¡°Vivimos en una c¨¢rcel gigante¡±
La juventud yemen¨ª se enfrenta a m¨¢s de tres meses sin electricidad debido a la guerra
"No queda absolutamente nada que hacer", repiten una y otra vez los j¨®venes en Yemen desde la oscuridad. Sin electricidad las 24 horas del d¨ªa, siete d¨ªas a la semana, hasta el mundo de las redes sociales desaparece de su alcance. Las universidades y colegios ya hace m¨¢s de tres meses que cerraron sus puertas por motivos de seguridad, mandando a casa al 62% de la poblaci¨®n menor de 24 a?os. La coalici¨®n liderada por Arabia Saud¨ª, que cuenta con el apoyo log¨ªstico de Estados Unidos y Reino Unido, iniciaba el pasado mes de marzo los ataques a¨¦reos sobre posiciones del movimiento tribal Zaid¨ª Huthi -escisi¨®n chi¨ª del islam. Al tiempo que los Huthis se hicieron con la capital yemen¨ª en septiembre de 2014, el presidente Abdrabbo Mansur Hadi, reconocido por la comunidad internacional, hu¨ªa a Riad. Desde all¨ª, intenta recuperar el control del pa¨ªs a los Huthis con notables avances en la sure?a ciudad de Ad¨¦n. Y ello con el apoyo de sus seguidores de la filial yemen¨ª de los Hermanos Musulmanes.
"Es la primera vez en meses que salimos. Pero no pod¨ªamos m¨¢s, necesit¨¢bamos un respiro", dice Hana Abdal¨¢, de 33 a?os, junto a sus tres hermanas en el Coffee Corner. Este es uno de los tres caf¨¦s que a¨²n permanecen abiertos en la ciudad y brindan la preciada conexi¨®n a Internet. Y luz. Son pocos los j¨®venes que desaf¨ªen al movimiento en San¨¢, por un transporte encarecido ante la escasez de combustible, o por miedo a quedarse en el cr¨¢ter de una bomba. "Vivimos en una c¨¢rcel gigante", retoma Hana ignorando el estruendo de una bomba que acaba de caer. A Sheima, la benjamina de 16, el instituto le dio el aprobado colectivo antes de mandarla junto a sus compa?eros a casa por tiempo indefinido.
Visitar a las amigas no es una opci¨®n y menos a¨²n en un conflicto que empieza a intoxicar las relaciones personales. "En el grupo de Whatsapp con mis amigas ya hemos tenido que prohibir hablar de pol¨ªtica, porque los del sur se enzarzan con los del norte y acabamos o llorando o sin hablarnos", cuenta la joven Sheima. A la oscuridad por falta de electricidad se le suma la inopia informativa. Las pantallas de los televisores llevan tres meses en negro por falta de amperios que las nutran. Las radios est¨¢n bajo control del grupo local de turno, por lo que ofrecen una versi¨®n mermada del conflicto.
Conscientes de c¨®mo la guerra est¨¢ erosionando tanto amistades como relaciones laborales, un pu?ado de 13 j¨®venes han montado la organizaci¨®n Zawaya. Su esmero es el de hacer las veces de pegamento social. "Intentamos fomentar el di¨¢logo recalcando el derecho a las diferencias", dice Yasmine al Badani, de 34 a?os, una de las fundadoras.
Varias mesas m¨¢s all¨¢, otros tres j¨®venes ordenan una mara?a de cables enchufados a un alargador. Estudiante de inform¨¢tica, la falta de electricidad se antoja la peor pesadilla para el joven Omar Al Abassy, de 22 a?os. Cada dos d¨ªas acude al caf¨¦ para recargar tabletas, tel¨¦fonos, ordenadores y cargadores, todo lo que le permita mantener un hilo de conexi¨®n con el mundo exterior en la Red. Como decenas de miles de trabajadores yemen¨ªes, el padre de Abassy reside en Arabia Saud¨ª. Iron¨ªa de la historia, este joven ha de sortear diariamente en Yemen las bombas lanzadas bajo ¨®rdenes de Riad para poder lograr una conexi¨®n con la que contactar con su padre.
La guerra tambi¨¦n ha truncado la vida de numerosos j¨®venes y ni?os de las zonas m¨¢s pobres. En los poblados, son los menores junto a sus madres quienes hacen largas colas para aprovisionarse de agua. Sin aulas a las que acudir, otros se convierten en mendigos para poder aportar unos pocos reales a la magra econom¨ªa familiar, exponi¨¦ndose a los ataques a¨¦reos.
A los ni?os v¨ªctimas de la guerra se suma el incremento de los ni?os soldados. "Sin escuelas, ni trabajo y acumulando el odio por perder a un familiar en los bombardeos, acuden a sumarse a Ansar Al¨¢ (milicia-partido Huthi)", se justifica un miliciano. Una tendencia que ha desatado las cr¨ªticas dentro del propio movimiento. Al grito del emblema Huthi, centenares de miles de seguidores se re¨²nen en San¨¢ en una manifestaci¨®n. Entre los pu?os que se alzan al aire se perciben peque?as manos que apenas logran levantar los Kal¨¢shnikov. Orgullosos, sus padres les hacen posar ante las c¨¢maras. A sus 16 a?os, el imberbe Abdal¨¢ S. empez¨® a asistir a los m¨ªtines de Ansar Al¨¢ y cargar con su arma. Quer¨ªa hacer matem¨¢ticas pero, hasta que reabran las clases, seguir¨¢ con su nueva vida de joven soldado.
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