Bangui esconde los machetes
El miedo gobierna la capital centroafricana, trinchera de grupos cristianos y musulmanes Tropas extranjeras tratan de devolver la seguridad a la ciudad
Ni un alma en el cruce de acceso al barrio PK5. Al fondo, al final de una de las calles, camina alg¨²n vecino de este punto kilom¨¦trico de Bangui, capital de Rep¨²blica Centroafricana. En la esquina siguen en pie los puestos del mercado vac¨ªos. Ni rastro de vida. Tras 10 meses de guerra entre grupos armados, entre milicianos musulmanes y cristianos, la tregua, fr¨¢gil, hab¨ªa animado a los tenderos a reabrir, a las gentes del PK5 a patear de nuevo la tierra. La vida sal¨ªa a la calle. Una granada lanzada en un distrito cercano por un miliciano musulm¨¢n el pasado 7 de octubre reaviv¨® el conflicto. Murieron cuatro personas y regres¨® el pavor. En 12 d¨ªas, la violencia caus¨® m¨¢s de una docena de v¨ªctimas mortales s¨®lo en Bangui, entre ellos, dos cascos azules. 7.160 personas huyeron de sus hogares. Bangui, admiten militares europeos, volvi¨® a ser ¡°una ciudad sin ley¡±.
Espa?a, operaciones especiales y atestados
Pregunta un alto mando militar franc¨¦s en los pasillos de la UCATEX, antigua f¨¢brica textil, sede hoy de la misi¨®n europea EUFOR (734 militares): ¡°?Le tratan bien los espa?oles?¡±. No para. Presume que la respuesta no ser¨¢ mala. ¡°Es que son buenos¡±, prosigue desde lejos. Dentro y fuera del cuartel general del contingente europeo, en Bangui, capital de Rep¨²blica Centroafricana, los 94 espa?oles desplegados cuentan con la vitola de formar parte de cuerpos de operaciones especiales del Ej¨¦rcito y la Guardia Civil.
El instituto armado aporta 25 agentes, la mayor¨ªa formados en la lucha contra el terrorismo en el norte de Espa?a. Entre sus labores est¨¢ la patrulla de las calles de Bangui, tambi¨¦n junto a polic¨ªas centroafricanos.
La fuerza europea, junto a la francesa (Sangari) y la internacional de la MINUSCA, bajo el sello de la ONU, han logrado contener por el momento la violencia en Bangui. Otra cosa es fuera de la capital. Hacia el oeste, Sangari y MINUSCA, poco populares entre los centroafricanos, tratan de asegurar la frontera camerunesa. El este del pa¨ªs es tierra de nadie.
En Bangui, los europeos, con el coronel espa?ol Juan Jos¨¦ Mart¨ªn al frente del Estado Mayor, patean las calles de los conflictivos tercer y quinto distritos. Reconocen en el mando espa?ol que se ha mejorado, pero que queda una asignatura pendiente: dar la vuelta a la tensi¨®n del tercer distrito. ¡°Se lograr¨¢¡±, dice Mart¨ªn.
La violencia les mantiene en alerta. Muy cerca de UCATEX, en un cruce polvoriento del sur de Bangui, un convoy espa?ol acudi¨® el pasado 16 de octubre ante el despliegue de soldados franceses frente a un grupo de antibalakas (grupo armado cristiano). Los milicianos atacaron y las esquirlas de una granada de mano hirieron a un capit¨¢n espa?ol en un brazo y la espalda. Las heridas fueron leves y el militar pudo viajar en un vuelo comercial a Espa?a para su recuperaci¨®n.
Porque el miedo en el pa¨ªs (4,6 millones de habitantes), tras m¨¢s de 5.100 fallecidos desde diciembre, seg¨²n un recuento detallado de la agencia de noticias Associated Press, sigue a flor de piel. El que lanz¨® la granada pertenec¨ªa a Seleka (Alianza, en sango), grupo formado por musulmanes centroafricanos y mercenarios de Chad y Sud¨¢n del Sur, que en Bangui anda parapetado en el cuarto distrito, rodeado por milicianos cristianos conocidos como antibalaka (antimachete). El asaltante acab¨® linchado y asesinado.
Fuerzas especiales espa?olas del contingente europeo EUFOR penetran en el barrio PK5 hasta tierra de nadie, un pedazo del tercer distrito, otrora trinchera entre Seleka y antibalaka. Un grupo de ni?os, muchos hu¨¦rfanos de la guerra, juegan y bromean con los militares. ¡°Mira ese¡±, dice uno de los soldados, apuntando a un chiquillo menudo, con una camiseta hasta las rodillas. ¡°Perdi¨® al padre y a la madre y todav¨ªa sonr¨ªe¡±. Eran cristianos. Los huesos esparcidos por el camino son hoy de animales. Anteayer, dicen los militares, los restos eran humanos. A unos 100 metros del puesto avanzado de EUFOR se esconde el canal entre la maleza, y del otro lado, la comunidad musulmana.
El 15% de los centroafricanos profesa el islam, frente al 85%, el cristianismo. En la ra¨ªz del conflicto est¨¢ la discriminaci¨®n que los musulmanes sienten en las esferas de poder. La lucha incluso por partir el pa¨ªs con una nueva frontera, tambi¨¦n por asegurar el control de las minas de oro y diamantes, ayuda a explicar la ofensiva de los Seleka sobre Bangui en marzo de 2013. Su l¨ªder, Michel Djotodia, tom¨® la presidencia y los que le auparon dieron rienda suelta a saqueos, violaciones y asesinatos. Los antibalaka contraatacaron en diciembre. Djotodia abandon¨® un mes despu¨¦s, presionado por la comunidad internacional y sobre todo por Par¨ªs, antigua metr¨®poli de la colonia. La tortilla dio entonces la vuelta y fueron las milicias cristianas las que se emplearon a fondo contra la poblaci¨®n musulmana. Era su venganza.
¡°Imag¨ªnese que tiene a dos chicos armados¡±, plantea a un militar italiano Merle, un veintea?ero que vive junto al canal. ¡°Uno de ellos es cristiano y el otro musulm¨¢n, ?a qui¨¦n desarmar¨¢?¡±. La pel¨ªcula de Merle es de buenos y malos. Sin mirar a los ojos salvo cuando r¨ªe, con un auricular colgando del o¨ªdo izquierdo, escucha c¨®mo el soldado explica que desarmar¨ªa a ambos. ¡°Pero a ese lado¡±, exclama se?alando hacia la otra orilla del canal, ¡°hay muchos j¨®venes musulmanes locos y tienen que desarmarlos¡±.
?Qui¨¦nes son esos locos de Merle? Ibrahim Bohari, musulm¨¢n de pelo largo y trenzado, da alguna pista desde una terraza de los humildes estudios de Radio Ndeke Luka, en el sur de la capital. Fue futbolista en B¨¦lgica y ahora coordina la organizaci¨®n Los Hermanos Centroafricanos. Vive en el problem¨¢tico tercer distrito. ¡°Hay muchos j¨®venes que no tienen empleo y son manipulables¡±, se?ala. ¡°Toman drogas [su preferida es el tramadol, un excitante] y son utilizados por los grupos pol¨ªticos¡±. En otra mesa, con gorra y barba cerrada, se sienta Kengbanda Cyrille, t¨¦cnico de electrodom¨¦sticos y comandante antibalaka en el quinto distrito. ¡°Entiendo a los Seleka¡±, se?ala con sorna, ¡°son patriotas radicales¡±. Pero tambi¨¦n hay extremistas entre los suyos, ?no? ¡°S¨ª, y si hay que desarmarles a la fuerza, lo haremos¡±.
Hay impresiones que no fallan: ciudadanos cristianos y musulmanes son rehenes de grupos armados. Estos, agazapados ahora, se sirven de j¨®venes sin perspectivas, sin futuro, marionetas f¨¢ciles de manipular.
El despliegue de soldados europeos y cascos azules ha obligado a las milicias, armadas hasta los dientes tras atracar los arsenales de la capital -el mercado negro permite no obstante comprar una granada por un euro o un Kal¨¢shnikov por unos 90-, a esconder los fusiles y machetes. Las atrocidades, sin embargo, han calado hondo. La onda expansiva de la granada del 7 de octubre llev¨® a miles de centroafricanos del tercer y quinto distritos a refugiarse en el campamento de M¡¯Poko, junto al aeropuerto, hogar hoy de unos 21.000 desplazados (unas 900.000 personas han abandonado sus casas desde el pasado diciembre). Abraham -sus amigos, dice ¨¦l, le llaman Lincoln-, de 27 a?os y estudiante de Derecho, es uno de esos huidos que hoy habitan M¡¯Poko. ¡°Nunca pens¨¦ que fuera a vivir aqu¨ª¡±, confiesa mientras recorre el pasillo que divide en dos el campo, ¡°vivir as¨ª y con los ni?os, nunca lo pens¨¦¡±. Una fuerte tormenta golpea de improviso los pl¨¢sticos y metales que techan las tiendas de los campos.
El miedo gobierna la d¨¦bil tregua firmada en Brazzaville. Al sureste del aeropuerto, a unos 20 minutos, corre el r¨ªo Ubangui, que da nombre a la ciudad. Media docena de trabajadores enredan en las obras del embarcadero, proyecto apoyado por la UE y que pretende normalizar el comercio fluvial. ¡°Antes ¨¦ramos unos 30¡±, dice Siril, joven capataz de la obra. Pero los antibalaka llegaron hace unos d¨ªas y muchos huyeron en tropel a Congo, al otro lado de la orilla. Otra vez el terror. ¡°Pronto volver¨¢n a trabajar¡±, aventura. ?Tiene miedo? ¡°No, ahora se est¨¢ bien¡±. Pero los antibalaka no est¨¢n lejos. Siril y su compa?ero Cristian apuntan al otro lado de las monta?as. Ese es su escondite.
Algunos de esos milicianos ya no tienen donde resguardarse. Sanze Isevin es antibalaka. Tiene 25 a?os y est¨¢ encarcelado. Descalzo, sin camiseta, se sujeta a los barrotes de una prisi¨®n destartalada, no lejos del r¨ªo. ¡°Me detuvieron los Sangari [tropas francesas]¡±,explica Isevin, ¡°cerca de Camer¨²n¡±. ?Qu¨¦ hac¨ªa? ¡°Defender a mi familia contra los Seleka¡±. Ahora, como otros reos, solo quiere salir de prisi¨®n. Dejarlo todo para encontrar un trabajo.
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