La violencia m¨¢s peligrosa
Lo m¨¢s grave de la violencia es que nos acostumbremos a convivir con ella como si se tratara de una triste fatalidad
Ya no es un secreto para nadie que Brasil es hoy uno de los pa¨ªses m¨¢s violentos del mundo. Los medios de comunicaci¨®n se encargan de dar las cifras que crece cada d¨ªa. Los asesinatos ya superan los 53.000 anuales, la mayor¨ªa de j¨®venes negros o de color y poco escolarizados. ?Por eso llama menos la atenci¨®n?
Hay sin embargo una violencia a¨²n peor: la que nos acostumbremos a convivir con ella como una fatalidad.
Los ciudadanos advierten la violencia en su piel, en su cotidiano. En R¨ªo, en ocho d¨ªas, las balas perdidas han causado siete muertes, principalmente ni?os. En la m¨ªtica playa de Copacabana las autoridades han tenido que levantar torres de observaci¨®n para vigilar el surgir de los arrast?es, bandos de j¨®venes que llegan asaltando a los ba?istas.
En los autobuses que llevan a la gente de los suburbios a las playas nobles de R¨ªo, la polic¨ªa est¨¢ actuando de sorpresa para detener a sospechosos que podr¨ªan ir a ellas para asaltar a los viajeros. Los m¨¢s vigilados siguen siendo los m¨¢s pobres, identificados como violentos potenciales.
La gente bien de la noble zona sur de las playas cariocas han llegado a pensar en aislar dichas playas, obligando a pagar para poder disfrutarlas, en un intento de alejar de ellas a las clases m¨¢s bajas.
Y no solo en R¨ªo. Hoy hasta en balnearios hasta ayer tranquilos en el nordeste del pa¨ªs, en playas paradis¨ªacas y aisladas, est¨¢ llegando la violencia. Como en Buzios, meca del turismo internacional, donde aumentan los asaltos a personas y domicilios y donde la polic¨ªa ahora vigila playas donde hasta ahora parec¨ªa imposible pensar en ser asaltados.
La violencia es contagiosa y uno puede recibir dos tiros mortales de un polic¨ªa como fruto de una simple discusi¨®n en la calle.
Si la violencia f¨ªsica (sobre todo en las grandes urbes) sigue creciendo, existe sin embargo una violencia m¨¢s peligrosa, que es la de llegar a considerarla como parte de la vida de los ciudadanos, casi sin asombro, hasta con resignaci¨®n. ¡°Solo espero que no me toque a m¨ª", dec¨ªa una se?ora de la clase bien de S?o Paulo. Es como una loter¨ªa al rev¨¦s. Jugamos cada d¨ªa a que no nos toque.
Ning¨²n regalo mejor para los que gobiernan el pa¨ªs que esa especie de vacuna contra la indignaci¨®n ante tanta violencia gratuita.
Conversaba sobre el tema con un guardacoches de la peque?a localidad playera de Saquarema, en la regi¨®n de los Lagos (R¨ªo de Janeiro) y me dec¨ªa: ¡°Es que somos as¨ª. Para olvidarnos no solo de la violencia, sino tambi¨¦n de tanta corrupci¨®n pol¨ªtica, nos refugiamos en nuestras cervezas y churrascos¡±. El muchacho sab¨ªa, sin embargo, que en otros pa¨ªses como Argentina la gente sabe protestar m¨¢s. ¡°Aqu¨ª no estamos acostumbrados¡±, subray¨®.
Y es ese acostumbrarse con la violencia cotidiana, que empieza a no ser casi noticia ni en los medios de comunicaci¨®n, lo m¨¢s grave del fen¨®meno. Es eso lo que al final lleva a los responsables por la defensa de la vida de los ciudadanos a ver tambi¨¦n a la violencia como algo normal o dif¨ªcil de solucionar. Son ellos, sin embargo, los que deber¨ªan estar en primera l¨ªnea para garantizar a los ciudadanos el poder llevar su vida normal sin tener que salir a la calle obsesionados por lo que pueda pasarles.
El ser humano es un animal de costumbres. Se adapta a todo en un esfuerzo para sobrevivir. Y sin embargo, hay momentos en la vida y en la historia de un pa¨ªs donde justamente el modo para poder sobrevivir sin ser amenazado por la espada de Damocles de la violencia, que se desparrama como una lepra, es sacudirse, reaccionar para no acostumbrarse a ella.
Cada vez que los peri¨®dicos van disminuyendo el espacio dado a la violencia que atenaza a los brasile?os, consider¨¢ndola como algo que ya no es noticia, esta est¨¢ m¨¢s cerca de nuestra puerta.
A los que estudian periodismo se les ense?a que no es noticia que un perro muerda a un hombre. Noticia ser¨ªa que una persona mordiera a un animal. As¨ª, podr¨ªa llegar el d¨ªa en que ni la mayor de las violencias sea considerada noticia. La noticia ser¨ªa, al rev¨¦s, cuando se pudiera escribir: ¡°Hoy nadie ha sido asesinado, ni violado, ni asaltado, ni secuestrado, ni herido en Brasil¡±.
A m¨ª, que amo este pa¨ªs como el m¨ªo, me gustar¨ªa como periodista poder dar esa noticia, aunque fuera una sola vez.
S¨¦ que es pedir lo imposible. Sufrimos 146 asesinatos diarios. Lo que no deber¨ªa ser imposible es que todo ese dinero que corre por los desag¨¹es de la corrupci¨®n pol¨ªtica sea usado para proteger a quienes no pueden ir a trabajar con escolta o coches blindados. Donde, como ocurre cuando la vida discurre sin privilegios, ¡°se sale de casa sin saber si volveremos vivos¡±, como dec¨ªa un l¨ªder comunitario de una favela de R¨ªo todav¨ªa sin pacificar. A eso nadie deber¨ªa poder acostumbrarse, so pena de convertir la violencia en un objeto m¨¢s, casi indispensable, que debemos arrastrar como una triste fatalidad en la mochila ya pesada de nuestro d¨ªa a d¨ªa.
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