Re-volver
La Ciudad de M¨¦xico se queda ya para siempre en la memoria de todas las pr¨®ximas ocasiones en que uno ha de revolver pret¨¦ritos para asombrarse de tanta novedad
Quien vuelve a la Ciudad de M¨¦xico puede llegar a sentir el raro mareo de que llega por primea vez, como si jam¨¢s hubiera aterrizado en medio de la ciudad m¨¢s grande del mundo, miles de millones de luces de todos los tama?os esparcidas sobre un interminable terciopelo negro como diamantes. Re-vuelve el est¨®mago y el recuerdo el olor de la primera basura o el antojo de la primera fritanga, el v¨¦rtigo de los coches en la indescifrable velocidad de los embotellamientos, los compromisos inaplazables de las agendas ajenas que, sin embargo, cancelan citas inamovibles lo mismo que improvisan celebraciones imprevistas.
Revuelve quien creyendo saberse las calles de memoria de pronto descubre que la ciudad pintada y ojerosa se reinventa con las ausencias, as¨ª sean breves. La ciudad impredecible es la ni?a intacta de los pueblos que absorbi¨® con el tiempo, con empedrados callados y bugambilias en la cara y la dama de hierro con aretes de espejo que se levantan en predios que apenas hace un mes eran lotes vac¨ªos; la avenida que caminabas vac¨ªa o vac¨ªo se ha revuelto en pista de carreras donde es capaz de volcarse cualquier b¨®lido intempestivo y la calzada de todos los ¨¢rboles se ha deforestado para cumplir con una suerte de Iztapalapanizaci¨®n que profesa que todo lo funcional ha de ser feo.
"Ciudad que se queda siempre cambiante y siempre la misma donde uno que revuelve de paso se resigna a que no podr¨¢ ver a todos ni tantos y que hay tanto y todo por abarcar e intentar abrazar"
El habitante que se revuelve ha dejado de ser habitante para convertirse en visita y todo parece oscilar en una escala indefinida, como el sismo que dicen que oscilaba en tierra mientras uno ven¨ªa volando con las horas contadas, las manos llenas o vac¨ªas de noticias o regalos, con las ganas de volver sin revolver ni un instante el tiempo que uno supuso que se quedaba intacto. Se agolpan entonces en yemas de los dedos todas las veces que el viajero ha revuelto a M¨¦xico con la campanilla que son¨® en la m¨¢quina de escribir con ¨²ltima l¨ªnea del primer libro o los primeros aud¨ªfonos cuando toda la m¨²sica se volvi¨® port¨¢til y todas las caras y todas las caras son proyectadas en la sala de cine personal donde ha variado el vestuario y las canas, la resistencia al sue?o, los grados de enso?aci¨®n, el peso de la realidad, el paso de todo lo inventado, las palabras que no cambian y las expresiones que apenas se inventaron ayer, el rev¨®lver de las pel¨ªculas de vaqueros en la mano de un polic¨ªa que a¨²n no sabe que en realidad carga una pistola oxidada, el revolver de las maletas en el ¨²nico aeropuerto del mundo donde unos duendes fosforescentes bajan las maletas de la banda para crear un muro de todos los colores y tama?os para que los dem¨¢s viajeros no puedan llegar a esa misma banda donde gira ya para siempre precisamente la maleta que uno estaba esperando recoger.
Revuelve quien se olvida de la propina obligatoria incluso para todo aquel que en realidad no ha hecho nada m¨¢s que extender la mano y revuelve el que pide tacos al pastor sabiendo a¨²n antes de probarlos que hay que a?adir lim¨®n, sal y salsa que les falta. Revuelve el que se entera de los resultados de la liguilla ¨Cque en el resto del planeta sigue siendo liga¡ªy parece haber olvidado la velocidad del bal¨®n, la proliferaci¨®n de jugadores con apodo, las camisetas rebasadas con publicidad o el escaso trap¨ªo de los toros y los aficionados, el estorbo de bufandas bajo el sol, el ruidero de los chismes, el surtidero inagotable de los chistes, la cantidad de caras que sonr¨ªen, el n¨²mero de rostros que se revuelven en seriedad, la bendita facilidad de los abrazos, la santa costumbre de tocarse constantemente las espaldas con palmadas que son aliento o alivio, alimento continuo de apapachos o disfrazados con ternura los pocos reclamos por la ausencia, los pocos lamentos por las p¨¦rdidas, la callada resignaci¨®n de que ayer mismo habl¨¢bamos de ti en una reuni¨®n irrepetible, de a ver cu¨¢ndo nos vemos si te estoy viendo, de que ya te veo y no puedo creer que ya pas¨® tanto tiempo y si apenas fue ayer y revolver es una palabra que parece disco de los Beatles o indigesti¨®n estomacal o no revuelvas las cosas que aqu¨ª sigue cabiendo todo en el jarrito sabi¨¦ndolo acomodar y no te me achicopales pero se desconchinfl¨® el d¨¦se de la d¨¦sta que t¨² mismo dizque arreglaste con la talacha en vez de llamarle al plomero y dicen que te dijo que le dijeron lo se dec¨ªa de ¨¦l y que va y le dice, pero que van y le dicen¡ y pas¨® lo que te dije. Eso digo.
Ciudad que se queda siempre cambiante y siempre la misma donde uno que revuelve de paso se resigna a que no podr¨¢ ver a todos ni tantos y que hay tanto y todo por abarcar e intentar abrazar y cargarlo en una maleta para que al alejarnos se pueda confirmar que en realidad uno siempre lleva encima sus querencias y las fotos fijas de todo lo que habi¨¦ndolo le¨ªdo en los libros viejos aparece en los peri¨®dicos como titular de novedades. Ciudad que se queda ya para siempre en la memoria de todas las pr¨®ximas ocasiones en que uno ha de revolver pret¨¦ritos para asombrarse de tanta novedad, revolverse para reconocer lo que en realidad jam¨¢s se hab¨ªa visto, serenar el amor incondicional a la ciudad que cre¨ªamos haber ya odiado y soportar este raro enamoramiento de saberse ya lejos de lo que siempre est¨¢ tan cerca.
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