?Un Podemos en el Cono Sur?
La democracia directa es un instrumento que permite la sincronizaci¨®n entre la ciudadan¨ªa y quienes deben tomar decisiones diariamente
En el Seminario Ciclo Electoral 2014-2015 de Am¨¦rica Latina, organizado por el Woodrow Wilson Center, diario El Pa¨ªs, NTN24, e Idea Internacional, surgi¨® la discusi¨®n acerca de la posibilidad de que en el Cono Sur emergiera un movimiento como Podemos. En cierto sentido se estaba preguntando en qu¨¦ medida las instituciones democr¨¢ticas en el sur podr¨ªan resistir y absorber el embate de una creciente frustraci¨®n ciudadana. La respuesta no puede darse sin tomar en consideraci¨®n el variopinto dise?o institucional de los pa¨ªses de la regi¨®n.
En algunos casos, como el de Chile, las instituciones no fueron dise?adas para absorber la frustraci¨®n social sino que para el empate entre la oposici¨®n y el Gobierno. En este escenario efectivamente es posible pensar en un Podemos como en Espa?a ya que en caso de una fuerte frustraci¨®n c¨ªvica las instituciones quedan absolutamente desbordadas y solo la calle?puede forzar alg¨²n tipo de respuesta por parte de los actores pol¨ªticos relevantes (un somero seguimiento de las manifestaciones estudiantiles de los ¨²ltimos a?os atestigua este fen¨®meno).
En otros casos, como en Uruguay, la calle constituye un recurso poco usado simplemente porque no es necesario llegar a ella. En caso que las autoridades no escuchen una demanda c¨ªvica clara y fuerte, o incluso en caso de que se apruebe una ley que a muchos les resulte repugnante, los ciudadanos tienen la posibilidad de forzar un voto popular legalmente vinculante (independientemente de lo que las autoridades de turno digan). As¨ª, la mayor¨ªa decide y todos acatan.
Nuestra b¨²squeda tenaz y obstinada por una ¨²nica causa detr¨¢s de estas manifestaciones, nos est¨¢ enga?ando
La discusi¨®n sobre un potencial Podemos en el Cono Sur nos retrae a los acontecimientos de los ¨²ltimos a?os en varias democracias contempor¨¢neas. Durante este tiempo, acad¨¦micos, periodistas, y hasta agentes gubernamentales, han estado buscando las razones detr¨¢s de las revueltas y movilizaciones de las que hemos sido testigos. Bajo el aura de Mayo del 68, se ha argumentado que se trata de una combinaci¨®n de factores tales como el aumento de la segregaci¨®n que crean las sociedades capitalistas y voraces, no importa si es en el desempleo juvenil y la vivienda en general (Espa?a), los precios de las viviendas para alquilar o comprar (Israel), un estado de bienestar raqu¨ªtico (Grecia), o el estancamiento de la movilidad social (Inglaterra).
Nuestra b¨²squeda tenaz y obstinada por una raz¨®n, por una ¨²nica causa detr¨¢s de estas manifestaciones, nos est¨¢ enga?ando. Tal vez no exista un denominador com¨²n, tal vez estemos omitiendo una ausencia compartida. Esta ausencia transversal en todos los casos puede asociarse a la falta de canales institucionales en manos de la ciudadan¨ªa para alterar las pol¨ªticas p¨²blicas de forma directa.
En momentos en que las pol¨ªticas deben cambiar a un ritmo mayor de forma tal de enfrentar contingencias internas y externas, en los pa¨ªses se?alados las posibilidades de cambio se congelan hasta las pr¨®ximas elecciones: una vez que se estas se celebran, los ciudadanos no tienen otra opci¨®n que esperar hasta el pr¨®ximo ciclo electoral para castigar o premiar a sus pol¨ªticos. Es como si en estos pa¨ªses las pol¨ªticas que los ciudadanos desean, sus preferencias y reclamos, se sometieran a un estado forzoso de hibernaci¨®n. Y esto es muy frustrante, pues la l¨®gica electoral de la pol¨ªtica partidista no es necesariamente la misma que la l¨®gica cotidiana de las pol¨ªticas p¨²blicas que las y los ciudadanos exigen.
No es casualidad que no veamos grandes manifestaciones en Uruguay, Suiza, Eslovaquia o Eslovenia
Obviamente las razones y motivaciones de asociadas a estas manifestaciones populares no son necesariamente las mismas en un lugar u otro, ni lo son los objetivos, estrategias y prioridades que las sustentan. Pero no es por casualidad que no veamos estas grandes manifestaciones en¡ªpor ejemplo¡ªUruguay, Suiza, Eslovaquia o Eslovenia, a pesar de que comparten muchos de los problemas de los pa¨ªses mencionados anteriormente. En estas democracias, las y los ciudadanos se reservan para s¨ª una ventana de oportunidad institucional para recordarle a los pol¨ªticos en caso de necesidad qui¨¦nes son los due?os del devenir de la pol¨ªtica y las pol¨ªticas p¨²blicas: la propia ciudadan¨ªa. En Chile, Espa?a, Grecia, Israel, Inglaterra, e incluso en Francia, los ciudadanos no tienen la oportunidad de forzar un cambio pol¨ªtico cuando lo consideran necesario. Simplemente se hace una vez cada cuatro a?os y de forma difusa en el mejor de los casos.
La democracia directa en manos del soberano (iniciativa popular para forzar un cambio o un refer¨¦ndum para evitarlo) tiene muchos recovecos, problemas e indiscutiblemente no es perfecta. Sin embargo, es un instrumento poderoso que permite la sincronizaci¨®n entre la ciudadan¨ªa y quienes deben tomar decisiones diariamente. Es ciertamente una potente medicina contra la esclerosis institucional, es una v¨¢lvula de escape que permite que salga el ¡°vapor de la caldera¡±. De hecho, previene la violencia, canaliza las demandas sociales y, en definitiva, promueve la libertad y la cultura c¨ªvica. En los casos donde existe, si algo realmente no gusta, se juntan firmas y si son v¨¢lidas, todos deciden.
Por supuesto, Madrid no es Jerusal¨¦n, Londres no es Par¨ªs, y Santiago no es Atenas. Las diferencias entre estos casos podr¨ªan extenderse casi hasta el infinito. Sin embargo, si las y los chilenos, brit¨¢nicos, israel¨ªes, griegos o espa?oles, hubiesen tenido acceso a los mecanismos de democracia directa, es probable que no hubi¨¦ramos sido testigos de lo que hemos visto durante los ¨²ltimos tiempos en Santiago¡ pero no en Montevideo.
David Altman es Profesor de la Pontificia Universidad Cat¨®lica de Chile
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