El dedo ¨ªndice de Trump
Para ajustar el ego vociferante del candidato Republicano, no hay que levantarle el dedo medio: hay que pensar antes de responder
En 2011, en un episodio de The Apprentice, Donald Trump sent¨® a tres hombres y una mujer para que hablen de la mayor derrota de la historia del programa que el magnate conduc¨ªa en la cadena NBC: los cuatro hab¨ªan sido incapaces de vender una sola pieza de un producto que en Estados Unidos sale como pan caliente ¡ªarmas. Trump los dej¨® pelear con sa?a, interviniendo en ocasiones para salar las llagas. Al final, despu¨¦s de cuestionar el desempe?o general, mir¨® a los cuatro ejecutivos y los despidi¨®. A todos.
Cuando se enfervoriza, los labios de Trump se contraen en una O tensa, como la boca de un pez desesperado por respirar, pero en aquella ocasi¨®n su desinter¨¦s fue mon¨¢rquico. Sus manos nunca salieron del reposo en el regazo del esmoquin y la voz no subi¨® un tono. Sobre los cr¨¦ditos del show, mientras los cuatro expulsados se exprim¨ªan para entrar en el asiento trasero de un taxi, la c¨¢mara mostr¨® a un Trump taciturno: ¡ªLa vida ¡ªdijo¡ª contin¨²a.
Donald Trump es un showman, un empresario listo y agresivo y tambi¨¦n un pelele
Donald Trump es un showman, un empresario listo y agresivo y tambi¨¦n un pelele. Su candidatura es entretenimiento espectacular sostenido por frases provocadoras dise?adas para la primera plana de los peri¨®dicos. Su discurso revienta de an¨¦cdotas personales donde ¨¦l siempre es bueno y gana y los dem¨¢s son malos y pierden. De su boca de pez salen diatribas como bombas mientras su cuerpo acompa?a el espect¨¢culo, apropiadamente, con movimientos teatrales. Trump no puede dejar quietos ni brazos ni manos cuando quiere marcar un punto. En The Apprentice desped¨ªa a los apestados con su gesto favorito, se?alar con el dedo.
La expulsi¨®n del periodista Jorge Ramos de la conferencia de prensa en Dubuque, Iowa, no tuvo dedo. Como en la salida de los ejecutivos sin balas, Trump mantuvo los brazos quietos y envi¨® a su asiento al conductor de noticieros con un par de rebuznos autoritarios. ¡°Vu¨¦lvete a Univisi¨®n¡±, dijo con desd¨¦n. Y mientras un guardia pantagru¨¦lico arrastraba a Ramos afuera del sal¨®n, Trump se volvi¨® al sal¨®n como si nada hubiera pasado y dio la palabra a alguien m¨¢s. La vida contin¨²a.
La eyecci¨®n de Ramos, desechado como uno de los aprendices del show de TV, demuestra que Trump iza su dedo como estandarte para asuntos de Estado: China, la inoperancia del gobierno, los ama?os de los pol¨ªticos ¡ªy ¨¦l. El d¨ªa en que acus¨® a M¨¦xico de enviarle la peor gente, se?al¨® a su tribuna para recordarle que esos tipos no eran gente de bien como ellos. Sus seguidores recuerdan su dedo determinante con camisetas estampadas Obama you are fired. Cuando deja de se?alar recurrentemente a la audiencia, abre los brazos y apunta hacia s¨ª mismo para recordarles que ¨¦l es su h¨¦roe y sabe c¨®mo hacer las cosas bien. El dedo de Trump dice tanto como su boca.
El hombre es el ¨²nico animal capaz de apuntar con el dedo de forma natural y seg¨²n el psicoling¨¹ista Sotaro Kita la acci¨®n encubre y descubre numerosos procesos biol¨®gicos, psicol¨®gicos y semi¨®ticos: la habilidad de hacer entender a otro algo estirando un dedo es un paso en la colectivizaci¨®n de nuestra conciencia individual pues nos unimos en la atenci¨®n.
Pero si en la mayor¨ªa de los casos apuntar con el dedo es un acto societario, comunicativo y solidario, con Donald Trump el ¨ªndice sirve de herramienta asertiva: un garrote que machaca cabezas. Trump ha enervado el discurso pol¨ªtico y fortalecido exclusiones y xenofobia cada vez que abri¨® su boca de pez y de su dedo divino puso a colgar mentiras, exageraciones y promesas que jam¨¢s aclara ni argumenta pero sermonea como verdades reveladas.
En semi¨®tica, el ¨ªndice se?ala una relaci¨®n l¨®gica casi intuitiva: si ves humo, supones incendio. El humo de Trump remite a su propio fuego sagrado: Donald Trump habla en tercera persona de su tema preferido, Donald Trump. S¨®lo ¨¦l sabe c¨®mo hacer el pa¨ªs grande otra vez ¡ªJeb Bush es torpe, Marco Rubio un ni?ato, Hillary Clinton una pol¨ªtica pusil¨¢nime. ?l es un millonario y un ganador, tan exitoso que barrer¨¢ a ISIS y someter¨¢ a los chinos. ?l siempre tuvo mujeres inalcanzables; ¨¦l hace reinas a las mujeres inalcanzables. En el extremo de la autorreferencia, una vez dijo que su hija estaba tan deliciosa que, si no fuera suya, saldr¨ªa con ella. Cuando apunta hacia ¨¦l, Trump es un dios peripat¨¦tico obligado a vanagloriarse de su m¨¢xima creaci¨®n ¡ª¨¦l¡ª para conseguir devotos.
En su trabajo Por qu¨¦ odio mi dedo ¨ªndice, el simp¨¢tico ortopedista William L. White dice que el dedo ¨ªndice es capaz de numerosas obras de precisi¨®n pero tiene una personalidad tan pobre que no pretende hacer otra cosa m¨¢s vigorosa que liberar la fecha, apretar el gatillo o se?alar al distinto. White, un especialista en traumas de la mano, sugiere amputar al dedo in¨²til si sufre una herida compleja o seguir¨¢ entrometi¨¦ndose en el camino, evitando que el resto de la mano haga lo correcto. La idea de White podr¨ªa resultar tentadora para ajustar el ego vociferante de Trump, pero hay modos m¨¢s humanos de lidiar con su man¨ªa de ver a los dem¨¢s muy por debajo de su flequillo. Y no es levantarle el dedo medio: es pensar antes de responder. A la voz altisonante del dedo acusador, razones maceradas. Verdades como pu?os.
Diego Fonseca es periodista y escritor. Twitter @DiegoFonsecaDF
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