¡°Mis gemelas estaban en una incubadora y ahora no las encuentro¡±
Los familiares de heridos y desaparecidos se agolpan en la puerta de los hospitales con la esperanza de reencontrarse con los suyos
Mar¨ªa Concepci¨®n, de 28 a?os, ?est¨¢ buscando con desesperaci¨®n a sus sobrinas, unas gemelas que nacieron hace una semana. "Se encontraban ingresadas en una incubadora y despu¨¦s de la explosi¨®n no hemos vuelto a saber nada de ellas", explica frente a la puerta del hospital Enrique Cabrera de la Ciudad de M¨¦xico, donde est¨¢n ingresados nueve adultos y seis beb¨¦s que resultaron heridos en la explosi¨®n de gas ocurrido en un hospital materno-infantil. ?
Los familiares de los afectados tratan de encontrar respuestas a las interrogantes que los carcomen desde que a primera hora de la ma?ana supieran que un hospital de cuna vol¨® por los aires en Cuajimalpa, un distrito lim¨ªtrofe del DF, donde hab¨ªa m¨¢s de cien personas dentro, entre pacientes y trabajadores. La enfermera general Lilia Guti¨¦rrez, de 55 a?os, estaba ah¨ª y su marido Rodolfo Ram¨ªrez necesita con urgencia saber d¨®nde est¨¢. La sanitaria entr¨® a trabajar esta ma?ana a las siete, pocos minutos antes de la explosi¨®n. Rodolfo llora y pide a los medios que ayuden a buscar a su esposa. Su hija, al otro lado del tel¨¦fono, le pide que vuelva a casa: "Vente con cuidado, te necesito aqu¨ª, pap¨¢". El mensaje engim¨¢tico de la hija le preocupa: se marcha esperando lo peor.?
M¨¦xico?amaneci¨® este jueves con?la explosi¨®n de gas en el hospital materno. Las autoridades cifran provisionalmente en dos fallecidos, as¨ª como 60 heridos, siete de ellos beb¨¦s, cuya gravedad a¨²n no se ha hecho p¨²blica.?La deflagraci¨®n se produjo a las 7.15 durante la carga de gas del centro sanitario, en la zona de cocinas, situada junto a urgencias.
"Estuve diez minutos entre los escombros", cuenta una enfermera que qued¨® atrapada tras la explosi¨®n. Ivonne, de 43 a?os y 16 de servicio en el centro infantil, abandon¨® el hospital donde le atendieron de las heridas poco despu¨¦s de las dos de la tarde. Estaba a punto de acabar su turno cuando se vio envuelta en infierno de hierros y cascotes: "Hab¨ªa ocho beb¨¦s en mi sala. Gracias a dios pude salir viva. Tengo hematomas, nada grave".
Miguel espera en la entrada de barrotes con taquicardias. Ruega a la seguridad del hospital que le deje pasar a ver a su esposa y a su beb¨¦, Manu, nacido el martes por la tarde. "La felicidad, y despu¨¦s, esto", lamenta su mala suerte. Los responsables del hospital le dicen que se tranquilice, que su mujer y su hijo est¨¢n estables. Miguel, de 31 a?os, viste pantalones cortos, camiseta y gorra. Explica que debe cambiarse de atuendo -uno m¨¢s formal- para entrar en el hospital. Al otro lado espera la ilusi¨®n de encontrar a los suyos con vida.
Dora Flores ha recibido hace unos instantes una buena noticia y otra muy mala: su hermana est¨¢ hospitalizada ¨Cest¨¢, que no es poco- pero el hijoque tuvo de madrugada, su sobrino, no aparece por ning¨²n lado. ¡°?C¨®mo dejan entrar una pipa cargada de gas en un sitio de beb¨¦s? No me lo puedo creer¡±, dice indignada Dora. M¨¢s que indignada, furiosa. Se est¨¢ dando cuenta ¨Clo est¨¢ viviendo en sus carnes- que no hay peor dolor ni nada m¨¢s injusto que perder a un reci¨¦n nacido.
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