¡°Le he dicho a mi madre que estoy bien, pero ment¨ª¡±
Muchos refugiados no tienen claro a qu¨¦ pa¨ªs dirigirse ni familiar alguno de avanzadilla
Moaed ha mentido. Quiz¨¢ el tono le ha delatado. Y a una madre no se le puede mentir. ¡°Me ha dicho que le estoy mintiendo, que no estoy siendo bueno¡±, dice este joven sirio de 26 a?os. Sus ojos no han perdido el tono rojizo de un llanto contenido a duras penas. No saltaron por poco las l¨¢grimas de Moaed mientras hablaba con su madre por tel¨¦fono, aupado en un vag¨®n-cisterna abandonado en la estaci¨®n de Idomeni, al norte de Grecia. Ella sigue en Damasco, la capital siria; tambi¨¦n el padre ¨C¡°un hombre fuerte, del que no hay que preocuparse¡±, dice¡ª y sus cuatro hermanos. Moaed le dijo a su madre que come y bebe bien, que se dirige a Macedonia, que todo marcha. Pero no siempre es as¨ª. ?Hasta d¨®nde? ¡°A¨²n no lo s¨¦, tengo tiempo para pensarlo hasta que llegue a Hungr¨ªa¡±, dice con una sonrisa apacible. Le quedan tres fronteras.
Moaed no es el unico que no tiene claro cu¨¢l ser¨¢ su pa¨ªs de acogida. Muchos refugiados no tienen familiar alguno que haya llegado de avanzadilla. Los hay tambi¨¦n que viven aun embriagados por la satisfacci¨®n de verse en Europa. Era una meta, la primera. Seg¨²n las noticias que vayan recibiendo durante la traves¨ªa, seg¨²n lo que les depare el viaje, decidir¨¢n d¨®nde parar.
Diez minutos antes de que Moaed llamara a su madre, el autob¨²s que tom¨® por la ma?ana en Atenas llegaba a la peque?a localidad de Idomeni, la ¨²ltima que ven los refugiados que transitan por el pa¨ªs heleno hacia Macedonia. El goteo no para. Llega un autob¨²s, se detiene en el arc¨¦n de la entrada del pueblo, junto al camino que lleva a la estaci¨®n, y descarga. Agentes de la polic¨ªa griega ordenan con cierta rutina a los reci¨¦n llegados en grupos de unas 50 personas y los llevan en tandas hasta el and¨¦n. Caminan en formaci¨®n, dejan a su izquierda el dep¨®sito de agua, una casita abandonada, quiz¨¢ la vieja estaci¨®n, y bajan para agruparse entre los ra¨ªles. Son las ¨®rdenes. Y las cumplen. Llegar¨¢n al paso fronterizo en 300 metros.
Moaed, licenciado en Econ¨®micas, no sabe hacia d¨®nde se dirige en su periplo por Europa. No se decide entre Suecia o Alemania, la eterna disyuntiva del exilio sirio. Pero s¨ª que barrunta un deseo: ir a Espa?a. ¡°Soy del Real Madrid hasta los huesos, desde peque?ito¡±, relata con orgullo. Ha tenido camisetas del Madrid; es su equipo, una pasi¨®n que le ilumina cuando habla hasta apretar el gesto. Y si el interlocutor comparte colores, el camino est¨¢ hecho.
Entre charla y charla aparece el resto de su pelot¨®n, el de los compa?eros de viaje que salieron de Damasco. Nouar, de 24 a?os, abandon¨® ya empezada la guerra el servicio militar, que hac¨ªa en Hasaka ¨C¡°antes de que llegar¨¢ el Estado Isl¨¢mico¡±, apostillan varios con una risotada--. ¡°Quer¨ªa estudiar¡±, explica. Desea llegar a Suecia. El Estado Isl¨¢mico (EI) salta a la palestra. Muchos huyeron de sus garras y luego abandonaron el pa¨ªs. ¡°Nosotros somos de Raqa¡±, dicen dos hermanos veintea?eros al tiempo que caminan en un grupo algo desarbolado hacia la frontera macedonia. Dicen esto con una mueca c¨®mplice, a sabiendas de que Raqa suena a la cuna del EI en el norte sirio. Amables, rechazan ponerse ante la c¨¢mara. Se estremecen al recordar que su familia sigue all¨ª. Y si alguien les viera en un v¨ªdeo malmetiendo contra los yihadistas¡ Siguen caminando hacia el norte.
Los grupos que coordina la polic¨ªa griega son cada vez m¨¢s grandes. La noche va cayendo y hay que acelerar antes de que la tormenta que amenaza desde el oeste rompa sobre Idomeni. El camino hasta Macedonia a lo largo de las v¨ªas es corto, pero empedrado, molesto para los m¨¢s peque?os. Poco antes del paso hacia Gevgelija, la primera ciudad macedonia que se encontrar¨¢n los refugiados, organizaciones extranjeras reparten comida, bebidas y golosinas para los ni?os. Entre las ONG, una sueca, SWE, que lleg¨® la pasada noche tras cuatro d¨ªas en la carretera. ¡°?Fuera de las v¨ªas!¡±, grita un polic¨ªa griego. El grito sigue en cadena y en varios idiomas hacia los m¨¢s rezagados. Por los bocinazos, parece que un tren de mercanc¨ªas est¨¢ cerca. Un joven, con cara y mirada de adolescente, se aparta deprisa aguantando una cesta con un beb¨¦ de semanas en su interior.
Pasa el tren y sigue el periplo. A otros 50 metros, las autoridades macedonias meter¨¢n en trenes a los refugiados que vayan llegando. De ah¨ª y sin parar, se topar¨¢n con Serbia.
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