La delicadeza de los d¨ªas
Embrutecidos por el mundo que creamos, nos hemos reducido a consumidores de acontecimientos, presos en la pesadilla de la repetici¨®n
¡°Mam¨¢, ?sab¨ªas que al crecer podemos volver a jugar con los juguetes de cuando ¨¦ramos peque?as?¡±, anunci¨® mi ahijada Catarina, de tres a?os y ocho meses. Y a?adi¨® en su primera declaraci¨®n de A?o Nuevo: ¡°Necesitamos juguetes para ir a la facultad. Voy a ser ¡®escribista¡¯.¡± ?Escribista?, inquiri¨®, interrogativa, su madre. ¡°Escribista, mam¨¢: la persona que escribe para leer¡±.
Catarina es as¨ª. Rodeada de princesas, porque tambi¨¦n es una ¡°princesista¡±, a veces deja callados a los adultos que tiene a su alrededor, sac¨¢ndonos de la reiteraci¨®n neur¨®tica de los d¨ªas. Resulta evidente que siente compasi¨®n por nosotros, hasta el punto de haber fingido, esta Navidad, creer en Pap¨¢ Noel para no decepcionarnos. Hicimos cosas rid¨ªculas. A falta de chimeneas, Pap¨¢ Noel habr¨ªa descendido por una ventana por la que no pasar¨ªa un duende con anorexia, y ella lo acept¨®. Pero, lo juro, sus ojos eran tan esc¨¦pticos como los de Humphrey Bogart en Casablanca.
Es bueno parar para llegar a sentir la delicadeza de los d¨ªas
D¨ªas antes, ya hab¨ªa simulado creer en una carta que el viejo le habr¨ªa escrito de su pu?o y letra, en la cual, por una incre¨ªble coincidencia, le daba los mism¨ªsimos consejos que su madre le da todos los d¨ªas. Catarina apenas pod¨ªa contener la risa cuando le pregunt¨¦ sobre la carta. Pero fingi¨® creer, por amor. Mentiras sinceras, como en la canci¨®n de Cazuza, ya le interesan.
Pas¨® la Nochevieja vestida de Alicia, la del pa¨ªs de las maravillas. Percibo que para ella todos somos el conejo blanco. ¡°Ay, ay, Dios m¨ªo, hola, adi¨®s, es tarde, tarde es tarde. No, no , no, tengo prisa, prisa¡¡± De tanto observarnos, se dio cuenta de que necesitamos mucho nuestros juguetes en la vida adulta. Por eso nos dio permiso y nos mand¨® jugar.
Hay quien se enga?a y piensa que los ni?os se equivocan al hablar porque desconocen las palabras precisas. No es as¨ª. Ellos dicen las palabras exactas y nosotros las corregimos al encajonarlas con la uniformidad del diccionario. Alguien puede confundirse y pensar que Catarina quiso decir ¡°escritora¡±, no ¡°escribista¡±. En absoluto. Escribista era la palabra exacta. Aquella persona que escribe no para ser le¨ªda sino para leer, como la propia Catarina aclar¨®. Leerse a s¨ª misma. Una ¡°vista¡± de s¨ª.
Los ni?os descubren las palabras exactas antes de que los adultos las encajonen
Y Catarina ya es una escribista. Lo que puede ocurrir es que en la facultad tal vez deje de serlo, aunque solo si olvida de llevar sus juguetes. Espero estar viva para record¨¢rselo.
Catarina ya se cuenta, pasa los d¨ªas cont¨¢ndose, en largas narraciones. Entiende lo que Fernandes, el personaje de la pel¨ªcula india ¡°The Lunchbox¡±, de Ritesh Batra, descubri¨® cuando empezaba a envejecer: ¡°Creo que nos olvidar¨ªamos de las cosas si no tuvi¨¦ramos a quien cont¨¢rselas¡±. Un d¨ªa, por error, Fernandes recibi¨® en su despacho una fiambrera que no era para ¨¦l, pero s¨ª era para ¨¦l: ¡°El tren equivocado a veces lleva a un buen destino¡±. A partir de ese desacierto tan acertado, se inici¨® una correspondencia entre la mujer que cocinaba y el hombre que com¨ªa. Fernandes, que se limitaba a repetir sus d¨ªas, pas¨® a contemplarlos cuando empez¨® a escribirla. El color, el olor, el sabor de la comida en los que ella escond¨ªa las palabras, despertaron en ¨¦l los sentidos hasta entonces embrutecidos por la reiteraci¨®n. Era contable; un contador de n¨²meros que no contaba los sentimientos. Ni ¨¦l tampoco contaba, no era importante, para nadie. Al contarse, finalmente cont¨® en m¨¢s de un sentido. Cont¨® para ella, cont¨® para s¨ª mismo.
Hay un momento en esa pel¨ªcula tan bonita en el que Fernandes por primera vez se detiene para observar los cuadros de un pintor callejero al que nunca hab¨ªa prestado atenci¨®n. El pintor pinta siempre el mismo paisaje pero, al mirar m¨¢s de cerca, Fernandes descubre que en realidad no es el mismo paisaje. Como su propio d¨ªa a d¨ªa, que solo parece ser lo mismo. O solo ser¨ªa lo mismo si ¨¦l no fuera capaz de ver la delicadeza, los infinitos peque?os cambios, la eterna novedad del mundo de la que hablaba Fernando Pessoa, aquel que necesit¨® de por lo menos tres heter¨®nimos para describir su propio universo.
Los robots ya existen, hay que reinventar a los humanos
De repente, Fernandes se descubre en una de las telas. Sin el velo enga?oso de la rutina, que hasta entonces lo cubr¨ªa, consigue reconocerse en el paisaje. Ahora es un hombre que est¨¢. Decide tomar un ¡°rickshaw¡± para volver a visitar los paisajes de su vida, ver los lugares que ve¨ªa sin ver para verlos ahora. Al final de ese recorrido, es otro. Otro que, descubierto, tendr¨¢ que redescubrirse cada d¨ªa.
Fue el Pap¨¢ Noel de Catarina quien me regal¨® esa pel¨ªcula en Navidad y yo cre¨ª en ese Pap¨¢ Noel. O fing¨ª creer por autocompasi¨®n. Me record¨® otra pel¨ªcula m¨¢s antigua, ¡°Smoke¡±, dirigida por Wayne Wang y Paul Auster. En ella, Auggie Wren, due?o de un estanco, desde hace a?os toma una foto todos los d¨ªas, a las ocho de la ma?ana, de la misma esquina de Brooklin, en Nueva York. Ense?a ese ¨¢lbum con 4 mil fotograf¨ªas a uno de sus clientes, Paul Benjamin que, despu¨¦s de pasar algunas p¨¢ginas, dice: ¡°Son todas iguales¡±. Auggie responde: ¡°S¨ª, 4 mil d¨ªas normales y corrientes¡±. Paul todav¨ªa est¨¢ confuso y un poco condescendiente. Es un escritor de novelas frente al due?o de un estanco: ¡°Creo que a¨²n no lo he entendido bien¡¡± Y Auggie intenta explicarle: ¡°Es mi esquina y en esta peque?a parte del mundo tambi¨¦n pasan cosas¡±. Y coloca otro ¨¢lbum delante de Paul que lo hojea hastiado cada vez m¨¢s r¨¢pidamente. Auggie le advierte: ¡°No vas a entender nada si no pasas las hojas m¨¢s despacio, amigo.¡±
Sabe que, si mira bien, Paul reconocer¨¢ la esquina. El hombre que tiene ante s¨ª es un escritor, pero Auggie, como Catarina, es un escribista. Entonces Paul finalmente lo descubre. Ve a Ellen, la mujer que am¨® y que muri¨®, en una de las fotos. Est¨¢ all¨ª, en la misma esquina que ahora ya no podr¨ªa ser la misma. Al ver la foto, Paul se reencuentra en otro tiempo porque, cuando perdemos a alguien que amamos, nuestro luto tambi¨¦n lo hacemos por aquel que fuimos con esa persona, y que sin ella ya no pudimos ser. Un luto por otro siempre es, adem¨¢s, un luto por uno mismo. Y all¨ª qued¨® Paul, llorando, ante la esquina que finalmente contempl¨®, con nostalgia de ella y de s¨ª mismo con ella. El ¨¢lbum, ahora, ya no ten¨ªa la misma foto repetida centenares de veces, sino centenares de fotos de esquinas diferentes.
El luto por otro es tambi¨¦n luto por uno mismo
Vivimos en este mundo de acontecimientos, de espasmo en espasmo. Estamos intoxicados por acontecimientos, enmudecidos por im¨¢genes. Hay siempre algo ocurriendo con muchos puntos de exclamaci¨®n, o pareciendo suceder para que de hecho no suceda nada. Y hay nuestra reacci¨®n en las redes sociales, a veces una ilusi¨®n de acci¨®n. Y hay, cada fin de a?o, prop¨®sitos que tambi¨¦n presuponen una acci¨®n.
Pero, ?qu¨¦ hace falta para, de verdad, moverse? Pienso que, para que exista un cambio real de postura y de lugar, es necesario percibir lo peque?o, lo casi invisible de nuestra realidad externa e interna. Es a trav¨¦s de los detalles por donde contemplamos la trama mayor; es en la suma de las sutilezas donde la vida se enreda; son las subjetividades las que determinan un destino. Es necesario ¡°desacontecer¡± un poco para ser capaces de sentir la delicadeza de los d¨ªas.
En este tiempo en el que nadie tiene tiempo de tener tiempo, la delicadeza de la vida parece haber sido relegada a la ficci¨®n. En el cine y en la literatura nos enternecemos y derramamos l¨¢grimas al presenciar las sutilezas que nos olvidamos de contemplar en nuestros d¨ªas de aut¨®matas. Los personajes de ficci¨®n tienen m¨¢s carne que nosotros, los necesitamos para recordar qui¨¦nes somos. Los robots ya est¨¢n aqu¨ª, tenemos ahora que reinventar a los humanos.
El ejemplo extremo quiz¨¢s sea el de los padres que se olvidan de los hijos encerrados en el coche, beb¨¦s que acaban muriendo por asfixia o por insolaci¨®n en el asiento de atr¨¢s. Ya se dijo que ese fen¨®meno ser¨ªa una prueba del egocentrismo o del narcisismo que marcar¨ªan la paternidad de este momento hist¨®rico: el hijo como insignificancia, como una molestia o, a lo sumo, como un trofeo del poder del padre. Mi hip¨®tesis es otra.
Un padre olvida a su hijo en el coche por estar preso de la pesadilla de vivir siempre el mismo d¨ªa
Creo que esos padres est¨¢n automatizados, como lo estamos todos. Tan incapaces son de advertir las diferencias de los d¨ªas que parecen iguales, que acaban dejando de ver algo tan grande como la presencia de un beb¨¦ en el asiento de atr¨¢s. No es que se olviden de los hijos porque, para olvidar como para recordar, es preciso estar presente. Presos en la pesadilla de estar viviendo siempre el mismo d¨ªa, estos padres est¨¢n ausentes de s¨ª mismos, en una especie de trance mort¨ªfero. Despiertan a la vida por la muerte del hijo.
El t¨ªtulo de la conmovedora pel¨ªcula del brasile?o Caetano Gotardo es expresivo: ¡°Lo que se mueve¡± (O que se move). Cuenta tres historias basadas en noticias de los peri¨®dicos. En una de ellas, asistimos a los detalles y los imprevistos de un padre que, en el primer d¨ªa de vacaciones de la madre, pone al hijo en el asiento trasero del coche. Con el balanceo, el beb¨¦ acaba durmi¨¦ndose y el padre lo ¡°olvida¡±. Pasa la ma?ana en el trabajo sinti¨¦ndose trastornado, enfermo, pero no consigue darse cuenta de lo que ha hecho mal. De nuevo a trav¨¦s del cine, m¨¢s que las noticias, es como conseguimos ver a estos padres en la delicadeza monstruosa de la tragedia.
En alg¨²n momento olvidamos lo que sabe Catarina; dejamos de cont¨¢rnoslo. Alguien puede argumentar que nunca tantos hablaron tanto sobre s¨ª mismos y se registraron en selfis en todas las situaciones. Pero, ?qu¨¦ dice un selfi? Pienso que hay algo en el selfi m¨¢s all¨¢ de la cr¨ªtica que en general le hacen: la de ser un mero registro del egocentrismo o del narcisismo de esta ¨¦poca. Lo mismo vale para tweets y entradas en Facebook. Hay algo de desgarrador en el selfi, una expresi¨®n de nuestra desesperaci¨®n por intentar probar que existimos, ya que no conseguimos sentirnos existiendo. Mejor a¨²n si fuera un autorretrato junto a alg¨²n famoso, con certificado de existencia validado por los medios de comunicaci¨®n, que se extender¨ªa al autor de la foto. En este sentido, el selfi no me exaspera sino que me emociona: cada selfi es tambi¨¦n la imagen de nuestra ausencia.
El selfi es la imagen de nuestra ausencia
Lo que cuenta Catarina, la escribista, es otra cosa. Y de ah¨ª sugiero que hagamos no una lista de prop¨®sitos de A?o Nuevo, sino una lista de delicadezas que estuvieron presentes en 2014, pero que no vimos ni supimos reconocer porque nos hemos vuelto seres condenados a la repetici¨®n.
Este mundo que creamos nos embrutece de muchas formas al reducirnos a consumidores y tambi¨¦n a consumidores de eventos. Ante la brutalidad de las horas, la delicadeza es un acto de insubordinaci¨®n y un acto de resistencia. En 2015, deseo a todos un reencuentro con la delicada trama de los d¨ªas. Y, no lo olviden, lleven sus juguetes.
* Eliane Brum es escritora, reportera y documentalista. Autora de los libros de no ficci¨®n: Coluna Prestes - O Avesso da Lenda, A Vida que Ningu¨¦m v¨º, O Olho da Rua, A Menina Quebrada, Meus Desacontecimentos. Y de novela: Uma Duas. Site: elianebrum.com Email: elianebrum.coluna@gmail.com Twitter: @brumelianebrum
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