El muro de Trump
Si me dejan levantarle un muro a Trump lo primero que viene a mente es bardearle la boca
Pendiente a que alg¨²n dictamen psicoanal¨ªtico determine que la ya trillada bravata con la que Donald Trump amenaza con levantar un muro en la frontera de su pa¨ªs con M¨¦xico no es m¨¢s que una burda proyecci¨®n traum¨¢tica de su cerebro, el tema se vuelve cada d¨ªa m¨¢s objeto de diversa reflexi¨®n. Si su propuesta resulta ser no m¨¢s que wishful thinking que emana de su imbecilidad, ignorancia y estulticia, lleva raz¨®n John Carlin en advertir que el problema no son las babas con las que se peina el copete g¨¹ero, sino que su verborrea cobra cada d¨ªa m¨¢s y m¨¢s adeptos entre el electorado proyectando m¨¢s o menos cincuenta millones de ciudadanos norteamericanos dispuestos a votar por el Donald Duck, de confirmarse como candidato del partido republicano a la presidencia de los Estados Unidos de Norteam¨¦rica. Lo que no se recuerda es el antecedente de muro fronterizo que se intent¨® levantar a lo largo de esa frontera en d¨¦cadas pasadas, cubriendo no pocas millas de largo, pero finalmente caduco al no considerar muchos tipos de escaleras, t¨²neles, rajas y compuertas que lo violan constantemente y tampoco se habla de la hollywoodesca exhortaci¨®n del presidente republicano Ronald Reagan al pie del ya extinto Muro de Berl¨ªn, exigi¨¦ndole a Mij¨¢il Gorbachov que lo derrumbara en aras de la cacareada libertad, democracia y b¨²squeda de la felicidad que anta?o guiaba los ideales de los pol¨ªticos del llamado mundo libre.
En un reciente homenaje a Abraham Lincoln (otro presidente republicano, cuya leyenda y legado trasciende al bipartidismo norteamericano), Barack Obama realizaba un llamado urgente al sentido com¨²n en una suerte de lamento que se resume en el axioma de que es tiempo de que los electores elijan a sus candidatos y no al rev¨¦s; es decir, la parafernalia electoral, el gran circo de las primarias, el enredado entramado de los colegios electorales, la publicidad poblada por golpes bajos y los millones de d¨®lares que se gastan no s¨®lo los partidos sino los individuos que se avientan al ruedo (o rodeo) est¨¢n ya anclados en un ¨¢nimo donde cada candidato (todos los posibles, todos los que se creen posibles e incluso los verdaderos pol¨ªticos con posibilidades) arman sus campa?as a la caza de un elector espec¨ªfico, un elector-tipo al que nutren con consignas y promesas, proyectos y programas con la garantizada esperanza de que sus votos se deciden por unas leyes de mercado mecanizadas a priori. Lo que quiz¨¢ falt¨® subrayar en la celebraci¨®n de Lincoln (considerado por Obama y no poca gente inteligente como el mejor presidente que ha tenido esa naci¨®n) es que en el amanecer del siglo XXI se calculan m¨¢s o menos cincuenta millones de imb¨¦ciles o ignorantes empadronados como electores que creen a pie juntillas no s¨®lo las enardecidas bravatas de un demente como Trump, sino que ven absolutamente viable sus aspiraciones al frente del pa¨ªs m¨¢s poderoso del planeta (ej¨¦rcito, econom¨ªa, medios, moda, cultura, comida chatarra y un largo etc¨¦tera incluidos).
Supongo que a m¨¢s de cincuenta millones de norteamericanos y a no pocos habitantes de cualquier pa¨ªs se les puede vender la urgencia de rodear a M¨¦xico con un muro infranqueable si los argumentos se sustentan en un constante bombardeo de la peor imagen de M¨¦xico. El innegable alud de malas noticias, ba?os de sangre, corrupci¨®n, hipocres¨ªa, abusos, ilegalidad, etc., que inunda al mundo con la peor imagen de M¨¦xico pasa por alto precisamente a lo mejor de un pa¨ªs que lleva siglos de ejemplar grandeza cultural, literaria, gastron¨®mica, natural y humana mucho m¨¢s all¨¢ del mariachi, la m¨¢scara de los luchadores, los burritos en tortilla dura pre-doblada y dem¨¢s lugares comunes con los que se ha apuntalado una nefanda ignorancia, por dem¨¢s imperdonable y cada vez menos justificable trat¨¢ndose de un todo un mundo que les queda de vecino, pero si de muros se trata habr¨ªa que contemplar la posibilidad de que lo que necesita un loco miope y astigm¨¢tico como Trump (y sus seguidores) es precisamente un parapeto desde donde podr¨ªan observar mejor a M¨¦xico.
Si me hacen saber exactamente los presupuestos (y me permiten negociar plazos) yo mismo pago el Muro de Trump para que se asome a M¨¦xico y se quede mudo. Hagamos una pasarela de veinte metros de alto para que m¨¢s o menos cincuenta millones de gringos se enteren de c¨®mo le hacen millones de mexicanos para vivir existencias plenas, trabajos responsables, esfuerzos encomiables y verdaderos milagros de presupuesto familiar en una tierra asediada por abusos constantes, mordidas no s¨®lo de polic¨ªas, pol¨ªticos ineptos, desfachatez engre¨ªda de quienes se creen poderosos, narcotraficantes enaltecidos como h¨¦roes y mucha pero mucha basura telenovelera.
En realidad, si me dejan levantarle un muro a Trump lo primero que viene a mente es bardearle la boca, tapiar su pretensiosa torre horrenda en Manhattan e incluso asegurar con encerrarlo la imposibilidad de que cientos de mexicanos e hispanoamericanos hagan la limpieza en sus pisos, la reparaci¨®n de sus elevadores, la cocci¨®n y servicio de comidas, el lavado de platos, las contabilidades de sus finanzas y no pocos renglones de su diversa actividad empresarial que ni ¨¦l mismo es capaz de reconocer y prever que se le vendr¨ªan abajo con su descabellada amenaza de construir su cortina de nopal. Pensar as¨ª ser¨ªa abonar la ira que desata su agresivo discurso y rebajarse al mismo nivel de demencia que profesan muchos de sus seguidores y, como dijo Cantinflas, all¨ª est¨¢ el detalle: tanta palabrer¨ªa vomitada por un millonario (otrora popular en un deplorable programa de concursos) puede desencadenar no s¨®lo la peor cara de las muchas caras que tienen los electores norteamericanos, sino tambi¨¦n una respuesta directamente proporcional entre los afectados por sus golpes¡ y qui¨¦n sabe hasta d¨®nde parar¨ªa esa vehemencia de llegar a desatarse: tanto hartazgo contra M¨¦xico o contra el establishment de Washington, tanta utop¨ªa como placebo contra sus propios impuestos y tanta ignorancia sobre las muchas verdades del mundo m¨¢s all¨¢ de sus muros, pueden hipnotizar a¨²n m¨¢s a la cervecera ignorancia, el confundido patriotismo y esa engre¨ªda superioridad cuasideportiva que farda el peor tipo de gringo en circunstancias diversas.
Mejor, responder con una calma somnolienta (tal como nos imaginan dormidos bajo el sombrerote y recostados contra un nopal) e intentar responder a su ut¨®pico proyecto de muro con un sue?o a la mexicana (as¨ª, en la peor versi¨®n de la mexicanidad): nos comprometemos a pagar la construcci¨®n del muro (tres mil quinientos kil¨®metros de largo, veinte metros de alto) con diversos pr¨¦stamos multimillonarios para cubrir los gastos que implica la gesta (pagaderos en c¨®modos quinquenios renegociables y con intereses amables en pro de la vecindad); sugerimos privilegiar el uso de adobe y la decoraci¨®n por ambos lados con grafiti multicolor (por razones est¨¦ticas milenarias) y nos reservamos el control de todo mecanismo de seguridad con alambritos, afianzando cables con harapos. Ofrecemos relevos intermitentes de alba?iles, yeseros, plomeros, pintores y carpinteros para resanar humedades, aplanar paredes, pulir laminados, desempa?ar ventanales y desempolvar ventilas (en ambos lados del Mega Muro M¨¦xico) y como homenaje a Abraham Lincoln nos comprometemos a terminarlo en four score and seven years, m¨¢s o menos 87 a?os. Una vez terminado, hacemos una cita y a ver si podemos hablar.
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