En el jard¨ªn de la castidad como castigo
Como toda par¨¢bola, lo dicho por Francisco es producto de una observaci¨®n veros¨ªmil: Es irresponsable tener m¨¢s hijos que los que puedan alimentarse y educar con dignidad
La palabra castidad viene de castigo. Conviene no olvidar esta relaci¨®n para entender el revuelo que suele causar en el orbe cat¨®lico cualquier declaraci¨®n papal sobre moral sexual. Lo dicho por Francisco en el avi¨®n de regreso a Roma desde Filipinas parece una perogrullada (¡°Algunos creen que para ser bueno y cat¨®lico tenemos que ser como conejos¡±), pero apunta al coraz¨®n de la doctrina vigente. La castidad est¨¢ en el centro de ese debate, conocida la man¨ªa de los jerarcas por controlar lo que hacen sus fieles en la cama. Los moralistas m¨¢s libres se remontan a Arist¨®teles para argumentar la idea (pura etimolog¨ªa) de que castidad es un castigo que la raz¨®n impone a la concupiscencia ¡°dom¨¢ndola como a un ni?o¡±.
Como toda par¨¢bola (literaria, no geom¨¦trica), lo dicho por Francisco es producto de una observaci¨®n veros¨ªmil: Es irresponsable tener m¨¢s hijos que los que puedan alimentarse y educar con dignidad. El Papa pensaba en un matrimonio cat¨®lico, pero a¨²n entr¨® m¨¢s al fondo de la cuesti¨®n, con esta afirmaci¨®n nada simb¨®lica. Dijo que para mantener la poblaci¨®n, los t¨¦cnicos aconsejan que la media ¡°sea tres hijos por familia¡±. El cl¨¦rigo que primero enunci¨® tales teor¨ªas, el brit¨¢nico Thomas Malthus, hubo de publicar su famoso Ensayo sobre el principio de la poblaci¨®n de manera an¨®nima, por miedo a ser quemado.
Francisco no habla por hablar, pese a que no pocos grupos cat¨®licos le acusan de frivolidad. En las par¨¢bolas del pont¨ªfice argentino hay un fin did¨¢ctico, no casual. Falta que pase de las palabras a los hechos. Si, pese a todo, llama tanto la atenci¨®n es porque sus predecesores han llenado de herejes el poblado cementerio de los te¨®logos castigados por predicar una moral sexual distinta. Algunos, como el sacerdote estadounidense Charles Curran y el redentorista alem¨¢n Bernhard Haring, fueron sometidos a brutales procesos pese a haber sido maestros de la teolog¨ªa moral que inspir¨® el Concilio Vaticano II. En Espa?a, fue sonado el castigo a Marciano Vidal, redentorista como Haring, autor de la monumental ¡®Moral de actitudes¡¯.
¡°?Ansias de hijos? Hijos, muchos hijos, y un rastro de luz imborrable dejaremos...¡±, predica uno de los grandes (llamados) Nuevos movimientos del catolicismo, los Kikos. Lo ha repetido en los ¨²ltimos siete a?os su fundador, Kiko Arg¨¹ello, en la pol¨¦mica Jornada de la Familia convocada por el cardenal Rouco el ¨²ltimo domingo del a?o en la Plaza de Col¨®n, en Madrid. Su sustituto, el arzobispo Carlos Osoro, ha cancelado la jornada este a?o, con disgusto de sus promotores. Son en estos caladeros donde las palabras de Francisco suenan a herej¨ªa, como dichas por un Anticristo reci¨¦n aposentado en el Vaticano.
Lo curioso es que la doctrina oficial, no reformada, les da la raz¨®n. La enc¨ªclica Humanae Vitae (De la vida humana), de Pablo VI, se subtitulaba Sobre la regulaci¨®n de la natalidad, pero en realidad prohib¨ªa toda regulaci¨®n. Para redactarla, Pablo VI cre¨® una comisi¨®n de expertos. No les hizo caso. La enc¨ªclica produjo la mayor crisis del postconcilio. Pese a acu?ar ya la idea de una ¡°paternidad responsable¡±, al prohibir todo tipo de control artificial de la natalidad, su publicaci¨®n result¨® una cat¨¢strofe para millones de cat¨®licos. Curiosamente, se public¨® en julio de 1968, despu¨¦s del famoso Mayo franc¨¦s, el s¨ªmbolo de una revoluci¨®n sexual imparable.
?Est¨¢ pensando Francisco en cambiar la doctrina de Pablo VI, m¨¢s rigorista a¨²n que Juan Pablo II y Benedicto XVI? Cuesta creerlo. La enc¨ªclica ya reconoc¨ªa que sus ense?anzas no ser¨ªan aceptadas por todos, pero que ¡°la Iglesia cat¨®lica no puede declarar ciertos actos como morales cuando en realidad no lo son¡±. En su opini¨®n, extravagante, el control de la natalidad abrir¨ªa el camino para la infidelidad conyugal y provocar¨ªa una p¨¦rdida de respeto por la mujer al considerarla como ¡°mero objeto de placer¡±.
La pregunta, medio siglo largo m¨¢s tarde, es si los m¨¦todos naturales de planificaci¨®n familiar permiten una paternidad responsable sin que parezca un castigo (de castidad impuesta), o sin producir la impresi¨®n de que el matrimonio cat¨®lico, si quiere ser realmente cat¨®lico, ha de tener hijos como los conejos, es decir, los que Dios d¨¦. El Vaticano condena el cond¨®n, el diafragma, la p¨ªldora (la precoital y la llamada ¡°del d¨ªa despu¨¦s¡±), y todo lo que altere el proceso biol¨®gico de la maternidad. Lo dicho por Francisco de regreso de Filipinas es, si se toma en serio, revolucionario, aunque llega muy tarde. ?Qui¨¦n hace caso ya a la Humanae Vitae?
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