Cruzar antes del amanecer, o nunca
Los migrantes aceleran su viaje ante las noticias de crecientes controles fronterizos
A Acran no le alcanza la vista para ver a dos de sus tres hijos. Se adelantaron caminando por las v¨ªas del tren que conducen a la frontera serbo-h¨²ngara y toca correr para darles caza. Acran, de 33 a?os, es paquistan¨ª. Naci¨® en Lahore y all¨ª contrajo matrimonio con Shemin, una mujer enjuta de 32 a?os que, con gesto serio, relata sin verg¨¹enza por qu¨¦ han llegado tan lejos. ¡°A mi hermano no le gustaba nuestro matrimonio¡±, dice Shemin, que sostiene una criatura de un mes de vida. Una historia m¨¢s si no fuera porque hablan de Pakist¨¢n. ¡°Si nos hubi¨¦ramos quedado, quiz¨¢ nos hubiera matado¡±, apostilla Acran.
Han detenido su marcha a la altura de la estaci¨®n de Horgos, peque?a localidad en el noroeste de Serbia. Sale el oficial de turno y les obliga a seguir. A tres kil¨®metros, el paso fronterizo hacia Hungr¨ªa. Objetivo: pasar antes de que el Ej¨¦rcito se despliegue, se cierre el paso y entren en vigor las nuevas leyes h¨²ngaras antiinmigraci¨®n. Y se prev¨¦ que todo eso pueda ocurrir en horas.
El silencio que recorre las dos orillas de las v¨ªas de tren tiene poco que ver con el ritmo fren¨¦tico del ¨²ltimo campo de refugiados que han visitado la mayor¨ªa de los que transitan por Hungr¨ªa. Est¨¢ situado en el pueblo de Kanjiza, a unas tres horas en autob¨²s desde Belgrado, la capital serbia. Muchos llegaron en bus. A otros no les lleg¨® el dinero y pararon en medio de la autopista para seguir andando. ¡°?Ad¨®nde van?¡±, se les grita a un grupito de sirios. ¡°Hacia la frontera¡±, responden. Han cruzado el arc¨¦n y atravesado una alambrada por un agujero. Ya en las v¨ªas, se prestan a hablar, pero advierten: ¡°Debemos seguir¡±. Tienen prisa, el 15 de septiembre, fecha en la que la nueva legislaci¨®n h¨²ngara permita su detenci¨®n, se echa encima. Destino final: un pu?ado a Alemania, otro a Suecia. La rara avis del grupo viaja a Holanda. ¡°Es que Alemania est¨¢ ya muy llena¡±, dice. ¡°Bueno, y porque queremos la paz¡±, prosigue. La polic¨ªa serbia espanta la charla.
Registro de huellas
Ya en Kanjiza, los buses cargan y descargan. Dejan a algunos para que descansen; toman a otros en direcci¨®n a Horgos para alcanzar la frontera. Hacia all¨ª, sin medio de transporte, se dirig¨ªan Acran y Shemin. Su historia no guarda fortuna: se casaron con el consentimiento del padre de ella. Pero este muri¨® al mes del enlace y el siguiente en el escalaf¨®n era el hermano, el que m¨¢s resistencia hab¨ªa opuesto a la uni¨®n. Y llegaron las amenazas de muerte. Escaparon de Lahore hacia Turqu¨ªa hace tres a?os, pero all¨ª ¨¦l no obtuvo papeles para trabajar. Hace un mes, tras el nacimiento de la peque?a, Sanab, emprendieron su periplo a Alemania. ?Volver¨ªan a Pakist¨¢n? ¡°No, no¡±, contesta tajante Acran, ¡°nos podr¨ªan matar¡±.
Tres kil¨®metros m¨¢s adelante, sin la luz del d¨ªa, los buses de Kanjiza han llegado al cruce de la carretera con las v¨ªas del tren. El ajetreo es conmovedor. Ni?os cambi¨¢ndose de ropa para seguir, adultos tirados en el suelo para coger aliento. Hay que cruzar cuanto antes porque llegan buenas noticias.
El pregonero se llama Simon C. Kret. Es suizo, tatuador y trabaja, voluntariamente, para informar a los que llegan a la frontera serbo-h¨²ngara. ¡°Tengo muchos contactos en el otro lado¡±. ?Qu¨¦ les ha dicho? ¡°Les estoy diciendo que los h¨²ngaros, al menos hoy, no est¨¢n registrando sus huellas, que les dejan pasar y les meten en trenes hacia Austria¡±. Se oyen v¨ªtores, una palmada en la espalda, y a correr. O se cruza ahora o quiz¨¢ sea demasiado tarde.
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