La guerra vista por los que la vivieron
Cinco centenarios nos hablan un siglo despu¨¦s de la guerra y de sus vidas a caballo entre dos siglos. Nos prestan sus recuerdos, un extraordinario y valioso eslab¨®n con el pasado
Dorothy Ellis, Reino Unido.
"Se supon¨ªa que iba a ser la guerra que acabara con todas las guerras pero no lo fue¡±
Durante su noviazgo no surgi¨® el tema de la Primera Guerra Mundial. Fue despu¨¦s de casarse cuando advirti¨® una cicatriz del tama?o de una moneda en la parte inferior de la pierna de su marido, Wilfred.
¡°Al principio no hablamos de la guerra¡±, dice. ¡°Ten¨ªamos muchas otras cosas de las que hablar. Y, como a muchos otros hombres de la ¨¦poca, no le gustaba hablar de lo que hab¨ªa vivido. Pero cuando vi la herida le pregunt¨¦. Me dijo: ¡®Es un agujero de bala¡¯, y entonces empez¨® a contarme cosas poco a poco¡±.
Dorothy, de 92 a?os, es la ¨²ltima viuda superviviente de un soldado brit¨¢nico de la Primera Guerra Mundial. No naci¨® hasta tres a?os despu¨¦s de la guerra y no se cas¨® con Wilfred hasta 1942. Pero sus recuerdos de ¨¦l, las conversaciones que manten¨ªa y las escasas reliquias que conserva de cuando ¨¦l era un adolescente que luchaba en el horror embarrado del Frente Occidental ofrecen un extraordinario, fr¨¢gil y valioso eslab¨®n con la Gran Guerra.
¡°Cuando vi la cicatriz me cont¨® c¨®mo le dispararon en el tobillo y casi no pod¨ªa andar¡±, recuerda Dorothy. ¡°Se apoy¨® en el hombro de un amigo que le ayud¨® a atravesar la tierra de nadie. Llegaban balas de todas partes, pero consiguieron esquivarlas y llegar al otro lado. El amigo le dijo: ¡®Aqu¨ª estamos, no puedo hacer m¨¢s por ti¡¯. Wilfred contest¨®: ¡®Muchas gracias¡¯¡±.
Estaban metiendo a los heridos en carromatos. Wilfred pregunt¨® si pod¨ªan llevarle y se las arregl¨® para subir. ¡°Ocup¨® la ¨²ltima plaza¡±, dice Dorothy.
Wilfred ten¨ªa 19 a?os y no le dejaron remolonear en el hospital. ¡°Hab¨ªa tantos muertos que les ordenaban volver al frente incluso aunque todav¨ªa no estuvieran bien del todo¡±.
Dorothy sabe con exactitud la fecha de la herida porque Wilfred la anot¨® en la primera p¨¢gina de una Biblia diminuta que llevaba, hoy una reliquia delicada y llena de se?ales de su servicio. Escribi¨®: ¡°Herido en marzo de 1918¡±. La siguiente anotaci¨®n es igual de breve: ¡°Gaseado en agosto de 1918¡±.
¡°Fue el fosgeno¡±, explica Dorothy. El ataque con gas se produjo durante la segunda betalla del Somme. ¡°No pudo eludirlo¡±, dice. ¡°Fue una batalla terrible. Una vez m¨¢s, uno de sus amigos le ayud¨® a llegar a una trinchera vac¨ªa. Wilfred me cont¨® que se qued¨® all¨ª, tendido, esperando y rezando para que se detuviera la lucha. Al cabo de un rato, apareci¨® un soldado alem¨¢n que entr¨® de un salto, armado con una bayoneta que apunt¨® al est¨®mago de Wilfred. Este crey¨® que le hab¨ªa llegado la hora. Pero, por alguna raz¨®n, el alem¨¢n se fue. Seguramente, me cont¨® mi marido, crey¨® que era un pobre diablo y que no merec¨ªa la pena el esfuerzo. Nuestros soldados se apoderaron de la trinchera y Wilfred se salv¨®¡±.
Una de las cosas que m¨¢s lamentaba Wilfred era que los soldados supieron con retraso que se hab¨ªa terminado la guerra, en noviembre de 1918. ¡°Al principio no se dio cuenta¡±, dice Dorothy. ¡°Siguieron luchando, la guerra continu¨® para ellos. Se enteraron al d¨ªa siguiente, y fue horrible, porque hubo hombres que murieron o resultaron heridos cuando la guerra ya se hab¨ªa terminado¡±.
La ¨²ltima anotaci¨®n de Wilfred en la biblia dice: ¡°Regreso a casa diciembre de 1918¡±, y entonces comenz¨® el resto de su vida. ¡°Quiso dejarlo atr¨¢s y continuar con su vida. No ten¨ªa malos sentimientos. Sigui¨® adelante. Era una persona que ten¨ªa una fe muy s¨®lida y creo que la oraci¨®n le ayud¨®¡±.
De vuelta en Inglaterra, la familia de Wilfred le ayud¨® a recobrar la salud. Ten¨ªa talento musical y vivi¨® d¨ªas felices como primer violinista en la orquesta del transatl¨¢ntico Empress of Britain, convencido de que el aire de mar le ayudar¨ªa a recuperarse de los efectos del gas, aunque siempre sufri¨® brotes de bronquitis. A pesar del disparo en el tobillo, era buen bailar¨ªn.
Se mud¨® de Londres a Devon, donde conoci¨® y se enamor¨® de Dorothy, pese a tener el doble de a?os que ella. Se casaron y establecieron una tienda de antig¨¹edades. Uno de sus vecinos era el escritor Michael Morpurgo, que escribi¨® algunos elementos de su libro War Horse inspir¨¢ndose en las historias de la guerra que le contaban Wilfred y otros habitantes del pueblo.
Durante todo ese tiempo, Dorothy siempre quiso que Wilfred le contara cosas. En una ocasi¨®n le pregunt¨® porqu¨¦ se hab¨ªa alistado antes de cumplir 18 a?os. ¡°Le pregunt¨¦ por qu¨¦ lo hab¨ªa hecho¡±, dice. ¡°El caso es que era alto, (1,88) y delgado. Parec¨ªa mayor, y en esos d¨ªas, en Inglaterra, las se?oras daban una pluma blanca, una se?al de cobard¨ªa, a los hombres que no iban de uniforme. Wilfred me contest¨®: ¡®Me propuse que ninguna se?ora tuviera que darme nunca ninguna pluma. As¨ª que me alist¨¦ y me fui¡¯¡±.
Sin embargo, nunca se enfad¨® por haber ido a la guerra. ¡°Murieron y resultaron heridos muchos de sus amigos, pero ¨¦l no estaba enfadado¡±, asegura Dorothy. ¡°Y nunca sinti¨® hostilidad hacia los alemanes. Pensaba que fue una terrible p¨¦rdida de vidas en ambos bandos y que nadie sali¨® ganando¡±.
¡°Una vez hizo prisioneros a unos alemanes. Y que vio que estaban haciendo lo mismo que nosotros, luchando por su pa¨ªs, igual que los nuestros luchaban por nuestro pa¨ªs. Cuando hay que sufrir, todos son iguales¡±.
Tras lo que Dorothy llama una ¡°larga y deliciosa historia de amor¡±, Wilfred muri¨® en 1981, a los 82 a?os. Su viuda ha regalado a un museo su herramienta de cavar trincheras, pero se ha quedado con la Biblia y con un recordatorio bordado que Wilfred envi¨® a su madre, Lavinia, desde Francia, que dice ¡°Que Dios te acompa?e, hasta que nos veamos¡±, y que contiene una peque?a flor seca, cogida en el campo de batalla.
No quiere separarse de la fotograf¨ªa de un Wilfred adolescente, seguro y contenido en su uniforme. ¡°Me parece una foto preciosa. Parece amable y decidido. Por supuesto que estoy orgullosa de ¨¦l, muy orgullosa de ¨¦l y de lo que hizo. Era una persona maravillosa¡±.
?Sus experiencias en el Frente Occidental le dejaron cicatrices mentales, adem¨¢s de f¨ªsicas? ¡°Siempre dec¨ªa que perder a los compa?eros le hac¨ªa pensar a veces que nunca deber¨ªa haber sido as¨ª. A la hora de la verdad, no gana nadie, todos pierden de una forma u otra. Wilfred siempre dec¨ªa que se supon¨ªa que iba a ser la guerra que acabara con todas las guerras pero no lo fue. Las guerras siguen existiendo¡±. Por Steven Morris (The Guardian)
Emma Morano, Italia.
Con 114 a?os, la mujer m¨¢s anciana de Europa conserva a¨²n recuerdos de su recorrido a caballo entre siglos
¡°Augusto y yo so?¨¢bamos con tener una vida juntos, ¨¦ramos j¨®venes y est¨¢bamos prometidos. ?l hab¨ªa nacido en 1899, como yo. Cuando llamaron a los soldados a la guerra, se fue a luchar a las monta?as, con los alpinos. Nos dijimos adi¨®s. Durante un tiempo recib¨ª cartas de ¨¦l, que, por supuesto, hablaban de amor. Y de la guerra. Hasta que dejaron de llegar cartas. Y nunca m¨¢s volv¨ª a ver a Augusto¡±.
Emma Morano tiene 114 a?os, es la mujer m¨¢s anciana del Viejo Continente y conserva todav¨ªa muchos recuerdos de su recorrido a caballo entre siglos. Algunos n¨ªtidos, y otros que se confunden con otros muchos ya esfumados. En los a?os de la Gran guerra, ya se hab¨ªa trasladado con la familia de su pueblo de origen, Civiasco nel Vercellese, a Villadossola, donde el padre hab¨ªa encontrado trabajo en una f¨¢brica de acero.
Hoy, la abuela de Europa vive en Pallanza, Verbania, a 150 pasos del monumento que desde 1932 -cuatro a?os despu¨¦s de su muerte- alberga los restos del general Luigi Cadorna, el jefe de Estado mayor de Italia entre 1915 y 1918. ¡°Le llamaban el pr¨ªncipe de la guerra¡±, recuerda Emma Morano. Y as¨ª es precisamente como se define al mariscal de Italia en una inscripci¨®n en el interior del mausoleo, vigilado por 12 estatuas de soldados esculpidas en la piedra del valle de Ossola. Una suerte y un homenaje muy distintos a los de los 102 nombres recordados en la modesta l¨¢pida situada all¨ª cerca, los nombres de los ca¨ªdos en combate. Tenientes, capitanes, cabos. J¨®venes.
Historias y rostros que podr¨ªan superponerse con el de Augusto, un chico del 99. ¡°Era de Villadossola¡±, cuenta Emma. ¡°En aquellos a?os habit¨¢bamos en una de las casas de obreros dentro de la planta de acero. Yo era joven, me gustaba cantar y, cuando la gente pasaba bajo mi ventana, se paraba a escuchar. Ten¨ªa una voz bonita. Y Augusto se enamor¨®. Junto con mi hermana Angela, escuch¨¢bamos a menudo la radio, las noticias que llegaban del frente. Eran a?os de ilusiones, aunque estuvi¨¦ramos en guerra. ?bamos a bailar y, si no volv¨ªamos a casa a la hora fijada, mi madre ven¨ªa a buscarnos y nos daba golpes en las piernas. Com¨ªamos arroz, un poco de pan y queso y nos calent¨¢bamos con la estufa. Yo tambi¨¦n llevaba dinero a casa, hab¨ªa empezado a trabajar a los 13 a?os en el Jutificio Ossolano, la f¨¢brica de objetos de yute. Hac¨ªamos sacos con una m¨¢quina de coser de ocho o nueve metros, y deb¨ªamos tener cuidado de no romper nada, porque ten¨ªamos que pagarlo. Pero ten¨ªa mala salud, y el m¨¦dico me aconsej¨® mudarme a Pallanza, donde encontr¨¦ trabajo en el Jutificio Maioni, del mismo due?o. La guerra ya hab¨ªa terminado y as¨ª inici¨¦ un nuevo cap¨ªtulo de mi vida¡±. Sin Augusto, un chico del 99 ca¨ªdo en los campos de batalla que Europa, un d¨ªa, volver¨ªa a unir. Con Emma, que aqu¨ª sigue, a sus 114 a?os, en su casa a dos pasos del Lago Mayor, llena de recuerdos y emociones. Por Carlo Bologna (La Stampa)
Ovsanna Kaloustian, Francia.
La historia de una de las ¨²ltimas supervivientes del genocidio armenio en 1915
La diminuta mujer ya no sale mucho a la calle en Marsella. Camina apoyada en un bast¨®n, mimada y protegida por su hija y sus nietos. Pero, cuando alguien evoca su infancia, los ojos se le iluminan y los recuerdos vuelven, perfectamente intactos. Ovsanna Kaloustian, de 106 a?os, es una de las ¨²ltimas supervivientes del genocidio armenio en 1915. Una portadora de memoria, muy consciente de su papel, a punto de cumplirse el centenario de la tragedia. ?Dios me dej¨® con vida para que lo contara?, repite en los ¨²ltimos a?os.
Del terror, de las matanzas y las deportaciones de su pueblo en la Turqu¨ªa otomana, Ovsanna conserva una multitud de im¨¢genes y detalles que relata con fogosidad. Naci¨® en 1907 en Adabazar, una ciudad situada a unos 100 kil¨®metros al este de Estambul, y creci¨® en una casa muy belbonita, tres pisos y jard¨ªn, enfrente de la iglesia del barrio. En aquel entonces, la ciudad era un importante cetro comercial y artesano, y los armenios, que ascend¨ªan a unas 12.500 personas en 1914, constitu¨ªan la mitad de sus habitantes. Ovsanna recuerda que ?hasta los griegos y los turcos hablaban armenio?. De hecho, ella no aprendi¨® turco hasta la deportaci¨®n. Su padre ten¨ªa un bar, que al mismo tiempo era peluquer¨ªa y consulta en la que se sacaban muelas. Ella beb¨ªa all¨ª su t¨¦ cada ma?ana, antes de irse al colegio.
Ovsanna tiene ocho a?os en 1915, cuando, en plena guerra, el gobierno de los J¨®venes Turcos da la orden de deportar a los armenios. En Adabazar, la orden llega a mitad de verano. ?Era un domingo, la madre de Ovsanna regresaba de la iglesia. Y el cura acababa de anunciar que hab¨ªa que evacuar la ciudad en tres d¨ªas, barrio por barrio?, cuenta Fr¨¦d¨¦ric, nieto de la superviviente y depositario de la memoria familiar. Las caravanas, a pie, se ponen en movimiento hacia el sur y el este. Ovsanna, sus padres, su hermano, sus t¨ªos, t¨ªas y primos, llegan a Eskisehir, donde les encierran en un tren. As¨ª, en esos vagones para animales, enviar¨¢n a miles de armenios a los desiertos de Siria. Sin embargo, el tren que transporta a la familia se detiene a mitad de camino, en la estaci¨®n de Cay, cerca de Afyon. Les ordenan que monten un campamento provisional. Los centros de clasificaci¨®n de m¨¢s adelante est¨¢n congestionados. Por fin, dos a?os despu¨¦s, les dispersan, y ellos corren a esconderse en el campo circundante. Ovsanna tiene ya 10 a?os y lo que m¨¢s teme son los secuestros de ni?as a manos de los bandoleros (?ete) que colaboran con el ej¨¦rcito otomano.
Con el armisticio, en 1918, los supervivientes intentan volver. La familia de Ovsanna encuentra su casa calcinada y decide volver a irse, bajo la presi¨®n de los turcos que ocupan ahora la ciudad. El ¨¦xodo comienza en direcci¨®n a Estambul. En 1924, los t¨ªos y los primos se embarcan hacia Estados Unidos. Cuatro a?os m¨¢s tarde, la joven Ovsanna se sube a un barco que se dirige a Marsella. ?Llegamos en diciembre, bajo la nieve?, recuerda. Como tantos otros --el 10% de la poblaci¨®n actual de Marsella est¨¢ formado hoy por descendientes de los fugitivos del genocidio armenio--, se instala, cose un poco para ganarse la vida, se casa con Zave Kaloustian, ¨²nico superviviente de una familia masacrada, abre una tienda de comestibles orientales, consigue un pedazo de tierra y construye all¨ª su casa. "La abuela nos ense?¨® armenio, pero la historia nos la transmiti¨® despu¨¦s", cuenta su nieto. Ovsanna milita en asociaciones culturales, participa en las manifestaciones de la comunidad y sigue hoy prestando testimonio para combatir el negacionismo, incansable y siempre animada, cien a?os despu¨¦s de las matanzas. Para su descendiente, ?negar el genocidio es rechazar la palabra de mi abuela?. Por Guillaurme Perrier (Le Monde)?
Isidro Ramos, Espa?a.
¡°Hab¨ªa miedo de que la guerra llegara a Espa?a¡±
A sus 103 a?os, recuerda que los precios subieron durante la contienda que enriqueci¨® a un pa¨ªs neutral
Isidro Ramos cumple hoy ¡°cinco meses¡±. Cinco meses que se a?aden a sus 103 a?os: con el siglo a la espalda, celebra los cumplemeses. Naci¨® en un pueblo castellano, Aldead¨¢vila de la Ribera (provincia de Salamanca), ¡°el 20 de julio de 1910¡±. Entre sus primeros recuerdos est¨¢ la Primera Guerra Mundial. Son los de un ni?o crecido en el atrasado campo espa?ol. ¡°O¨ª algo de aquello, un poquito, pero no cog¨ª fe ninguna [no me enter¨¦ mucho]. Se dec¨ªa que hab¨ªa una guerra grande en Europa. Hab¨ªa miedo por si llegaba a Espa?a¡±. No lleg¨®, pero s¨ª tuvo efectos: un auge econ¨®mico por los beneficios de las exportaciones a los contendientes. Ramos solo recuerda que ¡°subieron los precios, las cosas se encarec¨ªan por la guerra¡±. Y en su familia ¡°andaba la cosa escasa [de dinero]¡±.
El hombre habla con voz firme y frases cortas. Dispara los n¨²meros. Por aquel entonces, cuando ¨¦l era un ni?o chico, ¡°las libras de pan costaban dos reales y dos perras, o sea, 12 c¨¦ntimos¡±, dice. ¡°Una fanega de trigo val¨ªa 15 pesetas, una de centeno, 12 y una de cebada, 11¡±. ¡°Una fanega eran 43 kilos. Los precios sub¨ªan de poco en poco, una perra o cinco reales¡¡±, aclara este anciano que asegura manejarse con los euros. Una peseta, compuesta por 100 c¨¦ntimos, equivale a 0,6 c¨¦ntimos de euro.
En el ecuador de la Gran Guerra, el ni?o Ramos empez¨® un camino que solo abandonar¨ªa much¨ªsimas d¨¦cadas despu¨¦s, el del trabajo. ¡°Cuando ten¨ªa seis a?os y medio mi padre compr¨® un reba?o de ovejas¡±. El chico empez¨® entonces a cuidar de los animales y a faenar en el campo. Dej¨® la escuela, a la que solo volvi¨® tres meses y en clase nocturna, con 17 a?os cumplidos. Entonces por fin aprendi¨® ¡°a leer, escribir y las cuentas¡±. ¡°No tuve tiempo de jugar desde que empec¨¦ a trabajar. Si acaso, alguna vez ven¨ªamos de las fincas jugando con una pelota cuando ten¨ªa 12 o 13 a?os¡±, relata.
A esa contienda siguieron otras que se agolpan en la memoria del anciano que vive en una residencia de mayores de una localidad madrile?a. ¡°De la guerra de ?frica recuerdo que los espa?oles corr¨ªan por el Gurug¨²¡±. Un paisaje que ¨¦l conocer¨ªa pronto: tuvo que hacer el servicio militar en el norte de Marruecos, entonces en manos espa?olas. Una docena de meses (noviembre de 1931-1932, con la zona ya pacificada y una Espa?a republicana) en los que estuvo en Melilla, en Alhucemas¡ Entonces vio el mar por primera vez. Pero le obligaron a ba?arse y eso ya no le gust¨®. ¡°El mar no me desagrada, pero es para verlo desde fuera¡±, sentencia este hombre de tierra adentro que no lo ha vuelto a contemplar. Aun as¨ª, recuerda el a?o de mili como la mejor ¨¦poca de su vida. Fueron sus ¨²nicas vacaciones: ¡°No ten¨ªa nada que hacer¡±, aclara riendo.
Poco tiempo despu¨¦s de cumplir con el Ej¨¦rcito, en 1936 lleg¨® otra guerra m¨¢s a la vida de Isidro Ramos: la civil, la gran herida b¨¦lica en Espa?a. El hombre estaba de vuelta en su pueblo cuando le moviliz¨® el ej¨¦rcito de Franco. La enfermedad de su padre y la necesidad de hacerse cargo de sus nueve hermanos permiti¨® que solo combatiera cinco meses. Estuvo en Madrid. ¡°Rompimos el frente desde Getafe y entramos en Pinto¡±, recuerda. Tambi¨¦n le toc¨® ¡°tapar a los muertos¡±. Luego llegar¨ªa la Segunda Guerra Mundial, Franco gobernar¨ªa hasta morir en la cama, en 1975, y Ramos conocer¨ªa la democracia. Enumera casi sin fallo los presidentes del Gobierno que ha habido desde entonces. ¡°Rajoy es el presidente que hay ahora¡±, matiza. Con m¨¢s de un siglo a la espalda, asegura que le gustaba m¨¢s la vida de anta?o. ¡°Ahora se trabaja poco, todos los s¨¢bados son fiesta¡±, concluye con aire cr¨ªtico. Por Charo Nogueira
J¨®zef Lewandowski, Polonia
"Nos fuimos a dormir un d¨ªa estando en Alemania y al otro nos despertamos ya en Polonia"
J¨®zef Lewandowski recuerda: "Mis padres se mudaron de S?p¨®lno Kraje¨½skie a Bydgoszcz en 1918, antes de que Polonia hubiera conseguido la independencia. Yo en aquel entonces ten¨ªa cinco a?os.
Pese a lo que pueda parecer, la Primera Guerra Mundial fue, o al menos as¨ª fue para mi familia y para m¨ª, un periodo muy tranquilo. No recuerdo en aquella ¨¦poca ni un disparo, ni batallas ni derramamiento de sangre de ning¨²n tipo. ?C¨®mo fue el final del conflicto? Pues simplemente nos fuimos a dormir un d¨ªa estando en Alemania, y al otro, nos despertamos ya en Polonia. No hubo grandes festejos. Cambiaron las autoridades, las banderas y toda la Administraci¨®n. Pero para una familia proletaria media como en la que yo fui educado, no se not¨® mucha diferencia. La vida sigui¨® su curso. En las calles de Bydgoszcz pod¨ªa uno seguir oyendo dar los ¡°buenos d¨ªas¡± tanto en polaco como en alem¨¢n. Los peri¨®dicos alemanes se siguieron publicando. La compra la hac¨ªamos en las mismas tiendas de antes, que eran principalmente propiedad de alemanes.
Tras el fin de la guerra, en 1919, estall¨® en la ciudad de Pozna¨½ el alzamiento de la regi¨®n de la Gran Polonia. En Bydgoszcz se manten¨ªa la tranquilidad, aunque la lucha continuaba en las poblaciones cercanas. Por aquel entonces yo viv¨ªa con mis padres en una casa de la calle Jasna, en un barrio de la ciudad llamado Okole, cerca de las v¨ªas del ferrocarril. Me gustaba mirar por la ventana y ver c¨®mo pasaban los trenes. Una vez vi c¨®mo el Ej¨¦rcito polaco tend¨ªa una emboscada a un vag¨®n alem¨¢n. Sal¨ªa de la estaci¨®n de Bydgoszcz y transportaba soldados que probablemente ten¨ªan que apoyar a sus compa?eros en las batallas cerca de Nak?o. Los nuestros se escondieron tras un terrapl¨¦n y se les echaron encima cuando la m¨¢quina se estaba acercando. Pillaron a los alemanes por sorpresa. Se rindieron sin presentar resistencia. Los polacos los desarmaron. No s¨¦ qu¨¦ pas¨® con ellos despu¨¦s.
Tras el alzamiento, las relaciones entre polacos y alemanes en Bydgoszcz continuaron siendo buenas. Nos trat¨¢bamos unos a otros con respeto. Al fin y al cabo, llev¨¢bamos muchos a?os conviviendo como vecinos. Los polacos conoc¨ªan bien el alem¨¢n y manten¨ªan contactos comerciales y personales con los alemanes.
Hasta mi profesor en la escuela era alem¨¢n. Hablaba muy mal el polaco. Pero ha quedado en mi recuerdo como una persona muy buena y un buen profesor. En clase nos re¨ªamos mucho. Gracias a ¨¦l aprend¨ª tambi¨¦n un buen alem¨¢n. Cuando, muchos a?os despu¨¦s de la guerra, decidi¨® volver a su pa¨ªs, sus alumnos lo acompa?aron a la estaci¨®n de trenes llorando. Nadie lo miraba a trav¨¦s del prisma de su nacionalidad alemana.
Pero, por supuesto, tambi¨¦n hab¨ªa alemanes que se sent¨ªan mal en la Polonia independiente. Se met¨ªan en peleas y andaban buscando venganza. Yo mismo, de ni?o, tuve una ri?a con el hijo del carnicero, Wolf. Quer¨ªa pegarme por hablar polaco. Tuve que esconderme de ¨¦l durante varios d¨ªas en casa. Por suerte la familia de los Wolf emigr¨® poco despu¨¦s a D¨¢nzig. Una parte de los alemanes como ellos se traslad¨® precisamente o bien a esta Ciudad libre, o bien al oeste, a su pa¨ªs. Pero unos pocos se quedaron en Bydgoszcz. Y continuamos teniendo buenas relaciones hasta que estall¨® la siguiente gran guerra".
J¨®zef Lewandowski naci¨® en 1913 cerca de S?p¨®lno Kraje¨½skie (en alem¨¢n Zempelburg). Lleva 96 a?os viviendo en Bydgoszcz. Antes de la Segunda Guerra Mundial trabaj¨® en los ferrocarriles. Durante el conflicto b¨¦lico pas¨® por el campo de concentraci¨®n alem¨¢n de Stutthof. Tras el fin de la guerra, y hasta su jubilaci¨®n, trabaj¨® como directivo de una empresa l¨¢ctea. Con la colaboraci¨®n de Wojciech Bielawa (Gazeta Wyborcza)
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