¡°Yo soy el otro¡±
Un espejo nunca reflejar¨¢ la hondura de nuestra alma oculta en nuestro rostro. Son los otros quienes nos revelan c¨®mo somos
Los seres humanos estamos condenados a morirnos sin ver directamente nuestra cara. Dependemos para ello de un espejo que refleje su imagen.
Podemos ver cualquier otra parte de nuestro cuerpo, pero no nuestro rostro, nuestros ojos y las expresiones de los mismos. Y son los sentimientos que a trav¨¦s de ellos manifestamos lo m¨¢s importante de nuestra personalidad.
?Por qu¨¦ esa condena de la naturaleza?
He querido traer esta obviedad a mi columna para subrayar la importancia simb¨®lica del otro, indispensable para saber lo que somos, en una sociedad en la que ese otro es visto cada vez m¨¢s como un enemigo, sobre todo si no piensa, vive, come y cree como nosotros. O si su piel no es del color de la m¨ªa.
El pr¨®jimo es tan indispensable que sin ¨¦l ni si quiera conseguir¨ªamos vivir unas semanas
Yo soy el otro, el ¨²nico que ve mi rostro sin necesidad de espejos. Subrayar en esta hora de la Historia la importancia del otro es contradecir la corriente moderna de querer diferenciarse de los dem¨¢s, de la loca b¨²squeda de identidad. De ah¨ª la nueva moda de ostentar lo que el otro no tiene, para sentirse diferente, como acaba de explicar el fil¨®sofo franc¨¦s, Yves Michaud en una entrevista a Joseba Elola en este diario.
Y sin embargo la realidad es que hemos estado siempre condenados a preguntar al que est¨¢ a nuestro lado el color de nuestros ojos, y sobre todo lo que somos capaces de expresar con nuestra mirada.
Si es cierto que s¨®lo mi pr¨®jimo me puede decir c¨®mo es mi rostro cuando r¨ªo o lloro, cuando sufro o gozo, cuando reflejo odio o amor, ese otro reviste una importancia in¨¦dita. Nos debemos a ¨¦l, ya que sin su ayuda s¨®lo ser¨ªamos capaces de ver nuestra cara en la fr¨ªa superficie de un espejo.
Ese "?Qu¨¦ buena cara tienes, chico!", o "?qu¨¦ triste te veo!", nunca me lo podr¨¢ decir el m¨¢s perfecto de los espejos o fotograf¨ªas.
Es nuestro pr¨®jimo el mejor lector, a veces el ¨²nico, de nuestros sentimientos.
Si el rostro es el espejo del alma, s¨®lo el otro es capaz de decirnos c¨®mo somos, ya que ¨¦l es testigo directo de cada gesto de nuestra cara, de cada luz o sombra de nuestros ojos.
Sartre se equivocaba cuando escribi¨® que "el infierno son los otros". Si acaso, el infierno somos nosotros cuando negamos la importancia de nuestros semejantes, los ¨²nicos capaces de recordarnos, en las noches oscuras, que tambi¨¦n existe la esperanza.
Un espejo nunca reflejar¨¢ la hondura de nuestra alma manifiesta u oculta en nuestro rostro. Los espejos tambi¨¦n mienten y adem¨¢s sus mentiras nunca nos brindan un plus de generosidad.
Reflejan la pura y est¨¢tica materialidad. S¨®lo los que nos rodean, nuestros pr¨®ximos, saben leer m¨¢s all¨¢ en la expresi¨®n de nuestro rostro. S¨®lo ellos son capaces de interpretar el drama que se realiza de la otra parte del tel¨®n de nuestros ojos en el teatro oculto de nuestra existencia.
Estamos condenados a preguntar al que est¨¢ a nuestro lado el color de nuestros ojos
Y s¨®lo el pr¨®jimo es capaz, no los espejos, de esa generosidad que a veces necesitamos para reconciliarnos con nosotros mismos, porque los espejos no saben mentir para consolarnos.
S¨®lo una madre es capaz de inventar para decirle a su peque?o que es lindo, divino, el m¨¢s guapo del mundo, para aliviar las penas e inseguridad que ya trae acumuladas desde su vientre del que nace llorando.
Ninguna medicina ni terapia mejor para consolarnos que la apreciaci¨®n amable, las dulces mentiras del amigo que te dice lo que estabas necesitando escuchar en aquel determinado momento, aunque no sea verdad. Y ninguna terapia mejor contra nuestra arrogancia o nuestra vanidad que la sinceridad de la persona que lee la verdad en tu cara y te la dice sin mentir y sin herirte.
Si el ser humano, entre todos los animales, es el que nace m¨¢s fr¨¢gil, incapaz de sobrevivir sin los cuidados ajenos, ello debe tener alg¨²n significado.
El pr¨®jimo es tan indispensable entre los humanos que sin ¨¦l ni si quiera conseguir¨ªamos vivir unas semanas ?Y si lo es cuando nace, no lo ser¨¢ tambi¨¦n, de adulto, a lo largo de la vida?
Es una verdad que quiebra nuestra omnipotencia y que nos revela mejor que ninguna filosof¨ªa que sin los otros estamos abocados al vac¨ªo.
Aunque pueda parecer una paradoja, ese escozor moderno de querer distanciarnos y diferenciarnos acaba chocando con la realidad de que s¨®lo a trav¨¦s de los otros podemos adquirir nuestra verdadera identidad, que se forja no en la soledad y la separaci¨®n de los otros, sino en el acercamiento y el abrazo.
Y cuando hablamos del pr¨®jimo no hacemos distinciones. Necesitamos de ¨¦l sea blanco o negro, pobre o rico, analfabeto o sabio, religioso o ateo, ni?o o anciano.
Sin el otro, nos quedar¨ªa solo el espejo, pero los espejos no aman, ni se sacrifican por ti, ni te sonr¨ªen y besan.
Por ello:
Yo soy el otro
Porque sin ¨¦l y sin su complicidad yo no sabr¨ªa bien qui¨¦n soy.
Cada vez que alg¨²n inocente es torturado o asesinado, en Par¨ªs, Brasil, Nigeria, o donde sea, yo muero y soy torturado con ¨¦l, lo quiera o no. Y cuando alguien se salva, yo resucito con ¨¦l.
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