Arranca la campa?a m¨¢s re?ida hacia la c¨²pula del poder europeo
La elecci¨®n de Juncker cierra la n¨®mina de candidatos a presidir la Comisi¨®n
Europa se har¨¢ en los caf¨¦s, dec¨ªa George Steiner. Y de pronto los diarios belgas discuten sobre el aborto en Espa?a, en los bares de Berl¨ªn se habla de la deuda griega y de la edad de jubilaci¨®n en Francia, Dinamarca cuestiona el grado de libertad de expresi¨®n en Hungr¨ªa, los brit¨¢nicos se miran en el referendo antiinmigraci¨®n de Suiza. La crisis ha abierto una fractura Norte-Sur, ha visto crecer el eurodesencanto, abre la veda de los populismos y qui¨¦n sabe si de algo m¨¢s. Pero tambi¨¦n europe¨ªza los debates: la campa?a para las elecciones se presenta re?ida, intensa como pocas veces.
El socialcristiano luxemburgu¨¦s Jean-Claude Juncker, flamante candidato del centroderecha, competir¨¢ con el socialdem¨®crata alem¨¢n Martin Schulz, el liberal belga Guy Verhofstadt, el izquierdista griego Alexis Tsipras y los verdes Jos¨¦ Bov¨¦ y Ska Keller, una cosecha que conjuga viejas glorias con alguna cara nueva. Todos ellos buscan desesperadamente volver a enamorar a una ciudadan¨ªa que tiende al escepticismo.
Las elecciones pueden crear un genuino espacio p¨²blico europeo
Las elecciones europeas sol¨ªan quedar lejos: serv¨ªan para aparcar elefantes pol¨ªticos, registraban gran abstenci¨®n, pose¨ªan un aire como de cursillo de barrio sobre lo importante que es Europa. Ya no. Cinco a?os despu¨¦s del inicio de la crisis, la Uni¨®n tiene una (?¨²ltima?) oportunidad para recomenzar en busca de un nuevo liderazgo en la Comisi¨®n, el Consejo, el Parlamento y la diplomacia exterior. El quid de la cuesti¨®n es la respuesta a la Gran Recesi¨®n, que dista mucho de haber terminado pese a que los actuales mandarines intenten endulzar su desabrido legado. Pero tan importante como la respuesta econ¨®mica es la lucha por un genuino espacio p¨²blico europeo, que solo puede crearse a trav¨¦s de la dramaturgia de unas elecciones.
? M¨¢s democracia (o no). Los populares han ungido a su l¨ªder en unas primarias in¨¦ditas en los grandes partidos. Y el Tratado de Lisboa ofrece otra novedad: los primeros ministros propondr¨¢n al candidato a la Comisi¨®n, pero deben tener en cuenta el resultado electoral; el Parlamento que salga del 25-M tendr¨¢ la ¨²ltima palabra. Los partidos quieren que el candidato ganador sea presidente de la Comisi¨®n, pero en los cen¨¢culos de Bruselas se discute ese automatismo: la f¨®rmula es lo suficientemente ambigua como para que nadie sepa qu¨¦ va a pasar. Salvo victoria clara de uno de los partidos, saldr¨¢n a la luz m¨¢s nombres. Hay m¨¢s cosas que no cambian: no hay listas transnacionales. Ni Juncker ni Tsipras, adem¨¢s, van en las listas electorales.
Ni el luxemburgu¨¦s ni el griego Tsipras van en las listas al Europarlamento
? Bienvenida, gran coalici¨®n. Los sondeos dan empate t¨¦cnico entre socialdem¨®cratas y populares, que suman suficientes apoyos como para formar una gran coalici¨®n a la alemana. Por detr¨¢s, bajan liberales y verdes, sube la izquierda y crecen los populismos, pero sin llegar a asustar.
? Desafecci¨®n. La gesti¨®n de la crisis corre el riesgo de convertir el proyecto europeo en una mera organizaci¨®n intergubernamental, con una Comisi¨®n casi convertida en una secretar¨ªa del Consejo ¡ªdominado con mano de hierro por Berl¨ªn¡ª y un Parlamento que a menudo se limita a asentir.
La pol¨ªtica tiene cada vez menos tracci¨®n. No es solo que los idearios econ¨®micos de los grandes partidos no presenten grandes diferencias: casi nadie en Europa habla de reestructurar las deudas, un innombrable tab¨² destinado a desaparecer cuando la crisis vuelva por sus fueros. Los Gobiernos no tienen margen para usar la pol¨ªtica fiscal porque las reglas europeas son una especie de camisa de fuerza; la pol¨ªtica monetaria est¨¢ en manos de un BCE germanizado. ¡°Con esta crisis, las crecientes desigualdades y la impotencia democr¨¢tica tanto en las instituciones europeas como en las capitales, no es extra?o que haya crecido tanto la desafecci¨®n dentro de los pa¨ªses y con el proyecto europeo¡±, resume el soci¨®logo Ignacio S¨¢nchez-Cuenca.
? Cabezas de cartel. ¡°Juncker lleva un cuarto de siglo en Europa, y ha pilotado la discutible respuesta a la crisis en el Eurogrupo. El discurso de Schulz es algo m¨¢s simp¨¢tico con la periferia, pero ¨¦l fue uno de los principales negociadores de los socialdem¨®cratas alemanes para entrar en el Gobierno de Merkel, y no se ven grandes cambios. Quiz¨¢ Tsipras sea m¨¢s rompedor, pero su discurso a¨²n es difuso. ?Se puede hablar de un liderazgo refrescante?¡±, cuestiona Agust¨ªn Jos¨¦ Men¨¦ndez, del Instituto Europeo de Florencia.
? ?Hay alternativas? ¡°?Por qu¨¦ Europa?¡±, se preguntaba Merkel antes de la crisis; ella misma apunt¨® la respuesta que sintetiza lo que han hecho las instituciones en los ¨²ltimos a?os: ¡°Necesitamos una democracia acorde con el mercado¡±. Tras a?os de indigencia, la izquierda trata de sacar la cabeza con otro punto de vista: necesitamos un mercado acorde con la democracia. ¡°La campa?a europea deber¨ªa ofrecer ideas, opciones; no est¨¢ claro que vayamos a tener verdaderas alternativas¡±, avisa una fuente europea. El consenso ha virado: ¡°Hace unas d¨¦cadas la ortodoxia giraba alrededor de la idea del Estado del bienestar. Ese contrato social se ha roto: este es el tiempo del No Hay Alternativa neoliberal. Las elecciones deber¨ªan ser catalizador que permita que eso pueda cambiar. No lo parece¡±, cierra un diplom¨¢tico.
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