La desigualdad pone en peligro el sue?o americano
Derecha e izquierda buscan f¨®rmulas para abordar el debate sobre la creciente desigualdad
Las entradas al acto electoral costaban hasta cuatro mil d¨®lares, unos tres mil euros. Bajo una carpa, los camareros serv¨ªan vino y c¨®cteles. El p¨²blico lo formaban donantes del Partido Dem¨®crata, muchos de ellos residentes en Potomac, un pueblo de bosques y mansiones ostentosas que figura en todos los r¨¢nquines de los lugares m¨¢s ricos de Estados Unidos. Era el martes 13 de mayo. En algunos barrios de Potomac, la media de ingresos anuales de un hogar supera el medio mill¨®n de d¨®lares. Si existe una patria del 1% en este pa¨ªs, o del 0,1% ¡ªla ¨¦lite de la ¨¦lite¡ª, est¨¢ en Potomac o en alguna de las poblaciones similares que rodean la capital, Washington.
Hace unos a?os, hubiera sido ins¨®lito escuchar la palabra desigualdad en boca de Clinton, y ante un p¨²blico acomodado
Bill Clinton, presidente de EE UU entre 1993 y 2001, era el orador estrella de aquella reuni¨®n para recaudar fondos. Clinton acudi¨® all¨ª para apoyar a Anthony Brown, un candidato de su partido, el Dem¨®crata, en las primarias para el cargo de gobernador de Maryland, el Estado donde se encuentra Potomac. El presidente no ha perdido el desparpajo ni la capacidad de seducci¨®n. ¡°Maryland es un buen ejemplo del mensaje sencillo que intento llevar a Am¨¦rica cada d¨ªa: hay lugares en este pa¨ªs en los que la prosperidad est¨¢ m¨¢s repartida aunque la desigualdad aumente¡±, dijo. Brown recaud¨® cerca de un mill¨®n de d¨®lares en aquel acto.
Hace unos a?os escuchar la palabra desigualdad en boca de Clinton, y ante un p¨²blico como el de Potomac, habr¨ªa resultado ins¨®lito. La expresi¨®n no figura en ninguno de los discursos anuales sobre el estado de la Uni¨®n que pronunci¨® cuando era presidente. Su ret¨®rica econ¨®mica, similar a la de la tercera v¨ªa en Europa, pon¨ªa el acento en el crecimiento, la reforma del Estado de bienestar y la reducci¨®n del d¨¦ficit.
Ahora es distinto. La desigualdad creciente de ingresos y de riqueza ocupa el centro del debate en EE UU. El presidente Barack Obama ha hecho de la igualdad de oportunidades el eje de su discurso econ¨®mico. El populismo antielitista define el discurso en una izquierda que se prepara para el pos-obamismo. Los conservadores ya no evitan hablar de la disparidad de ingresos y la brecha entre clases sociales. Y en Roma el papa Francisco, con sus reflexiones sobre los excesos del capitalismo desbocado, se ha convertido en un aliado involuntario de Obama y un acicate para que la derecha revise sus mensajes m¨¢s ¨¢speros.
El libro del a?o ¡ªy quiz¨¢ de la d¨¦cada¡ª es un volumen de m¨¢s de 600 p¨¢ginas de un economista franc¨¦s, Thomas Piketty, hasta ahora desconocido para el gran p¨²blico, pero que en unas semanas se ha elevado en EE UU a la condici¨®n de superestrella con un tratado que demuestra con profusi¨®n de datos ¡ªmuy al gusto norteamericano¡ª el aumento de la desigualdad hasta unos niveles que se acercan a los del siglo XIX. La comparaci¨®n con el siglo XIX no se sustenta s¨®lo en la disparidad de ingresos ¡ªmientras los salarios reales de la clase trabajadora norteamericana apenas ha aumentado desde los a?os setenta, los salarios de 1% con m¨¢s ingresos han subido un 165%, seg¨²n datos citados por el Nobel Paul Krugman¡ª, sino en la disparidad del patrimonio. Regresa el espectro de la sociedad de rentistas, marcada por la herencia: la idea de que los hijos y nietos de los ricos de Potomac seguir¨¢n siendo la clase dominante durante generaciones.
¡°La desigualdad alcanz¨® su marea m¨¢s baja en Estados Unidos entre 1950 y 1980: el 10% superior en la jerarqu¨ªa de ingresos se llevaban entre el 30% y el 35% de los ingresos nacionales de EE UU, aproximadamente el mismo nivel que Francia hoy¡±, escribe Piketty en su libro, Capital en el siglo XXI. ¡°Desde 1980, sin embargo, la desigualdad de ingresos ha estallado en EE UU. La parte del 10% superior ha aumentado del 30%-35% de los ingresos nacionales en los a?os setenta al 45%-50% en la d¨¦cada del a?o 2000¡±. El incremento del 1% con m¨¢s ingresos todav¨ªa es m¨¢s acusado.
La Piketty man¨ªa tiene un precio. Los cr¨ªticos escrutan los errores y fallos interpretativos en el libro. Este fin de semana, el diario Financial Times ha publicado una investigaci¨®n que arroja dudas sobre los c¨¢lculos y m¨¦todos del economista franc¨¦s. Hasta el punto de cuestionar una de sus conclusiones: que las desigualdades en la riqueza hayan regresado a niveles anteriores a la I Guerra Mundial.
La traducci¨®n al ingl¨¦s de Capital en el siglo XXI se ha encaramado a las listas de libros m¨¢s vendidos siguiendo la estela de otros libros de acad¨¦micos que definieron las controversias de su ¨¦poca. Lo logr¨® Francis Fukuyama con El fin de la historia. Publicado tras la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn, el libro de Fukuyama teorizaba sobre el triunfo del capitalismo liberal. Unos a?os despu¨¦s, otro polit¨®logo norteamericano, Samuel Huntington, diagnostic¨® el momento con El choque de las civilizaciones, escrito durante las guerras balc¨¢nicas de los a?os noventa.
Si ahora se habla de desigualdad en EE UU, no es por Piketty. ¡°Ocurre que los libros navegan sobre olas¡±, comenta durante una entrevista telef¨®nica el historiador Michael Kazin, profesor en la Universidad de Georgetown y director de la revista progresista Dissent. En el momento de la conversaci¨®n Kazin estaba sumergido ¡ªcomo parte de la clase intelectual de izquierdas en este pa¨ªs¡ª en la lectura del libro. Piketty ha captado lo que los alemanes llaman el zeitgeist, el esp¨ªritu de la ¨¦poca.
¡°El libro de Thomas Piketty tiene tanto ¨¦xito porque la sociedad de EE UU est¨¢ muy preocupada por el enorme crecimiento de la desigualdad que se ha producido desde los a?os setenta¡±, dice, en un correo electr¨®nico, el economista Emmanuel Saez. Saez, profesor en la Universidad de Berkeley, ha sido uno de los colaboradores m¨¢s estrechos de Piketty en la recuperaci¨®n minuciosa de estad¨ªsticas hist¨®ricas sobre la concentraci¨®n de ingresos y riqueza. ¡°El libro tiene un ¨¦xito particular en EE UU porque alerta contra el retorno de la sociedad patrimonial, en la que los herederos acaban imponi¨¦ndose. Esto toca una fibra en Am¨¦rica, un pa¨ªs que se fund¨® sobre la base del ideal meritocr¨¢tico¡±, argumenta Saez.
La desigualdad se agrav¨® durante los a?os de Ronald Reagan en la Casa Blanca ¡ªun republicano que cre¨ªa en la desregulaci¨®n de los mercados y las rebajas de impuestos¡ª y continu¨® con Clinton. La gran recesi¨®n, que se origin¨® en la burbuja inmobiliaria de la pasada d¨¦cada, ha dejado m¨¢s paro y una clase media que ha visto c¨®mo se reduc¨ªan sus ingresos y se agrandaba la distancia con el 1%, que sali¨® de la crisis indemne. Lo peor ¡ªel terror a caer por el abismo, a precipitarse hacia una gran depresi¨®n similar a la de los a?os treinta¡ª ha pasado. Y, al contemplar el paisaje despu¨¦s de la tormenta, es cuando surge en primer plano el problema de la desigualdad.
¡°Hay menos miedo por el corto plazo y m¨¢s miedo por el largo plazo¡±, constata desde Chengdu (China) el economista Tyler Cowen, profesor de la Universidad George Mason, en las afueras de Washington, y autor de Average is over [se acab¨® la median¨ªa]. Cowen describe en su libro un mundo desarrollado en el que las personas con un alto nivel de educaci¨®n y habilidades tecnol¨®gicas prosperar¨¢n y acumular¨¢n m¨¢s ganancias, y quienes carezcan de esta formaci¨®n ver¨¢n cerrada la entrada a los mejores trabajos y los mejores barrios. Una distop¨ªa: pa¨ªses desarrollados y democr¨¢ticos divididos entre los que tienen (y saben desenvolverse con las m¨¢quinas) y los que no tienen (y no saben); entre los habitantes de pueblos como Potomac y las personas que subsistir¨¢n con empleos precarios y el salario m¨ªnimo.
La pregunta sobre el efecto de la desigualdad en la calidad democr¨¢tica, o en la democracia a secas, vuelve a ser pertinente. ¡°Entonces como ahora¡±, ha escrito Krugman en alusi¨®n a la Francia de la Tercera Rep¨²blica, ¡°una riqueza inmensa permite comprar una inmensa influencia, no s¨®lo en las pol¨ªticas que se adoptan, sino en el discurso pol¨ªtico¡±. Cowen, un economista cercano a posiciones que en EE UU se llamar¨ªan libertarias, y en Europa liberales, no niega la existencia de las desigualdades ni su posible efecto pernicioso en la democracia si una parte de la poblaci¨®n se distancia de las instituciones. La mayor¨ªa de miembros del Congreso de EE UU son hoy millonarios. Polit¨®logos como Nicholas Carnes, de la Universidad de Duke, ven una relaci¨®n directa entre la clase social de los legisladores y la despreocupaci¨®n por las pol¨ªticas que benefician a las clases medias.
Durante d¨¦cadas, para la derecha en EE UU las desigualdades no supusieron ning¨²n problema. El problema era la falta de oportunidades, pero como ¨¦ste era el pa¨ªs del ascensor social, el del sue?o americano, todo parec¨ªa solucionado. El propio Clinton, que es dem¨®crata, apenas hablaba de desigualdad cuando era presidente (y los republicanos Reagan y Bush padre e hijo, menos). La revuelta del Tea Party ¡ªel movimiento populista y conservador que irrumpi¨® tras la llegada del dem¨®crata Obama a la Casa Blanca, en 2009, y marc¨® la agenda del Partido Republicano durante estos a?os¡ª puso a la izquierda a la defensiva. Las bajadas de impuestos y los recortes en el gasto monopolizaban el discurso econ¨®mico. En dos a?os esto ha cambiado. En las elecciones presidenciales de 2012, el candidato republicano, Mitt Romney, pag¨® cara su imagen de plut¨®crata desconectado del norteamericano de a pie. La par¨¢lisis del ascensor social pas¨® a ser un hecho ampliamente admitido, a izquierda y derecha. Desde entonces la lucha contra las desigualdades forma parte del vocabulario mitinero de Obama. Lo llamativo es que los conservadores hayan hecho suyo este discurso.
El populismo antielitista define el discurso de una izquierda que se prepara para la era pos-Obama
Para Piketty, la causa de las desigualdades hay que buscarla en la acumulaci¨®n de las rentas de capital, que crecen a un ritmo m¨¢s r¨¢pido que la econom¨ªa, lo que abre la brecha entre las clases medias y los m¨¢s ricos. Para Cowen, en cambio, es el abismo tecnol¨®gico. Para Charles Murray, seguramente el intelectual de m¨¢s peso hoy en la derecha norteamericana, las desigualdades son reales y ponen en peligro la cohesi¨®n de EE UU, pero no se explican por las diferencias de ingresos, ni por las pol¨ªticas fiscales, sino por las diferencias de valores o culturales.
En el ensayo Coming apart. The state of white America, 1960-2010 [El distanciamiento. El estado de la Am¨¦rica blanca, 1960- 2010], Murray explica el declive de la clase trabajadora blanca por su desapego, desde los a?os sesenta, a lo que ¨¦l considera las virtudes fundacionales de EE UU: religiosidad, laboriosidad, honestidad y matrimonio. Los miembros de esta clase, expone el autor, se casan menos, trabajan menos, van m¨¢s a la c¨¢rcel y frecuentan menos la iglesia que las ¨¦lites (Murray se divorci¨® una vez, es agn¨®stico y defiende el matrimonio homosexual). Han entrado en una espiral que les distancia cada vez m¨¢s de las ¨¦lites industriosas, religiosas y cuyos miembros son proclives a casarse entre ellos y, por tanto, a procrear hijos m¨¢s inteligentes (el uso del coeficiente intelectual en sus estudios es uno de los aspectos m¨¢s discutidos de este intelectual).
Murray no ha le¨ªdo a Piketty, dice en un correo electr¨®nico. A la pregunta de por qu¨¦ en EE UU el debate pol¨ªtico gira de repente en torno a la desigualdad, responde: ¡°Porque finalmente la izquierda socialdem¨®crata logr¨® elegir a uno de los suyos presidente de Estados Unidos, y la izquierda americana, al mismo tiempo, se ha vuelto m¨¢s parecida a la izquierda de Europa, donde la desigualdad ha dominado el debate durante d¨¦cadas¡±.
¡°La desigualdad importa porque en la sociedad real las personas eval¨²an su bienestar econ¨®mico en relaci¨®n con otros¡±, observa el pikettyano Saez. ¡°Por eso la desigualdad siempre ser¨¢ un problema en cualquier sociedad, no importa lo rica que sea. Dicho esto, la gente est¨¢ m¨¢s dispuesta a considerar justas las desigualdades basadas en el m¨¦rito que en la herencia¡±.
¡°La clase media est¨¢ desapareciendo. Se siente insegura¡±, dice Roger Hickey, codirector de la Campa?a por el Futuro de Am¨¦rica, un grupo adscrito al ala izquierda del Partido Dem¨®crata. ¡°No encuentran empleo, los salarios no suben, los conservadores desmantelan sus beneficios. La gente siente la desigualdad. A los americanos no les desagradan los ricos. Aspiran a ser ricos. Pero les preocupa el declive de aquella gran clase media que se construy¨® tras la Segunda Guerra Mundial. Supieron lo que era la seguridad, la oportunidad, la posibilidad de enviar a los hijos a la universidad. Ahora todo esto est¨¢ amenazado¡±.
¡°No creo que a los americanos les preocupe que los ricos ganen m¨¢s. Les preocupa que sus salarios est¨¦n estancados. Los americanos no son receptivos ante los discursos sobre la desigualdad¡±, opina Cowen. ¡°En este pa¨ªs la envidia se dirige sobre todo a las personas con las que fuiste al instituto, a tus parientes, a tus amigos¡±.
No es la desigualdad lo que deber¨ªa alarmar a pol¨ªticos y ciudadanos, sino los obst¨¢culos de los pobres para salir de la pobreza, argumenta Robert Doar, que fue comisionado en la Administraci¨®n de Recursos Humanos de Nueva York con el alcalde Michael Bloomberg. El multimillonario Bloomberg abandon¨® el cargo en diciembre. Su sucesor, el dem¨®crata Bill de Blasio, lleg¨® a la alcald¨ªa con la bandera de la lucha contra las desigualdades, que se hab¨ªan agravado durante los 12 a?os de Bloomberg.
¡°La movilidad y la pobreza son temas m¨¢s importantes y merecedores de nuestra atenci¨®n que la desigualdad¡±, dice Doar en la sede en Washington del American Enterprise Institute (AEI), el laboratorio de ideas m¨¢s influyente de la derecha de EE UU, donde ahora trabaja. A?ade que a ¨¦l le preocupa que la ¡°obsesi¨®n¡± por querer que los ricos pierdan ingresos o patrimonio no acabe da?ando a los pobres. Si los ricos son menos ricos, contin¨²a, la econom¨ªa flaquear¨¢ y el paro crecer¨¢. Y en un pa¨ªs con menos ricos se reducir¨¢ la recaudaci¨®n fiscal porque, si ¨¦stos pierden ingresos y patrimonio, pagar¨¢n menos impuestos.
Lo que tienen en com¨²n estos conservadores ¡ªCowen, Murray, Doar¡ª es que no reh¨²yen la cuesti¨®n de la desigualdad, aunque discrepen de las causas y las soluciones. El debate intelectual, instigado desde instituciones como el AEI, donde se cocinaron desde la revoluci¨®n reaganiana hasta la invasi¨®n de Irak, refleja un cambio pol¨ªtico: tras los a?os de individualismo del Tea Party, el Partido Republicano se ha dado cuenta de que corre el riesgo de perder la iniciativa ideol¨®gica y aparecer como un partido antip¨¢tico, insensible a las dificultades de la clase trabajadora, puede ser letal. La derecha se esfuerza por articular un conservadurismo con rostro humano.
Y en la izquierda renace un nuevo populismo, una palabra que en EE UU carece de las connotaciones negativas que tiene en Europa y Am¨¦rica Latina. ¡°Hay aspectos demag¨®gicos [en el populismo norteamericano], claro¡±, dice Kazin, autor de The populist persuasion [la fe populista], historia de referencia en EE UU sobre el populismo, publicada en 1995. ¡°Pero el n¨²cleo del populismo¡±, dice, ¡°es la exigencia a los pol¨ªticos de que est¨¦n a la altura de su palabra y de los ideales fundadores de este pa¨ªs, que consisten en que la ¨¦lite debe servir a los intereses del pueblo¡±. El significado de populismo, en EE UU, es literal: la defensa de los intereses del pueblo frente a las ¨¦lites. Y no s¨®lo el Tea Party representa esta tradici¨®n.
Thomas Piketty, autor de 'Capital en el siglo XXI'
¡° La forma m¨¢s racional para reducir la desigualdad es apostar por la fiscalidad progresiva sobre las rentas y tambi¨¦n sobre la riqueza neta de los individuos¡± (entrevista a EL PA?S 13/4/2014)
Emmanuel Saez, economista de la Universidad de Berkeley
¡°El libro de Piketty tiene un ¨¦xito particular en EE UU porque alerta contra el retorno de la sociedad patrimonial, en la que los herederos se imponen. Esto toca una fibra en un pa¨ªs que se fund¨® sobre el ideal meritocr¨¢tico¡±.
Michael Kazin, historiador progresista de Georgetown
¡°El n¨²cleo del populismo es la exigencia a los pol¨ªticos de que est¨¦n a la altura de su palabra y de los ideales fundadores de este pa¨ªs, que consisten en que la ¨¦lite debe servir a los intereses del pueblo¡±.
Barack Obama, presidente de Estados Unidos
¡°Los salarios medios apenas se han movido. La desigualdad se ha ahondado. La movilidad hacia arriba se ha estancado¡±. (En enero, Obama pronunci¨® por primera vez la palabra desigualdad en un discurso del estado de la Uni¨®n).
Charles Murray, polit¨®logo conservador
¡°La izquierda socialdem¨®crata logr¨® elegir a uno de los suyos presidente de EE UU, y la izquierda americana, al mismo tiempo, se ha vuelto m¨¢s parecida a la izquierda de Europa, donde la desigualdad ha dominado el debate durante d¨¦cadas¡±.
Tyler Cowen, economista de la Universidad George Mason
¡°No creo que a los americanos les preocupe que los ricos ganen m¨¢s. Les preocupa que sus salarios est¨¦n estancados. Los americanos no son receptivos ante los discursos sobre la desigualdad¡±.
Robert Doar, miembro de un 'think tank' conservador
¡°Si los ricos son menos ricos la econom¨ªa flaquear¨¢ y el paro crecer¨¢. Y en un pa¨ªs con menos ricos se reducir¨¢ la recaudaci¨®n fiscal¡±.
Roger Hickey, ala izquierda del partido dem¨®crata
¡°A los americanos no les desagradan los ricos. Aspiran a ser ricos. Pero les preocupa el declive de la gran clase media contruida tras la Segunda Guerra Mundial¡±.
¡°Hay una larga historia en este pa¨ªs de populismo progresista¡±, dice Hickey. El activista recuerda a los agricultores que en el siglo XIX se organizaron contra las compa?¨ªas de ferrocarriles y los monopolios, y las pol¨ªticas del presidente Franklin Roosevelt como respuesta a la gran depresi¨®n de los a?os treinta. Tambi¨¦n conten¨ªa elementos populistas el discurso sobre la great society [la gran sociedad] del presidente Lyndon Johnson, del que esta semana se ha conmemorado medio siglo. La great society inclu¨ªa medidas igualitaristas en el ¨¢mbito de los derechos civiles, como el fin de la segregaci¨®n legal; y de la econom¨ªa, como la lucha contra la pobreza y la creaci¨®n de seguros m¨¦dicos gratuitos para los mayores de 65 a?os y las personas con menos ingresos.
Di Blasio, el nuevo alcalde de Nueva York, resucit¨® esta tradici¨®n cuando, en campa?a, dec¨ªa que Nueva York se hab¨ªa convertido en una dickensiana historia de dos ciudades, donde conviven casi 400.000 millonarios mientras casi la mitad de ciudadanos viven cerca o en el umbral de la pobreza. El eslogan del movimiento Occupy ¡ªel 99% contra el 1%¡ª se ha incorporado al lenguaje corriente. ¡°Hoy, despu¨¦s de cuatro a?os de crecimiento econ¨®mico, los beneficios empresariales y los precios de las acciones son inusualmente altos, y a los que est¨¢n arriba nunca les ha ido mejor¡±, dijo Obama en el ¨²ltimo discurso sobre el estado de la Uni¨®n, en enero. ¡°Pero los salarios medios apenas se han movido. La desigualdad se ha ahondado. La movilidad hacia arriba se ha estancado¡±.
Era la primera vez que Obama pronunciaba la palabra desigualdad en un discurso sobre el estado de la Uni¨®n, el ritual anual en el que los presidentes definen sus prioridades. En boca de un pol¨ªtico cerebral e instintivamente centrista como ¨¦l, los intentos de hablar el lenguaje del populismo a veces suenan forzados. Nada que ver con Elizabeth Warren, senadora dem¨®crata por Massachusetts desde enero de 2013 y estrella de la izquierda populista. Profesora de derecho en Harvard y jurista especializada en bancarrotas, Warren electriza a las bases progresistas con un lenguaje claro contra los bancos, las grandes corporaciones y las ¨¦lites. ¡°Ella habla el idioma populista¡±, dice Kazin, que en su libro insiste en que el populismo, de izquierdas y derechas, es m¨¢s una ret¨®rica que un programa pol¨ªtico.
¡°?Pres¨¦ntate, Elizabeth, pres¨¦ntate!¡±, gritaban algunas personas congregadas, esta semana, para ver a Warren en una conferencia sobre el nuevo populismo organizada por la Campa?a por el Futuro de Am¨¦rica en un hotel de Washington. Se refer¨ªan a la campa?a para la nominaci¨®n del Partido Dem¨®crata en las elecciones presidenciales de 2016. La exsecretaria de Estado Hillary Clinton es la favorita, pero si tiene un inconveniente es que es poco populista, demasiado cercana a Wall Street y asociada a la presidencia probusiness ¡ªfavorable a las grandes empresas¡ª de su marido, Bill Clinton.
¡°La defensora del pueblo, la tribuna del 99%, la senadora Elizabeth Warren¡±, anunci¨® el presentador. ¡°Me dicen que os hab¨¦is pasado el d¨ªa hablando de populismo, del poder de las personas para conseguir cambios en este pa¨ªs¡±, dijo Warren. ¡°Es algo en lo que creo de verdad¡±. La senadora carg¨® contra los bancos, que han superado la crisis sin que ning¨²n gran banquero vaya a la c¨¢rcel; denunci¨® a los conglomerados que eluden el pago de impuestos; se?al¨® a los pol¨ªticos que negocian tratados de libre comercio de espaldas a los trabajadores. ¡°El juego est¨¢ ama?ado. Y eso no est¨¢ bien¡±, repet¨ªa como un estribillo. Sus palabras ten¨ªan un timbre izquierdista y profundamente americano. Porque ¨¦ste no es un populismo antisistema. Al contrario. Los populistas norteamericanos defienden el sistema contra quienes creen que lo han traicionado.
¡°[Los americanos] var¨ªan, alteran y renuevan cada d¨ªa las cosas secundarias; se cuidan mucho de no tocar las principales¡±, escribi¨® Alexis de Tocqueville, franc¨¦s como Piketty, en los a?os treinta del siglo XIX. ¡°Les encanta el cambio; pero temen las revoluciones¡±.
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