libia no es Irak, no es Afganist¨¢n, no es Siria. Hay muchos retos y problemas, porque ha sido un proceso muy traum¨¢tico. La democracia es una cultura, y la mayor¨ªa de los libios no han conocido otra cosa que Gadafi. La dictadura es horrible, pero ofrece orden y estabilidad. Ahora estamos confundidos, y tenemos derecho a estarlo¡±.
Del dictador solo quedan las caricaturas que llenan las paredes de la ciudad. Y los cascotes de su gigantesco cuartel general en Bab al Azizia, bombardeado por la OTAN. Y un legado de destrucci¨®n que tardar¨¢ mucho tiempo en superarse.
A la confusi¨®n de la que habla Zaptia contribuyen en buena medida las autoridades. El Congreso General de la Naci¨®n, elegido en las urnas en julio del a?o pasado, no termina de conformar la comisi¨®n encargada de redactar la nueva Constituci¨®n. Los bloqueos entre los Hermanos Musulmanes y los liberales son constantes. ¡°Bueno, pero ayer acordaron prohibir la pornograf¨ªa en Internet que, como todo el mundo sabe, es el problema n¨²mero uno de Libia¡±, ironiza Ali, profesor de ingl¨¦s. ¡°Estamos en un limbo peligroso. En pol¨ªtica, si no avanzas, retrocedes¡±. A la entrada del Congreso llegan cada d¨ªa cientos de personas que no saben a qui¨¦n acudir para resolver sus problemas. Como Muna, que aborda llorosa a todo el que sale o entra con aires de autoridad para que le ayuden a encontrar a su hijo, secuestrado hace tres d¨ªas. ¡°Hicimos la revoluci¨®n porque quer¨ªamos un pa¨ªs moderno. Pero los que hay ahora hacen lo mismo que Gadafi. Son unos ladrones¡±, comenta un hombre. ¡°El presupuesto del Gobierno libio es mayor que el de Egipto. Ellos son 85 millones, y nosotros s¨®lo 6. ?Qu¨¦ est¨¢n haciendo?¡±.
El Congreso General, elegido en julio de 2012, no ha formado a¨²n la comisi¨®n para redactar la nueva Constituci¨®n
El Gobierno provisional de Ali Zeidan, un liberal bienintencionado pero sin margen de maniobra, se ve sobrepasado por la magnitud de los desaf¨ªos. Todo est¨¢ por hacer. Y todo es todo. Gadafi dej¨® un pa¨ªs sin instituciones y corro¨ªdo por la corrupci¨®n. En contra de lo que pretend¨ªa hacer creer la propaganda, Libia tiene carencias infinitas en educaci¨®n, salud, vivienda, infraestructuras, telecomunicaciones¡ El problema m¨¢s grave, sin embargo, es la seguridad, en manos de centenares de milicias formadas por civiles para combatir contra las tropas de Gadafi, y hoy armadas hasta los dientes. El Gobierno pretende sumarlos a las nuevas fuerzas de seguridad. Para ello ha creado dos cuerpos intermedios: el llamado Escudo Libio, que agrupa a milicias que luego se incorporar¨¢n al Ej¨¦rcito, y el llamado Comit¨¦ Supremo de Seguridad, cuyos miembros acabar¨¢n en la polic¨ªa. Pero muchas brigadas (qatibas) siguen funcionando por su cuenta. No acaban de confiar en las autoridades. Ni las autoridades acaban de confiar en ellos. El poder ahora emana del kal¨¢shnikov.
Y de ese poder da idea la situaci¨®n de Saif al Islam, hijo y heredero de Gadafi, detenido en Zintan por una milicia que se niega a entregarlo al Gobierno. Son tambi¨¦n las qatibas las que controlan las c¨¢rceles, donde, seg¨²n las organizaciones humanitarias, impera la tortura. ¡°La polic¨ªa no funciona. Somos nosotros los que perseguimos el crimen, robo de coches, tr¨¢fico de drogas, venta de alcohol¡ y tambi¨¦n detenemos gadafistas¡±, explica Murad Hamza, que a sus 30 a?os comanda la qatiba Suq al Yumaa, una de las m¨¢s poderosas de Tr¨ªpoli. Casi la mitad de sus 500 hombres han regresado a la vida civil. El resto espera integrarse en la unidad de inteligencia de la polic¨ªa. ¡°Nos llevamos bien con otras qatibas. Las islamistas son las que m¨¢s lucharon contra Gadafi, pero nunca toleraremos que se impongan. Si quieren ir a Siria a combatir, que Al¨¢ les acompa?e¡±. Hamza estudi¨® econom¨ªa, pero se le ve a gusto con el uniforme negro y la pistola al cinto. Abre una enorme caja fuerte para mostrar algunas de las incautaciones: drogas sint¨¦ticas, documentos, armas blancas. Rebusca y rebusca y brama a su subalterno: ¡°??Qui¨¦n se ha llevado la botella de whisky!?¡±.
Gadam¨¦s, el oasis olvidado
A 600 kil¨®metros al suroeste del estr¨¦pito, la conducci¨®n enloquecida y la agresividad de Tr¨ªpoli, Gadam¨¦s languidece en medio del silencio. Este oasis bereber, pegado a las fronteras de T¨²nez y Argelia, fue uno de los centros m¨¢s importantes en la ruta de las caravanas que cruzaban el S¨¢hara ya desde la ¨¦poca romana.
Ning¨²n turista recorre el maravilloso casco antiguo, un entramado de laberintos de adobe, patrimonio de la Humanidad de la Unesco. El polvo cubre los estantes de las pocas tiendas de artesan¨ªa de cuero que siguen abiertas. Varios restaurantes y dos de los tres hoteles han echado el cierre. La revoluci¨®n ha golpeado a esta poblaci¨®n cuidada por Gadafi. No en vano, el dictador construy¨® en 1973 una nueva ciudad para realojar a los 10.000 vecinos, que viv¨ªan ciertamente en condiciones insalubres. Durante la guerra, el oasis estuvo sitiado por las fuerzas rebeldes, y cay¨® al final, despu¨¦s de Tr¨ªpoli. Pero nadie habla de pol¨ªtica. ¡°Gadafi nos benefici¨®, pero no nos gustaba su ideolog¨ªa¡±, se limita a comentar Tahir, profesor y gu¨ªa tur¨ªstico inactivo desde hace dos a?os.
Quienes s¨ª trabajan son los subsaharianos, en la reconstrucci¨®n del casco antiguo, donde viven casi recluidos. Son de Mal¨ª, Chad o N¨ªger, y Gadam¨¦s es para ellos una escala en su camino a Europa. Cruzan a pie por el desierto, a trav¨¦s de fronteras inabarcables, dominadas por los traficantes de armas, inmigrantes y drogas. Justamente desde Libia cruz¨® el comando de Al Qaeda que asalt¨® en suelo argelino la planta de gas de In Amenas el pasado enero.
Acodado en la valla del viejo cementerio, Mohamed sue?a con un pr¨®spero futuro para su Gadam¨¦s natal, adonde regresa de vacaciones. Sali¨® para estudiar ingenier¨ªa aeron¨¢utica en Canad¨¢ y, como buena parte de los estudiantes becados, no quiso volver al manicomio de Gadafi. ¡°Gadam¨¦s tiene unas magn¨ªficas condiciones para la navegaci¨®n a¨¦rea. Por eso y por su ubicaci¨®n, podr¨ªamos convertirnos en un centro neur¨¢lgico en las comunicaciones para ?frica¡±. Es una idea casi po¨¦tica: ser¨ªa recuperar en el siglo XXI el papel que tuvo en el comercio africano desde tiempos inmemoriales.
Bengasi, reh¨¦n del des¨¢nimo
?¡°Bienvenidos a la cuna de la revoluci¨®n¡±. Un cartel en el aeropuerto de la capital de la regi¨®n oriental de Cirenaica recuerda el protagonismo de la segunda ciudad de Libia en la revoluci¨®n. Pero los bengas¨ªes enfr¨ªan la acogida. ¡°Est¨¢ todo mal¡±, dice el empresario Fahmi Igwian, mientras su viejo Mercedes surca calles y barrios rebosantes de basura.
Esa misma ma?ana de principios de octubre, un coronel de aviaci¨®n ha sido tiroteado en una emboscada. Llevaba a su hijo al colegio. El cr¨ªo, de ocho a?os, ha muerto tambi¨¦n al estrellarse el coche. Ya van m¨¢s de 60 oficiales asesinados en las ¨²ltimas semanas. A tiros, o con bombas lapa. ¡°Muchos no ten¨ªan nada que ver con la represi¨®n. Uno de los ¨²ltimos era artificiero¡±, prosigue Fahmi. ¡°Yo a las ocho de la noche me encierro en casa. Limito mis salidas y resuelvo gestiones por tel¨¦fono. Tengo miedo¡±.
?Y qui¨¦nes matan a los militares? Otro apartado para anotar en la lista de los grandes misterios de Libia. ?Y qui¨¦n puso la bomba en el edificio de los Tribunales en septiembre? ?Y la que destruy¨®, ese mismo mes, las dependencias que tiene en Bengasi el Ministerio de Exteriores? ?Y qui¨¦n mat¨® al embajador estadounidense, Chris Stevens, en septiembre del a?o pasado? Oficialmente no hay respuesta. En privado, y siempre pidiendo anonimato, expertos y, sobre todo, jefes milicianos ¡ªincluso algunos salafistas que se desmarcan de la violencia¡ª se?alan a las c¨¦lulas yihadistas que se han establecido en las Monta?as Verdes, cerca de Darna, al este de Bengasi. Argelinos y tunecinos se han unido a los extremistas locales. ¡°Lo m¨¢s importante que tenemos que hacer es protegernos de ellos. Pero el Estado no hace nada. Y eso aumenta la sensaci¨®n de abandono de Bengasi¡±.
¡°Ya van m¨¢s de 60 oficiales asesinados en las ¨²ltimas semanas. Tengo medio¡±, confiesa un empresario bengas¨ª
Para Yalal al Arasi, la inacci¨®n del Gobierno tiene otra explicaci¨®n. ¡°No les meten mano porque les interesa que haya inestabilidad en nuestra regi¨®n¡±. Yalal combati¨® en una milicia de Bengasi y ahora apoya al movimiento federalista que emerge en el este. La vieja rivalidad que ha existido siempre con Tr¨ªpoli, alentada por Gadafi, ha revivido tras el triunfo de la revoluci¨®n. ¡°No queremos la independencia, sino un sistema federal, como Alemania, o Estados Unidos. A nuestra regi¨®n solo le dieron 60 esca?os en el nuevo Congreso, frente a los 100 de Tripolitania. Tr¨ªpoli tiene todo: ministerios, embajadas, empresas. Reparte el dinero como quiere. Y de aqu¨ª, de la Cirenaica, sale el 75% del crudo que se exporta¡±.
En los ¨²ltimos meses, los federalistas han bloqueado el acceso del petr¨®leo a los puertos y refiner¨ªas. Ellos y otros sectores con distintos agravios. La producci¨®n de crudo, que en 2012 recuper¨® el ritmo previo a la guerra, de 1,6 millones de barriles diarios, se lleg¨® a desplomar en un 90%. Ahora las autoridades dicen haber aumentado a 700.000 barriles. El da?o econ¨®mico para un Estado que no cobra impuestos y que tiene en el petr¨®leo la mitad de su PIB y casi el 100% de las exportaciones, es enorme.
Salvo el petr¨®leo, Libia no produce nada. Importa el 80% de los alimentos que consume, y el 60% de la gasolina, que se vende a precios subvencionados y cuesta menos que el agua: 9 c¨¦ntimos de euro por litro. Por eso los libios no se bajan del coche. El FMI ha recomendado a Libia que diversifique su econom¨ªa: que desarrolle su capacidad de refino, el sector petroqu¨ªmico y el tejido industrial. Pero la burocracia, la carencia de un sistema bancario eficaz y algunas leyes en tr¨¢mite, como la que impone la banca isl¨¢mica (que proh¨ªbe, por ejemplo, los intereses) u otra que limita la inversi¨®n extranjera, siembran el desconcierto.
¡°Yo pronostico una segunda revoluci¨®n. Estamos hartos de este sistema sin control¡±, comenta un periodista
¡°Yo pronostico una segunda revoluci¨®n. La gente est¨¢ enfadada: los j¨®venes, los pobres... Todos estamos hartos de este sistema sin control¡±. Zuair al Barassi, un activo periodista y presentador de radio, no oculta su desencanto y deplora el avance islamista. ¡°Ayer atacaron la universidad en Darna. En el este y en el sur tienen bases y poder. Aqu¨ª no les queremos¡±. Es cierto. En septiembre, tras el asesinato del embajador Stevens, la gente de Bengasi ech¨® a la brigada de Ansar el Shar¨ªa y les quem¨® la sede. Pero est¨¢n volviendo, aprovechando del vac¨ªo de poder.
¡°De momento solo tenemos a las fuerzas especiales del Ministerio de Defensa¡±. Zuair fuma el en¨¦simo cigarrillo mientras relata una nueva amenaza de muerte que ha recibido. ¡°Siento decirlo, pero no soporto m¨¢s esta ciudad. Me quiero ir. Quiero que mi hijo tenga una vida normal¡±.
Misrata, la ciudad Estado
Ya no retumban los misiles Grad con los que los gadafistas martillearon Misrata durante cuatro meses. Ahora, esos estallidos sordos que suenan cada noche son los petardos y los fuegos artificiales que acompa?an a las bodas. Ya van 400 en un mes. Si en Tr¨ªpoli o Bengasi hay brotes de impaciencia o desconsuelo, en Misrata reina la felicidad. ¡°Por fin estamos viviendo en paz¡±, exclama Yumaa, comerciante, como todo el mundo en esa poblaci¨®n laboriosa y rebelde. La llamada Ciudad M¨¢rtir, que resisti¨® heroicamente un asedio brutal, perdi¨® a mil de sus j¨®venes y fue parcialmente destruida, se ha convertido en una ciudad Estado, vibrante y orgullosa.
Las cicatrices son visibles. La fantasmag¨®rica Torre de Seguros, guarida de los francotiradores, preside agujereada Midan Al Nasr. All¨ª estuvo en su d¨ªa el bello barrio hist¨®rico italiano, destruido por Gadafi. En su lugar hizo aquella plaza horrenda y coloc¨® un enorme reloj que nunca nadie se molest¨® en poner en hora.
Muchos edificios de la calle Tr¨ªpoli siguen calcinados. Pero en sus bajos han abierto rutilantes tiendas de muebles, art¨ªculos deportivos o ropa. Si los libios son comerciantes natos, los misrat¨ªes superan a sus compatriotas en esp¨ªritu emprendedor. El aeropuerto, destruido durante la guerra, tiene ahora vuelos internacionales a Turqu¨ªa, Jordania, Marruecos y T¨²nez. El puerto es el m¨¢s importante de Libia, tal vez porque es el ¨²nico que se salta la ley gadafista, a¨²n en vigor, que les obliga a funcionar solo ocho horas.
Comercios rutilantes
han abierto en los bajos de los edificios calcinados de la calle Tr¨ªpoli
Misrata es el laboratorio perfecto para estudiar las redes de comercio sur-sur. Yumaa importa zapatos de China, y textiles de Turqu¨ªa, que luego vende al por mayor a comerciantes del resto de ?frica. Y Misrata es tambi¨¦n el lugar m¨¢s seguro de Libia. 230 milicias se turnan en las tareas de vigilancia. Por la carretera de Tr¨ªpoli, un arco, justo donde estuvo el frente de Dawiniya, marca la entrada a esta especie de rep¨²blica independiente, que cuenta con su propio sistema de aduanas. Por tierra, mar y aire revisan los documentos y los pasaportes. A veces con celo excesivo. ¡°Es un problema para el comercio, que ha sufrido un 60% de ca¨ªda. Muchos de mis clientes, de Sud¨¢n y otros lugares de ?frica, ya no vienen por temor a los controles. Ahora van a Dub¨¢i¡±, explica Yumaa. ¡°Pero yo lo doy por bueno. La seguridad es lo primero¡±.
¡°Nos sabemos organizar, eso es todo¡±, comenta Mohamed Salabi, a quien una bala alojada en la espalda obliga a caminar con bast¨®n. ¡°En Bengasi solo saben llorar, mucho bla bla, pero no hacen nada¡±. ¡°El problema¡±, a?ade, ¡°es que Gadafi era nuestro factor unificador. Ahora no hay Gadafi y buscamos algo contra lo que oponernos. J¨®venes y viejos tenemos diferentes aspiraciones. Y laicos e islamistas. Y libios del exilio, occidentalizados y mejor formados, y los que se quedaron... Tenemos que buscar nuestra propia identidad. Y eso nos llevar¨¢ tiempo¡±.
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