Un hogar para el exilio
Me pongo de pie y escribo en voz alta el nombre de Dolores Pl¨¢, una incansable constructora de la casa para el exilio que es la memoria
Ronda la amnesia cuando al paso del tiempo decrece el n¨²mero de testigos, descendientes y beneficiarios del exilio espa?ol que lleg¨® a M¨¦xico hace exactamente setenta y cinco a?os. Se percibe un inc¨®modo silencio y una necia neblina de olvido cuando se ha vuelto com¨²n escuchar al vuelo que alguien declara su hartazgo o incluso aburrimiento ante cualesquier retazo o remanente de lo que fue el horror del polvo y de la p¨®lvora, los muertos y los abusos de todos los bandos, la confusi¨®n de banderas y la tarantela hipn¨®tica de los himnos, no s¨®lo durante eso que llamamos La Guerra Civil, sino tambi¨¦n cuando evocamos a los miles de refugiados que se transterraron y resucitaron en M¨¦xico para honra de tantos campos donde florecieron. Es obligaci¨®n de conciencia apuntalar entonces ¨Cde diario, de obra y sin omisi¨®n¡ªlo que podr¨ªamos llamar el hogar para el exilio: hablo de la memoria que est¨¢ en las caras arrugadas de los que a¨²n viven para contarlo y en las p¨¢ginas que parecen amarillear con la ira superada, las l¨¢grimas disecadas y la dignidad intacta del perd¨®n. Hablo de que el hogar de nuestros exilios es la casa donde se sembraron los nombres de los ancestros, as¨ª como de los an¨®nimos y las vidas truncadas de quienes jam¨¢s imaginaron que sus hechos y sus palabras hallar¨ªan eco lejos de las trincheras de Belchite, los gritos o las bombas en las ciudades, las horas que memoriz¨® el Ebro o los escombros del Alc¨¢zar en Toledo.
Entre muchas charlas y libros, debo a Antonio Saborit el privilegio de haber conocido a Dolores Pl¨¢ y Brugat. Dir¨¢n con justicia las enciclopedias y los memoriales que la Dra. Pl¨¢ y Brugat fue una destacada historiadora, investigadora notable del Instituto Nacional de Antropolog¨ªa e Historia de M¨¦xico y creadora all¨ª mismo del Seminario Especializado en los extranjeros de M¨¦xico. Consta que recientemente fue la investigadora responsable y ejerci¨® la curadur¨ªa de la exposici¨®n El exilio espa?ol en la Ciudad de M¨¦xico, que a¨²n hoy se puede recorrer y se a?adir¨¢ que fue Directora del proyecto Historia Oral de los Refugiados Espa?oles y autora de Los Ni?os de Morelia. Un estudio sobre los primeros refugiados espa?oles en M¨¦xico, Els exiliats catalans. Un estudio de la emigraci¨®n republicana espa?ola en M¨¦xico y del bello libro El aroma del recuerdo. Narraciones de espa?oles republicanos refugiados en M¨¦xico. Lamentablemente, los memoriales y las enciclopedias han de a?adir que Dolores Pl¨¢ y Brugat falleci¨® el pasado 13 de julio en Barcelona a la edad de 60 a?os.
A m¨ª me toca contar con dolorosa gratitud que Lola Pl¨¢ me ayud¨® a desenmara?ar no pocos laberintos de la vida de Patricio Redondo, un maestro del exilio espa?ol que vino a M¨¦xico a plantar el sue?o de una escuela en medio de la selva tabacalera de Veracruz, tal como har¨ªa en la Ciudad de M¨¦xico su mejor amigo, Jos¨¦ de Tapia con la escuela Bartolom¨¦ Cos¨ªo que contin¨²a floreciendo en Tlalpan. Gracias a Saborit, Lola Pl¨¢ y Brugat public¨® el breve pero indispensable libro Ya aqu¨ª termin¨® todo, libro verde como le?a de hoguera donde Pl¨¢ y Brugat dio voz a una veintena de voces sobrevivientes, la casa de la memoria andante de veinte testimonios vivos, desgarradores y al mismo tiempo ingeniosos, conmovedores, llenos de esperanza, acompa?ados por un luminoso pr¨®logo donde Pl¨¢ y Brugat no s¨®lo condensa con inteligencia los motivos del exilio, los enredos de la Guerra Civil y los horrores de tanta confusi¨®n bombardeada, sino el clima pol¨ªtico e ideol¨®gico que marc¨® a la Segunda Republica en los a?os precedentes.
Me honra recordar y vuelvo a llorar al escribir estas l¨ªneas, pues tanto Lola Pl¨¢ como Antonio Saborit me pidieron presentar ese libro en la Casa Refugio Citlalt¨¦petl que dirige como anfitri¨®n intachable Philippe Oll¨¦-Laprune. En esa casa que sirve de hospedaje a todo escritor que sea perseguido en su pa¨ªs de origen por tinta de verdad que se contraponga a cualesquier velo de censura, Dolores Pl¨¢ y Brugat llen¨® la sala y el antecomedor, el hall de la entrada y parte del patio con motivo de aquel libro donde l¨ªnea a l¨ªnea ¨Cpara orgullo y gratitud de M¨¦xico¡ªuna veintena de voces rompen silencios y narran todos los impensables avatares y las huellas de desgracia en el camino que recorrieron para cruzar la frontera de Catalu?a con Francia, al filo de que cayera Barcelona. Sabemos de la sombra del poeta inmenso que iba tirando papelitos con versos sueltos por el camino y hemos visto las im¨¢genes de tantos ni?os con las caras que reconocemos hoy en d¨ªa en rostros infantiles de la franja de Gaza o los ancianos envueltos en mantas y piojos sin saber que su destino ser¨ªa quiz¨¢ el campo de concentraci¨®n de p¨²as y mar que se llam¨® Argel¨¦s sur M¨¨r. Sabemos de los decretos y las fechas, las cifras y los anales de la historia, pero Pl¨¢ y Brugat construy¨® la casa de la memoria que precisaba la mejor arquitectura del pret¨¦rito: la de los planos que llamamos microhistoria, donde los sin voz adquieren nombre y biograf¨ªa, donde los hechos min¨²sculos y a menudo inadvertidos son le¨ªdos con la misma importancia que le damos al bronce de las estatuas y el m¨¢rmol de la Historia con may¨²scula.
Al presentar el libro, intent¨¦ resumir en unas cuartillas que luchaban por no ser aburridas mi admiraci¨®n por la historiadora Pl¨¢ y Brugat, elogios a la edici¨®n y sincron¨ªa con cada p¨¢rrafo del pr¨®logo m¨¢s que ilustrativo que sirve como dintel para empezar a entender toda una ¨¦poca que no debemos olvidar todos. Sin embargo, lleg¨® el punto en que no hallaba ya m¨¢s palabras y se me ocurri¨® mejor leer en voz alta los nombres de los 21 autores de los testimonios reunidos por Dolores Pl¨¢ en su libro. Sin propon¨¦rmelo, tomaba lista a quienes cre¨ªa fantasmas del pasado, cuando por el filo de la mirada not¨¦ que algunos asistentes de la concurrida audiencia se pon¨ªan de pie. Creyendo que hab¨ªa logrado aburrirlos al grado de acelerar su salida, alc¨¦ la vista para descubrir que ¨Cuno a uno¡ªquienes se pon¨ªan en pie, ?eran precisamente los hombres y mujeres cuyos nombres segu¨ª leyendo! Y los le¨ª m¨¢s de una vez ¨Cuno a uno¡ªya con la voz entrecortada. Estaban all¨ª, de pie con la memoria intacta, en medio de los aplausos de sus familiares ya mexicanos, del p¨²blico en general y de la autora que hab¨ªa apuntalado la casa de su memoria, all¨ª mismo en la casa refugio de los testimonios y recuerdos que no merecen amnesia.
Me pongo de pie y escribo en voz alta, con la garganta hecha nudo el nombre de Dolores Pl¨¢ y Brugat, una entra?able historiadora, incansable constructora de la casa para el exilio que es la memoria que debemos contagiarnos para no olvidar el pret¨¦rito en blanco y negro, tanto como no desde?ar los horrores que se escuchan en el paisaje de Palestina, los miles de ni?os que habitan el limbo en la frontera con los Estados Unidos, los ancianos desamparados en cualquier desahucio o los miles de brasile?os desenga?ados con los placebos y utop¨ªas de un Mundial que se vuelve ahora ol¨ªmpico. Que la casa que se vuelve hogar para cualquier exilio es la memoria que se cultiva con el amoroso empe?o de abatir los olvidos, consignar todos los hechos que constan, delineando el rostro de los an¨®nimos y dando la palabra a todos los que cuentan, porque todos cuentan. Ese es el ejemplo de Dolores Pl¨¢ y Brugat y yo no pienso olvidarla jam¨¢s.
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