Una ¡°carga excesiva¡± de espa?oles
B¨¦lgica orden¨® en 2013 la expulsi¨®n de 4.812 inmigrantes europeos, 291 procedentes de Espa?a, porque pesaban demasiado en la red asistencial. Tres de ellos cuentan su suplicio Esta semana, Alemania anunciaba que acabar¨¢ con la "inmigraci¨®n de la pobreza"
¡ªSu carn¨¦ de identidad queda retenido, se?ora.
¡ª?Por qu¨¦? ?Qu¨¦ pasa?
¡ªPesa sobre usted una orden de expulsi¨®n. Debe abandonar B¨¦lgica en un m¨¢ximo de 30 d¨ªas. En caso contrario, podr¨ªa ser detenida y conducida hasta la frontera.
El tel¨¦fono de Dolores Ca?izal amaga con cortar su voz en cualquier momento. Dos a?os despu¨¦s de llegar a B¨¦lgica en b¨²squeda de trabajo, est¨¢ a punto de cruzar la frontera franco-belga de vuelta a Espa?a, de vuelta a la casa de sus hijos de la que sali¨® ¡°para no dar m¨¢s guerra¡±. No retorna voluntariamente: en diciembre recibi¨® una orden de expulsi¨®n por, seg¨²n le dijeron en la escueta conversaci¨®n que mantuvo con un funcionario belga de migraciones, abusar del sistema de la seguridad social. Como ella, casi 5.000 europeos ¡ªentre ellos 291 espa?oles¡ª fueron expulsados del pa¨ªs en 2013, en virtud de la interpretaci¨®n que el Ejecutivo belga hace de la directiva ¡ªpor ser una ¡°carga excesiva¡±¡ª que regula el libre movimiento de personas en la UE.
A sus 66 a?os, esta castellana llevaba m¨¢s de dos d¨¦cadas viviendo en Marbella hasta que el paro le empuj¨® a B¨¦lgica en marzo de 2012. ¡°Fue una mezcla de orgullo personal y ganas de quitar una carga a mis hijos¡±, apunta, con tono nervioso. No puede contener su desilusi¨®n y rabia. Lleg¨® a Bruselas por la insistencia de un amigo que viv¨ªa all¨ª y que le proporcion¨® alojamiento los primeros meses. No tard¨® mucho en encontrar trabajo en el d¨¦cimo pa¨ªs con menos paro de la UE: pocos d¨ªas despu¨¦s de lograr su carn¨¦ de identidad ¡ªun documento imprescindible para trabajar legalmente en B¨¦lgica¡ª, firm¨® un contrato como asistenta de limpieza por horas en casas y oficinas. Al principio, la barrera idiom¨¢tica fue un lastre, pero a medida que transcurr¨ªan las semanas la carga de trabajo y los ingresos crecieron. ¡°Confiaban en m¨ª¡±, relata al otro lado del tel¨¦fono, ¡°aunque empezaba a estar mayor para un trabajo tan f¨ªsico¡±. Una lesi¨®n en la espalda y las generosas condiciones que ofrece el ¡ªaparentemente¡ª garantista sistema belga, acabaron por adelantar su jubilaci¨®n. ¡°Me dijeron que cobrar¨ªa 981 euros mensuales, lo suficiente para poder vivir¡±, a?ade. ¡°Nunca se me pas¨® por la cabeza el calvario que viv¨ª poco despu¨¦s¡±. Su intenci¨®n no era jubilarse, pero la Seguridad Social le propuso esta f¨®rmula ¡ªa pesar de que llevaba poco m¨¢s de un a?o cotizado¡ª y se acogi¨® a ella.
El Estado busca amedrentar a quien recibe la carta¡±, dice Carlos G., que reclama su derecho a quedarse
Tras un a?o cobrando la pensi¨®n puntualmente, dej¨® de recibir la prestaci¨®n que le correspond¨ªa en noviembre pasado. ¡°Pens¨¦ que ser¨ªa un error y no le di m¨¢s importancia¡±. Sin embargo, dos d¨ªas despu¨¦s recibi¨® en el buz¨®n la orden de deportaci¨®n. La carta, con el membrete del Ministerio del Interior belga, le emplazaba a presentarse en las oficinas administrativas de Evere ¡ªuno de los 19 Ayuntamientos en los que se divide Bruselas¡ª, de clase media, en la que resid¨ªa, a unos 10 kil¨®metros al norte de la Grand Place. ¡°No sab¨ªa por qu¨¦ quer¨ªan que fuera y cuando llegu¨¦, casi sin dirigirme la palabra, un funcionario me retir¨® la tarjeta de residencia¡±, el documento que permite a cualquier extranjero ¡ªsea o no comunitario¡ª residir en el pa¨ªs un m¨¢ximo de cinco a?os. ¡°Cuando me dijeron que ten¨ªa que abandonar el pa¨ªs en un plazo m¨¢ximo de 30 d¨ªas no me lo pod¨ªa creer, justo cuando empezaba a salir adelante¡±, a?ade emocionada. ¡°Nunca hab¨ªa pedido una ayuda a los servicios sociales; ni me aprovech¨¦ de las arcas p¨²blicas¡±.
Aquel d¨ªa empez¨® un aut¨¦ntico v¨ªa crucis para Dolores: sus ahorros apenas le permit¨ªan abonar las facturas, perdi¨® la fianza del apartamento que acababa de alquilar, tuvo que hacer c¨¢balas para comprar el billete de vuelta y regalar las pertenencias que no pod¨ªa llevar en el equipaje de vuelta. ¡°Ni siquiera me ha dado tiempo a venderlos¡±, desliza resignada.
El derecho comunitario permite a cualquier ciudadano europeo permanecer hasta tres meses en otro pa¨ªs de la UE con su DNI como ¨²nico equipaje. A partir de ese momento, el permiso de residencia est¨¢ condicionado a que la persona tenga un contrato de trabajo; disponga de un seguro m¨¦dico y de recursos econ¨®micos suficientes para vivir sin necesidad de recurrir a ayudas sociales; est¨¦ estudiando en alguna instituci¨®n educativa del pa¨ªs o sea familiar de primer grado de alguna persona que cumpla los anteriores requisitos. Si no cumple con al menos uno de estos condicionantes, la legislaci¨®n europea deja la puerta abierta a una expulsi¨®n, pero la limita a ¡°circunstancias excepcionales¡±.
Lo que dice la directiva
As¨ª reza el punto 16 de la directiva de 2004: ¡°Los beneficiarios del derecho de residencia no podr¨¢n ser expulsados mientras no se conviertan en una carga excesiva para la asistencia social del Estado de acogida. (...) Conviene que el Estado examine si tal recurso obedece a dificultades temporales y que tenga en cuenta la duraci¨®n de la residencia, las circunstancias personales y la cuant¨ªa de la ayuda concedida antes de poder decidir si el beneficiario se ha convertido en una carga excesiva para su asistencia social y si procede su expulsi¨®n¡±.
13 de los 28 pa¨ªses de la UE ¡ªentre ellos, la propia B¨¦lgica, Alemania, Francia, Italia, Austria e Irlanda¡ª practican expulsiones selectivas de inmigrantes comunitarios ampar¨¢ndose en la ¡°carga excesiva¡± que suponen para sus arcas.
4.812 europeos ¡ª291 espa?oles¡ª fueron expulsados de B¨¦lgica en 2013, m¨¢s del doble que un a?o antes.
El ¨²ltimo en sumarse a esta interpretaci¨®n de la legislaci¨®n comunitaria ha sido el Gobierno alem¨¢n, que el mi¨¦rcoles anunci¨® su intenci¨®n de acabar con la "inmigraci¨®n de la pobreza" imitando el efectista esquema belga.
La Comisi¨®n Europea ha ratificado la legalidad de las medidas belgas y alemanas y ha admitido ¡°problemas puntuales¡± en algunos Estados miembros.
Sin embargo, el margen de maniobra que el texto otorga a cada pa¨ªs produce situaciones como la de B¨¦lgica. Iv¨¢n Salazar, responsable de ayuda social de la asociaci¨®n Hispano-Belga que, como su propio nombre indica, tiende puentes entre Espa?a, Latinoam¨¦rica y B¨¦lgica, lo tiene claro: ¡°Las expulsiones de espa?oles se han multiplicado en los ¨²ltimos meses¡±. Al principio, dice, les chocaba que tantas personas acudieran a la asociaci¨®n con el mismo problema. ¡°No sab¨ªamos de qu¨¦ hablaban cuando dec¨ªan que les hab¨ªan expulsado¡±, a?ade con tono pausado. ¡°Pero con el paso del tiempo empezaron a llegar m¨¢s y m¨¢s casos¡±. La gran mayor¨ªa de ellos decide, como Ca?izal, regresar a Espa?a.
Apenas seis kil¨®metros al este de la Hispano-Belga, vive Carlos G. y su pareja belga, Eliane Istace. Este catal¨¢n tuvo que echar el cierre en 2009 a las dos empresas que regentaba en Barcelona: un restaurante y una compa?¨ªa de servicios de limpieza. El paro ya arreciaba y, de un d¨ªa para otro, se vio en la tesitura de tener que emigrar. Prob¨® suerte en Holanda, donde viv¨ªan unos conocidos, pero el idioma le oblig¨® a buscar otros lares. ¡°No dur¨¦ ni un mes¡±, rememora. Acab¨® en Bruselas, a donde lleg¨® con ¡°poco dinero¡±. Como Ca?izal, Carlos se hosped¨® las primeras semanas en casa de unos amigos mientras estudiaba franc¨¦s: casi ocho horas diarias, con una ayuda social de 380 euros. ¡°Es un pa¨ªs solidario¡±, apunta mientras apura un ¨²ltimo trago de vino rosado. Acaba de cumplir 50 a?os y mantiene una actitud jovial: ¨²nicamente el pelo cano delata su edad.
Cuando su franc¨¦s empezaba a ser lo suficientemente bueno, Carlos se acogi¨® al art¨ªculo 60 ¡ªuna f¨®rmula que ofrece a los desempleados un salario a cambio de trabajar en ayuda social¡ª y firm¨® un contrato en una residencia de ancianos de Etterbeek, el barrio en el que vive. ¡°Todo iba bien: conoc¨ª a mi pareja, ganaba lo suficiente para vivir... Hasta que recib¨ª la orden de expulsi¨®n¡±.
De verbo f¨¢cil, maneja bien la intrincada terminolog¨ªa jur¨ªdica que rodea su caso ¡ªestudi¨® tres a?os de Derecho¡ª y se explica en un fra?ol que da fe de su total adaptaci¨®n a la sociedad belga. Clava sus ojos en los papeles mientras se apagan los ¨²ltimos rayos de sol del primer d¨ªa de primavera en Bruselas. Su mirada denota rabia. ¡°Voy a luchar porque es un sinsentido: es como si te ayudaran para luego echarte¡±. De momento, Carlos est¨¢ centrado en ganar la batalla en los tribunales, que en abril resolver¨¢n su recurso, en el que ha llegado a renunciar expl¨ªcitamente al seguro de desempleo. ¡°No quiero m¨¢s ayudas, solo que me dejen trabajar aqu¨ª, en mi entorno¡±. Por si su apelaci¨®n no prosperara, Carlos a¨²n guarda una bala en la rec¨¢mara: que el Estado belga acepte su cohabitaci¨®n con su pareja. Espera que la situaci¨®n no se alargue mucho en el tiempo ¡ª¡°cumplo todos los requisitos y creo que ha sido un error administrativo; si no, no me lo explico¡±¡ª, pero advierte de la fr¨¢gil situaci¨®n en la que se encuentran otros expulsados. ¡°El Estado busca amedrentar a quien recibe la carta y que, presa del p¨¢nico, abandone B¨¦lgica voluntariamente¡±.
En Espa?a no tuvimos problemas de racismo, y aqu¨ª, es institucional¡±, dice L.B., espa?ol de origen magreb¨ª
Ese es el caso de L. B., su mujer y tres de sus cuatro hijos, que prefieren permanecer en el anonimato por miedo a represalias. Tras 26 a?os trabajando en Mallorca, este marroqu¨ª de T¨¢nger se vio abocado a emigrar a B¨¦lgica en 2011 para trabajar en la construcci¨®n, ¡°como aut¨®nomo y sin la m¨¢s m¨ªnima medida de seguridad¡±. Se explica en un castellano gramaticalmente perfecto y ense?a su pasaporte espa?ol con orgullo: todos sus hijos han nacido en Baleares. La decisi¨®n de marcharse a Bruselas no fue f¨¢cil y se hizo a¨²n m¨¢s cuesta arriba cuando ya en B¨¦lgica, solo dos meses despu¨¦s de empezar a cobrar una ayuda social de 600 euros ¡°por la escolarizaci¨®n de los ni?os¡±, recibi¨® la temida orden de expulsi¨®n. Desde entonces, apenas logra conciliar el sue?o temiendo que les expulsen ¡°en cualquier momento¡± del diminuto piso en el que viven, en el c¨¦ntrico y multicultural Saint-Gilles. ¡°Me han dicho que la polic¨ªa puede presentarse en cualquier momento para ponernos en la calle¡±. Ha pasado casi un a?o desde que recibi¨® el aviso de que deb¨ªa abandonar B¨¦lgica y el temor sigue latente.
¡°Solo espero que la situaci¨®n mejore en Espa?a y que podamos volver¡±. Por lo pronto, su hijo mayor, de 18 a?os y sobre el que tambi¨¦n pesa una orden de expulsi¨®n, ya se ha asegurado un puesto como repartidor de butano en su Mallorca natal durante los meses de julio y agosto. Mientras, estudia junto a sus hermanos peque?os en un colegio p¨²blico del barrio. ¡°Es importante que aprenda idiomas: habla espa?ol, ¨¢rabe y franc¨¦s, y ahora ha empezado con el neerland¨¦s¡±, afirma L. B. Su gesto se tuerce al ser preguntado por la integraci¨®n, uno de los puntos que la UE considera clave para frenar la expulsi¨®n. ¡°Nos hemos sentido muy mal tratados en B¨¦lgica, en Espa?a nunca tuvimos problemas de racismo y aqu¨ª, en cambio, el racismo es institucional¡±. Su rabia es tal que le lleva a preguntarse por los verdaderos valores europeos. ¡°Somos espa?oles, somos europeos y no podemos vivir en Europa. ?En qu¨¦ consiste entonces la UE?¡±.
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