Muriendo en primera persona
Despu¨¦s de haberse convertido en algo silenciado en el siglo XX, la muerte ocupa cada vez m¨¢s espacio en las narrativas
El 24 de julio, Oliver Sacks, escritor, neur¨®logo y uno de los pensadores m¨¢s interesantes de nuestro tiempo, escribi¨® un nuevo art¨ªculo sobre su morir, en la p¨¢gina de Opini¨®n del diario The New York Times. En febrero, ¨¦l hab¨ªa anunciado que ten¨ªa c¨¢ncer de h¨ªgado, sin posibilidad de curaci¨®n, en un bell¨ªsimo texto sobre la vida, que se tradujo y se public¨® en el mundo entero. Ahora, a los 82 a?os, Sacks comienza a sentir n¨¢useas y debilidad por la enfermedad, pero no menos encanto y curiosidad por la existencia. Sigue esperando con alegr¨ªa la llegada de las revistas cient¨ªficas, ansioso por los descubrimientos sobre un universo que le fascina. Semanas atr¨¢s, ¨¦l estaba en el campo, lejos de las luces de la ciudad, cuando se depar¨® con la totalidad monumental del cielo "salpicado de estrellas". Sacos concluy¨®: "Ese esplendor celestial de inmediato me hizo darme cuenta de cu¨¢n cortos eran el tiempo y la vida que me quedaban. Mi percepci¨®n de la belleza del cielo, de la eternidad, era inseparable de mi percepci¨®n de transitoriedad. Y de la muerte". Les cont¨® entonces sus sentimientos a los amigos que le acompa?aban, Kate y Allen, y les dijo: "Me gustar¨ªa ver este cielo de nuevo cuando me est¨¦ muriendo". Y los amigos le aseguraron que har¨ªan que pudiese ver las estrellas una vez m¨¢s.
Al contarnos sobre su morir, un morir vivo, en el que la experiencia de llegar al fin es una novedad m¨¢s para un hombre curioso con el mundo y con la existencia, Oliver Sacks se ha convertido en uno de los se?alizadores de que algo fundamental est¨¢ cambiando en nuestra ¨¦poca. Y de forma bastante r¨¢pida, ya que nuestro tiempo hist¨®rico es acelerado. Aunque el silencio acerca de la muerte, la enfermedad y el luto a¨²n persista en la vida cotidiana ¡ªy quiz¨¢s sea a¨²n lo que se le impone a la mayor¨ªa de la gente¡ª, ya no vivimos la muerte "avergonzada" o "clandestina" que se estableci¨® en el siglo 20. El enfermo terminal que finge que no se est¨¢ muriendo, para no alarmar ni la familia ni al equipo m¨¦dico, puede estar empezando a convertirse en un esp¨¦cimen en extinci¨®n. La muerte empieza a volverse sin pudor y especialmente confesional, muy en sinton¨ªa con este momento en el que se narra todo en las redes sociales.
La historia humana se puede contar seg¨²n el modo como cada sociedad, en diferentes per¨ªodos hist¨®ricos, mir¨® a la muerte y se ocup¨® de ella. El trabajo m¨¢s completo sobre este tema posiblemente sea a¨²n el del historiador franc¨¦s Philippe Ari¨¨s (1914-1984), primero en un libro llamado Historia de la muerte en Occidente y, despu¨¦s, en una obra mayor, titulada El hombre ante la muerte. En estos an¨¢lisis, el historiador muestra c¨®mo, en el siglo 20, la muerte pas¨® a ser escondida y acallada. Ya no un acto p¨²blico, sino una especie de no acontecimiento. En la sociedad tecnicista era necesario que se ocultase la muerte entre las paredes de un hospital, de la forma m¨¢s as¨¦ptica posible, e inmediatamente se olvidase. Esta mentalidad ayuda a explicar por qu¨¦, a d¨ªa de hoy, cualquiera que pierda a aquellos que ama tenga legalmente un tiempo cort¨ªsimo para ausentarse del trabajo y empezar a elaborar su luto. Cuando se espera que la ciencia prolongue la vida a cualquier precio y la juventud se convierte en un valor en s¨ª misma, la muerte pasa a ser un fracaso que debe escamotearse.
En el siglo 20, la muerte se volvi¨® tan obscena como el sexo en la ¨¦poca victoriana; y el luto, tan secreto como la masturbaci¨®n
En el siglo 20, el fin de la vida se convirti¨® en algo a ignorar y, as¨ª, no hab¨ªa necesidad ni de superarlo, ya que lo mejor ser¨ªa fingir que ni siquiera hab¨ªa sucedido. "La muerte en el hospital, erizado de tubos, est¨¢ a punto de convertirse hoy en una imagen popular m¨¢s aterradora que el traspasado o el esqueleto de la ret¨®rica macabra", escribi¨® Philippe Ari¨¨s. La muerte se hab¨ªa convertido en algo casi contagioso y aquel que se mor¨ªa, en el portador de una enfermedad/mala noticia cuya contaminaci¨®n los vivos deber¨ªan evitar a toda costa.
Otro pensador, el antrop¨®logo brit¨¢nico Geoffrey Gorer (1905-1985), escribi¨® un ensayo sobre lo que ¨¦l llam¨® la Pornograf¨ªa de la Muerte. "Hoy en d¨ªa la muerte y el luto se tratan con el mismo pudor que los impulsos sexuales hace un siglo", afirm¨®. La prohibici¨®n del sexo, en la era victoriana, hab¨ªa sido sustituida por la prohibici¨®n de la muerte, en el siglo 20. La muerte se hab¨ªa vuelto obscena y fea, por lo que deber¨ªa esconderse. Y el luto, circunscrito al ¨¢mbito privado, se hab¨ªa vuelto tan secreto e individual como la masturbaci¨®n.
Como ocurre tantas otras veces, el arte anticip¨® la interpretaci¨®n de su ¨¦poca. Ese cambio en la mirada sobre la muerte consolidado en el siglo 20 ya se pod¨ªa detectar, a finales del siglo 19, en la peque?a obra maestra de Tolst¨®i: La muerte de Iv¨¢n Ilich. En su libro Educaci¨®n para la muerte ¨C temas y reflexiones la psic¨®loga brasile?a Maria J¨²lia Kov¨¢cs as¨ª analiza la novela del escritor ruso: "Nadie quiere hablar de lo que est¨¢ pasando con el enfermo, ni siquiera ¨¦l mismo, que sufre, gime, pero nada dice. Los familiares tambi¨¦n sufren, no saben qu¨¦ hacer, pero fingen que est¨¢ todo bien". A pesar de que todos tratan de banalizar el acontecimiento, transform¨¢ndolo en un no acontecimiento, el enfermo, aunque nada diga, sabe lo que vive.
El siglo 21, de cuyo nacimiento hemos sido testigos, comienza a engendrar otra mirada sobre la muerte, cuyas se?ales ya podr¨ªan notarse en las ¨²ltimas d¨¦cadas del anterior. La historia, como se sabe, es movimiento y conflicto. El propio surgimiento del concepto de hospice y de la pr¨¢ctica de los "cuidados paliativos", en los a?os 60 del siglo pasado, con la idea de que cuidar es m¨¢s importante que curar y de que es necesario escuchar a aquel que vive su morir, comenz¨® a poner en jaque el silenciamiento de la muerte.
Susan Sontag, que muri¨® sin reconciliarse con la muerte, escribi¨® acerca de c¨®mo el c¨¢ncer fue la muerte ¡°sucia¡± del siglo XX
Hoy en d¨ªa, no son apenas las series de televisi¨®n y las pel¨ªculas del cine las que han pasado a tratar de la muerte, la enfermedad y el envejecimiento con una frecuencia cada vez mayor. En esta nueva mirada sobre el fin de la vida, Internet, con sus redes sociales, ha desempe?ado un papel central y creciente. Si la literatura nunca ha dejado de tener la muerte como tema, el morir se ha ido convirtiendo en una narrativa confesional, de no ficci¨®n, escrita en la primera persona del singular.
Oliver Sacks no fue el primero a escribir sobre el final de la vida en este siglo. Lejos de eso. En 2005 la periodista estadunidense Joan Didion public¨® un libro, El a?o del pensamiento m¨¢gico, en el que contaba la muerte de su marido y su luto. Ya al comienzo hace una s¨ªntesis de la condici¨®n humana: "La vida cambia en un instante. Te sientas a cenar y la vida que conoc¨ªas acaba de repente". Esta mezcla de narrativa confesional con investigaci¨®n period¨ªstica entr¨® en las listas de los m¨¢s vendidos en varios pa¨ªses, inclusive Brasil. M¨¢s tarde, en 2011, Didion lanzar¨ªa Noches azules, sobre la muerte de su ¨²nica hija, su propio envejecimiento y su soledad. Este ¨²ltimo libro es la historia de la mujer que qued¨®, la narrativa de quien se descubri¨® sola para ser testigo de su propio fin. Por lo tanto, un relato a¨²n m¨¢s duro y perturbador, que parece haber sido m¨¢s dif¨ªcil para sus lectores. Didion ahora se ve a vueltas con formularios de hospital, donde se le hace una pregunta que no puede responder: ?a qui¨¦n llamar en un momento de emergencia? Ya no hay a qui¨¦n.
En 2008 el escritor y analista pol¨ªtico David Rieff lanz¨® un libro sobre c¨®mo fue presenciar el fin de la vida de su madre, la pensadora estadounidense Susan Sontag, muerta por el tercer c¨¢ncer de su trayectoria cuatro a?os antes, a los 71 a?os. David le dio a la obra un t¨ªtulo desgarrador: Nadando en un mar de muerte - memorias de un hijo. Susan Sontag public¨® libros fundamentales sobre el tema. En La enfermedad y sus met¨¢foras, escrito cuando ella ya se hab¨ªa tratado de un c¨¢ncer de mama y lo hab¨ªa superado, Sontag analiza c¨®mo la tuberculosis fue la muerte rom¨¢ntica, en el siglo 19, y el c¨¢ncer, la enfermedad-s¨ªmbolo del siglo 20, la muerte "sucia". Defiende tambi¨¦n que el c¨¢ncer sea tratado como una enfermedad, una loter¨ªa gen¨¦tica, y no como una idea que lleg¨® a ser muy popular y a¨²n persiste en algunos medios, de que la persona habr¨ªa "hecho" su c¨¢ncer o lo habr¨ªa "atra¨ªdo" por represiones sexuales y problemas psicol¨®gicos mal resueltos.
El libro m¨¢s exitoso de este siglo 21 transform¨® a su autor en una ¡°celebridad¡± antes de su muerte
Susan Sontag, en palabras de su hijo, al mismo tiempo sent¨ªa pavor de la muerte y obsesi¨®n por la muerte. Muri¨® sin reconciliarse jam¨¢s con la idea de morir. Incluso habiendo sido informada por los m¨¦dicos de que un trasplante de m¨¦dula ¨®sea tendr¨ªa escasas posibilidades de ¨¦xito en su caso, opt¨® por hacerlo. Cuando supo que la cirug¨ªa hab¨ªa fracasado, estaba cautiva de 300 metros de tubos, por los cuales le inyectaban las sustancias que la manten¨ªan con vida, y preguntaba qu¨¦ m¨¢s los m¨¦dicos podr¨ªan hacer por ella. Muri¨® cubierta de moretones y heridas, con la esperanza de "vencer" el c¨¢ncer, sin despedirse de nadie y sin permitir que se despidiesen de ella. Fue su elecci¨®n, solo ella pod¨ªa hacerla. "Era imposible decir que la amaba, porque hacer eso hubiera significado decir: 'Te est¨¢s muriendo'", escribi¨® David Rieff, en un libro que enfrenta las preguntas espinosas sobre el lugar de un hijo ante el morir de la madre, en la singularidad de cada historia, siempre particular e irrepetible.
Mortalidad se basa en las columnas publicadas en la revista estadounidense Vanity Fair por el escritor, periodista y gran polemista Christopher Hitchens, un fiero defensor del ate¨ªsmo que se mantuvo fiel a sus ideas hasta el fin. Muri¨® de c¨¢ncer en diciembre de 2011, a los 62 a?os, y el libro se lanz¨® en 2012. Con el mismo coraje y la iron¨ªa que siempre caracterizaron sus art¨ªculos, Hitchens discurri¨® sobre la vida en lo que llam¨® c¨¢usticamente "Tumorlandia".
En el estilo que le hizo atraer tanto admiradores como enemigos a lo largo de una extensa colecci¨®n de pol¨¦micas, sugiri¨® la creaci¨®n de un "Manual de etiqueta del c¨¢ncer", destinado "a los pacientes y tambi¨¦n a los simpatizantes". Hitchens explica: "Mi Manual tendr¨ªa que imponerme derechos a m¨ª, as¨ª como a aquellos que hablan demasiado, o demasiado poco, en el intento de disfrazar el inevitable embarazo en las relaciones diplom¨¢ticas entre Tumorlandia y sus vecinos". A ¨¦l le gustar¨ªa recordarle a la gente, en general, que no circulaba por ah¨ª con un enorme broche en la solapa en la que estuviese escrito: "PREG?NTEME SOBRE C?NCER DE ES?FAGO EN MET?STASIS EN LA CUARTA ETAPA Y APENAS SOBRE ESO". Es un libro tan vivo, este en el que Christopher Hitchens escribe sobre su morir que, al terminarlo, echamos much¨ªsimo de menos al autor.
¡°Hello! Tengo c¨¢ncer¡±, dijo la comediante Tig Notaro en un stand-up hist¨®rico
Pero el marco de este nuevo siglo, en la escritura sobre la muerte y especialmente sobre el c¨¢ncer, es posiblemente el libro de Randy Pausch. Ninguna obra sobre el tema ha sido tan c¨¦lebre y popular como La ¨²ltima lecci¨®n. Y no por casualidad. Muerto de c¨¢ncer de p¨¢ncreas en 2008, el profesor universitario Randy Pausch construy¨® una narraci¨®n muy al gusto de la cultura estadounidense, marcada por la divisi¨®n entre losers (perdedores) y winners (ganadores). La suya era una escritura de "superaci¨®n" de la adversidad, de la "batalla" contra la enfermedad, un viaje del h¨¦roe adaptado al tan difundido discurso en el sentido com¨²n y en los medios m¨¦dicos del "guerrero que luch¨® hasta el fin la guerra contra el c¨¢ncer". Randy muri¨®, pero como un "vencedor", ya que hab¨ªa convertido su c¨¢ncer en un "caso" de ¨¦xito. No pudo "vencer" a la enfermedad, pero, en aquello que parec¨ªa esencial para ¨¦l y para la sociedad en la que viv¨ªa, hab¨ªa vencido. En aquel momento, era bastante revelador que, despu¨¦s de tanto silencio, la m¨¢s comentada fuese una muerte "exitosa", materializada en un superventas internacional que recaud¨® millones de d¨®lares y transform¨® a su autor en una celebridad.
Todo indicaba que esta podr¨ªa ser la l¨ªnea narrativa preponderante de nuestro tiempo: la muerte al servicio de la superaci¨®n y del ¨¦xito, de la industria y del culto a celebridades. Citada, s¨ª, pero apenas para una vez m¨¢s encubrir el dolor y los conflictos de la condici¨®n humana. No es lo que ha sucedido, como prueban los escritos de Christopher Hitchens, Joan Didion y del propio Oliver Sacks, entre muchos otros. No hay una forma "correcta" ni "incorrecta" de hablar de la enfermedad y de la muerte, ya sea la propia o la de quien amamos. As¨ª como no hay una narrativa superior a un debate honesto sobre lo que se dice de su ¨¦poca y sobre c¨®mo influye en ella, aunque su autor sea alguien que se est¨¢ muriendo.
La muerte est¨¢ untada de vida y de humanidades. Hay tantas maneras de pensar sobre ella como vividores y moridores. La belleza, incluso en sus momentos de brutalidad, es cuando estas narrativas son capaces de afrontar la complejidad de este momento, con todos los sentimientos ambiguos y las contradicciones que lo pueblan. Ser¨ªa una pena, despu¨¦s de todo, reducir un momento tan abisal como ineludible a un manual pobre del "morir bien". Como en la frase que me encanta: "La muerte no es lo contrario de la vida, la muerte es lo contrario del nacimiento. La vida no tiene contrarios".
¡°?Y mi derecho a no querer vivir?¡±, pregunta la lectora
Mi expectativa de que estamos en un nuevo momento en lo que se refiere a la mirada sobre la muerte aument¨® al seguir la historia de Tig Notaro, de 44 a?os. Comediante de stand-up, la estadounidense Tig estaba pensando en tener un hijo, en 2012, cuando sufri¨® una infecci¨®n que casi la mat¨®. Poco despu¨¦s de su salida del hospital, perdi¨® a su madre, que en sus palabras era la persona que m¨¢s la conoc¨ªa, comprend¨ªa y alentaba. Tig se vio en vilo. Pero no era todo. Enseguida supo que ten¨ªa c¨¢ncer de mama.
Tig estaba a la v¨ªspera de un espect¨¢culo. Y ahora, ?deber¨ªa presentarse? La humorista pens¨® que, a final de cuentas, despu¨¦s de todo lo que hab¨ªa acabado de vivir, era muy rid¨ªculo tener aun por encima un c¨¢ncer. Subi¨® al escenario e hizo un espect¨¢culo considerado hist¨®rico.
¨CHello, good evening, hello! Tengo c¨¢ncer. ?C¨®mo est¨¢is? ?Todo el mundo se est¨¢ divirtiendo? Me diagnosticaron un c¨¢ncer...
Aunque pueda parecer extra?o, al reproducirlo aqu¨ª, al ver el espect¨¢culo nos damos cuenta de que Tig consigui¨® hacer algo sofisticado y profundo con el c¨¢ncer y su miedo de morir: consigui¨® hacer humor. Ella no negaba el dolor de su condici¨®n, sino que la usaba para producir arte, reflexi¨®n y... risa. Sin haber planeado esa actuaci¨®n, su carrera dio un salto. Enseguida Tig estaba en la portada de revistas, en programas de auditorio en la televisi¨®n.
En este punto, tem¨ªa que pudiese convertirse en una especie de "celebridad del c¨¢ncer" y nunca m¨¢s hablase de otra cosa. Pero si lo que hizo con la enfermedad la puso en otro lugar, y esto es un hecho, el camino de Tig parece ser el de poner el c¨¢ncer, el luto por su madre, los fracasos reproductivos y tambi¨¦n el ¨¦xito en el contexto de una vida con un poco de todo, a veces bastante de alguna cosa, pero no monotem¨¢tica.
¡°?Vamos a hablar del luto?¡± es una de las plataformas lanzadas en internet en 2015
Esta elecci¨®n, al menos, es lo que aparece en un documental sobre su trayectoria, lanzado en julio de este a?o por Netflix, llamado apenas Tig. La suya es una historia en abierto, como cualquier otra, y la vemos fr¨¢gil y confusa ante el futuro. Seguimos a la artista en su dilema sobre hacer o no un tratamiento reproductivo, en el intento de tener un hijo, y arriesgarse a aumentar las posibilidades de que el c¨¢ncer vuelva debido a las hormonas; compartimos su ansiedad para que el embri¨®n se desarrolle en una barriga de alquiler, as¨ª como su amor por otra mujer, que en un primer momento la hab¨ªa rechazado, porque hasta entonces solo hab¨ªa tenido relaciones heterosexuales. Somos testigos tambi¨¦n de su inseguridad acerca de con qu¨¦ material trabajar en sus espect¨¢culos, despu¨¦s de haber alcanzado un nivel tan paradigm¨¢tico al llevar el c¨¢ncer al escenario.
Pero tal vez el momento-s¨ªntesis de la narrativa de Tig sobre el c¨¢ncer y la posibilidad de morir sea una escena que no est¨¢ en el documental, a pesar de mencionada. En noviembre de 2014, Tig se quit¨® la camisa en el escenario y mostr¨® la ausencia de lo que la enfermedad le arranc¨®, en una mastectom¨ªa doble sin cirug¨ªa reconstructiva, y sus cicatrices. Hasta ah¨ª, podr¨ªa ser simplemente una especie de "espect¨¢culo de choque", un truco para ganarse a los espectadores. Sin embargo, despu¨¦s del impacto inicial, el p¨²blico acogi¨® y super¨® esa desnudez se?alada por la enfermedad y por la condici¨®n humana, gracias al talento de Tig.
Como dijo el cr¨ªtico Jason Zinoman: "Tig Notaro muestra que el humor no solo consigue transformar la tragedia en comedia, sino que tambi¨¦n es capaz de desviar la atenci¨®n de las personas de la imagen m¨¢s vendida y cosificada de la cultura popular: el cuerpo femenino desnudo". All¨ª estaba alguien dolida y alegremente viva que no negaba sus marcas. Esta trascendencia colectiva fue un gran momento de vida, con toda la incertidumbre y la fragilidad que es vivir como un ser que se sabe para la muerte.
Mi apuesta es que lo m¨¢s fascinante de esta nueva mirada sobre la finitud humana posiblemente a¨²n est¨¢ por venir. Y vendr¨¢ no por aquellos que ya tienen un lugar de escucha, sino por los an¨®nimos que comienzan a producir narrativas en internet sobre el envejecimiento, la enfermedad y la muerte. As¨ª como las redes sociales vienen produciendo tanto sobre todo ¡ªy no solo discursos de odio¡ª, tambi¨¦n autorizaron un decir que revela c¨®mo cada uno se posiciona delante de la mortalidad. Si internet les ha permitido a aquellos que comulgan de deseos sexuales considerados fuera de los est¨¢ndares que se encuentren y puedan vivir su expresi¨®n de forma consensual, entre adultos, tambi¨¦n comienza a establecerse como un lugar de confesi¨®n y de intercambio sobre el luto, las p¨¦rdidas y la muerte. Un espacio para narrativas m¨²ltiples, para vivencias m¨²ltiples del morir. Cuando uso la palabra "fascinante", no establezco si es bueno o malo, apenas que estamos ante algo emocionante y tal vez sorprendente, exactamente por ser contradictorio.
Meses atr¨¢s, una carta de una lectora de 78 a?os en el Tabl¨®n del Lector del diario Folha de S.Paulo me impact¨®. Para mostrar su desacuerdo con el planteamiento de un art¨ªculo sobre el deseo y el envejecimiento, se posicion¨® as¨ª: "Quien ha le¨ªdo a Simone de Beauvoir va a entenderme. Son inocuas las 'zanahorias', las sorpresas o los placeres externos cuando te das cuenta de que, por dentro, est¨¢s pudri¨¦ndote poco a poco. Llegar a esta constataci¨®n es de una crueldad sin comparaci¨®n. No hay ninguna sonrisa de nieto que consiga desvanecerla. Por encima de todo, no quiero ocuparme m¨¢s de esos males, y para eso, estoy en plena y ocupada fase de desprendimiento. Para m¨ª, ya basta. ?Y mi derecho a no querer vivir m¨¢s? ?D¨®nde se queda?"
Lo que importa aqu¨ª no es estar de acuerdo o en desacuerdo, porque cada uno conoce su dolor y sus elecciones. El hecho es que ya es posible decir y ya existe un espacio para ser escuchado, incluso si lo que usted tiene que decir est¨¢ fuera del sentido com¨²n y de la publicidad acerca de la "tercera edad", fuera del manual y de los discursos edificantes o de las "lecciones vida" de buen comportamiento.
En un interesante art¨ªculo sobre este fen¨®meno de las narrativas de muerte en tiempo real, el periodista Lee Siegel recuerda el testimonio de una mujer en la columna Private Lives (Vidas privadas), del peri¨®dico The New York Times, marcado por una crudeza sin ning¨²n pudor: "Por hablar de p¨¦rdidas, no perd¨ª solamente a mi marido y mi vida, tambi¨¦n perd¨ª mi cabello. Recientemente, un polic¨ªa me detuvo por quedarme parada en el coche. El tr¨¢fico estaba siendo redirigido, pero yo me hab¨ªa congelado y reten¨ªa a una larga cola. Levant¨¦ las manos, esperando a que me esposase, diciendo: 'No hay nada que puedas hacerme que sea peor que lo que ya se ha hecho'. ?l dijo: '?Qu¨¦ historia es esa, se?ora?'. Yo dije: 'No tengo marido, no tengo amigos, no tengo cabello'".
El mismo Times tiene otro espacio, The End, con declaraciones acerca del morir, el luto y el cuidar a quien padece una enfermedad. En Brasil, Folha de S.Paulo cre¨®, en octubre de 2014, un blog llamado Morte Sem Tabu (Muerte sin Tab¨²), producido por la dramaturga Camila Appel. En todo el pa¨ªs, usando las redes sociales, surgieron y surgen grupos para compartir experiencias de p¨¦rdida, como M?es Sem Nome (Madres Sin Nombre), que re¨²ne a personas de diferentes clases sociales e historias de vida: "Cuando un(a) hijo(a) pierde a sus padres se queda hu¨¦rfano(a).Cuando perdemos al marido/esposa nos quedamos viudos (as). Cuando la madre pierde a sus hijos, no tiene nombre". En junio de este a?o, siete amigas que perdieron a personas que amaban lanzaron una plataforma en Internet para escuchar este momento tan profundo y en general solitario: "?Vamos a hablar del luto?" Los muros de silenciamiento se rompen por todos sus lados.
En 2008 hice el seguimiento como reportera de los ¨²ltimos 115 d¨ªas de vida de una mujer con un c¨¢ncer incurable. Tambi¨¦n fui testigo durante meses de la rutina de una enfermer¨ªa de cuidados paliativos de S?o Paulo, liderada por una m¨¦dica especial¨ªsima, Mar¨ªa Goretti Maciel, en la que se cre¨ªa m¨¢s en la anchura de la vida que en su longitud: m¨¢s importante que prolongar la vida a cualquier precio, en general, un precio alto, era asegurar la calidad de la vida que quedaba. As¨ª como se mostraba fundamental respetar y acoger el modo como cada uno escog¨ªa vivir ese momento, sin dogmas ni juicios. No era un lugar donde la humanidad se dividiese en "perdedores" y "ganadores", ni el tratamiento de la enfermedad, por lo general un c¨¢ncer, fuese visto como una "guerra". Lo fundamental era garantizar las condiciones para que cada uno pudiese escoger c¨®mo vivir el tiempo que ten¨ªa, sin tratamientos in¨²tiles, dolorosos e invasivos, rodeado de aquellos a quienes amaba o incluso solitario, en caso de que ese fuese su deseo. C¨®mo vivir su muerte, solo lo sabe aquel que la vive.
En aquella ocasi¨®n, al decidir contar la muerte en general silenciada, aquella causada por la enfermedad y por la vejez, callada exactamente por ser la de la mayor¨ªa ¡ªy no la muerte violenta, causada por cr¨ªmenes, accidentes y cat¨¢strofes, m¨¢s com¨²n en la narrativa period¨ªstica¡ª fui una y otra vez acusada de "m¨®rbida". Yo replicaba, diciendo que era lo contrario. M¨®rbido era aquello que nos paralizaba, el miedo que no pod¨ªa nombrarse ni pronunciarse.
Al callarnos sobre el envejecimiento, la enfermedad y la muerte, perd¨ªamos una oportunidad insustituible para pensar sobre de la vida y, en especial, sobre el tiempo. Yo hab¨ªa sido transformada para siempre por una frase de Ailce de Oliveira Souza, la mujer que me permiti¨® contar su morir, en un enorme acto de confianza. Ya en nuestro primer encuentro, ella, que hab¨ªa acabado de jubilarse y hab¨ªa comenzado a vivir aventuras hasta entonces pospuestas, dijo: "Cuando tuve tiempo, me di cuenta de que mi tiempo se hab¨ªa acabado". Le agradezco inmensamente esta frase, que multiplic¨® la anchura de mi vida.
Hoy, pasados menos de diez a?os, creo que ya no me acusar¨ªan de "m¨®rbida". No tanto, por lo menos. Hombres y mujeres an¨®nimos han comenzado a decir de s¨ª sin miedo. No s¨¦ qu¨¦ escucharemos ni cu¨¢nto estos decires van a influir en nuestra forma de afrontar la finitud de nuestra condici¨®n. Pero esta posibilidad de hablar y de ser escuchado tambi¨¦n sobre el envejecimiento, la enfermedad, la p¨¦rdida y la muerte me encanta. Espero apenas que siga existiendo espacio no para el silenciamiento, ese acto que nos reprime y nos aniquila, sino para el silencio de aquellos que prefieren retirarse dentro de s¨ª mismos y de casa y nada decir. Que hablar y "confesar" no se convierta en un nuevo imperativo o dogma. Que haya espacio para todas las formas de ser, de vivir y de morir.
Pero la pregunta que m¨¢s me mueve en este momento es: ?qu¨¦ diremos ahora que podemos decir?
Escuchar al otro es arriesgarse al otro. Es vivir.
Eliane Brum es escritora, reportera y documentalista. Autora de los libros de no ficci¨®n Coluna Prestes - o Avesso da Lenda, A Vida Que Ningu¨¦m v¨º, O Olho da Rua, A Menina Quebrada, Meus Desacontecimentos y de la novela Uma Duas. Sitio web: desacontecimentos.com Email: elianebrum.coluna@gmail.com Twitter: @brumelianebrum
Traducci¨®n: ?scar Curros
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