Bioy, al lado
Leer 'La invenci¨®n de Morel' transpira el convencimiento instant¨¢neo de estar ante una novela perfecta
Hoy cumple Adolfo Bioy Casares los primeros cien a?os de su eternidad, garantizada en la ronda de lectores que hemos de mantener viva su inmensa literatura. Lo llevamos en relecturas c¨ªclicas, ediciones de bolsillo y pasajes memorizados, al lado de tantos libros y autores contempor¨¢neos que intentan abrevar de su clara sombra. Lo vemos al lado de Jorge Luis Borges, en una vieja fotograf¨ªa que registra el principio de una amistad que habr¨ªa de durar toda la vida, una cr¨®nica diaria anotada en un libro sin fin que ya publicado suma ochocientas p¨¢ginas y al lado de Borges en los relatos que firmaban como H. Bustos Domecq o Benito Su¨¢rez Lynch. Lo vemos al lado de Silvina Ocampo, hermana de Victoria, con la que se cas¨® quiz¨¢ sabiendo ambos que Adolfito ser¨ªa gal¨¢n de m¨¢s de cien mujeres, conquistador insaciable, ligador imbatible, sin dejarla nunca de lado. Sus novelas, noveletas, cuentos, cr¨®nicas, ensayos, memorias, diarios, cartas y otras tantas obras en colaboraci¨®n las ubicamos al lado de los libros m¨¢s entra?ables de cualquier estante y sin embargo, festejo su centenario sin saber si realmente llegamos a ser amigos, o si se trata no m¨¢s que de un espejismo exagerado de mi admiraci¨®n.
Como Borges, como todos sus lectores, leer La invenci¨®n de Morel transpiraba el convencimiento instant¨¢neo de estar ante una novela perfecta, sin hip¨¦rbole ni exageraci¨®n, pero adem¨¢s ir leyendo p¨¢rrafo a p¨¢rrafo el espejo donde todo enamorado de veras se resigna ante el espejismo indescifrable de la mujer que siempre ha de ser inalcanzable precisamente porque los amores de veras, los que parecen literatura, enredan su trama en un trapecio de imposibles constantes y, sin embargo, all¨ª est¨¢ el necio enamorado dispuesto a cortejar a la neblina, con todo el peso de la cursiler¨ªa cuando es humilde, con todo el gobierno del coraz¨®n que resucita a diario y con absoluta gratitud por el milagro de un solo instante, impalpable y callado, que vuelve interminable el reflejo de una mirada.
Luego, uno por uno, todos sus cuentos se volvieron ventana abierta a la tentaci¨®n de plagiarlo, lograr esa magia de envolver un relato entre los telones de otro y sugerir incluso la multiplicidad de tramas como confirmaci¨®n de que no somos m¨¢s que personajes en un mundo que, en realidad, se desdobla en muchos mundos posibles, aunque inverificables. So?ar entonces que cada quien puede vivir con feliz tristeza la confirmaci¨®n de que Los milagros no se recuperan o los secretos compartidos con cualquier lector an¨®nimo ante El recuerdo de Paulina y luego, una por una, sus novelas cortas y otras no tan cortas que se le¨ªan con la avidez conspiratoria del lector convertido en c¨®mplice de las batallas que se narran en el Diario de la guerra del cerdo, o acompa?ar las andanzas que conforman La aventura de un fot¨®grafo en La Plata o imaginar los sue?os de quien se pierde al Dormir al sol.
Gal¨¢n de m¨¢s de cien mujeres, conquistador insaciable, ligador imbatible
Desde luego, los lectores de Bioy sincroniz¨¢bamos j¨²bilo y recrecida admiraci¨®n al celebrar cuando obtuvo merecidamente el Premio Cervantes de Literatura en 1990 y ese mismo a?o, el Premio Internacional Alfonso Reyes, cuando aprovech¨® su viaje a M¨¦xico para demostrar ante un p¨²blico hipnotizado que se sab¨ªa de memoria La Suave Patria de Ram¨®n L¨®pez Velarde, pero no s¨¦ si de veras fuimos amigos aunque pude hablar con ¨¦l en dos ocasiones memorables y una, que escapa a toda explicaci¨®n racional. De los dos primeros encuentros hay al menos una fotograf¨ªa que miro con incredulidad casi todos los d¨ªas, pero de la irracional oportunidad inexplicable que vivimos ambos en Madrid no queda m¨¢s que el cuento donde intent¨¦ narrarlo como si fuese ficci¨®n y una rara tarjeta de presentaci¨®n que se ha vuelto amarilla al paso de los quince a?os desde que sucedi¨®:
Sucede que Adolfo Bioy Casares muri¨® ¨Cseg¨²n los noticieros y ahora las enciclopedias¡ªel 8 de marzo de 1999, en Buenos Aires. Fue enterrado, seg¨²n consta, en el cementerio de la Recoleta, barrio donde vivi¨® a lo largo de toda su vida. Intent¨¦ digerir el duelo leyendo casi todos sus libros que me quedaban a mano en una habitaci¨®n que alquilaba en ese entonces en Madrid y confieso que tambi¨¦n pens¨¦ elaborar mi duelo con la ayuda de Johnny Walker. Poco m¨¢s de un mes despu¨¦s de la fecha de su supuesta desaparici¨®n lo vi caminar por la acera de la calle de Medinaceli ¨Cblazer en tweed perfecto, zapatos envidiables, corbata de seda, el rostro intacto¡ªy el paso decidido, enfilado a la entrada del Gran Hotel Palace de Madrid.
A riesgo de que me atropellara una furgoneta cargada con bombonas de gas, cruc¨¦ sin pensar la calle y lo segu¨ª hasta la rotonda del hotel, all¨ª mismo donde se hab¨ªa fotografiado a Borges a?os antes y sin m¨¢s, me acerqu¨¦ directamente dici¨¦ndole?Usted es¡, ¡°Id¨¦ntico¡±, me respondi¨®. Vino entonces, una invitaci¨®n de caf¨¦, whiskies sin piedad y una larga conversaci¨®n con quien afirmaba ser absolutamente consciente de su parecido con Adolfo Bioy Casares, siendo (seg¨²n su relato) un empresario asturiano que llevaba casi cuatro d¨¦cadas padeciendo la confusi¨®n: que si siempre le regalaban sus amigos los libros que Bioy iba publicando con mayor ¨¦xito y fama o que si nunca faltaba el incauto que lo confund¨ªa en restaurantes o aeropuertos, que si vest¨ªan igual sin ponerse de acuerdo y que en una sola ocasi¨®n ¨¦l mismo viaj¨® a Buenos Aires, busc¨® la direcci¨®n del autor que ya era su clon, y que para su mala fortuna Bioy se hallaba en M¨¦xico para recibir el Premio Alfonso Reyes, ?en ese viaje en el que hab¨ªa yo podido conversar con ¨¦l!
Todos sus cuentos se volvieron ventana abierta a la tentaci¨®n de plagiarlo
El gemelo asturiano de Bioy me demostr¨® que conoc¨ªa perfectamente la obra del verdadero y aut¨¦ntico escritor que nos un¨ªa en respectiva admiraci¨®n, me dijo tambi¨¦n que sab¨ªa no pocos datos de su biograf¨ªa ¨Cm¨¢s all¨¢ de lo que consignan las enciclopedias y los chismosos¡ªy que tambi¨¦n lamentaba mucho haberse enterado de su muerte, poco m¨¢s de un mes antes de esa tarde en que nos conoc¨ªamos en el Palace de Madrid.
Hablamos de los cuentos que ambos intent¨¢bamos evocar como demostraci¨®n de memoria, y coincid¨ªamos en la apreciaci¨®n de las novelas, como jardines transpirados a la sombra de La invenci¨®n de Morel e incluso, fue ese se?or clon asturiano la primera persona en mencionarme que exist¨ªa un diario minucioso de la amistad entre Borges y Bioy, casi una d¨¦cada antes de que el mamotreto tan ¨ªntimo se publicara con bombo y platillo. Hablamos incluso de Luis Greve, muerto, un t¨ªtulo raro en la bibliograf¨ªa de Bioy que casi nadie conoce pues se trata de uno de sus primeros libros que m¨¢s tarde quiso borrar de su memoria y de sus Obras Completas, aunque retom¨® el nombre de su protagonista en alg¨²n relato posterior, seg¨²n me informaba el clon asturiano.
Pasada m¨¢s de una hora de conversaci¨®n, me desped¨ª del hombre id¨¦ntico a Bioy y confieso que el veneno et¨ªlico de aquellos d¨ªas y el azar de las coincidencias in¨²tiles me llevaron mareado hacia la Gran V¨ªa. Era la v¨ªspera del d¨ªa de San Jorge y en la Casa del Libro preparaban filas de rosas rojas y ?la presentaci¨®n de la edici¨®n de bolsillo en Alianza Editorial de cada uno de los libros de Bioy como Biblioteca Bioy Casares! Compr¨¦ los cuatro primeros vol¨²menes y met¨ª la tarjeta del empresario asturiano en el primer librito que se asomaba al fondo de la bolsa.
Al abordar el autob¨²s rojo que me llevar¨ªa de vuelta a mi barrio de Arg¨¹elles-Moncloa, saqu¨¦ el libro para descubrir que la tarjeta se hab¨ªa anidado en donde comienza mi cuento preferido ¡°Los milagros no se recuperan¡± y as¨ª leer en el trayecto mareado que all¨ª aparece el misterioso nombre de Luis Greve¡ tal como se puede leer en la tarjeta de presentaci¨®n que me entreg¨® al despedirse en el lobby del Hotel Palace el fantasma entra?able, autor de inmensa literatura, que hoy al cumplir cien a?os de edad eterna me confirma que lo leo siempre como si fuera la primera vez, como si fuera clon de ¨¦l mismo disfrazado de empresario asturiano m¨¢s all¨¢ de la muerte o el escritor admirable, arc¨¢ngel alado, que al intentar escribir estas l¨ªneas lo tengo a mi lado.
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