En el ascensor con Manolo
Desde que empec¨¦, me tropiezo con Manolo. ?l tan callado, o mejor, circunspecto, educado, silencioso. Me lo encontr¨¦ por primera vez en el ascensor. Y solo verle ya empec¨¦ a aprender y sacar partido de su presencia, su silencio, su mirada ir¨®nica, de alguien a quien se le est¨¢ escapando siempre una sonrisa.
Aprend¨ª de su escritura sobre todo: yo era por aquel entonces su corrector de pruebas, y todav¨ªa me devano los sesos pensando qu¨¦ pod¨ªa corregir aquel mocoso de los magn¨ªficos art¨ªculos de quien era ya un maestro, clandestino casi, pero maestro reconocido. Me cuesta datar el momento, pero debi¨® ser hacia 1970, en la revista CAU, una espl¨¦ndida e incluso lujosa publicaci¨®n del colegio de Aparejadores de Barcelona en la que escrib¨ªa la entera gauche divine.
Todo esto me hace meditar: ya lo entiendo, ¨¦ramos vecinos, barceloneses ambos, y por eso ¨ªbamos tropez¨¢ndonos, como les sucede a los vecinos cuando bajan a buscar el peri¨®dico, a sacar el perro o a llevar el ni?o al cole. No vecinos de escalera: Manolo viv¨ªa en Vallvidrera, en el precioso barrio que hay al lado del Tibidabo, y yo viv¨ªa m¨¢s abajo no lejos del campo del Bar?a, uno de los lugares de la teor¨ªa y tambi¨¦n de la mitolog¨ªa montalbaniana. ?C¨®mo no ¨ªbamos a encontrarnos?
Manolo era un tipo expeditivo. Escrib¨ªa con la rapidez y la precisi¨®n con que desenfudaba Billy el Ni?o. En las llamadas telef¨®nicas, en las reuniones, en los encuentros, en sus clases incluso. Hac¨ªa muy santamente. Ten¨ªa el tiempo tasado para sus cosas, para viajar, para preparar una conferencia, para cocinar y escribir, cosas que sab¨ªa hacer a la vez, y no se andaba con ni?er¨ªas. Todos tenemos el tiempo tasado, aunque no todos actuemos en consecuencia.
Tropiezo ahora de nuevo con Manolo, cuya voz me llega de las ant¨ªpodas, m¨¢s cerca del maldito aeropuerto donde cay¨® fulminado que de la ciudad donde empezamos los dos, con una d¨¦cada de desfase, en este oficio de contar hechos, reales en mi caso, y reales y ficticios en el suyo. Entonces sub¨ªamos en el ascensor los dos, ahora imagino que ya bajamos, al menos yo. La verdad es que Manolo no termina de bajar del todo y sigue arriba, como bien ver¨¢ el lector de este libro.
La inercia de los grandes se nota en este oficio. Se fue pero est¨¢ aqu¨ª todav¨ªa: ah¨ª est¨¢ publicada no hace mucho una amplia selecci¨®n de su ingente obra period¨ªstica en tres vol¨²menes, ah¨ª est¨¢n su rastro y su magisterio vivos todav¨ªa, incluso en las peri¨®dicas resurgencias de los odios caninos que suscita entre unos pocos resentidos que no pueden olvidarle, y ahora salen de nuevo estas entrevistas antiguas pero con su voz tan fresca, tan reciente a pesar de que han pasado alrededor de dos d¨¦cadas, de la mano del amigo Jos¨¦ Colmeiro, autor de un cap¨ªtulo inicial espl¨¦ndido, que sirve para explicar a Manolo entero a quien no lo haya conocido e incluso a quien no lo haya le¨ªdo y ser¨¢, sin duda, una excelente introducci¨®n a su lectura con motivo del d¨¦cimo aniversario de su partida.
Ahora mismo me gustar¨ªa saber qu¨¦ pensar¨ªa y escribir¨ªa Manolo de los nuevos movimientos sociales que inquietan a los gobiernos de todo el mundo, de la fiebre independentista en Catalu?a y sobre todo de la decepci¨®n c¨®smica que ha producido Barack Obama, con sus drones asesinos y su espionaje universal. Tambi¨¦n de nuestras cosas, que cada vez son menos nuestras, como el calvario period¨ªstico de prejubilaciones, despidos y eres que estamos sufriendo. De la salvaci¨®n financiera de la banca. De su poder renovado sobre los medios de comunicaci¨®n.
Colmeiro lo sabe todo de Manolo. Yo solo s¨¦ algunas pocas cosas aprendidas de la convivencia en las redacciones y los fregados pol¨ªticos y culturales durante m¨¢s de 30 a?os. No he conocido a nadie, ni de este oficio ni de ning¨²n otro, m¨¢s trabajador ni m¨¢s pundonoroso. Su productividad, palabra casi prohibida en la cultura progresista, era insuperable. Su precisi¨®n, su exactitud. Cumpl¨ªa los plazos y clavaba la extensi¨®n de los art¨ªculos como nadie. Le¨ªa todo lo que hab¨ªa que leer, peri¨®dicos, novelas, ensayos filos¨®ficos o comics. Un periodista insuperable.
Intuyo dientes largos de envidia. Los hizo crecer y mucho. Estuvo arriba del todo en el oficio y durante tanto tiempo. Los hace crecer todav¨ªa. Algunos se lo encuentran en el ascensor de sus pesadillas, all¨ª donde rumian sus fracasos y sus frustraciones. Yo sigo aprendiendo de Manolo, mi admirable vecino. De este libro, sin ir m¨¢s lejos, para m¨ª como un encuentro m¨¢s en el ascensor de nuestro vecindario barcelon¨¦s.
Ante tanto tropiezo y coincidencia opt¨¦ incluso por pedirle prestada la r¨²brica de sus art¨ªculos en el Tele/eXpres, de cuando yo era becario y Manolo un columnista de prestigio. Su columna de comentarios de pol¨ªtica internacional e incidentalmente de temas culturales se llamaba Del alfiler al elefante, una imagen perfecta del cuerno de la abundancia period¨ªstica que era Manolo con su capacidad para fabricar todo tipo de historias y de anticipar incluso la idea de la globalizaci¨®n. As¨ª se llama el blog que publico desde 2005 en El Pa¨ªs Digital, en homenaje a quien finalmente podr¨ªa decir que fue mi maestro.
?Una met¨¢fora? No se?or. Manolo fue un periodista orquesta. En un pa¨ªs m¨¢s generoso habr¨ªa llegado a dirigir el mayor diario de su ciudad y parte del extranjero. Y encima tambi¨¦n fue mi profesor en la escuela de periodismo. De vez en cuando, leo de nuevo Informe sobre la informaci¨®n, el primer ensayo sobre los medios de comunicaci¨®n en Espa?a. Sirve todav¨ªa. Todo lo que releo suyo me sirve todav¨ªa. Y m¨¢s si se trata de piezas escondidas que alguien con sabidur¨ªa y criterio sabe devolver a los lectores.
(Este texto es el pr¨®logo de El ruido y la furia. Conversaciones con Manuel V¨¢zquez Montalb¨¢n, desde el planeta de los simios, de Jos¨¦ Colmeiro, Iberoamericana Editorial Vervuert, 2013).
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