El pescador sin r¨ªo y sin letras

Ot¨¢vio das Chagas se convirti¨® en un no ser. La hidroel¨¦ctrica de Belo Monte lo redujo a un pescador sin r¨ªo, un pescador que no pesca, un pescador sin remos y sin canoa. La isla del amaz¨®nico Xingu, en el Estado de Par¨¢, donde creci¨®, am¨® a Maria y tuvo nueve hijos ya no existe. Entre ¨¦l y los peces no hay m¨¢s nada.

Manda traer un bolso, donde guarda los papeles. Se encuentra en una casa de la ciudad de Altamira pagando alquiler, la familia a su alrededor, sinti¨¦ndose un extra?o en medio del paisaje. Ot¨¢vio espera que los papeles puedan salvarlo. Comprobar que vivi¨®, demostrar que pescaba, dar buena cuenta de los surubins, de las matrinx?s, de los tucunar¨¦s y de los curimat?s que el r¨ªo le dio para llenar el est¨®mago de sus peque?os. Demostrar incluso que ten¨ªa una casa de paja donde la mujer ataba las hamacas en las ramas de las jaqueiras. Ot¨¢vio no sabe lo que los papeles cuentan de ¨¦l. Pero espera que digan algo bueno,algo que le d¨¦ de nuevo un sentido, deshaga la contradicci¨®n y, por fin, consigan que vuelva a ser quien era.

¨C¡°No tengo lectura¡±, avisa, ofreci¨¦ndome los jerogl¨ªficos que hablan de ¨¦l para que se los desvele.

Hay algo de violento en aquello que se escribe sobre los que no se leen en los papeles, en aquellos que hasta su nombre se lo escriben otros. Rechazo por el momento esa puerta. Pido al pescador que ya no pesca que se exprese en sus propios t¨¦rminos.

Ot¨¢vio entonces busca marcas que no son letras. Su padre est¨¢ enterrado en una isla que tambi¨¦n fue engullida por la hidroel¨¦ctrica, su cuerpo yace bajo un muro de hormig¨®n. Ot¨¢vio descubre que la geograf¨ªa completa de su vida despareci¨®, que sus muertos ya no tienen sitio. Y que toda la enormidad de lo que perdi¨® se calcul¨® en 12 mil reales, (menos de 4 mil d¨®lares). A los 61 a?os, ahora solo le queda la memoria. Y las llagas de su nombre ya no las consigue curar. Francisco, de 29 a?os, el hijo que sustenta a la familia en Altamira con la fuerza bruta de sus brazos, interrumpe. Se?ala su propio cuerpo para probar que existe. Guarda all¨ª las marcas de la isla, una cicatriz mayor que las otras. En la ciudad se encuentra desterrado, a la deriva. Pero su cuerpo le pertenece y Francisco hace un mapa de sus cicatrices.

¨C Ten¨ªa dos a?os cuando me pegu¨¦ este golpe aqu¨ª. Me lo cont¨® mi madre, porque yo no me acuerdo. Cog¨ª el hacha y ech¨¦ a correr con ella.

Las palabras de Francisco buscan un puerto, una forma de anclarse cuando ha dejado de reconocer el mundo. Aquel que emigra, aunque sepa que tal vez no regrese a la tierra que dej¨®, cuenta con la concreci¨®n del pasado. Hay un lugar, hay la carne y los huesos de los que estuvieron. Aquellos que pierden una isla, como Francisco, pierden todo lo que contaba de ellos. Se desvanecen. Queda una memoria que solo se expresa oralmente, y la oralidad tiene menos valor en el Brasil de los letrados, en el universo de las notar¨ªas, donde la justicia legitima el documento escrito. Es del lugar de los que ya no tienen mundo de lo que habla Francisco. Y habla en torrente, porque es m¨¢s r¨ªo que tierra. Y no es papel.

Los que pierden una isla pierden todo lo que contaba de ellos, se desintegran. Queda la memoria oral, con poco valor en el Brasil de las notar¨ªas

? ¨C Cuando llegaron a la isla, el jefe del equipo nos mand¨® agarrar un tracaj¨¢ (un tipo de tortuga muy apreciada como comida), porque conoc¨ªamos el r¨ªo. Se quedaron solos con pap¨¢, que no sabe leer, no tiene ni idea. Fuimos a capturar el tracaj¨¢ pero no encontramos ninguno, no voy a mentir. Cuando iba a irse, lo llamamos: ¡°Ven aqu¨ª. ?D¨®nde est¨¢ la carta de cr¨¦dito que dice que somos de este lugar?¡± Con la carta de cr¨¦dito nos compramos un terreno para vivir. Y ellos dijeron: ¡°Cuando el dinero entre en la cuenta, vuestra carta de cr¨¦dito ir¨¢ con ¨¦l¡±. Entonces, est¨¢ bien. No conocemos estas cosas, no somos de estas cosas, somos moradores. Sabes que el morador de la colonia no entiende ciertas cosas. Y menos en temas de lectura. Pap¨¢ se qued¨® en la isla y nosotros nos fuimos al despacho de ¡°Norte Energia¡±. La mujer nos plant¨® una hoja en blanco y dijo: ¡°Firma aqu¨ª, que si no el dinero no va a entrar de la cuenta de vuestro padre¡±. Y yo digo: ¡°?El nombre de pap¨¢ o el m¨ªo?, porque si es el nombre de mi pap¨¢ no me lo s¨¦¡±. Que nos pasa eso. No s¨¦ el nombre de pap¨¢, solo s¨¦ mi nombre. Es la ¨²nica cosa que s¨¦, que tengo en la cabeza. Comenc¨¦ a firmar, hasta me equivoqu¨¦ dos veces, y ella cambi¨® las hojas. Dijo: ¡°Vaya despacio¡±. Firm¨¦. Dije: ¡°?Todo bien?¡± Y sal¨ª. Pero aquel papel era solo para los 12 mil de pap¨¢, no hab¨ªa nada m¨¢s. Ellos pod¨ªan ense?ar un papel de lectura, pod¨ªan poner un papel escrito delante de m¨ª. Pero lectura, yo no s¨¦ leer. Como un burro. Un burro va, se encuentra un letrero delante, llega y pasa por debajo. Porque el que vive en la colonia, el que vive en la isla, el que vive en zona rural no sabe.

Francisco tiene los ojos como r¨ªos ahora. Es dif¨ªcil para ¨¦l porque cree que los hombres no lloran. Francisco asegura que no se desespera y lo dice en prosa po¨¦tica.

¨C Porque un hombre no se desespera. Solo se desespera cuando muere. La desesperaci¨®n es la ¨²ltima muerte para el hombre.

Y sigue en su agon¨ªa con las letras.

¨C Para quien sabe de lectura, quien es rico en lectura, hay salida para ¨¦l. Pero una persona que no sabe leer no sabe conversar. No sabe. No sabe ni hacia d¨®nde correr. Porque nosotros no sabemos ni siquiera d¨®nde est¨¢ la autoridad, d¨®nde buscar a las autoridades, ni nada. El pobre se tiene que conformar.

Francisco no parece haberse conformado.

¨C Pap¨¢ no puede trabajar m¨¢s, ya lo est¨¢is viendo, y entonces yo trabajo y mi hermano trabaja. Trabajo por 10 reales al d¨ªa. Ya ve el precio de la jornada aqu¨ª. Trabajo de ayudante en el hormig¨®n. ?Usted sabe lo que es el hormig¨®n en bloque?

No lo s¨¦.

?Qu¨¦ es una casa? Para algunos, un techo de paja solo es pobreza, pero la pobreza puede estar en el modo en que se mira al otro

¨C Es hacer bloques. Hacer bloques llenos con cemento. Es el destajo m¨¢s duro que hay en la ciudad, rellenando de arena, un d¨ªa entero cargando una hormigonera. Porque los pobres no tenemos otra cosa. Pas¨¦ hambre hasta encontrar este trabajo. Llegu¨¦ a pasar un d¨ªa y una noche sin nada, sin un solo plato. ?Sabe qu¨¦ es maldad? Para m¨ª es maldad. Estar con hambre. Sin nada. Porque en la isla todos los d¨ªas nos acost¨¢bamos con la panza llena. Todos los d¨ªas com¨ªamos, cen¨¢bamos, merend¨¢bamos. Ten¨ªamos nuestras bromas, nuestra alegr¨ªa. Fuimos expulsados y el d¨ªa en que no consigo nada para comprar la cena pasamos hambre aqu¨ª. Ahora trabajo con otros haciendo extras ?sabe qu¨¦ es ? No tengo empleo fijo. Trabajo para uno tirando casas, trabajo para otro, y as¨ª. Hasta que, en fin, ahora saco al d¨ªa 50 reales. Mi hermano Z¨¦ y yo trabajamos as¨ª.

Francisco pregunta

¨C ?Vamos a ser expulsados, que ni fu¨¦ramos bichos, en medio del mundo? No somos perros, somos hijos de gente. Y hemos nacido y nos hemos criado en un lugar. Lo que han hecho con nosotros fue¡­ No puedo ni decirle, porque no entiendo de ese tema. No entiendo. Fue as¨ª: agarro un saco de trastos y a la calle. Fue lo que hicieron con nosotros. No tengo nada que decir. Soy un hombre sin voz.

La familia est¨¢ reunida en la parte delantera de la casa alquilada en uno de los barrios m¨¢s violentos de la periferia de Altamira. En el ¡°baix?o¡±, como se dice all¨ª, donde temen salir. Ellos, para quienes una casa era tanto lo de dentro como lo de fuera, ahora tienen miedo del fuera. Cuentan que pagan 500 reales de alquiler pero que no han conseguido integrar el valor. Ot¨¢vio, el pescador que no pesca, dio la canoa y el motor al due?o de la casa. La mayor parte de los 12 mil reales que recibieron de la empresa se gast¨® en la enfermedad del coraz¨®n de una de las ni?as, que llevaron a Teresina, una de las ciudades grandes m¨¢s pr¨®ximas, para salvarla ¡°gracias a Dios y a los m¨¦dicos¡±. No hay sillas para todos. Por lo tanto, el sitio de sentado es para el padre que ¡°sufre de la pr¨®stata¡±, y para el hijo, que sostiene a la familia. La madre, Maria, permanece de pie. La tarde avanza, pero a¨²n no han almorzado. En la cocina, unos pocos frijoleschillan en la olla expr¨¦s. Solo frijoles, comprados al fiado. Maria llora. Un llanto silencioso, de quien tiene pudor de mostrarse, apoyada en la puerta, queriendo desaparecer.

¨CMis hijos no pasaban hambre all¨ª. Toda la vida me gustaron las plantas, cultivar. Aqu¨ª no tengo tierrecita para trabajar. Tenemos hambre porque no tenemos donde plantar. Y los hijos piden comida a la madre, no al padre. La peque?a dice: ¡°Mam¨¢, quiero comer¡±. Y no s¨¦ qu¨¦ hacer. Cuando comemos bien, dormimos toda la noche. Pero si no comemos nada, no nos dormimos.

El que mira las casas de los ribeirinhos, las poblaciones que viven y extraen recursos en las orillas de los r¨ªos amaz¨®nicos, con los conceptos de su propio ombligo, puede no comprender lo que significa una casa para quienes viven en la selva, a la orilla de un r¨ªo, o en una isla, donde la comida est¨¢ por todas partes y lo ¨²nico que se necesita es un techo de paja para los d¨ªas de lluvia y unos postes para atar la hamaca. Para algunos, eso es pobreza. Solo pobreza. Pero corre el riesgo de que la pobreza est¨¦ mas en su manera de mirar al otro, lo que puede revelar cierto tipo de analfabetismo. Para Maria, su casa era su casa. La dimensi¨®n de una casa solo la persona que vive en ella puede conocerla.

¨C Yo me barr¨ªa el patio enterito. Ataba la hamaca para los ni?os debajo de unas jaqueiras. O me iba a pescar. Salimos y derribaron todita la casa. Llor¨¦.

Y sigue llorando cuando lo cuenta.

De todos, solo Davi conoce bien las letras. Es un chico callado, de ojos grandes. Le gusta estudiar, revela esmero en el cuaderno que muestra, hoja a hoja.

¨C Yo no lloro cuando no hay comida a la vuelta del colegio. Solo me quedo triste.

Davi tiene 12 a?os. Las letras que solo ¨¦l descifra son demasiado gruesas para un cuerpo tan delgado.

Son tiempos de eufemismos. Y est¨¢n por todos los lados. En Altamira, la palabra del momento es ¡°remoci¨®n¡± . Belo Monte, una de las mayores y m¨¢s controvertidas obras del Brasil actual, ¡°removi¨®¡± y todav¨ªa ¡°remover¨¢¡± a miles de personas de sus tierras y de sus casas sin que el gobierno federal haya garantizado a la poblaci¨®n su derecho a la asistencia jur¨ªdica. Como Ot¨¢vio das Chagas, muchos no saben siquiera leer. Cada ciudadano brasile?o sabe lo espinoso que es el camino de la justicia. Incluso quien apila t¨ªtulos acad¨¦micos, con frecuencia se descubre analfabeto ante el lenguaje jur¨ªdico. Puede entonces imaginar lo que significa este proceso para pescadores y agricultores, as¨ª como para residentes urbanos, que estaban o a¨²n est¨¢n en medio de una obra con un coste previsto de 10,2 billones de d¨®lares y en medio de todos los poderosos intereses que mueve una suma de esta envergadura. Hombres y mujeres desamparados ante las demandas de la empresa ¡°Norte Energia¡± (Nesa), solos frente al amplio equipo de abogados al servicio de la concesionaria, que se expresan con palabras de su mundo y mediante documentos que muchos no son capaces de leer. No es preciso ser doctor para percibir la violencia y la violaci¨®n de derechos.

Esta situaci¨®n es el retrato de la relaci¨®n de los gobiernos Lula-Dilma Rousseff con ¡°Norte Energia¡± y el conjunto de contratistas que construy¨® Belo Monte, una historia que a¨²n no se ha contado en su integridad (lea aqu¨ª?y aqu¨ª). Hasta hace un a?o hab¨ªa una defensora p¨²blica del Estado de Par¨¢ actuando en Altamira. Pero dej¨® la ciudad y no fue sustituida. No hay, ni nunca hubo, una sede de la Defensor¨ªa P¨²blica de la Uni¨®n en Altamira a pesar de todos los problemas y dificultades previstas por la construcci¨®n de una obra con un impacto tan monumental sobre el medioambiente y sobre las vidas humanas.

Los pescadores y los agricultores del Xingu, los habitantes de la zona urbana de Altamira, fueron abandonados por el gobierno, sin ninguna asistencia jur¨ªdica, delante de las demandas de la Norte Energia y de su numeroso grupo de abogados

En noviembre, la Fiscal¨ªa de la Rep¨²blica promovi¨® una audiencia p¨²blica para o¨ªr a la poblaci¨®n afectada. La Defensor¨ªa P¨²blica de la Uni¨®n envi¨® un representante, Francisco de Ass¨ªs Nascimento N¨®brega. Los relatos fueron tan aterradores, que N¨®brega se comprometi¨® a llevar un grupo de trabajo a la ciudad. El 19 de enero, seis defensores p¨²blicos federales y cuatro funcionarios comenzaron a actuar en Altamira, en condiciones precarias, en un edificio prestado, sin acceso a Internet y con un tel¨¦fono que no hace llamadas a m¨®viles. Cada dos semanas el equipo es sustituido, y los reci¨¦n llegados necesitan comprender una situaci¨®n muy compleja en un corto espacio de tiempo, para entonces ser sustituidos una vez m¨¢s, ya que al salir de las ciudades de origen dejaron all¨ª tambi¨¦n un vac¨ªo. Solo en las primeras dos semanas, fueron requeridos por 400 familias. La defensor¨ªa itinerante dura solo hasta finales de abril. Y entonces nuevamente la poblaci¨®n quedar¨¢ desamparada.

A continuaci¨®n, el relato del defensor p¨²blico federal Francisco N¨®brega, el primero en desembarcar en la ciudad, jefe del Grupo de Trabajo Ind¨ªgena de la Defensor¨ªa P¨²blica de la Uni¨®n y uno de los coordinadores del grupo de trabajo de Altamira.

1) El espanto

¡°Puedo afirmar que nunca hab¨ªa visto nada parecido, incluso siendo defensor p¨²blico desde hace casi 9 a?os. Es dif¨ªcil asimilar y reproducir lo que all¨ª sucede, pero voy a atreverme a intentarlo. El Gobierno Federal es el verdadero responsable de las injusticias observadas en Belo Monte. No hay claridad en cuanto a los papeles de cada sujeto: el Gobierno es, al mismo tiempo, contratante y principal interesado en la obra: es importante accionista de la empresa que obtuvo de la licitaci¨®n, pero adem¨¢s dirige el ¨®rgano licenciador, el Ibama (Instituto Brasile?o del Medioambiente y de los Recursos Naturales Renovables), y ostenta el poder de castigar/fiscalizar a la empresa en relaci¨®n al cumplimiento de la normas y condiciones fijadas por ¨¦l mismo. Tanto el Ibama como la Funai (Fundaci¨®n Nacional del Indio) no act¨²an con independencia t¨¦cnica. Sus criterios no tienen reflejo en las decisiones pol¨ªticas tomadas y, en este escenario, el Poder Judicial tambi¨¦n ha sido engullido por el juego pol¨ªtico. Lamentablemente se percibe, en especial en la cuesti¨®n del reasentamiento de las familias removidas a la fuerza de sus casas, la total y completa ausencia del Estado, con excepci¨®n del Fiscal¨ªa Federal. La libertad otorgada al empresario para interpretar el PBA (Plan B¨¢sico Ambiental) y para decidir qu¨¦ familias recibir¨¢n casa, indemnizaci¨®n, carta de cr¨¦dito o alquiler social, por ejemplo, revela que se ha transferido a la empresa la responsabilidad de garantizar el derecho a la vivienda. El Gobierno est¨¢ distante del proceso. Su ¨²nico inter¨¦s es el cumplimiento r¨¢pido de esa condicionante, es evitar el retraso en el encendido de las turbinas, postura reforzada por las crisis h¨ªdrica y de energ¨ªa¡±.

¡°El gobierno federal es el verdadero responsable de las injusticias que suceden en Belo Monte¡±

2) La ausencia

¡°La inexistencia de una sede permanente de la DPU (Defensor¨ªa P¨²blica de la Uni¨®n) en el municipio refleja el hist¨®rico desinter¨¦s del Gobierno en interiorizar y atomizar la instituci¨®n. Lamentablemente no existe sede fija de la DPU en m¨¢s del 70% de las ciudades en las que hay secci¨®n judicial de la Justicia Federal. En todo el pa¨ªs, hay poco m¨¢s de 500 defensores p¨²blicos federales, mientras que el contingente de abogados del Gobierno ¨Ccontabilizados aqu¨ª los fiscales federales, los fiscales de Hacienda y los abogados del Estado¨C llega a cerca nueve mil. La misma absurda desproporci¨®n ocurre en relaci¨®n al n¨²mero de jueces y fiscales de la Rep¨²blica. Somos pocos defensores federales, con un diminuto presupuesto y sin estructura de trabajo. Estamos instalados de forma precaria en Altamira, ocupando el edificio de la Defensor¨ªa P¨²blica del Estado, no contamos con acceso a Internet y el tel¨¦fono no permite llamadas a m¨®viles. La demanda de atenci¨®n ha sido inmensa y ha generado colas intimidantes. Estamos haciendo lo posible, con voluntad y determinaci¨®n, pero nuestros brazos son cortos. Actualmente, ni siquiera hay un juez en la ciudad. El juez federal fue enviado a Bel¨¦m y solo regresa a Altamira una semana al mes.¡±

3) La obra

¡°Es un desaf¨ªo poner en palabras las impresiones y los sentimientos experimentados en esta inmersi¨®n en Altamira. El trecho bloqueado del r¨ªo tiene 7 kil¨®metros de extensi¨®n: 7 kil¨®metros de rocalla, pedregales, barro e inhumanidad. Quedan solo algunos centenares de metros m¨¢s para impedir completamente que el Xingu pueda seguir su curso. Al pasar con la furgoneta sobre el camino que obstaculiza el r¨ªo, una funcionaria del Consorcio Constructor del Belo Monte dijo: ¡®?No es lindo y grandioso lo que se est¨¢ haciendo aqu¨ª? ?Mira el tama?o de esa turbina!¡¯. Yo solo consegu¨ªa ver el contraste cruel entre el r¨ªo por un lado vivo, caudaloso, imponente, y el r¨ªo que qued¨® en el lado opuesto: muerto, parado, con aspecto de pantano. Aquella imagen nunca saldr¨¢ de mi memoria. Aquel dolor me va a alterar a¨²n por mucho tiempo. Lo intento, pero no s¨¦ explicar bien lo que sent¨ª all¨ª, entre esos ¡®dos r¨ªos¡¯: tal vez un sentimiento de culpa, de verg¨¹enza, un pesar profundo por la brutalidad de la interferencia en la Naturaleza. Belo Monte es una pesadilla, desgraciadamente muy real, para los afectados que van a perder sus casas, para los pescadores, indios y ribeirinhos, que perder¨¢n sus peces y para tantas y tantas personas que perder¨¢n su modo de vida.¡±

¡°Belo Monte es una pesadilla, infelizmente bien real para todos aquellos que perder¨¢n su modo de vida¡±

4) La decepci¨®n

¡°Mi gran tristeza y decepci¨®n (y aqu¨ª hablo como exmilitante del PT) es con el (inexistente) papel del Gobierno. Despu¨¦s de todos estos d¨ªas en Altamira he aprendido a no demonizar ¡°Norte Energia¡±. Es el Gobierno, contratante de la obra, el que permite los excesos, el que omite asumir sus responsabilidades como poder p¨²blico, como principal causante de esta violencia atroz que es la construcci¨®n de esa hidroel¨¦ctrica. En un mundo ideal, en el que un partido de izquierdas mantuviese alzada alguna bandera m¨ªnimamente popular, el proceso de reasentamiento urbano estar¨ªa supervisado de cerca por el Gobierno, as¨ª como las objeciones de la gente que no acepta la propuesta de la empresa, sometiendo al poder p¨²blico la resoluci¨®n del conflicto. Esta falta de sensibilidad con lo que le est¨¢ sucediendo a la poblaci¨®n removida forzosamente en Altamira, roza lo incre¨ªble¡±.

Ot¨¢vio das Chagas, el pescador arrancado del r¨ªo, es uno de los casos atendidos por la Defensor¨ªa P¨²blica de la Uni¨®n. Francisco N¨®brega negocia con ¡°Norte Energia¡± una casa en los llamados ¡°Reasentamientos Urbanos Colectivos¡±, los barrios construidos por la empresa para acomodar a parte de las personas expulsadas de sus tierras y casas. A¨²n no ha habido acuerdo. Para el defensor, el caso del pescador revela el abismo entre los mundos.

¨C Don Ot¨¢vio y sus nueve hijos han vivido toda la vida en la Isla de Maria, una de las 400 islas del Xingu, as¨ª como sus antepasados. ?l explic¨® que debido a la obstaculizaci¨®n del r¨ªo, el agua subi¨® m¨¢s destruyendo su casa. La reconstruy¨® pero, al a?o siguiente, la crecida volvi¨® a destruirla. Entonces decidi¨® construir una casa m¨¢s simple, de paja y madera. Nunca las alegaciones de don Ot¨¢vio fueron siquiera puestas por escrito por parte de la empresa. Entre otras cosas alegaron que ¡°en el lugar no hab¨ªa fog¨®n¡±, lo que evidenciar¨ªa que no resid¨ªa all¨ª. Si hubiese tenido fog¨®n, probablemente exigir¨ªan una nevera o una lavadora para considerar que hab¨ªa una vivienda construida. El hecho de que ¨¦l y su familia se ausentaran de la isla regularmente siempre que el r¨ªo sub¨ªa, pero no al nivel que subi¨® tras el comienzo de la obstaculizaci¨®n, fue suficiente para anular el car¨¢cter de residencia. Y para empeorar las cosas, fue catastrado por error como propietario de un terreno rural, cercano a una carretera, donde trabajaba como casero parte del a?o. Este caso sintetiza la total falta de comprensi¨®n de las particularidades del modo de vida de los habitantes del las islas del Xingu. Cuando los t¨¦cnicos de la empresa fueron a elaborar un laudo/peritaje, don Ot¨¢vio todav¨ªa montaba la simplificada estructura que utilizaba para dormir ya que hab¨ªa desistido de reconstruir su casa despu¨¦s de volver a llev¨¢rsela el r¨ªo. Para ellos, residir es vivir los 365 d¨ªas del a?o. Para ellos significa un lugar con paredes de hormig¨®n o alba?iler¨ªa, nunca de paja y ¡°por lo menos un fog¨®n¡±. Para ellos, un pescador con m¨¢s de 60 a?os y semianalfabeto puede reinsertarse en el mercado de trabajo o sobrevivir con una indemnizaci¨®n de 12 mil reales o un alquiler social de 800 reales mensuales durante solo un a?o. Y cuando me refiero a ellos, me refiero menos al empresario y m¨¢s al Gobierno, verdadero responsable de las injusticias en Belo Monte.

O caso de Ot¨¢vio das Chagas revela el abismo entre los mundos: la incomprensi¨®n de los t¨¦cnicos de la empresa sobre cu¨¢l es el modo de vida de un habitante de las islas del Xingu

¡°Norte Energia¡± no respondi¨® a la petici¨®n de informaciones sobre el caso de Ot¨¢vio das Chagas y las ¡°remociones¡± de Belo Monte, enviada por esta periodista a su asesor¨ªa de prensa. El 11 de febrero, la empresa pidi¨® al Ibama permiso para hacer funcionar la hidroel¨¦ctrica, pese no haber concluido la totalidad de los condicionantes. Ocurri¨® la semana pasada con m¨¢s de 100 indios, de siete etnias diferentes, bloqueando la carretera que da acceso a uno de los tajos de obra en protesta por los compromisos incumplidos. Es un cap¨ªtulo m¨¢s de una de las mayores obras de la democracia, que recuerda cada vez m¨¢s a la dictadura.

En esta saga de gigantismos, la de Ot¨¢vio, el pescador que perdi¨® los peces, puede ser vista apenas como una peque?a historia. El sacrificio del otro siempre es posible, porque es del otro. Que tuviera una vida sostenible en la isla ahora ahogada del Xingu y fuera condenado al hambre en la periferia cada vez m¨¢s convulsa de Altamira, para muchos es un detalle. El discurso del combate a la miseria puede tener m¨¢s o menos palabras seg¨²n los intereses y la ocasi¨®n. La lectura compleja de la selva y del r¨ªo de gente como Ot¨¢vio es desechable para quien ni siquiera reconoce su casa como una casa. Para quien posee todas las letras, ¨¦l solo es un analfabeto m¨¢s, porque no se da cuenta de que, en la selva, quien puede leer es Ot¨¢vio y los analfabetos all¨ª cambian de sitio.

O discurso del combate a la miseria puede tener m¨¢s o menos palabras, conforme los intereses y la ocasi¨®n.

Mientras Belo Monte se recorta en el paisaje como un monumento ¨C sobre el que la Historia a¨²n deber¨¢ pronunciarse ¨C el pescador exiliado del r¨ªo es solo un hombre que se transforma en desierto al margen de s¨ª mismo.

La pregunta es: ?para el Brasil de hoy cu¨¢l es el tama?o de la vida humana?

Eliane Brum es escritora, reportera y documentalista. Autora de los libros de no ficci¨®n: ¡°Coluna Prestes - O Avesso da Lenda¡±, ¡°A Vida que Ningu¨¦m v¨º¡±, ¡°O Olho da Rua¡±, ¡°A Menina Quebrada¡±, ¡°Meus Desacontecimentos¡±. Y de novela: ¡°Uma Duas¡±. Site: elianebrum.com Email: elianebrum.coluna@gmail.com Twitter: @brumelianebrum