Michelle Bachelet y las estatuas
La sobreprotecci¨®n de su primog¨¦nito, acusado de corrupci¨®n, ha hundido la popularidad de la presidenta de Chile
Michelle Bachelet Jeria (Santiago de Chile, 1951) se viste sin la menor afectaci¨®n ni coqueter¨ªa. Camina con extra?a ligereza, evita con naturalidad los obst¨¢culos que se interponen en su camino. Rubia, alta, sencilla y franca, te llama ¡°chiquillo¡±, sonr¨ªe e insiste una y otra vez que la llames Michelle.
En el ¨²nico almuerzo que compart¨ª con ella, una ma?ana de oto?o de 2007, yo insist¨ª en hacer lo contrario. Llamarla simplemente Michelle, como ella quer¨ªa, me devolv¨ªa a los tiempos de la ONG Pidee para v¨ªctimas de la dictadura, donde yo iba gratis al psic¨®logo a los 14 a?os. Para ella, m¨¢s que un trauma, ese recuerdo era un halago. Ah¨ª trabaj¨® en los a?os finales de la dictadura. Sus convicciones, sus miedos y sus amigas ven¨ªan de la clandestinidad, pero tambi¨¦n del mundo de la reparaci¨®n, el duelo y la resilencia. Tambi¨¦n, del miedo infinito a la traici¨®n, un fantasma demasiado pr¨®ximo: uno de sus novios de juventud, Jaime L¨®pez, delat¨® bajo tortura a sus compa?eros de las juventudes socialistas.
Muchos de ellos murieron, otros quedaron para siempre quebrados por dentro. La presidenta pas¨® por campos de concentraci¨®n y el exilio. Se salv¨® de la muerte por un pelo, aunque en la Rep¨²blica Democr¨¢tica Alemana, donde se titul¨® en Medicina, perfeccion¨® a¨²n m¨¢s su arte en compartimentar la informaci¨®n y alejar a cualquiera que alardee de gobernarla.
Su desconfianza es legendaria, pero ese d¨ªa de 2007 quer¨ªa escuchar. Est¨¢bamos ah¨ª porque trabaj¨¢bamos en la revista sat¨ªrica The Clinic, que la hab¨ªa criticado frontal y reiteradamente a pesar de haberla apoyado en su campa?a. Dispuesta a comprender nuestras razones, abri¨® sobre la mesa del comedor de La Moneda un cuaderno escolar con Mickey Mouse en la tapa y prometi¨® no hablar nada mientras anotaba lo que le quisi¨¦ramos decirle. Por suerte, no cumpli¨® su promesa. Cada vez que interven¨ªa volv¨ªa a prometer ¡°ahora s¨ª que no hablo m¨¢s¡±, sonre¨ªa y anotaba alguna frase para volver luego a acotar. Las abstracciones filos¨®ficas no parec¨ªan divertirle nada. Volv¨ªa cada vez que pod¨ªa a los hechos, a los logros, a los proyectos de ley.
Divid¨ªa a los pol¨ªticos de los que hablaba en dos categor¨ªas, los que trabajaban para ser famosos o para ser importantes, y los que trabajaban para la gente. No le gustaba el poder y menos la gente que lo buscaba. ?C¨®mo se explica entonces que haya sido dos veces presidenta? ?C¨®mo se explica que entre una presidencia y otra haya sido secretaria general de ONU Mujer? Tuve la impresi¨®n de que esa contradicci¨®n no se le hab¨ªa cruzado siquiera por la mente.
Hija de general, m¨¦dico pediatra, militante socialista perfectamente disciplinada, beb¨ªa sin remilgo y com¨ªa sin problemas. Aunque ha habido rumores que la han relacionado con varios novios, no se le conoce ninguna pareja desde que lleg¨® hace m¨¢s de 10 a?os a la vida p¨²blica. Explica, a quien le pregunte por su soledad, que no hay tiempo para romances mientras trabaja tanto en tantas tareas urgentes. Pero ?qu¨¦ le lleva a alargar un a?o y otro m¨¢s el sacrificio de su vida privada?
Logr¨® ser reelegida justamente porque prefer¨ªa que la llamaran Michelle a que la llamaran presidenta. Su pasado de v¨ªctima de la dictadura, pero tambi¨¦n su condici¨®n de madre separada, le permiti¨® siempre conectar con un pa¨ªs que ha sido objeto de abusos y ha sido abandonado por una serie de padres violentos y olvidadizos. Se la respet¨® siempre, porque faltarle al respeto era faltarle el respeto a esa reserva de dolor que todos llevamos dentro. Se le ha permitido equivocarse mucho m¨¢s que a otros estadistas porque nunca ha hecho nada cuando ni donde se espera que lo haga. Toda su fuerza reside en esa impredecible pauta propia que nadie puede imitar ni adivinar. A la hora de confesar errores o insuficiencias, siempre subraya que su instinto le dec¨ªa que hiciera lo contrario de lo que hizo. Da lo mismo que hable del transporte p¨²blico, de la reforma educativa, o de la transparencia y la corrupci¨®n, para la presidenta siempre hay un consejero que la desv¨ªa de hacer bien las cosas.
Ese debate entre su instinto, que le gusta calificar de ¡°femenino¡±, y los consejos y la racionalidad ¡°masculina¡±, est¨¢ en el centro mismo de su discurso pol¨ªtico. En su primer Gobierno se enfrent¨® a las cr¨ªticas aludiendo a un ¡°feminicidio pol¨ªtico¡±. Pero no fue un hombre, un marido, un amante, sino un hijo, su hijo mayor, Sebasti¨¢n D¨¢valos, el que destruy¨® el aura de incorruptibilidad al usar, y abusar, de las puertas abiertas que le permit¨ªan sus apellidos y hacer negocios de especulaci¨®n inmobiliaria al filo de la ley y muy lejos de la ¨¦tica y la est¨¦tica de su madre. El supuestamente infalible instinto de ella la hab¨ªa llevado a nombrarlo, a pesar de las advertencias, jefe de organizaciones sociales y culturales de La Moneda, un cargo que equival¨ªa al puesto de primera dama.
Golpeada en el flanco m¨¢s ¨ªntimo, la presidenta no reaccion¨® a tiempo. El hijo renunci¨® en febrero, cuando ya el incendio hab¨ªa arrasado las redes sociales. La presidenta, que siempre rechaz¨® las formalidades del cargo, vio c¨®mo los chilenos le empezaron a pedir que se portara como presidenta y no como madre. En pocos d¨ªas, todo Chile parec¨ªa haber olvidado que esa era justamente su gracia, ser una presidenta que te trata como una madre. Algo parecido pas¨® con la falta de habilidad o de discurso con que enfrent¨® las sospechas de corrupci¨®n que afectaron al exministro de Interior Rodrigo Pe?ailillo, considerado hijo pol¨ªtico y delf¨ªn de la presidenta.
Al¨¦rgica a los consejos de los pol¨ªticos de siempre, mantuvo el Gabinete en pie m¨¢s all¨¢ de toda predicci¨®n. Termin¨® con ¨¦l inesperadamente a finales de esta semana en medio de una entrevista de Mario Kreutzberger, el presentador m¨¢s famoso de la televisi¨®n chilena. En otro gesto inesperado, se dio en directo por televisi¨®n a s¨ª misma 72 horas para elegir qui¨¦n se iba y qui¨¦n se quedaba de sus ministros. El gesto no dejaba de recordar otro que la hizo famosa: cuando era ministra de Salud y el presidente Ricardo Lagos le dio 60 d¨ªas para acabar con las colas en los consultorios. No logr¨® el cometido, pero se gan¨® milagrosamente el cari?o de los chilenos, que vieron encarnados en ella sus sufrimientos.
El empe?o por mantener el Gabinete, pese a las tramas de corrupci¨®n que han estallado en los ¨²ltimos meses, ha pasado factura al respaldo a su gesti¨®n, que ha bajado nueve puntos, hasta el 29%, mientras el rechazo ha aumentado al 56%, seg¨²n los ¨²ltimos sondeos.
Aquel d¨ªa de 2007 la presidenta insisti¨® en que no trabajaba para tener una estatua, sino para mejorar la vida de la gente. El programa de su segundo mandato se propone en menos de cuatro a?os hacer la mayor reforma tributaria de los ¨²ltimos cuarenta, una reforma en todos los niveles educativos, una reforma laboral y una nueva constituci¨®n pol¨ªtica. ?Se puede abordar un programa tan vasto sin tener la menor ambici¨®n de estatua?
Salvador Allende dec¨ªa, medio en broma medio en serio, que ten¨ªa ¡°carne de estatua¡±. La generaci¨®n que se hizo adulta tras el golpe de Estado prefiri¨®, con cierto comprensible escepticismo, ser de carne y hueso hasta el final. En su primer Gobierno, Michelle Bachelet logr¨® justamente eso. Los chilenos le perdonaron todas las insuficiencias porque conectaron con sus sinceras ganas de ayudar y mejorar su vida. Termin¨® con un 85% de aprobaci¨®n, en un Gobierno de continuidad con los Ejecutivos moderados que lo antecedieron. La historia del segundo Gobierno est¨¢ por escribirse, pero por de pronto est¨¢ claro que en ¨¦l la presidenta tendr¨¢ que empezar un nuevo trato con su mejor aliado y su peor enemigo: Michelle Bachelet Jeria.?
Rafael Gumucio (Santiago de Chile, 1970) es escritor. Su ¨²ltimo libro es Mi abuela, Marta Rivas Gonz¨¢lez (Universidad Diego Portales).
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