Cuando la complacencia ofende
La decisi¨®n del Gobierno de Renzi de tapar las estatuas desnudas para no turbar al presidente iran¨ª reabre el debate sobre los l¨ªmites de la diplomacia econ¨®mica
La operaci¨®n result¨® perfecta, si bien en el sentido contrario al deseado. Las cajas de madera que, por decisi¨®n del Gobierno de Matteo Renzi, fueron colocadas en los Museos Capitolinos para evitar que la desnudez de las estatuas turbasen al presidente iran¨ª, Hasan Rohani, mientras dejaba en Italia una inversi¨®n de 17.000 millones de euros alcanzaron un objetivo muy distinto: poner al descubierto las verg¨¹enzas de anfitriones e invitados. Al tiempo que los medios de todo el mundo difund¨ªan las im¨¢genes tan chocantes de los burkas de madera sobre la belleza de Italia, una reflexi¨®n en forma de pregunta cobraba fuerza en los diarios y en la calle: ?merec¨ªa la pena, por no ofender al presidente de Ir¨¢n, ofendernos a nosotros mismos?
Nunca una decisi¨®n del joven Renzi hab¨ªa logrado tal unanimidad. No fue posible encontrar a nadie que, al menos en p¨²blico, alabase la medida. Ni por la forma ni, sobre todo, por el fondo. Desde la portada del diario La Stampa, el siempre brillante Massimo Gramelini fue tal vez el m¨¢s duro, por cuanto abord¨® el asunto como el s¨ªntoma de una enfermedad m¨¢s grave. Seg¨²n el escritor, los ¡°genios del protocolo¡± que cubrieron las estatuas para evitar que el presidente Rohani sufriera ¡°un revoluci¨®n hormonal y rompiera los contratos¡± no son m¨¢s que los dignos herederos de una forma de ser italiana. Aquella que trata al hu¨¦sped como si fuese el due?o, que se disfraza de ¡°alem¨¢n con los alemanes, de iran¨ª con los iran¨ªes y de esquimal con los esquimales¡±, que ¡°llama respeto al ansia t¨ªpica de los siervos por complacer a quienes los asustan¡± .
Dice Gramellini que esa tradici¨®n, ¡°hija de miles de invasiones y batallas perdidas incluidas las de la propia conciencia¡±, empuja a los italianos ¡ªy seguramente no solo a ellos¡ª a un comportamiento asim¨¦trico con los Estados musulmanes: ¡°Si una italiana va a Ir¨¢n, se cubre justamente la cabeza; si un iran¨ª viene a Italia, le cubrimos injustamente las estatuas. En ambos casos ¡ªen ambos mundos¡ª nos cubrimos siempre nosotros¡±.
La operaci¨®n, descubierta casi en directo por los medios italianos, fue digna de una pel¨ªcula de Anacleto. Apenas unas horas antes de la visita de Rohani, un comando dirigido por Ilva Sapora, la jefa de protocolo del palacio Chigi, aparece en los Museos Capitolinos con la orden de cubrir las estatuas. El problema surge cuando, despu¨¦s de haber vestido de madera toda la belleza cl¨¢sica del recorrido de Rohani, llegan a la sala Esedra y el comando se detiene ante la estatua de bronce del emperador Marco Aurelio, la ¨²nica ecuestre que se conserva de aquella ¨¦poca. Las miradas de los agentes de tan delicada misi¨®n convergen en un punto, mientras surge la duda en forma de pregunta: ?Le molestar¨¢n tambi¨¦n al presidente Rohani los atributos del caballo? No se sabe si por falta de madera o de tiempo, la opci¨®n elegida es la de desplazar los atriles de Rohani y Renzi para que, en vez de debajo mismo de Marco Aurelio y su caballo, se sienten a una prudente distancia.
En la calle, la pregunta es: ?merec¨ªa la pena, por no ofender al presidente de Ir¨¢n, ofendernos a nosotros mismos?
Mientras los empresarios italianos e iran¨ªes firman acuerdos por valor de 17.000 millones de euros, Rohani y Renzi aguardan sentados, charlando distendidamente, como dos buenos amigos, sin saber que a esa hora ya se est¨¢ cociendo en los diarios una pol¨¦mica que traspasar¨¢ las fronteras y de la que ellos se desmarcar¨¢n al d¨ªa siguiente. La jefatura del Gobierno italiano se lava las manos atribuyendo el asunto a un ¡°exceso de celo¡± de su jefa de protocolo. Y Rohani, durante su visita del martes al Coliseo ¡ªqu¨¦ alivio un monumento sin desnudos¡ª, atribuye la pol¨¦mica a ¡°un caso period¨ªstico¡±, asegura que en ning¨²n momento exigi¨® una medida as¨ª, y a?ade: ¡°Los italianos son un pueblo muy hospitalario que intenta hacer de todo para que uno se encuentre a gusto¡±.
El d¨ªa antes le hab¨ªa dicho al Papa: ¡°Somos todos hermanos, somos flores del mismo jard¨ªn de Dios¡±. Ya se sabe que la diplomacia consiste en situar una sonrisa en el lugar de una pregunta obvia: ?tambi¨¦n son flores del mismo jard¨ªn las ad¨²lteras lapidadas y los homosexuales ahorcados en Ir¨¢n?
De ah¨ª, que recogiendo el hilo de Gramellini, el periodista y escritor Michele Serra se hace una pregunta en la portada de La Repubblica: ¡°?Merec¨ªa la pena, por no ofender al presidente de Ir¨¢n, ofendernos a nosotros mismos?¡±. En su respuesta, Serra aprovecha lo particular del caso para observar el problema desde una perspectiva m¨¢s amplia. ¡°La gesti¨®n de la ofensa es el problema fundamental entre el Occidente y el Islam. Y con las debidas excepciones, los occidentales han aprendido a gestionar las ofensas. Tal vez por oportunismo, quiz¨¢s por tolerancia, o por ambas razones, que van del negocio es el negocio ¨Cy por tanto conviene cerrar un ojo ante las heridas inferidas a los derechos civiles en tantas partes del mundo¡ª(¡). El Islam, en cambio, no sabe gestionar las ofensas. La relaci¨®n con los diferentes no parece figurar entre sus facultades. Y ayudarlos es dif¨ªcil. Pero no hay duda de que esconder nuestras cosas m¨¢s preciosas para no irritarles no los ayuda y adem¨¢s los mantiene en su incapacidad (ruinosa sobre todo para ellos) de aceptar la variedad del mundo, la potencia vital de la diversidad de cultura y de mentalidad¡±.
Michele Serra concluye diciendo que el Islam es ¡°un interlocutor demasiado importante como para hablarle escondiendo la cara¡±.
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