La polic¨ªa de R¨ªo mata a cinco j¨®venes con m¨¢s de 50 tiros de fusil
Los agentes intentaron adulterar la escena del crimen para hacerlos pasar por traficantes
Wilton era el ni?o de los ojos de su madre. Y de su abuela, con quien siempre dorm¨ªa. Estudiaba contabilidad y, con lo t¨ªmido que era, era raro verlo en las fiestas. No beb¨ªa, hablaba poco y, con 20 a?os, a¨²n ped¨ªa permiso para hacer planes. As¨ª fue el pasado s¨¢bado, cuando aparc¨® su Fiat Palio blanco en la puerta del bar donde su madre trabajaba para avisar de que iba a salir con sus amigos, los de toda la vida, con los que pasaba horas jugando a videojuegos en casa. ¡°Que Dios te acompa?e¡±, le respondi¨® ella, contenta de ver al joven en la calle. Horas despu¨¦s, Marcia Ferreira, de 38 a?os, se encontraba a Wilton agonizando en el volante del coche, perforado por m¨¢s de 50 tiros de fusil disparados por polic¨ªas. Junto a ¨¦l, yac¨ªan ba?ados en sangre cuatro amigos m¨¢s. Marcia pidi¨® hist¨¦rica que la dejasen socorrer a su hijo, pero la polic¨ªa se lo impidi¨®. Uno de los agentes, asegura ella, apunt¨® su fusil en su cabeza y le hizo retroceder un par de pasos mientras Wilton mor¨ªa, a¨²n con los ojos abiertos. Dopada con tranquilizantes desde aquel d¨ªa, Marcia no consigui¨® ni enterrar a su hijo este lunes porque se desmay¨® antes de que terminase el funeral. ¡°?l me cuidaba mucho. ?Qui¨¦n va a cuidarme ahora?¡±, se pregunta la madre antes de romper a llorar.
La muerte de Wilton, Wesley, Cleiton, Carlos Eduardo y Roberto en Costa Barros, un barrio pobre de la Zona Norte de R¨ªo de Janeiro, ten¨ªa todos los ingredientes para desaparecer en las estad¨ªsticas invisibles que registran las v¨ªctimas de los enfrentamientos con la polic¨ªa fluminense: solo en los primeros ocho meses del a?o se justific¨® as¨ª la muerte de 459 personas, seg¨²n datos del Instituto de Seguridad P¨²blica de R¨ªo. Los chavales eran j¨®venes, pobres y negros ¨C las principales v¨ªctimas de violencia en Brasil ¨C y merodeaban de noche en una favela. Pero hubo testigos que denunciaron que los agentes adulteraron la escena del crimen colocando un arma cerca del veh¨ªculo y que aquello fue una emboscada. ¡°?Soy un vecino! ?Soy un vecino!¡±, gritaron antes de morir. Cuatro polic¨ªas fueron detenidos en el acto y la versi¨®n de que estaban defendi¨¦ndose de narcotraficantes armados se desmoron¨® con las primeras conclusiones de los peritos, que no hallaron indicios de disparos procedentes del interior del coche.
En todo ser humano de Costa Barros corre la misma sangre que en Copacabana M?nica, madre de Cleiton, de 18 a?os
Ante las evidencias, el secretario de Seguridad P¨²blica, Jos¨¦ Maria Beltrame, y el gobernador Luiz Fernando Pez?o reconocieron con inusitada rapidez el error y calificaron el crimen como ¡°indefendible¡± y ¡°abominable¡±. El batall¨®n donde trabajaban los polic¨ªas detenidos es el que m¨¢s mata en supuestos enfrentamientos con la polic¨ªa. Hubo 67 v¨ªctimas de enero a octubre de este a?o. Su comandante ha sido destituido. ¡°Tenemos una polic¨ªa poco valorada, mal remunerada y p¨¦simamente entrenada, y se espera que un muchacho con una pistola y un uniforme resuelva un problema social de enorme complejidad¡±, lament¨® Ant?nio Carlos Costa, director de la ONG R¨ªo de Paz que apoya, log¨ªstica y financieramente, la causa de las familias.
En el suburbio de Costa Barros, el pen¨²ltimo barrio de R¨ªo en el ranking del ?ndice de Desarrollo Humano (IDH), basado en la salud, educaci¨®n y dignidad de los habitantes, hay ni?os que vuelven de la escuela sin calzado, hombres surgiendo de los contenedores de basura, peque?as concentraciones de drogados de crack y mucho miedo. Tanto que hasta los familiares, descontrolados por el dolor, miden cada una de sus palabras para no incomodar ni traficantes ni polic¨ªas al relatar lo sucedido. ¡°En la rutina de las comunidades¡±, cuenta un vecino de la regi¨®n, ¡°la regla es siempre ver, o¨ªr y callar¡±. Los vecinos sufren hace a?os con la guerra de facciones criminales para apoderarse del control de los puntos de venta de droga y los complejos de favelas del entorno, como el de Chapad?o, est¨¢n en la mira del Gobierno para que el Ej¨¦rcito los ocupe antes de las Olimp¨ªadas de 2016, como ya ocurri¨® en el Complejo da Mar¨¦ en las v¨ªsperas del Mundial, en abril de 2014.
El crimen de los j¨®venes moviliz¨® a la prensa de la ciudad al completo, pero aun as¨ª la misma pregunta se repite entre los familiares y amigos de las v¨ªctimas:??cu¨¢l ser¨ªa la conmoci¨®n social si los cinco muertos fueran blancos de la privilegiada Zona Sur? ¡°Los tiros suenan diferente en la favela¡±, responde M?nica, madre de Cleiton, de 18 a?os. ¡°Somos discriminados por el ambiente en el que vivimos. Ellos eran negros, favelados, y fue por eso que los mataron. Tenemos que mostrar que aqu¨ª es como en Copacabana, que en todo ser humano de Costa Barros corre la misma sangre que en Copacabana. No hay ninguna diferencia¡±, dice M?nica, entre los aplausos de sus vecinos. Los familiares, reunidos este martes con l¨ªderes comunitarios de la favela, estudian ahora como organizarse para que la repercusi¨®n de la muerte de los j¨®venes no muera con ellos.
La tragedia ha acabado tambi¨¦n con la vida de las familias. La madre de Wilton no ha vuelto a trabajar, no duerme a pesar de los tranquilizantes, se desmaya a menudo y tiene la mirada perdida. El menor de sus hijos, de 15 a?os, iba en una moto delante del coche que Wilton conduc¨ªa. Consigui¨® huir de los disparos, pero presenci¨® la muerte de su hermano. El chico declar¨® que fue una emboscada y que el coche de los polic¨ªas esperaba, con las luces apagadas, la llegada de un grupo de narcotraficantes. El ¨²nico consuelo de M¨¢rcia es que el adolescente y su nieta, de cinco a?os (que pas¨® un rato suplicando que la dejasen acompa?ar a los j¨®venes aquella noche) est¨¢n vivos.
Jorge Roberto, el padre de Roberto, de 16 a?os, ha pasado los ¨²ltimos d¨ªas recuperando fotos de su hijo en los cajones de casa. El hombre, que estudi¨® Derecho pasados los 40 y que trabajaba como soldador, llora en silencio la muerte de un ni?o que sonr¨ªa y abrazaba y que aquel s¨¢bado celebraba su primer salario como aprendiz en una red de supermercados.
M?nica cumpli¨® la promesa que hizo a su hijo de sepultarlo junto a sus amigos y esper¨® durante horas la llegada del cuerpo que enterraron pasadas las ocho de la tarde, con el cementerio cerrado y los faros de un coche como ¨²nica luz. Tiene crisis de ansiedad constantes, no consigue comer y el martes tuvo que ser atendida en un puesto de salud despu¨¦s de que sus vecinos se la llevasen en brazos de una reuni¨®n, medio inconsciente.
Los chavales eran j¨®venes, pobres y negros: las principales v¨ªctimas de violencia en Brasil
Carlos Henrique, el padre de Carlos Eduardo, de 16 a?os, no ha conseguido, hasta ahora, volver a conducir el taxi del que depende el sustento familiar. ¡°No puedo atender a un cliente as¨ª¡±, lamenta, y reconoce que vivir unos d¨ªas de luto sin trabajar es un lujo que su familia est¨¢ lejos de poder permitirse. El gobernador Pez?o ofreci¨® a los familiares el auxilio del Estado, pero ellos a¨²n esperan una llamada. ¡°Ya que ni vino al cementerio, lo m¨ªnimo es que nos reciba¡±, exigi¨® M?nica. ¡°Yo no quiero saber de dinero, eso no va a devolverme a mi hijo. Lo que yo quiero es justicia¡±, dijo M¨¢rcia.
Un proceso criminal por homicidio con intenci¨®n de matar llevar¨¢ el caso de los cinco j¨®venes a los tribunales, adem¨¢s de otro proceso interno de la Pol¨ªcia Militar de R¨ªo que investigar¨¢ la responsabilidad de los agentes y decidir¨¢ su destino, explica Jo?o Tancredo, el abogado de casos brutales en R¨ªo como la tortura y muerte del alba?il Amarildo de Souza en 2013, a manos de la polic¨ªa, o el caso de Cl¨¢udia Silva Ferreira, un ama de casa que muri¨® el?a?o pasado tras recibir varios disparos y ser arrastrada durante metros por un coche patrulla. Los familiares tambi¨¦n estudian pedir una indemnizaci¨®n. Tancredo, un abogado de traje y corbata, pero curtido en la defensa de los episodios de violencia policial en las favelas, anim¨® a las familias, vecinos y l¨ªderes comunitarios a movilizarse y protestar para conseguir tener voz frente los abusos. El letrado parafrase¨® al rockero brasile?o Raul Seixas para arengarlos: "Sue?o que se sue?a solo / es solo un sue?o que se sue?a solo / pero sue?o que se sue?a junto es realidad".
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