El taxista que venci¨® a la crisis brasile?a
Existen millones de brasile?os con las manos y la conciencia a¨²n limpias que devolver¨¢n el respeto que merece Brasil
?Puede un taxista revelar con un simple gesto algo sobre la crisis desencadenada en Brasil, en la que se acumulan problemas econ¨®micos y pol¨ªticos, mientras crece el r¨ªo de lodo de la corrupci¨®n?
No s¨¦ lo que el taxista que me llev¨® el s¨¢bado pasado en S?o Paulo desde un hotel a un restaurante ¡ªjunto con tres compa?eros m¨ªos del peri¨®dico¡ª piensa sobre la crisis pol¨ªtica que tiene al pa¨ªs en estado de alerta.
Mi taxista ¡ªas¨ª lo voy a llamar porque ignoro su nombre¡ª no habl¨® una sola palabra durante los casi 40 minutos del trayecto. Y, sin embargo, ha acabado, con un gesto que he querido contar aqu¨ª, por revelar m¨¢s sobre las causas profundas de la corrupci¨®n que averg¨¹enza al pa¨ªs y a las personas de bien que decenas de debates.
Del restaurante yo iba a regresar directamente a R¨ªo, por lo que me llev¨¦ la maleta en el taxi. En medio del almuerzo, uno de mis compa?eros me dijo: "?Juan, est¨¢ ah¨ª contigo tu maleta?". No estaba. La hab¨ªa olvidado en el taxi. La di por perdida. ?C¨®mo encontrar a un taxista an¨®nimo en medio a los 33.000 que circulan por la ciudad de S?o Paulo?
Hicimos una tentativa al llamar al hotel por si acaso hubiese ocurrido el milagro de que el taxista la hubiese devuelto. Nada. Ya buscando otro taxi para ir al aeropuerto, mi compa?ero volvi¨® a llamar, aunque sin esperanzas, al hotel. Sorpresa. El taxista hab¨ªa vuelto y la hab¨ªa dejado all¨ª sin dar su nombre ni dejar un tel¨¦fono.
Eran 40 minutos de viaje, casi 50 reales de trayecto. Tiempo y dinero que el taxista gast¨® para volver al hotel y dejar mi maleta.
?Por qu¨¦ consider¨¦ aquel gesto de mi taxista como una revelaci¨®n relacionada con el momento que vive Brasil, enfangado de corrupci¨®n por aquellos que tendr¨ªan la obligaci¨®n de dar ejemplo de dignidad y respeto a los 200 millones de brasile?os?
?l ten¨ªa una respuesta empezando por su peque?o mundo, al seguir a su conciencia y no a los halagos del enriquecimiento f¨¢cil
Antes de escribir esta columna hab¨ªa asistido al programa Globo News Panel, de William Vaack, con dos analistas pol¨ªticos y una soci¨®loga. Fue un debate serio, profundo, sobre la crisis pol¨ªtica, econ¨®mica y moral que agarrota al pa¨ªs. William les hizo a los tres expertos una pregunta clave final: "?C¨®mo sale Brasil de esta crisis de credibilidad que podr¨ªa conducir a una crisis institucional a¨²n m¨¢s grave?
En aquel momento pens¨¦ en lo que habr¨ªa respondido mi taxista. En realidad tambi¨¦n ¨¦l ten¨ªa una respuesta, quiz¨¢s la m¨¢s eficaz: la que puso en pr¨¢ctica, empezando por su peque?o mundo, al seguir a su conciencia y no a los halagos del enriquecimiento f¨¢cil, del saqueo al dinero p¨²blico, devolviendo mi maleta. M¨¢s a¨²n, de haber perdido tiempo y dinero para no sentirse manchado de culpa y poder dormir aquella noche sin remordimientos.
Uno de los directores de Petrobr¨¢s, reo confeso de haber robado cientos de millones, a la pregunta en la CPI del Congreso de por qu¨¦ no tuvo la fuerza de detenerse cuando inici¨® aquel saqueo de dinero p¨²blico, respondi¨®: "Cuando se empieza a resbalar por el delito, es dif¨ªcil detenerse".
No s¨¦ si mi taxista tiene hijos. No s¨¦ si cada noche cuando vuelve cansado de su trabajo como millones de trabajadores en todo el pa¨ªs sin siquiera conseguir vivir con desahogo cuenta a sus hijos las peripecias del d¨ªa rodando por la ciudad y escuchando cientos de conversaciones.
No s¨¦ si le cont¨® la historia de mi maleta que ¨¦l pudo haber llevado como regalo a su casa aquella noche. Si lo hizo, es posible que los hijos le preguntaran por qu¨¦ quiso devolverla. Y en ese caso, estoy seguro de que esos hijos dif¨ªcilmente olvidar¨¢n, cuando entren en el peligroso r¨ªo de la vida, el gesto de dignidad de su padre.
Yo a¨²n no he olvidado cuando nuestro padre nos dec¨ªa hace m¨¢s de 50 a?os a mis dos hermanos y a m¨ª: "Se duerme y se muere m¨¢s tranquilo si consigues no ensuciar tu conciencia". Muri¨® muy joven. Era un profesor rural, un simple trabajador, como mi taxista. La dictadura militar franquista lo castig¨® varios meses sin sueldo porque su alumnos de primaria, cuando llegaban a la secundaria "hac¨ªan demasiadas preguntas". En las dictaduras se obedece, no se pregunta.
Quise dejar una propina en el hotel para mi taxista. Me dijeron que era imposible localizarlo. Por ello he querido agradecer su gesto desde esta columna que, seguramente, ¨¦l nunca leer¨¢.
Quiero agradecerle el haberme revelado, en este momento de crisis y desencanto, que la verdadera salida empieza la propia conducta individual
No le agradezco s¨®lo el haber devuelto mi maleta. Otros taxistas lo hacen hasta con maletas de dinero vivo. Quiero agradecerle el haberme revelado, en este momento de crisis y desencanto, de p¨¦rdida de credibilidad en quienes deber¨ªan darnos ejemplo de honradez profesional, que la verdadera salida empieza quiz¨¢s por nuestra propia conducta individual.
Su gesto de hombre simplemente justo y honrado con respeto a su conciencia nos ayuda a recordar que en este pa¨ªs hoy dolorido y justamente abrumado por el peso de la corrupci¨®n pol¨ªtica, no todo est¨¢ a¨²n perdido ni contaminado de indignidad. Existen a¨²n no miles, sino millones de taxistas, de alba?iles, de profesores, de funcionarios p¨²blicos, de peque?os o grandes empresarios, j¨®venes y ancianos, de gentes famosas o an¨®nimas capaces de no renunciar a la decencia y a la propia dignidad, que no son ni ladrones ni bandidos. Como mi taxista.
A veces escucho en las cr¨®nicas policiales que tal o cual bandido detenido o muerto era "negro o de color". Mi taxista era mulato. Y me dio un magn¨ªfico ejemplo de civismo que no olvidar¨¦.
Si en la historia b¨ªblica las corruptas ciudades de Sodoma y Gomorra fueron aniquiladas porque Dios no encontr¨® en ellas ni siete hombres justos, seguro que, a pesar de tanta corrupci¨®n, existen en Brasil no siete, sino millones de brasile?os con las manos y la conciencia a¨²n limpias. Ellos acabar¨¢n devolviendo incluso internacionalmente el respeto que este gran pa¨ªs merece. Y lo har¨¢n con sus protestas, con su rechazo de una clase pol¨ªtica que parece haberse hecho indigna de ser gu¨ªa del pa¨ªs. Y con gestos de honradez personal como la de mi taxista mulato de S?o Paulo.
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