?Sabes con qui¨¦n hablas?
No traigo verdades en los bolsillos, sino m¨¢s dudas. No ofrezco certezas, sino preguntas
Estimado lector, ya que nos vamos a encontrar en este espacio con alguna frecuencia, perm¨ªtame antes de todo presentarme: me llamo Luiz Ruffato. Luiz es un nombre ordinario en toda la Pen¨ªnsula Ib¨¦rica, y, por consecuencia, tambi¨¦n en la Am¨¦rica dicha Latina. Ruffato, sin embargo, es un apellido raro en Italia, de donde proviene, y no muy com¨²n en las zonas de colonizaci¨®n del sur y sureste de Brasil ¨C una vez que otra, debido a las facilidades de las redes sociales, presuntos parientes me buscan, que firman Ruffato, Rufato, Rufatto, Ruffatto... A pesar de las diferentes graf¨ªas, todos posiblemente oriundos del mismo tronco anclado en la regi¨®n del V¨¦neto¡
De profesi¨®n, hace diez a?os soy escritor. Pero antes hice de todo un poco. Labradores sin tierra, mis padres, Sebasti?o y Geni, tras sus bodas se trasladaron hacia Cataguases, ciudad donde nac¨ª, en el interior de Minas Gerais, ya que intu¨ªan que solo la escuela podr¨ªa salvar a sus hijos de la privaci¨®n material. En aquel tiempo, a?os cincuenta, Cataguases era un polo importante, con una industria textil consolidada y fuerte vocaci¨®n cultural. Analfabeta, mi madre lavaba hasta doce fardos de ropa por semana ¨C y a¨²n hoy siento el olor a lej¨ªa que exhalaba de sus manos azuladas por la piedra de a?il. Semianalfabeto, mi padre trataba de adaptarse a la rutina del reloj de fichar y de los jefes arrogantes, cosa que jam¨¢s logr¨®, y pronto adquiri¨® un carrito de palomitas, de color verde musgo, ?c¨®mo olvidarlo?, con lo cual durante una buena parte de su vida ayud¨® a mantener a su familia.
Desde temprano, comenc¨¦ a trabajar para ayudar en el presupuesto dom¨¦stico. Al principio, vend¨ªa aguardiente, golosinas y tabaco detr¨¢s de una barra que quedaba a la altura de mis ojos ¨C yo me pon¨ªa de pie sobre una caja de madera para atender a la clientela, constituida por prostitutas y proxenetas, puesto que la zona del meretricio quedaba cerca, y de obreros que viv¨ªan en un conventillo del cual aquella taberna era una suerte de puesto avanzado. Un poco m¨¢s tarde, me esforzaba para agradar a la clientela, b¨¢sicamente femenina, interesada en las menudencias ¨C botones, cremalleras, agujas, remates de costura, cintas de gorgor¨¢n, corchetes, ojales, lentejuelas ¨C en una cinter¨ªa del centro de la ciudad.
A los quince a?os, ingres¨¦ en una f¨¢brica de algod¨®n hidr¨®filo. Por la noche, estudiaba en colegios donde divid¨ªa mi cansancio con compa?eros mayores, que anhelaban cambiar el calor asfixiante de las tejedur¨ªas por el aburrimiento de una oficina de contabilidad¡ A los diecisiete, fabricaba piezas de acero y hierro fundido en el torno mec¨¢nico de un taller en Juiz de Fora, adonde me traslad¨¦ en b¨²squeda de alguna cosa que no sab¨ªa lo que era, la felicidad, quiz¨¢s. All¨¢, me licenci¨¦ en periodismo, ensanch¨¦ mi gusto por los libros y tuve contacto con personas que ejerc¨ªan la literatura y discut¨ªan pol¨ªtica, so?ando con una sociedad m¨¢s justa.
Los ochenta, la llamada ¡°d¨¦cada perdida¡±, me sorprendieron como aprendiz ¨C reportero, redactor, editor ¨C en humildes diarios del interior. Las mejores tardes y noches las pasaba en interminables discusiones sobre todo: yo intentaba llenar los huecos de mi ignorancia, pensando comprender as¨ª mejor un universo en todo distinto de aquel del cual era originario. Y en esto hab¨ªa cierta urgencia, pues me parec¨ªa que el mundo se despedazaba¡ En el comienzo de los a?os noventa, desilusionado, cre¨ª que no pose¨ªa talentos para el periodismo. Abandon¨¦ la profesi¨®n, pas¨¦ a ser? gerente de una cafeter¨ªa, fracas¨¦, vend¨ª libros de puerta en puerta¡ Hasta que finalmente me traslad¨¦ a S?o Paulo y reanud¨¦ mi carrera, ahora en un gran peri¨®dico nacional. Tras 13 a?os en los cuales salt¨¦ todos los pelda?os dentro de una redacci¨®n ¨C reportero, redactor, subeditor, editor, redactor jefe ¨C me convenc¨ª¡ de que lo m¨ªo era la literatura¡ Entonces, desde el 2001, vengo intentando recrear, a partir de los harapos de la memoria, historias de gente sin nombre y sin rostro, con la ilusi¨®n de que en alg¨²n lugar alguien se acordar¨¢ de nuestro paso por la Tierra¡
Si expongo el recurrido es porque no quiero olvidar de donde part¨ª. A lo largo de la trayectoria, me di cuenta de que cuanto m¨¢s aprendo menos s¨¦. Por eso, no traigo verdades en mis bolsillos, sino m¨¢s dudas. No ofrezco certezas, sino preguntas. No espero respuestas, sino reflexiones. Y s¨ª sigo so?ando con una sociedad m¨¢s justa¡
Ahora ya sabes con quien est¨¢s hablando. ?Mucho gusto!
Luiz Ruffato es escritor y periodista.
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