La estupidez del mal
Guido Mantega y la autorizaci¨®n para eliminar la diferencia
El 19 de febrero, Guido Mantega, exministro de Hacienda de los Gobiernos de Lula y Dilma Rousseff, estaba en la cafeter¨ªa del Hospital Israelita Albert Einstein, en S?o Paulo, cuando fue agredido por una mujer que, apoyada por otras personas a su alrededor, le gritaba: ¡°?Vete al SUS!¡±, (a los hospitales p¨²blicos). Y ¡°cabr¨®n¡± y ¡°hdp¡±. Mantega estaba acompa?ado por su esposa la psicoanalista?Eliane Berger. Ella est¨¢ sometida a un largo tratamiento contra el c¨¢ncer en el hospital, pero el matrimonio se encontraba all¨ª para visitar a un amigo. El episodio se hizo p¨²blico la semana pasada, cuando un v¨ªdeo colgado en YouTube mostr¨® la escena.
Entre las variadas cuestiones importantes sobre el momento actual en Brasil ¨Caunque no solo de Brasil¨C que el episodio suscita, ¨¦sta me parece particularmente interesante: ¡°?Qu¨¦ paso es este que se da entre la discrepancia en relaci¨®n a la pol¨ªtica econ¨®mica y la imposibilidad de soportar la presencia del otro en un espacio p¨²blico?¡±
La pregunta consta en una carta escrita por el Movimiento Psicoan¨¢lisis, Autismo y Salud P¨²blica (MPASP), que encontr¨® en la escena vivida por Guido y Eliane ecos del per¨ªodo que precedi¨® a la Segunda Guerra, en la Alemania nazi, cuando se comenz¨® a construir un clima de intolerancia contra jud¨ªos, as¨ª como contra gitanos, homosexuales y personas con deficiencias mentales y/o f¨ªsicas. El desenlace lo conocemos todos. En apoyo a Guido y Eliane, pero tambi¨¦n por valorar el Sistema ?nico de Salud (SUS), que atiende a millones de brasile?os, el MPASP, lanz¨® el hashtag #VamosTodosProSUS.
Se podr¨ªa hacer aqu¨ª la salvedad de que la discrepancia va mucho m¨¢s all¨¢ de la pol¨ªtica econ¨®mica y que el exministro del PT encarnar¨ªa, en la cafeter¨ªa de uno de los hospitales privados m¨¢s caros del pa¨ªs, algo mucho m¨¢s complejo. Pero la pregunta mira para un punto concreto del actual d¨ªa a d¨ªa de Brasil: ?en qu¨¦ momento la opini¨®n, la acci¨®n, o las opciones del otro, del cual divergimos, se transforma en la imposibilidad de soportar que ese otro exista? Y, de este modo, se requiere eliminarlo, ya sea expuls¨¢ndolo del lugar, como en el caso de Guido y Eliane, ya sea eliminando su propia existencia simb¨®lica, como en algunos proyectos de ley que tramita el Congreso, validando la supresi¨®n de derechos fundamentales de los pueblos ind¨ªgenas o de otras minor¨ªas, o su existencia f¨ªsica, como en los delitos de asesinato por homofobia o prejuicio racial.
?Qu¨¦ significa, a fin de cuentas, este paso m¨¢s, el l¨ªmite rebasado, que se ha llamado ¡°espiral del odio¡± o ¡°espiral de la intolerancia¡±, en un pa¨ªs supuestamente dividido (y lo de supuestamente aqu¨ª no es un adorno)? ?De qu¨¦ materia est¨¢ hecha esta frontera rota?
Descubrir que aquel vecino con el que intercambi¨¢bamos intrascendencias en el ascensor defiende el linchamiento de homosexuales, causa un profundo impacto
La respuesta admite muchos ¨¢ngulos. Seg¨²n mi hip¨®tesis, entre tantas posibles, pido una especie de licencia po¨¦tica a la fil¨®sofa Hannah Arendt, para jugar con el complejo concepto que tan brillantemente cre¨® y llamar a ese paso m¨¢s ¡°la estupidez del mal¡±. No banalidad, sino estupidez misma. Arendt, para quien no lo recuerde, describi¨® la ¡°Banalit?t des B?sen¡± al comparecer en el juicio del nazi Adolf Eichmann, en Jerusal¨¦n, y darse cuenta de que no era un monstruo con un cerebro deformado, ni demostraba un odio personal y profundo por los jud¨ªos, ni tampoco se dilaceraba en cuestiones del bien y del mal. Eichmann era un hombre decepcionantemente mediocre que solo cre¨ªa haber seguido las reglas del Estado y obedecido la ley vigente al desempe?ar su papel en el asesinato de millones de seres humanos. Eichmann ser¨ªa solo un bur¨®crata m¨¢s cumpliendo ¨®rdenes que ni se le pas¨® por la cabeza cuestionar. La ¡°Banalit?t des B?sen¡± se instala en ausencia del pensamiento.
La estupidez del mal, una de las posibles explicaciones para el momento actual, es un fen¨®meno generado por la experiencia de internet. O por lo menos ligado. Desde que las redes sociales abrieron la posibilidad de que cada uno expresase libremente, digamos, su ¡°yo m¨¢s profundo¡±, su ¡°verdad m¨¢s intr¨ªnseca¡±, descubrimos el tama?o de la cloaca humana. All¨ª se ha quebrado un pilar fundamental de la convivencia. Uno que el escritor brasile?o Nelson Rodrigues alertaba en una de sus frases m¨¢s agudas: ¡°Si cada uno supiese lo que el otro hace dentro de sus cuatro paredes, nadie se saludar¨ªa¡±. Lo que pas¨® fue que descubrimos no solo lo que cada uno hace entre sus cuatro paredes, sino tambi¨¦n lo que sucede entre las dos orejas de cada uno. Descubrimos lo que cada uno de hecho piensa sin mediaci¨®n o freno. Y descubrimos que la barbarie ¨ªntima y cotidiana siempre estuvo ah¨ª, aqu¨ª, m¨¢s all¨¢ de lo que podr¨ªamos suponer, en dimensiones de la realidad que solo la ficci¨®n hab¨ªa comprendido hasta entonces.
Descubrimos, por ejemplo, que aquel vecino simp¨¢tico con quien intercambi¨¢bamos educad¨ªsimas intrascendencias en el ascensor, defiende el linchamiento de homosexuales. Y que incluso los m¨¢s comedidos son capaces de ejercer su crueldad y travestirla de libertad de expresi¨®n. En las publicaciones y comentarios de las redes sociales, sus autores dejan claro el orgullo de su odio y muchas veces tambi¨¦n de su ignorancia. Con frecuencia reivindican la condici¨®n de ¡°ciudadanos de bien¡± como justificaci¨®n para cometer todo tipo de maldad, as¨ª como para exhibir con desenvoltura su racismo, su colecci¨®n de prejuicios y su abisal intolerancia ante cualquier diferencia.
Ha sido como un encanto al rev¨¦s, o un desencanto. La imagen devuelta por ese espejo es obscena m¨¢s all¨¢ de la imaginaci¨®n. Al liberar el individuo de sus amarras sociales, lo que ha aparecido ha sido mucho peor que la m¨¢s pesimista investigaci¨®n del alma humana. Como sabe bien cualquiera que sigue comentarios en sites y entradas en las redes sociales, es aterrador lo que las personas son capaces de decirse unas a otras y, al hacerlo, resulta a¨²n m¨¢s aterrador lo que dicen de s¨ª mismas. Como el Eichmann de Hannah Arendt, nadie de ellos es alg¨²n tipo de monstruo, lo que facilitar¨ªa las cosas, sino tan solo ordinariamente humano.
Al permitir que cada individuo se mostrase sin m¨¢scaras, Internet arrebat¨® de la humanidad la ilusi¨®n sobre s¨ª misma
A¨²n tenemos mucho que investigar sobre c¨®mo internet, una de las pocas cosas que de hecho merecen ser llamadas revolucionarias, transform¨® nuestra vida, nuestro modo de pensar y la forma en c¨®mo nos vemos. Pero creo que se ha subestimado el efecto de lo que internet ha arrebatado de la humanidad al permitir que cada individuo se muestre sin m¨¢scaras: la ilusi¨®n sobre s¨ª misma. Esa ilusi¨®n era cara y cumpl¨ªa una funci¨®n ¨Co muchas¨C tanto en la expresi¨®n individual como en la colectiva. Creo que ah¨ª se cav¨® un agujero muy profundo, a¨²n no suficientemente desvelado.
Como aprend¨ª de la experiencia de escribir en internet que no cuesta repetir lo obvio, de ninguna manera estoy diciendo que internet, un sue?o tan estupendo que jam¨¢s fuimos capaces de so?arlo, sea algo nocivo en s¨ª. La misma posibilidad de mostrarse, que nos revel¨® el odio, gener¨® tambi¨¦n experiencias maravillosas, incluso de negaci¨®n del odio. As¨ª como permiti¨® que gente pudiese descubrir en la red que sus fantas¨ªas sexuales no eran perversas ni condenadas al exilio, sino susceptibles de ser compartidas con otros adultos que tambi¨¦n las ten¨ªan. Del mismo modo, internet amplific¨® la denuncia de atrocidades y la transformaci¨®n de realidades injustas, en tanto en cuanto convirti¨® la disputa en el campo de la pol¨ªtica mucho m¨¢s democr¨¢tica.
Mi objetivo aqu¨ª es llamar la atenci¨®n de un aspecto que me parece muy profundo y definidor de nuestras relaciones actuales. La sociedad brasile?a, igual que otras, pero a su modo particular, siempre fue atravesada por la violencia. Fundada en la eliminaci¨®n del otro, primero de los pueblos ind¨ªgenas, despu¨¦s de los negros esclavizados, su base fue el vaciamiento del diferente como persona y sus ecos contin¨²an fuertes. Internet trajo un nuevo elemento a este contexto, Querr¨ªa entender c¨®mo individuos se apropiaron de sus posibilidades para ejercer su odio y como esa experiencias alter¨® nuestro d¨ªa d¨ªa mucho m¨¢s all¨¢ de la red.
Al final era posible ¡°decirlo todo¡± y esto pas¨® a confundirse con autenticidad y libertad
Es dif¨ªcil saber cu¨¢l fue la primera baja. Tal vez haya sido la del pudor. Primero, porque cada uno que decidi¨® expresar en p¨²blico ideas que hasta entonces ten¨ªa confinadas dentro de casa o incluso dentro de s¨ª, ha descubierto, para su j¨²bilo, que hab¨ªa muchos otros que pensaban lo mismo. Incluso aunque ese pensamiento fuese una incitaci¨®n al delito, la discriminaci¨®n racial, la homofobia, la defensa del linchamiento. Que llamar a una mujer ¡°zorra¡± o a un negro ¡°mono¡±, defender el ¡°asesinato en masa de gais¡±, ¡°exterminar esta pandilla de indios que solo molestan¡± o ¡°acabar con la raza de estos sinverg¨¹enzas nordestinos¡± no solo era posible, sino que ganaba p¨²blico y aplausos. Pensamientos que antes reptaban por las sombras han pasado a obtener tribuna y a acaparar seguidores. Y aquellos que antes no osaban proclamar su odio cara a cara, se han sentido fortalecidos al descubrirse legi¨®n. Al final era posible ¡°decirlo todo¡±. Y decirlo todo pas¨® a confundirse con autenticidad y con libertad.
Para muchos, hab¨ªa y hay la esperanza de que el conocimiento transmitido a trav¨¦s de la oralidad, como en el caso de varios pueblos tradicionales y de varias capas de la poblaci¨®n brasile?a con riqu¨ªsima producci¨®n oral, tenga el mismo reconocimiento en la construcci¨®n de la memoria que los documentos escritos. Con la experiencia de internet, ha ocurrido un fen¨®meno inverso: la escritura, que hasta entonces era una expresi¨®n en la que pesaba m¨¢s cada palabra, por considerarse m¨¢s permanente, ha adquirido una levedad que hist¨®ricamente estaba ligada a la palabra hablada en las capas ilustradas de la poblaci¨®n. Las implicaciones son muchas, algunas muy interesantes, como la apropiaci¨®n de la escritura por segmentos que antes no se sent¨ªan a gusto con ella. Otras muestran las distorsiones apuntadas aqu¨ª, as¨ª como la imprudencia de muchos de estar cconstruyendo su memoria: en internet, la posibilidad de eliminar los posts es una ilusi¨®n, ya que casi siempre se han copiado y replicado por otros, lo que supone la imposibilidad del olvido.
El fen¨®meno ayuda a explicar, entre tantos episodios, la respuesta de Washington Quaqu¨¢, alcalde de Maric¨¢ y presidente del PT de R¨ªo de Janeiro, una figura con responsabilidad p¨²blica, adem¨¢s de personal, a las agresi¨®n contra Guido Mantega. En su perfil de Facebook, se sinti¨® libre de expresar su indignaci¨®n contra lo que sucedi¨® en la cafeter¨ªa del Einstein en los siguientes t¨¦rminos: ¡°Contra el fascismo, una paliza. ?No podemos tragar a estos fascistas burguesitos de mierda! (¡) Los vamos a pagar con la misma moneda: ?agredi¨®, devolvemos dando una paliza!¡±
El otro, si no es un clon, solo existe como enemigo
El odio, y tambi¨¦n la ignorancia, al compartirse en el espacio p¨²blico de las redes, han dejado de ser algo a reprimir y trabajar, en el primero de los casos, y ocultar y superar, en el segundo, para ser exhibidos. Y cuando me refiero a la ignorancia me refiero tambi¨¦n a las afirmaciones de no saber, de no querer saber y de creer que no necesita saber. Me arriesgo a decir que hab¨ªa mas oportunidades cuando las personas ten¨ªan pudor, en lugar de orgullo, al declarar que a su juicio los museos son un muermo o que no leyeron el texto que acabaron de destrozar, porque por lo menos podr¨ªa haber una posibilidad de arriesgarse a que una obra de arte los conmoviese o a descubrir en un texto algo que les provocase un pensamiento nuevo.
Siempre se echa la culpa al anonimato permitido en la red de las barbaridades que ah¨ª se cometen. Es cierto que el anonimato es una realidad, que est¨¢n los fakes (los perfiles falsos) y hay toda una manipulaci¨®n para falsificar reacciones negativas a determinados textos y opiniones, ya sea por grupos organizados o como tarea de equipos de gesti¨®n de crisis de clientes p¨²blicos y privados. De igual modo, hay campa?as de descalificaci¨®n dise?adas como ¡°espont¨¢neas¡±, en las cuales se diseminan mentiras o rumores como verdades comprobadas, provocando enormes estragos en vidas y causas.
Pero sospecho que, en lo que se refiere al individuo, la noticia ¨Cbuena o mala¨C es que el anonimato ha sido en gran medida una primera fase superada. Una especie de ensayo para ver lo que sucede antes de arriesgarse con el propio carn¨¦ de identidad. Compruebo d¨ªa a d¨ªa c¨®mo gente, con nombre y apellidos reales, es capaz de difundir odio, ofensas, rumores, prejuicios, discriminaci¨®n e incitaci¨®n al delito sin pudor alguno o inquietud por el efecto de sus palabras en la destrucci¨®n de la reputaci¨®n y de la vida de personas tambi¨¦n reales. La preocupaci¨®n por lastimar o afligir a alguien, por lo tanto, ni se tiene en cuenta. Al contrario, la inquietud que surge es la de tener la garant¨ªa de que la persona atacada lea lo que se ha escrito sobre ella, o la inquietud de tener certeza de herir al otro. El otro, si no es un clon, solo existe como enemigo.
En las elecciones de 2014, se descubri¨® que los b¨¢rbaros eran hasta ayer los aliados en la obra de la civilizaci¨®n
El problema, cuando se apunta a los ¡°b¨¢rbaros¡±, y aqu¨ª me incluyo, es justamente que los b¨¢rbaros son siempre los otros. En este sentido, las elecciones de 2014, de la cual deriv¨® la tesis, para m¨ª bastante cuestionable, del ¡°Brasil partido¡±, han desordenado un mont¨®n esta creencia. No fue por cualquier motivo que viejas amistades se deshicieran, parientes discutieran y hasta amores se tambaleasen, que incluso hoy haya gente que se apreciaba que no ha vuelto a dirigirse la palabra. Las redes sociales, internet, se convirtieron en un campo de batalla, a un nivel mayor que en cualesquiera otras elecciones o momentos hist¨®ricos. Solo que, esta vez, los b¨¢rbaros eran hasta ayer los aliados en la obra de la civilizaci¨®n.
Se descubri¨® entonces que gente con la que se hab¨ªan compartido sue?os, o personas que se consideraban ¨¦ticas ¨Cpersonas del ¡°lado bueno¡±¨C eran capaces de difundir argumentos deshonestos ¨Cy que sab¨ªan ser deshonestos¨C e incluso mentiras descaradas, as¨ª como retorcer n¨²meros y manipular conceptos. Eran capaces de hacer todo lo que siempre condenaron, en nombre del objetivo supuestamente m¨¢s alto de ganar las elecciones. Los b¨¢rbaros ya hab¨ªan dejado de ser los otros, los lejanos. Esta vez, eran los cercanos, los muy cercanos, que pretend¨ªan no solo vencer, sino destruir al diferente o divergente, t¨² o yo. El b¨¢rbaro es un igual, lo que hace todo m¨¢s complicado.
No se sale inmune de esta confrontaci¨®n con la realidad del otro, la parte m¨¢s f¨¢cil. No se sale impune de esta confrontaci¨®n con la realidad de uno mismo: un enfrentamiento que solo llevan adelante los que tienen valor. Como sabemos, mientras sea posible, y tal vez incluso cuando ya no lo sea, cada uno har¨¢ de todo para no verse como un b¨¢rbaro, aunque para eso necesite mentirse a s¨ª mismo. Es duro reconocer los propios delitos, as¨ª como las traiciones, incluso las muy peque?as, y las villan¨ªas. Pero, en el fondo, cada uno sabe lo que ha hecho y los l¨ªmites que ha sobrepasado. Lo que ocurri¨® en las elecciones de 2014 es que los buenos y e intachables descubrieron algunos matices m¨¢s de su condici¨®n humana y descubrieron otra cosa peor: tampoco ellos (?nosotros?) son capaces de respetar la opini¨®n y la opci¨®n diferente de la suya. Tampoco ellos (?nosotros?) quisieron discutir, sino destruir. De repente solo hab¨ªa haters (odiadores). Una vez m¨¢s: de esa confrontaci¨®n no se sale impune. La estupidez del mal ha alcanzado dimensiones imprevisibles.
La poderosa experiencia de mostrarse sin contenciones, trascendi¨® e influy¨® en la vida m¨¢s all¨¢ de las redes
Ser¨ªa improbable que la experiencia vivida en internet, donde lo que ha pasado en las elecciones fue el gran momento de quitarse la venda, no cambiase la conducta cuando se est¨¢ cara a cara con el otro, cuando se est¨¢ en carne y hueso y odio delante del otro, en los espacios concretos de lo cotidiano. Ser¨ªa como m¨ªnimo extra?o que la poderosa experiencia de manifestarse sin freno, de mostrarse ¡°por entero¡±, de eliminar cualquier contenci¨®n individual o traba social y ¡°decirlo todo¡± ¨Cy as¨ª ser ¡°aut¨¦ntico¡±, ¡°libre¡± y ¡°verdadero¡±¨C no influyese en la vida m¨¢s all¨¢ de la red. Ser¨ªa imposible que bajo determinadas condiciones y circunstancias, las conductas no se mezclasen. Ser¨ªa imposible que esa ¡°autorizaci¨®n¡± para ¡°decir de todo¡± no cambiase a los que se apropiaron de ella y no se expandiese a otras realidades de su vida. Y la legitimidad ganada all¨ª no se transfiriese a otros campos. Ser¨ªa poco l¨®gico creer que la facilidad de ¡°eliminar¡± y de ¡°bloquear¡± de internet, un dedo ligero y solo aparentemente indoloro sobre una tecla, no trascendiese de alguna forma. No se trata, al final, de dos mundos, sino de un mismo mundo y del mismo individuo.
La mujer que se sinti¨® ¡°con derecho¡± a insultar a Guido Mantega y por extensi¨®n a Eliane Berger, y convertir en insoportable su presencia en la cafeter¨ªa del hospital, as¨ª como las otras personas que se sintieron ¡°con derecho¡± de aumentar el coro de insultos, posiblemente crean solo ejerc¨ªan su libertad de expresi¨®n como ¡°ciudadanos muy indignados con el PT¡±, una frase habitual estos d¨ªas, casi una bandera. Al mandar a Guido y Eliane a otro sitio, y no a cualquier sitio sino ¡°al SUS¡±, deben creer que el Sistema ?nico de Salud es la versi¨®n contempor¨¢nea del infierno, a la cual solo deben ir los proscritos del mundo. Posiblemente crean tambi¨¦n que el espacio del Hospital Israelita Albert Einstein debe seguir reservado para una gente ¡°diferenciada¡±. En ning¨²n momento parecen haber contemplado a Guido y a Eliane como personas, ni han recordado que quien est¨¢ en un hospital, sea para s¨ª mismo o por alguien que se quiere, est¨¢ en una situaci¨®n de fragilidad semejante a la de ellos. El derecho al odio y a la eliminaci¨®n de otro, se manifestaron soberanos: aqu¨¦l que es diferente a m¨ª, lo mato. O lo elimino. Simb¨®licamente, en general; f¨ªsicamente, con aterradora frecuencia.
Pero, claro, nada de esto es importante. Ni es importante la huelga de los camioneros o la falta de agua en las casas de los m¨¢s pobres. Tampoco la destrucci¨®n de estatuas milenarias por Estado Isl¨¢mico. Esencial es el gran debate de la semana pasada: descubrir si el vestido era blanco y dorado o negro y azul. Hasta en semejante irrelevancia, el feroz rifirrafe de las redes mostr¨® que no es posible tener una opini¨®n diferente.
Ya estamos un paso por delante de la banalidad. Nuestro tiempo es el de la estupidez.
Eliane Brum es escritora, reportera y documentalista. Autora de los libros de no ficci¨®n: ¡°Coluna Prestes - O Avesso da Lenda¡±, ¡°A Vida que Ningu¨¦m v¨º¡±, ¡°O Olho da Rua¡±, ¡°A Menina Quebrada¡±, ¡°Meus Desacontecimentos¡±. Y de novela: ¡°Uma Duas¡±. Site: elianebrum.com Email: elianebrum.coluna@gmail.com Twitter: @brumelianebrum
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