Salvar Europa
Los l¨ªderes de los Estados miembros exigen una UE m¨¢s "eficaz" pero mientras tanto la dinamitan para afianzarse en los sondeos
Contribuci¨®n de Mario Monti al debate abierto por Etienne Davignon en una entrevista publicada por LENA el 29 de enero de 2016
Pocos hay que conozcan la Uni¨®n Europea como Etienne Davignon y menos a¨²n que hayan ayudado a construirla tanto como ¨¦l. Es un voluntarista-optimista, al estilo de Jean Monnet, quien, ante las dificultades iniciales de la construcci¨®n europea dec¨ªa: "Las verdaderas derrotas son s¨®lo las que aceptan sin reaccionar". Por lo tanto, si Davignon lanza una alarma como esta, debe ser tomado muy en serio.
Yo tambi¨¦n me temo que puede producirse pronto una desintegraci¨®n de la UE. Creo que Grecia permanecer¨¢ en la eurozona y creo incluso que Gran Breta?a seguir¨¢ perteneciendo a la UE. No se trata, por lo tanto, de una desintegraci¨®n por separaci¨®n eso que me preocupa, sino de algo m¨¢s grave a¨²n: una desintegraci¨®n causada por el rechazo a la integraci¨®n por parte de muchos ciudadanos en muchos Estados miembros.
Pero si son los ciudadanos quienes desean el fin de la Uni¨®n Europea, podr¨ªa argumentarse, ?qu¨¦ problema se plantea? Un problema enorme y doble, en mi opini¨®n. Podemos identificarlo en las causas de este proceso y, por desgracia, es f¨¢cil imaginar sus consecuencias.
Las causas. Los ciudadanos ven que la UE no funciona. A menudo carece de capacidad de decisi¨®n. Y cuando decide, a veces no logra poner en pr¨¢ctica lo que ha decidido. Los ciudadanos se sienten decepcionados, y dan la espalda a la UE. Sin embargo, lo que provoca que la UE no funcione es, en gran parte, el hecho de que los Gobiernos de los Estados miembros, desde hace a?os, han dejado de ver en la UE una inversi¨®n, una gran obra de construcci¨®n para edificar una casa com¨²n, en inter¨¦s de todos los pa¨ªses miembros. Hoy en d¨ªa ven en la UE un mero "bien de consumo". Cuando van a Bruselas para participar en el Consejo, ya no llevan su propio ladrillo; muy al contrario, tratan de hacerse con alg¨²n ladrillo de la casa a medio construir, de triturarlo y de transformar el polvo (s¨ª, el polvo de Europa) en consenso para ellos mismos, para sus propios partidos, para parte de la opini¨®n p¨²blica nacional.
Muchos pol¨ªticos nacionales, que a menudo se profesan europeos ¡ª?y tal vez crean incluso serlo!¡ª se han convertido en maestros alba?iles de la deconstrucci¨®n europea. En esta refinada ¡°ingenier¨ªa inversa¡±, aspiran a ara?ar d¨¦cimas de popularidad dom¨¦stica de esos ladrillos sea mediante la acci¨®n (es decir, a trav¨¦s de las decisiones que toman en esa mesa de 28, decisiones que atribuyen a la UE, pero que en realidad no son a menudo m¨¢s que la cacofon¨ªa resultante de 28 intereses pol¨ªticos particulares, generalmente disfrazados como "intereses nacionales"), sea por medio de las palabras (la forma, a menudo caricaturesca o enga?osa, con la que describen la UE a sus conciudadanos).
Desde hace varios a?os asistimos en muchos pa¨ªses europeos ¡ªaunque tambi¨¦n en otros lugares, por ejemplo en EE UU¡ª a una transformaci¨®n de los sistemas pol¨ªticos nacionales, aplastados cada vez m¨¢s por la perspectiva del corto y cort¨ªsimo plazo, en el que los pol¨ªticos se ven tentados de perseguir el consenso no s¨®lo en las elecciones, sino ante cualquier encuesta. Estudiosos competentes hablan ya de una degeneraci¨®n de las pol¨ªticas nacionales en tres direcciones:
1) la prevalencia del cortoplacismo respecto a la preocupaci¨®n por el largo plazo;
2) la disoluci¨®n del liderazgo pol¨ªtico en aras del seguidismo pol¨ªtico, seg¨²n el cual perseguir el consenso, no guiar el pa¨ªs, es el imperativo categ¨®rico;
3) la narraci¨®n prevalece sobre la realidad, la narraci¨®n de historias sobre la Historia.
En conclusi¨®n, me parece imposible encontrar la manera de "salvar" la integraci¨®n europea alcanzada hasta este momento, de hacerla m¨¢s eficaz, de impulsarla en los cruciales terrenos de la pol¨ªtica exterior, de la seguridad interior y exterior, pero tambi¨¦n en los m¨¢s tradicionales de los mercados, de la moneda y del crecimiento, si no nos planteamos la verdadera cuesti¨®n: con estas pol¨ªticas nacionales, que a trav¨¦s del Consejo de Europa tienen un papel decisivo en el ¨¦xito o el fracaso de la UE, ?es a¨²n posible la integraci¨®n europea? ?Sigue siendo realmente eso lo que se pretende?
Las consecuencias. Al igual que Etienne Davignon, creo que el fin de la integraci¨®n europea (poco importa si en forma de desintegraci¨®n efectiva o de interrupci¨®n del reforzamiento de la construcci¨®n actual, porque tampoco en este ¨²ltimo caso resistir¨¢ la UE mucho tiempo ante la doble tormenta que se le echar¨ªa encima: una globalizaci¨®n sin gobierno y el desapego de sus ciudadanos, en gran parte alimentado por los 28 jefes de gobierno que se sientan en la cumbre de la UE) tendr¨¢ consecuencias muy graves para los ciudadanos de todos nuestros pa¨ªses.
No voy a repetir lo que ya se ha puesto de relieve Davignon. Me gustar¨ªa ir un poco m¨¢s all¨¢. En enero de 1995, hablando ante el Parlamento Europeo, el presidente Fran?ois Mitterrand dijo: "Le nationalisme c'est la guerre". Desde entonces, los nacionalismos se han convertido en muchos pa¨ªses europeos en realidades tangibles y poderosas. Hoy se muestran compatibles entre s¨ª o incluso sin¨¦rgicos, ya que tienen un objetivo com¨²n, arrebatar espacio a la UE y d¨¢rselo a la soberan¨ªa nacional. Pero en una Europa sin la Uni¨®n Europea, los nacionalismos tender¨ªan a chocar entre s¨ª. En una fase hist¨®rica en la que, por desgracia, las guerras, incluso en el interior del continente europeo y m¨¢s a¨²n fuera de sus fronteras, han vuelto de nuevo a ser reales y frecuentes, ?podemos creer realmente que, sin un vigoroso marco de convivencia organizada en la Uni¨®n, los nacionalismos de nuestro pa¨ªses no acabar¨¢n por recurrir a las armas, ensangrentando de nuevo el territorio de la actual UE, como lo han hecho tantas veces a lo largo de la historia?
Pero, junto a este riesgo terrible, habr¨ªa otras consecuencias, pesadamente ir¨®nicas, para aquellos que aspiran a recuperar la mayor parte o la totalidad de las competencias conferidas hasta ahora por los Estados miembros a la UE. En concreto, estoy pensando, por ejemplo, en los movimientos antieuropeos y nacionalistas que est¨¢n creciendo en Italia, que exigen m¨¢s soberan¨ªa nacional, una Alemania menos dominante, un menor peso de la pol¨ªtica y de la burocracia sobre los ciudadanos y las empresas.
Soberan¨ªa nacional. Algunos poderes hoy ejercidos en com¨²n y con determinadas reglas de la UE volver¨ªan a los Estados. Pero cuidado: por lo general, esos poderes fueron transferidos en su momento a la esfera comunitaria, precisamente porque los Estados constataban con preocupaci¨®n que no pod¨ªan ejercerlos, porque la globalizaci¨®n estaba transfiriendo de hecho esos poderes nacionales a los mercados, a las corporaciones multinacionales, a las grandes potencias extraeuropeas. M¨¢s vale, si acaso, afanarse por mejorar la forma en la que la Comisi¨®n, el BCE y las dem¨¢s instituciones europeas ejercen esos poderes, tratar de tener m¨¢s voz en cap¨ªtulo, porque esa transferencia de vuelta a la esfera nacional dar¨ªa lugar, en un mundo que hoy est¨¢ a¨²n m¨¢s globalizado, a un mero momento de breve excitaci¨®n seguido por una impotencia permanente.
Alemania. No voy a entrar aqu¨ª en la cuesti¨®n de cu¨¢l es hoy el peso de Alemania en las decisiones de las pol¨ªticas de la UE, de cu¨¢nto dependen estas de la fuerza y de la capacidad alemana en las mesas de discusi¨®n europeas o m¨¢s bien de la debilidad o incapacidad de los dem¨¢s para hacer valer sus puntos de vista. Pero quienes crean que, en ausencia de la UE o con una UE dotada de menos poderes, Alemania tendr¨ªa menos peso que hoy en los asuntos econ¨®micos, monetarios y europeos est¨¢n muy confundidos. Si la UE se disuelve, cada pa¨ªs se ver¨ªa desnudo, con sus propias fuerzas y debilidades, en una nueva Europa muy parecida a una selva. ?Cree de verdad Marine Le Pen que Francia ser¨ªa m¨¢s fuerte, las empresas y los ciudadanos franceses m¨¢s fuertes, si Francia regresar al franco y Alemania al marco? ?Piensan realmente Matteo Salvini y los l¨ªderes del Movimiento 5 Estrellas que las empresas italianas hallar¨ªan m¨¢s espacio en los mercados italianos e internacionales si no hubiera ya en Bruselas una autoridad de la competencia que reprimiera los c¨¢rteles y los abusos de poder en los mercados por parte de empresas alemanas tambi¨¦n, al igual que de multinacionales estadounidenses, que prohibiese a la rica Alemania subsidiar a sus empresas para desplazar a las italianas?
Peso de las "castas" pol¨ªticas y burocr¨¢ticas. La lucha contra el excesivo peso y coste de la pol¨ªtica y de la burocracia es sacrosanta. Resulta obligado mantener el mayor grado de presi¨®n sobre Bruselas as¨ª como sobre las capitales nacionales. Pero quiz¨¢s algunos l¨ªderes pol¨ªticos j¨®venes no recuerden que, sobre todo en Italia, el inicio de cierto (si bien insuficiente) adelgazamiento de las engrosadas e ineficientes estructuras estatales, de las paraestatales, de la industria de propiedad del Estado tuvo lugar como efecto de una mayor apertura hacia Europa, impulsado por el mercado ¨²nico y la moneda ¨²nica. Esta apertura conllev¨®, por ejemplo, la libertad de los inversores italianos para invertir sus ahorros en el extranjero, y no s¨®lo en Italia. A esta mayor libertad privada tuvo que corresponder el Estado con un freno a su d¨¦ficit, que antes podr¨ªa ser ingente y sin embargo ser financiado sin problemas con el repliegue, forzoso de hecho, de los ahorros particulares en bonos del gobierno italiano. O bien, el hecho de que la disciplina respecto a las ayudas estatales, tambi¨¦n aportada por la UE, ha impedido que las empresas p¨²blicas compitan deslealmente con las privadas o que los partidos pol¨ªticos sean alimentados por los protegidos que situaban a dedo en cargos directivos de las empresas p¨²blicas .
Consciente de la necesidad de una sacudida pol¨ªtica y ¨¦tica, Etienne Davignon pide que se proceda a una especie de "Juramento del Juego de Pelota", como el que el 20 de junio de 1789 pronunciaron en Par¨ªs los representantes del tercer estado, la nobleza y el clero, reunidos en el Jeu de Paume, prometiendo no disolverse antes de haber redactado una Constituci¨®n. M¨¢s modestamente, yo quisiera que hubiera al menos un "Juramento de Justus Lipsius", por el nombre del edificio en el que se re¨²nen en Bruselas los jefes de Estado y de Gobierno. Al comienzo de cada reuni¨®n del Consejo Europeo, cada uno de ellos deber¨ªa jurar, no digo yo olvidarse de los intereses de su pa¨ªs, pero s¨ª que, al participar en las decisiones del Consejo, no har¨¢ nada que sea contrario al inter¨¦s com¨²n europeo.
Traducci¨®n de Carlos Gumpert.
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