Secundarios en momentos para la historia
Cuatro sudafricanos recuerdan c¨®mo vivieron junto a Mandela en primera fila actos que moldearon su pa¨ªs
¡°Todos desempe?amos nuestro papel, desde las que perdieron a los maridos y los hijos hasta los que murieron o resultaron heridos en la lucha. Hubo muchos Mandelas en nuestra historia¡±. Mientras habla del hombre al que se atribuye el m¨¦rito de haber liberado a Sud¨¢frica del r¨¦gimen racista del apartheid, la alta figura de Thulani Mabaso sobresale sobre los acantilados grises y golpeados por el mar de la isla de Robben, la famosa prisi¨®n convertida en museo frente a las costas de Ciudad del Cabo. Al fondo se ven con claridad las hermosas casas blancas de la ciudad, a solo unos kil¨®metros.
En 1981, Mabaso fue condenado a 18 a?os de c¨¢rcel por colocar una bomba-lapa que caus¨® heridas leves a 57 personas en el edificio de las Fuerzas de Defensa en Johanesburgo. Este fornido hombre que ahora tiene 50 a?os era miembro entonces de Umkhonto we Sizwe, el brazo armado del Congreso Nacional Africano (ANC en sus siglas en ingl¨¦s), la principal organizaci¨®n pol¨ªtica de oposici¨®n al Gobierno del apartheid entre 1948 y 1994, y que Nelson Mandela dirigir¨ªa en los a?os noventa. ¡°Podr¨ªa haber matado a mucha gente si hubiera querido. Pero nuestro objetivo era llamar la atenci¨®n¡±, dice Mabaso al recordar el atentado, por el que pas¨® siete a?os en la isla de Robben al lado de Mandela.
Mabaso fue uno de los ¨²ltimos presos excarcelados en 1991, tras el final de las leyes del apartheid: despu¨¦s de llegar al puerto de Ciudad del Cabo en los primeros d¨ªas de julio, le subieron a un avi¨®n y le llevaron hasta la ciudad de Durban, a unos 1.600 kil¨®metros de distancia, donde el ANC, que acababa de ser legalizado, iba a celebrar su primer congreso nacional en 32 a?os. ¡°Nelson Mandela quer¨ªa que estuviera all¨ª¡±, dice con orgullo. ¡°Me salud¨® con afecto y me present¨® a toda la direcci¨®n del partido. Fue un gran momento¡±.
Originario de la regi¨®n de Kwazulu-Natal, Mabaso tiene a¨²n vivos recuerdos del motivo que le empuj¨® a unirse a la lucha armada. Cuando ten¨ªa ocho a?os, su familia fue expulsada por la fuerza de Dannhauser, una pac¨ªfica y paradisiaca aldea rural en la que la gente viv¨ªa de la agricultura, el ganado y el agua que cog¨ªan del r¨ªo. El Gobierno del apartheid, que estaba confinando a la poblaci¨®n negra en ¨¢reas designadas llamadas homelands (territorios), para hacer respetar la separaci¨®n racial y reservar las tierras m¨¢s f¨¦rtiles y rentables para los blancos, hab¨ªa decidido trasladar a los habitantes de la zona al distrito de Osizweni. Mabaso se vio catapultado de una vida tranquila y feliz a un entorno ¨¢rido y polvoriento, en el que ocho familias ten¨ªan que compartir una chabola hecha de asbesto. En el colegio hab¨ªa un libro de texto para cada 80 alumnos. ¡°Nos confiscaron todos nuestros pollos y nuestras cabras. Ten¨ªamos que dormir en el suelo¡±, contin¨²a Mabaso, en un tono de voz cada vez m¨¢s alto debido a la rabia. ¡°Mi abuelo no paraba de lamentarse. Hasta que sufri¨® un ataque al coraz¨®n y se muri¨®¡±.
Hoy en d¨ªa, Mabaso es un hombre muy diferente, que trabaja como gu¨ªa tur¨ªstico en el museo de la isla de Robben, el mismo lugar en el que ¨¦l y muchos otros combatientes por la libertad pasaron tantos a?os presos. ¡°Este lugar evoca muchos buenos y malos recuerdos. Todav¨ªa tengo pesadillas de noche¡±, confiesa, mientras nos lleva en coche por la isla, un pedazo de tierra inh¨®spito en el que la corta hierba y los escasos ¨¢rboles son constantemente barridos por unos vientos atronadores. ¡°Pero nunca me arrepent¨ª de mi decisi¨®n de unirme a la lucha armada¡±, dice, sin la menor vacilaci¨®n. ¡°La vida en tiempos del apartheid era mala¡±.
En la actualidad, casi 20 a?os despu¨¦s de las primeras elecciones democr¨¢ticas que llevaron al Congreso Nacional Africano al poder y convirtieron a Nelson Mandela en el primer presidente negro de Sud¨¢frica, el pa¨ªs vive impregnado de una atm¨®sfera muy diferente. La noticia de la muerte, a los 95 a?os, del arquitecto de la Naci¨®n Arco Iris, que falleci¨® el jueves en su casa de Johanesburgo debido a una infecci¨®n pulmonar recurrente, ha colocado a los sudafricanos frente a una dura realidad: tata (padre en lengua xhosa), como llamaban afectuosamente a Mandela, no pod¨ªa durar eternamente. Y, mientras la familia de Mandela lleva meses inmersa en amargas disputas a prop¨®sito del lugar de enterramiento del expresidente, los ciudadanos de a pie prefieren centrarse en la vida, los hechos y el legado del hombre que impidi¨® la violencia racial y fue una autoridad moral incluso despu¨¦s de retirarse de la pol¨ªtica activa en 1999.
Jeremy Papier es un pinchadiscos de 28 a?os de Ciudad del Cabo. La tarde del 11 de febrero de 1990, estuvo delante del Ayuntamiento y escuch¨® a Nelson Mandela pronunciar su primer discurso en libertad, pocas horas despu¨¦s de salir de la prisi¨®n Victor Verster, tras haber pasado 27 a?os en cautividad por sus incansables esfuerzos para intentar acabar con el sistema del apartheid. La plaza delante del edificio estaba llena de gente entusiasmada que ondeaba banderas del ANC; para muchos de ellos, era la primera vez que ve¨ªan el rostro de Mandela. ¡°Yo ten¨ªa nueve a?os, demasiado joven para entender lo que suced¨ªa, pero pod¨ªa sentir la energ¨ªa. La gente bailaba y gritaba enloquecida. Recuerdo a mi padre diciendo: ¡®Aqu¨ª est¨¢ pasando algo muy importante¡±, recuerda Papier, un joven inteligente de cabello rizado y gestos muy expresivos. ¡°Cuando llegu¨¦ al instituto fue cuando comprend¨ª la importancia de lo que hab¨ªa presenciado¡±.
Ahora bien, no todo ha salido bien desde la llegada de la democracia. A la Sud¨¢frica actual, enturbiada por la corrupci¨®n end¨¦mica en el Gobierno, las grandes desigualdades en el reparto de la riqueza y la mala calidad de los servicios, le faltan a¨²n decenios para ser la naci¨®n con la que so?aron todos en 1994. A pesar de la buena organizaci¨®n del Mundial de f¨²tbol de 2010, el pa¨ªs sigue teniendo una imagen asociada con la delincuencia, la violencia y la miseria, sobre todo debido a repercusiones del viejo sistema pol¨ªtico. Papier, que va a casarse con Mia Everson, una chica afrikaner blanca de 25 a?os, pertenece a la comunidad ¡°de color¡±, que en tiempos del apartheid era la segunda raza en la jerarqu¨ªa, porque la mayor¨ªa de sus miembros ten¨ªan alg¨²n ascendiente blanco. Aunque, como los miembros de la generaci¨®n joven, prefiere pensar en el futuro m¨¢s que en el pasado, Papier es muy consciente de que una pareja como la suya, de razas distintas, habr¨ªa sido ilegal en aquella ¨¦poca. Por eso, cuando pincha sus discos, a veces incluye frases de aquel famoso discurso de Mandela como una forma de rendirle tributo. ¡°Me gusta la parte en la que se dirigi¨® a Sud¨¢frica y al mundo y prometi¨® lealtad al pa¨ªs. Me parece llena de fuerza¡±, explica. ¡°Me gusta ponerla y ver la reacci¨®n de la gente. Me conmueve¡±.
A pesar de los esfuerzos de Mandela para acortar las distancias entre las diferentes comunidades que habitan Sud¨¢frica, en el pa¨ªs sigue estando muy presente cierta divisi¨®n racial, entre otras cosas por una pol¨ªtica urban¨ªstica concebida durante el apartheid, cuyo prop¨®sito era separar a la gente, en vez de integrarla. Como consecuencia, negros y blancos viven vidas bastante separadas, en general, y los acontecimientos deportivos son una de las pocas cosas que los unen. Mandela ya se hab¨ªa dado cuenta de ello cuando, en junio de 1995, tendi¨® la mano a los blancos al acoger la Copa del Mundo de rugby, el deporte favorito de ellos, que se jug¨® en Sud¨¢frica. La foto de Mandela entregando el trofeo al entonces capit¨¢n de la selecci¨®n, Fran?ois Pienaar, en el estadio de Ellis Park, en Johanesburgo, tras la victoria en la final contra Nueva Zelanda, es hoy famosa en todo el mundo. ¡°Tengo el m¨¢ximo respeto por Mandela. Utiliz¨® su carisma para unir a la gente. Durante aquella Copa del Mundo tuvimos la sensaci¨®n de que est¨¢bamos verdaderamente unidos¡±, recuerda Cornel Van Heerden, un joven alto y fornido de 28 a?os, mientras camina por el c¨¦sped que pis¨® Mandela hace 18 a?os. En esta ma?ana de lunes, invernal y fr¨ªa, Ellis Park est¨¢ en silencio, vac¨ªo, pero Van Heerden recuerda muy bien la sensaci¨®n de aquel 24 de junio de 1995. ¡°Me gustar¨ªa dar las gracias a Mandela por el pa¨ªs que nos dio¡±, contin¨²a, mientras pasea la mirada por las imponentes gradas que le rodean. ¡°No me habr¨ªa gustado vivir bajo el apartheid, sin todos mis amigos negros¡±.
Van Heerden es afrikaner, la comunidad blanca, descendiente de los primeros colonos, protestantes y en su mayor¨ªa holandeses, que llegaron a Sud¨¢frica en el siglo XVII. Aunque las normas que impon¨ªan la segregaci¨®n racial exist¨ªan desde el siglo XIX, fue el Partido Nacional, apoyado por los afrikaners, el que las convirti¨® en un sistema coherente de leyes a partir de 1948. Pero Van Heerden, que no ten¨ªa m¨¢s que nueve a?os cuando desapareci¨® el apartheid, no tiene ning¨²n sentimiento de culpa ni responsabilidad por ello. Al contrario, las leyes de discriminaci¨®n positiva que hoy otorgan privilegios a los negros a la hora de buscar empleo, para compensar las injusticias del pasado, hacen que se sienta decepcionado. ¡°El Gobierno est¨¢ ejerciendo una forma de racismo a la inversa¡±, dice. ¡°Los j¨®venes no tuvimos nada que ver con el apartheid. Y eso nos deja mal sabor de boca¡±.
Aun as¨ª, pese a todos los fallos, 19 a?os despu¨¦s de la llegada de la democracia, los sudafricanos tienen muchos motivos para alegrarse. Teniendo en cuenta lo joven que es, el pa¨ªs se las ha arreglado extraordinariamente bien para mantener una paz social considerable entre sus distintas comunidades, y las constantes perspectivas de guerra civil imaginadas por muchos analistas y medios de comunicaci¨®n no se han hecho nunca realidad.
A cientos de kil¨®metros de Johanesburgo, en la ciudad residencial de Inanda, en la regi¨®n de Kwazulu-Natal, existe un instituto a primera vista an¨®nimo, compuesto de una serie de largas casas de ladrillo amarillo con parterres de c¨¦sped entre ellas. La escuela, fundada en 1901 por el primer presidente del ANC, John Dube, fue la escogida por Nelson Mandela como colegio electoral para votar en las elecciones de 1994, las primeras democr¨¢ticas en la historia de Sud¨¢frica. Mandla Nxumalo, un orgulloso y en¨¦rgico hombre de 42 a?os, de voz poderosa y ojos llenos de vida, era entonces un joven que trabajaba para la Comisi¨®n Electoral Independiente, y le encargaron recibir a Mandela en el colegio electoral. ¡°Fue el 27 de abril. A las seis y media de la ma?ana, yo estaba temblando de fr¨ªo. Mandela lleg¨® diez minutos despu¨¦s, acompa?ado de Jacob Zuma, el actual presidente del pa¨ªs¡±, recuerda, con una voz que a¨²n se emociona al evocarlo. ¡°Siempre me acordar¨¦ del instante en que le di la mano. Fue un placer y un honor¡±. Nacido y criado en India, en los a?os previos Nxumalo hab¨ªa experimentado una corriente inacabable de violencia y derramamiento de sangre entre el ANC y el Partido de la Libertad Inkatha, la entidad pol¨ªtica zul¨² que el Gobierno del apartheid apoyaba para dividir y controlar a la poblaci¨®n negra y as¨ª conservar el poder. ¡°Vi c¨®mo incendiaban casas y vi c¨®mo colocaban collares [la pr¨¢ctica de poner un neum¨¢tico alrededor del pecho y los brazos de una persona y luego prenderle fuego]. Perd¨ª a amigos y familiares¡±, dice. ¡°Pero todo eso pas¨®. Es importante perdonar y olvidar¡±.
Despu¨¦s de emitir su voto, Mandela camin¨® hasta la tumba de Dube, en lo alto de una colina. Deposit¨® una corona de flores y pronunci¨® sus famosas palabras: ¡°He venido a informarle, se?or presidente, de que Sud¨¢frica ya es libre. Su alma puede descanzar en paz¡±. ¡°Acabamos todos llorando. Pero en esa ocasi¨®n eran l¨¢grimas de alegr¨ªa¡±, dice Nxumalo, que presenci¨® toda la escena. En la actualidad, el monumento a Dube incluye una tumba renovada, con una l¨¢pida de m¨¢rmol rematada por un peque?o obelisco. El lugar, aireado y pac¨ªfico, domina Inanda y las colinas circundantes, y da a Nxumalo la infinita satisfacci¨®n de que su pueblo natal haya quedado inscrito para siempre en la historia del pa¨ªs. ¡°Este es el lugar en el que comenz¨® la revoluci¨®n democr¨¢tica¡±, repite con orgullo.
Igual que Nxumalo, muchos otros sudafricanos conf¨ªan en que el pa¨ªs va a poder seguir avanzando aunque Mandela les haya dejado. Los programas de vivienda puestos en marcha tras el final del apartheid han proporcionado un hogar b¨¢sico a millones de personas, sobre todo en los antiguos distritos segregados de las ciudades. Y, aunque la brecha racial sigue existiendo, algunas zonas de Johanesburgo se est¨¢n convirtiendo en la punta de lanza de una sociedad m¨¢s integrada, con personas de todas las razas que se re¨²nen para contemplar exposiciones, asistir a conciertos o sencillamente tomarse una cerveza. ¡°Veo un futuro brillante para Sud¨¢frica¡±, asegura Nxumalo, mientras sus ojos sabios rezuman confianza. ¡°Necesitamos a personas comprometidas que, como Mandela, sean capaces de hacer cosas extraordinarias por este pa¨ªs. Tenemos el deber de construir una naci¨®n mejor¡±.
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia
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