El ni?o que quer¨ªa ser castigado para que lo llamaran por su nombre
Somos un nombre, que nos pusieron con amor antes de nacer, detr¨¢s del cual se esconde un mundo
¡°Buen viaje, se?or Juan¡±, me dijo el trabajador de Avianca mientras recog¨ªa mi carta de embarque, en el avi¨®n que me llevar¨ªa de S?o Paulo a R¨ªo.
Sent¨ª una mezcla de extra?eza y agrado al mismo tiempo. Llevo 50 a?os viajando volando, he recorrido varias veces el mundo, y esa fue la primera vez en que no era uno m¨¢s del mont¨®n que entra en fila en un avi¨®n.
Durante el vuelo pens¨¦ en la importancia de que nos llamen por nuestro nombre. Me vinieron a la memoria los que pasan una vida y se van sin que casi nadie pronuncie el suyo. Es como si dejaran de existir como persona para convertirse en un objeto.
Me acord¨¦ de Pietro, el ni?o abandonado que quer¨ªa ser castigado para poder escuchar su nombre.
Nada he sentido nunca tan humillante y cruel como el n¨²mero escrito sobre la piel de los jud¨ªos deportados a los campos de concentraci¨®n. Se les despojaba del nombre y de la dignidad para convertirlos en fr¨ªo guarismo. As¨ª, les deb¨ªa resultar m¨¢s f¨¢cil a los verdugos tratarlos peor que a los animales, a los que s¨ª suelen llamar por su nombre.
El primer consejo que un psic¨®logo da a quienes tienen que lidiar con un secuestrador es que pronuncien su nombre?
Esa humillaci¨®n la sufren tambi¨¦n de alg¨²n modo no pocos pobres a los que se les conoce solo por un apodo. Curiosamente, a ellos sus padres suelen ponerles varios nombres.
Hay familias o trabajadores que a los empleados o empleadas que trabajan con ellos nunca les llaman por su nombre. Es un reconocimiento consciente o no, de que son fichas m¨¢s que personas. Existen en funci¨®n del trabajo que realizan: son la cocinera, el jardinero, la limpiadora, el panadero o la secretaria. Les anulamos el nombre y con ¨¦l su identidad.
Vivimos en un mundo cada vez m¨¢s masificado. Viajamos, trabajamos, comemos, nos divertimos, en masa. Y en ese torbellino en el que somos solo una pieza m¨¢s de un grupo, llegamos a olvidar que somos un nombre que nos pusieron nuestros padres antes de nacer, con amor. Un nombre detr¨¢s del cual se esconde un mundo entero.
En las lenguas semitas, el nombre adquiere un relieve especial, porque en ¨¦l est¨¢ incluido lo que se espera de la persona. Es como un programa de vida.
Tan dura, tan terrible es a veces la necesidad de que nuestro nombre sea pronunciado o aparezca escrito en alg¨²n lugar, que hay personas an¨®nimas cuya patolog¨ªa de ausencia las arrastra a realizar un crimen en el que sacrifican la propia vida, como en algunos atentados terroristas, con la sola finalidad de que su identidad reluzca a la vista del mundo.
La psicolog¨ªa humana es compleja, y los que analizan esa incre¨ªble y fant¨¢stica relojer¨ªa del cerebro descubren cada d¨ªa nuevos misterios en el comportamiento de las personas y en las consecuencias que puede producir el hecho de sentirse an¨®nimo.
Cuando un ni?o peque?o empieza a comprender que tiene un nombre, sonr¨ªe al o¨ªrlo. Empieza a tomar conciencia de que es diferente de los ni?os que tienen otros nombres. Salen del anonimato del reba?o para pasar a tener una personalidad propia.
El primer consejo que un psic¨®logo da a quienes tienen que lidiar con un secuestrador es que pronuncien su nombre con calor humano.
Mi primer trabajo como psic¨®logo, en mis a?os j¨®venes, fue en Roma, en un colegio con cien ni?os abandonados. Intent¨¦ que el director eliminara los castigos. Nuestra sorpresa fue que aquellos ni?os quer¨ªan seguir siendo castigados. Uno de ellos nos explic¨® por qu¨¦: ¡°La ¨²nica vez que oigo pronunciar mi nombre es cuando me llaman por el altavoz para ir al despacho del director a recibir el aviso de un castigo¡±. El peor castigo para ellos era ser olvidados.
De vez en cuando, el ¨²nico tel¨¦fono que exist¨ªa en el colegio por si un familiar deseaba llamar a un ni?o amanec¨ªa roto. Alguien lo destru¨ªa de noche. Pusimos guardia y descubrimos al culpable. Ten¨ªa 12 a?os. Se llamaba Pietro. Llevaba all¨ª nueve a?os. Nunca hab¨ªa ido nadie a visitarle y era uno de los que defend¨ªan los castigos. Convers¨¦ con ¨¦l para intentar saber por qu¨¦ romp¨ªa el tel¨¦fono. ¡°Porque a m¨ª no me sirve. Nadie me llama¡±, respondi¨® seco. Le pregunt¨¦ que si alguien le llamara dejar¨ªa de romperlo. ¡°Es que nadie me llamar¨¢ nunca¡±
Aquella noche, de acuerdo con el director, al llegar a casa le telefone¨¦. Al o¨ªr su nombre por el altavoz fue corriendo al tel¨¦fono, me dijeron. ¡°Hola, Pietro, soy Juan. Desde hoy te voy a llamar todos los d¨ªas para desearte buenas noches¡±. No supo decir ni una sola palabra. Segu¨ª llam¨¢ndole. Nunca volvi¨® a romper el tel¨¦fono. En el colegio nos cruz¨¢bamos una mirada c¨®mplice y ¨¦l hasta consegu¨ªa esbozar una sonrisa.
Hoy acabo de leer que un sondeo en Brasil refleja que un 55% de los ciudadanos prefieren comprar en tiendas peque?as donde les llaman por su nombre. Al parecer, no solo los empleados, sino tambi¨¦n los clientes, sienten la necesidad de ser alguien en lugar de un consumidor sin nombre.
Como en los grandes conflictos de la historia, que explotan muchas veces por cosas que nos parecen banales, tambi¨¦n las grandes transformaciones morales y sociales pueden tener inicio con algo en apariencia tan insignificante como el sentirse reconocido por el propio nombre.
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