Populismo
Un t¨¦rmino en busca de su significado
El vocablo en cuesti¨®n quiere decir mucho, tanto que con frecuencia no dice nada. A menudo se reduce a un simple ep¨ªteto pol¨ªtico. Por eso tambi¨¦n se abusa, y con el abuso pierde significado. Ocurre con la propia definici¨®n, las caracter¨ªsticas que componen el concepto, es decir, los atributos que deben estar presentes para que algo sea populismo. Cuando no hay consenso sobre esas caracter¨ªsticas, a su vez se complica la emp¨ªrea, la tarea de clasificar, de determinar qui¨¦n es populista. Esto, a su vez, en dos sentidos: por un lado en el espacio¡ªdonde¡ªy por el otro en el tiempo¡ªcuando¡ªeste ¨²ltimo necesario para captar la singularidad hist¨®rica de un fen¨®meno.
Es como el elefante, cuyo ADN es en un 95% id¨¦ntico al del mamut, pero que no obstante constituye otra especie. Ni mamut tard¨ªo, ni mamut del siglo XXI, a pesar de ese 95%. Clasificar entonces es esencial para entender, distinguir algo que es de aquello que no es. Si la historia le importa a la biolog¨ªa a efectos clasificatorios, m¨¢s deber¨ªa importarle a la pol¨ªtica, pero a veces no es as¨ª. En esos casos reina la ambig¨¹edad, como cuando hablamos de populismo.
Por ejemplo, en Estados Unidos el movimiento populista surgi¨® a fines del siglo XIX, representando los intereses y aspiraciones de las clases populares agrarias¡ªasalariados y peque?os propietarios¡ªen oposici¨®n a los grandes propietarios y a los grupos financieros concentrados. Esos legados populistas se ven todav¨ªa hoy en las posiciones progresistas de algunos sectores del Partido Dem¨®crata. En Europa, en contraste, la idea de populismo pertenece a la entre guerra, y est¨¢ asociada a un pensamiento nacionalista y xen¨®fobo, discriminatorio de grupos inmigrantes y de minor¨ªas ¨¦tnicas y religiosas. De ah¨ª que ser populista en Europa hoy exprese una cierta nostalgia fascista.
Es en Am¨¦rica Latina, sin embargo, donde el concepto se hace particularmente resbaladizo. All¨ª la noci¨®n de populismo se aplica a casi todo. El t¨¦rmino ha cubierto un ampl¨ªsimo men¨² de opciones ideol¨®gicas, normativas y de pol¨ªtica econ¨®mica, siempre bajo realidades pol¨ªticas cambiantes en el tiempo. Surgido despu¨¦s de la Gran Depresi¨®n, y en algunos casos alrededor de la Segunda Guerra, el populismo fue el instrumento de incorporaci¨®n pol¨ªtica y econ¨®mica de las clases populares. Su amplia coalici¨®n vehiculiz¨® la irrupci¨®n r¨¢pida, explosiva¡ªa veces violenta¡ªde grupos subalternos en la escena pol¨ªtica. El populismo fue una respuesta a la crisis del estado olig¨¢rquico, el modelo exportador con democracia restringida.
La gran alianza social del populismo fue un intento por reconstruir la hegemon¨ªa perdida en la crisis del estado olig¨¢rquico, entendi¨¦ndose por hegemon¨ªa un orden pol¨ªtico basado en el consenso m¨¢s que en la fuerza. Fue un periodo de una vertiginosa construcci¨®n de ciudadan¨ªa. La incorporaci¨®n se hizo por medio de la ampliaci¨®n de derechos sociales (redistribuci¨®n) y pol¨ªticos (voto irrestricto), aunque sin una similar preocupaci¨®n por los derechos civiles y garant¨ªas constitucionales, que bajo el r¨¦gimen olig¨¢rquico anterior no eran precisamente robustos de todas formas. El populismo fue por ello democratizador, a pesar de no ser necesariamente democr¨¢tico.
Su estrategia de desarrollo, sin embargo, la industrializaci¨®n sustitutiva, era propensa a reproducir desequilibrios macroecon¨®micos (inflaci¨®n) y de balanza de pagos (endeudamiento) de manera recurrente. Cuando ambos desequilibrios coincid¨ªan en un punto cr¨ªtico, ello inevitablemente derivaba en inestabilidad y violencia pol¨ªtica. La precariedad del arreglo populista se hac¨ªa evidente en esos ciclos de expansi¨®n y contracci¨®n econ¨®mica, que adem¨¢s generaban ciclos de expansi¨®n y contracci¨®n de derechos, de ciudadan¨ªa.
Las dictaduras, que siempre se justificaban por la inestabilidad precedente, ensayaron una ¡°soluci¨®n final¡± del problema, reduciendo esos mismos derechos a su m¨ªnimo hist¨®rico. Al llegar a los setenta, buena parte de Am¨¦rica Latina viv¨ªa bajo el terrorismo de estado. Las transiciones posteriores ocurrieron en respuesta a esas violaciones. Estuvieron marcadas por la agenda de derechos humanos, es decir, por la revalorizaci¨®n y fortalecimiento del componente civil de la ciudadan¨ªa, las garant¨ªas constitucionales.
El problema adicional de entonces fue c¨®mo recuperar el crecimiento econ¨®mico luego de la crisis de la deuda. En los noventa, el ajuste, la privatizaci¨®n y la liberalizaci¨®n comercial¡ªinevitables para regresar a los mercados de cr¨¦dito internacionales¡ªrestructuraron la econom¨ªa, afectando a la industria protegida tanto como a la clase obrera subsidiada. ?Qui¨¦n, en aquellas fr¨¢giles democracias, podr¨ªa hacerlo manteniendo un m¨ªnimo de estabilidad pol¨ªtica? ?Qui¨¦n, que no fueran los militares, podr¨ªa ejercer control sobre los grupos afectados? Solo el populismo, que se hizo as¨ª de derecha¡ªun populismo neoliberal.
Al llegar a este siglo, la historia es m¨¢s conocida. El boom de las commodities y t¨¦rminos de intercambio sin precedentes generaron super¨¢vits hist¨®ricos para las arcas fiscales. Un nuevo populismo¡ªahora presumiblemente de izquierda, bolivariano¡ªse hizo del estado y de esos recursos. Apel¨® a los pobres, hizo redistribuci¨®n de ingreso y ampli¨® derechos sociales. Asimismo, expandi¨® derechos pol¨ªticos, otorgando el voto a nuevos contingentes sociales e incrementando la participaci¨®n, aunque ejerciendo un f¨¦rreo control de la administraci¨®n electoral. Ech¨® mano de todo el arsenal de los rituales de dominaci¨®n ¡°populista¡±, rituales de dominaci¨®n usados para perpetuarse en el poder. Es all¨ª donde ese progresismo que se abroga pierde significado, lo cual hace indispensable entender al populismo en sus fases hist¨®ricas, el populismo en ambos siglos.
El populismo contin¨²a siendo un t¨¦rmino en busca de su significado. El problema es que esa b¨²squeda intelectual bien puede convertirse en un velo para dejar de conversar de lo esencial. Porque detr¨¢s de este relato del populismo se discute sobre supuestas formas democr¨¢ticas alternativas¡ª¡°no liberales¡±, dicen algunos. En ese proceso, las comillas tambi¨¦n se aplican sobre ¡°democracia¡±, que sin liberalismo se deval¨²a como tal, pierde sentido.
Como si la fusi¨®n de los tres poderes del estado en un partido¡ªo peor a¨²n, en una persona¡ªpudiera tener alg¨²n viso de democracia. Como si la construcci¨®n de una mayor¨ªa electoral¡ªsiempre circunstancial¡ªhabilitara al que se hace del poder pol¨ªtico a pasarles por encima a los dem¨¢s, las minor¨ªas que no est¨¢n de acuerdo, y a perpetuarse all¨ª. Como si los individuos estuvieran dispuestos a renunciar a sus derechos y libertades constitucionales¡ªa hablar, a disentir, a criticar¡ªpor un coeficiente de Gini m¨¢s bajo, o como si esa renuncia fuera adem¨¢s condici¨®n necesaria para bajar el Gini. Y como si esas mismas minor¨ªas estuvieran dispuestas a disolver sus otras identidades¡ªlas que no se definen por el ingreso, identidades religiosas, ¨¦tnicas, de g¨¦nero, de orientaci¨®n sexual¡ªen la fugaz identidad de una mayor¨ªa electoral.
En definitiva el populismo original fue progresista, una excusa para conversar sobre derechos, c¨®mo ampliarlos, c¨®mo hacerlos vigentes y sostenerlos en el tiempo. El populismo de este siglo, en cambio, es reaccionario. Reduce, limita, quita y manipula derechos, m¨¢s all¨¢ de su ret¨®rica acerca del pueblo. Tal vez haya que dejar de hablar de populismo, entonces, y hablar de otra cosa, porque el ¨²nico concepto que parece conservar su significado y valor a trav¨¦s de la historia¡ªque parece estar m¨¢s all¨¢ del elefante y el mamut¡ªes la democracia constitucional. Conversemos sobre ella, porque en realidad la tenemos bastante desvencijada.
Twitter @hectorschamis
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