Maradona y el Oscar
El drama es que millones de votantes estadounidenses est¨¦n dispuestos a convertir a Donald Trump en l¨ªder de una naci¨®n
Un balneario spa en Suiza acoge a algunas de las mayores celebridades del mundo: la actual Miss Universo, un cineasta motivo de culto, el director de orquesta sinf¨®nica m¨¢s connotado, divos del cine y de la m¨²sica, multimillonarios due?os del universo. Pero todos, sin excepci¨®n, guardan silencio reverente cuando entra en el comedor o sale de la piscina un hombre bajito con barriga de acorazado y pinta de narco: Maradona. Se trata de una escena de la pel¨ªcula Youth (con Michael Caine, un film que mereci¨® premios en Cannes y una nominaci¨®n en los recientes Oscar). Puede ser una historia de Hollywood, pero la moraleja es contundente: entre las celebridades llegadas de todo el orbe hay una muy por encima de las dem¨¢s, un argentino.
Una sensaci¨®n similar deja la ¨²ltima entrega de los Oscar. Por tercera vez consecutiva un mexicano se lleva el galard¨®n al mejor director de cine del a?o. Desde luego se trata de una distinci¨®n subjetiva, abierta a disputas, pero algo revela la improbabilidad estad¨ªstica de que las pel¨ªculas de Alfonso Cuar¨®n y Gonz¨¢lez I?¨¢rritu sigan ganando entre los cientos de filmes que se producen cada a?o. O que sean latinoamericanos las cuatro grandes estrellas de todos los tiempos de un deporte inventado por los ingleses y practicado masivamente en todo el mundo: Di St¨¦fano, Pel¨¦, Maradona y Messi.
No se trata de invocar un prejuicio racial inverso o apelar a un nacionalismo barato. Pero s¨ª de poner el tema de los latinos en otra perspectiva frente al fen¨®meno Donald Trump (y para el caso podr¨ªan ser el de los ¨¢rabes o los afroamericanos). El problema, se ha dicho una y otra vez, no es que este empresario ignorante y fanfarr¨®n haya hecho una campa?a electoral a base de descalificaciones, prejuicios y falsedades; despu¨¦s de todo lun¨¢ticos engre¨ªdos existen en todas las sociedades. El drama es que millones de votantes estadounidenses est¨¦n dispuesto a convertirlo en l¨ªder de la naci¨®n m¨¢s poderosa del mundo.
Hoy quedan pocas dudas de que Trump conquistar¨¢ la candidatura del Partido Republicano. Algunos analistas pol¨ªticos consideran que no es una mala noticia porque eso asegurar¨¢ un triunfo del Partido Dem¨®crata en las elecciones de noviembre. Quiz¨¢. Pero justamente algo parecido dijimos de la contienda interna entre los republicanos. Todos asumimos que en alg¨²n momento los candidatos profesionales se impondr¨ªan al buf¨®n, pero este no hizo sino crecer en fuerza y popularidad. Nada asegura que algo igualmente ¡°absurdo¡± no vaya a suceder en la contienda abierta. Hillary Clinton se impondr¨ªa sobre Trump con un margen de ocho a 10 puntos seg¨²n las ¨²ltimas encuestas; una distancia confortable pero no inmune a la posibilidad de un esc¨¢ndalo de ¨²ltimo momento o alg¨²n imponderable de cualquier otra ¨ªndole. Las peores tragedias en la vida suceden as¨ª, por una concatenaci¨®n improbable de peque?os detalles.
Pero incluso si se frustra el arribo de este lun¨¢tico a la Casa Blanca, el da?o est¨¢ hecho. ?C¨®mo es posible que tantos millones de ciudadanos est¨¦n dispuestos a votar por un hombre que hace del odio y del desprecio una estrategia de gobierno? ?C¨®mo explicar a una sociedad capaz de reconocer el talento y los aportes de los que vienen de afuera con este masivo impulso a cerrarse en la sinraz¨®n y la ignorancia?
Resulta f¨¢cil culpar a los contingentes de la llamada white trash (la poblaci¨®n blanca rural del sur y sin educaci¨®n), pero nadie puede ignorar que muchos simpatizantes de Trump son ciudadanos decentes, j¨®venes urbanos e incluso universitarios. Algo est¨¢ roto en esta sociedad que, en muchos aspectos, y no s¨®lo tecnol¨®gicos o de cultura pop, suele anticipar los cambios en el resto del planeta. M¨¢s all¨¢ de Trump, que tarde o temprano se eclipsar¨¢, algo profundo y siniestro est¨¢ pasando y apenas intuimos qu¨¦. Y no es menor ni pasajero.
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