La ¡®desdominicanizaci¨®n¡¯ de La Espa?ola
Rep¨²blica Dominicana quiere quitar la nacionalidad a una parte de su poblaci¨®n por la incapacidad de probar su identidad
La Espa?ola es una isla singular cuyos extremos se apartan progresivamente. La convivencia entre la Rep¨²blica Dominicana y Hait¨ª, fragmentada a fuerza de una larga historia de violencia y sangre, deviene tema obligado ahora que el Gobierno dominicano se apresta a desnacionalizar de manera temeraria a una parte significativa de su poblaci¨®n, por la mera incapacidad de probar que son dominicanos. El tema polariza como pocos y, si no fuera por su dimensi¨®n tr¨¢gica y real, podr¨ªa pensarse que se trataba de una mediocre parodia fascista. Muy por el contrario, las autoridades dominicanas invocan la soberan¨ªa para verificar un acto que pone en entredicho su talante de naci¨®n moderna y democr¨¢tica. La verg¨¹enza ajena se escurre entre los dedos.
La controversia tiene su origen en la opresi¨®n sistem¨¢tica que el gobierno dominicano en todas sus instancias ha puesto en marcha contra aquellas personas sospechosas de tener alguna herencia haitiana, sin importar el grado o las circunstancias. Esta perversi¨®n de los m¨¢s fundamentales derechos humanos se apoya en la explotaci¨®n hist¨®rica que Santo Domingo ha puesto en marcha contra la poblaci¨®n haitiana que por d¨¦cadas se desplaz¨® de manera irregular hacia su jurisdicci¨®n para instalarse en busca de techo y de trabajo.
Si no fuera por su dimensi¨®n tr¨¢gica y real, podr¨ªa pensarse que se trataba de una mediocre parodia fascista
Si bien en un principio fue una inmigraci¨®n con visos de ilegalidad, lo cierto es que produjo m¨²ltiples beneficios para la econom¨ªa dominicana que dispuso de una fuerza laboral que, aunque ilegal, era incondicional y abundante. Cortadores de ca?a, obreros de la construcci¨®n y empleados dom¨¦sticos, fueron solo algunos de los empleos acaparados por los reci¨¦n llegados, que estaban subordinados a su condici¨®n marginal.
La dictadura de Rafael Le¨®nidas Trujillo llev¨® el asunt¨® a su c¨¦nit en 1937 con su exterminio criminal de haitianos en la frontera entre los dos pa¨ªses que dej¨® un saldo aproximado de 35.000 v¨ªctimas. Pese a ello la situaci¨®n de desigualdad se perpetu¨® hasta el presente. Desde entonces, el rechazo y el oportunismo se tomaron de la mano: el nacionalismo se enardeci¨® mientras una nueva forma de trata humana asomaba su feo rostro.
Transcurridas varias d¨¦cadas, los hijos e hijas de esos inmigrantes nacidos en la Rep¨²blica Dominicana aspiraron a la nacionalidad de su pa¨ªs de nacimiento al menos en teor¨ªa, conforme el principio de Ius soli, o derecho al suelo. La negaci¨®n institucional a este derecho deriv¨® en un pleito judicial resuelto por el Tribunal Supremo el 23 de septiembre de 2013, en el que no solo se neg¨® el derecho a la ciudadan¨ªa a aquellos nacidos sino que se hizo retroactivo a 1929 por tratarse de hijos cuyos padres estaban "en tr¨¢nsito" en el pa¨ªs. Esta sentencia mereci¨® la condena de la Corte Interamericana de Derechos Humanos en octubre de 2014, con lo que se multiplic¨® el rechazo de esta joya de oscurantismo judicial que destituy¨® de un plumazo los derechos de m¨¢s de 200.000 personas, sin importar el retroceso social ¡ªy la deshonra internacional¡ª que tal decisi¨®n comportaba para su pa¨ªs.
Que el Tribunal Supremo de la Rep¨²blica Dominicana careciera de mayores luces es una cosa. Que la clase pol¨ªtica, y en particular los legisladores, se muestren ciegos y sordos a esta controversia y sus implicaciones es otra muy diferente. Con su crecimiento econ¨®mico, el pa¨ªs aspira no solo a un lugar de liderato en la regi¨®n sino al respeto que ello supone, y que bien pudiera corresponderle si se enmienda esta atrocidad. Pero la contradicci¨®n que esta situaci¨®n expone echa por tierra que tal estatura y dignidad sean obtenibles, al menos a corto plazo.
No se trata ¨²nicamente de invisibilizar a la poblaci¨®n haitiana sino de negar adem¨¢s la identidad dominicana a personas que claramente los son
N¨®tese que no se trata ¨²nicamente de invisibilizar a la poblaci¨®n haitiana sino de negar adem¨¢s la identidad dominicana a personas que claramente los son, en virtud de haber nacido y crecido en Quisqueya. Sus lealtades, su memoria y sus afectos residen en el pa¨ªs en que han forjado sus vidas. Es un acto, por tanto, contra sus propios conciudadanos, ejecutado bajo el amparo de la "justicia", aunque ¨¦sta quede interdicta por su reprochable inspiraci¨®n chauvinista. Una sentencia contumaz, retr¨®grada y xenof¨®bica.
En la resoluci¨®n de esta controversia, tiene la Rep¨²blica Dominicana su desaf¨ªo humano m¨¢s formidable. Convengamos que el nacionalismo resulta una oposici¨®n tenaz que moviliza gente a las urnas para castigar a quien se le anteponga, pero la diferencia entre un estado valiente con horizonte progresista y otro c¨®mplice con la injusticia sistem¨¢tica es la voluntad de sus gobernantes de erradicar la segunda sin importar las consecuencias electorales o de cualquier otro tipo. La Espa?ola es una isla compartida y su destino se construye o se destruye desde los actos de los que la habitan. Como dec¨ªa Jorge Ma?ach, "no es la geograf¨ªa sola la que hace la historia; es el hombre que engendra la historia en la geograf¨ªa".
Pedro Reina P¨¦rez es historiador y periodista puertorrique?o. Twitter: @pedroreinaperez
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