Gorbachov: ¡°Reprocho a Putin la lentitud del proceso democr¨¢tico¡±
El expresidente de la URSS repasa los acontecimientos m¨¢s relevante en Rusia desde 1991
Debilitado f¨ªsicamente, pero sin haber perdido la lucidez, Mija¨ªl Gorbachov apoya en su bast¨®n el peso de los a?os y de las derrotas. Hace s¨®lo unos d¨ªas, el primer y ¨²ltimo presidente de la Uni¨®n Sovi¨¦tica celebr¨® su octog¨¦simo quinto cumplea?os. Acontecimiento poco com¨²n en Rusia, donde no son muchos los que alcanzan semejante edad. Pero entre los c¨¢nticos y brindis de las celebraciones no se advert¨ªa en realidad un ambiente muy festivo. De trasfondo, ignorado a sabiendas, flotaba como un fantasma el recuerdo de un drama nunca olvidado. Hace veinticinco a?os, la Uni¨®n Sovi¨¦tica se derrumbaba. "Son malos recuerdos", dice Mija¨ªl Gorbachov, sentado con gesto afligido en una butaca de su oficina de Mosc¨², en plena Leningradsky Prospekt (Avenida Leningrado).
Pregunta: La Uni¨®n Sovi¨¦tica dej¨® de existir oficialmente el 31 de diciembre de 1991. Sin embargo, su certificado de defunci¨®n fue firmado en Bielorrusia el 8 de diciembre de ese a?o por los presidentes de Rusia, Ucrania y Bielorrusia; Boris Yeltsin, Leonid Kravchuk y Stanislav Shushkevich. ?C¨®mo pas¨® usted esas ¨²ltimas horas de la URSS?
Respuesta: Se reunieron en el mayor de los secretos en la dacha Viskuli, situada en el bosque de Belavezha, justo en la frontera con Polonia, con unos cuantos asesores de su confianza, como Yegor Gaidar, que m¨¢s tarde fue primer ministro de Rusia. De su protecci¨®n se encargaron las fuerzas especiales. Lo hicieron todo muy deprisa, alejados de los ojos del mundo. Desde all¨ª no se filtr¨® noticia alguna a nadie. Ni a m¨ª tampoco. Y adem¨¢s, ?qui¨¦n hubiera podido informarme, dado que la KGB estaba con ellos? Fue un d¨ªa terrible. Pese a carecer de noticias de primera mano, sent¨ª la enormidad de lo que estaba ocurriendo. A toro pasado, esa misma noche me llam¨® Shushkevich por tel¨¦fono para comunicarme el fin de la URSS y el nacimiento de la Comunidad de Estados Independientes. Pero antes, Boris Yeltsin hab¨ªa informado al presidente de Estados Unidos George Bush. Por tel¨¦fono me dio la impresi¨®n de que el acuerdo redactado en esas escasas horas no era del todo convincente ni siquiera para sus propios autores. Decid¨ª que no hab¨ªa llegado a¨²n el momento de rendirse. Por otra parte, hac¨ªa meses que estaba luchando contra aquella pesadilla.
P: ?Era usted consciente de que el ep¨ªlogo consistir¨ªa precisamente en eso, en la disoluci¨®n?
No supe ver lo que pod¨ªa ocurrir, no entend¨ª el potencial destructivo que pod¨ªa llegar a representar Boris Yeltsin
R: ?C¨®mo pod¨ªa ignorar el riesgo que se cern¨ªa sobre nosotros? Desde el d¨ªa de mi regreso de Crimea, despu¨¦s del golpe de agosto, no hab¨ªa hecho otra cosa que intentar remendar alguna suerte de tratado para refundar la Uni¨®n con las Rep¨²blicas que quisieran adherirse aceptando sus condiciones. Incluso sin m¨ª. Propuse mi salida de escena, siempre y cuando se encontrara una soluci¨®n para mantener unido el pa¨ªs. Al menos una parte. Desde luego, no los pa¨ªses b¨¢lticos, que ya hab¨ªan decididos separarse, pero los otros...
Se sucedieron negociaciones tras negociaciones, borradores de acuerdo tras borradores de acuerdo, para tratar de mantener unido todo lo que fuera posible. Ucrania, por supuesto, no particip¨®. Despu¨¦s del refer¨¦ndum sobre su autonom¨ªa se negaba a cualquier encuentro. Pero yo me obstinaba con tozudez en jugarme todas mis cartas. Me resultaba imposible imaginarme a Ucrania fuera. Estaba convencido de que si Rusia, Bielorrusia y los dem¨¢s firmaban, de un modo u otro Kiev acabar¨ªa adhiri¨¦ndose. Y Yeltsin no dejaba de decir: "La Uni¨®n sobrevivir¨¢". Pero sus intenciones eran muy diferentes.
P: ?Cu¨¢les eran sus relaciones con Yeltsin?
Crimea es Rusia, y reto a cualquiera a demostrar lo contrario
R: En aquel ¨²ltimo mes nos ve¨ªamos, o por lo menos habl¨¢bamos, todos los d¨ªas. ?l ven¨ªa a verme, o nos llam¨¢bamos por tel¨¦fono. Se hablaba de muchas cosas, pero la cuesti¨®n principal era siempre la misma, salvar el pa¨ªs. Yo recib¨ªa llamadas telef¨®nicas de dirigentes extranjeros, Bush, Kohl, John Major, de las que se desprend¨ªa una ansiedad e inquietud crecientes. Yo viv¨ªa asediado por la presi¨®n de la prensa. Pero Yeltsin estaba ganando tiempo.
Empec¨¦ a darme cuenta de que era un personaje mucho m¨¢s astuto y traicionero de lo que hab¨ªa imaginado. En realidad, se cubr¨ªa las espaldas con la negativa de Ucrania. En lugar de asumir la responsabilidad de sus decisiones, especialmente frente al pa¨ªs, que ¡ªy ¨¦l lo sab¨ªa perfectamente¡ª no deseaba la disoluci¨®n de la URSS, utilizaba a Ucrania como escudo. "Sin Ucrania, no hay Uni¨®n", dec¨ªa. Y m¨¢s tarde: "?Qu¨¦ podemos hacer si Kravchuk no est¨¢ dispuesto a firmar?". En la misma v¨ªspera del encuentro en Bielorrusia, lo recuerdo muy bien, le dije: "Boris, no te des por vencido con Ucrania. Hay millones de rusos que viven all¨ª, est¨¢ Crimea, es imposible". Y ¨¦l me contest¨®: "Por otra parte, con Karvchuk no se puede hablar...".
Resulta extra?o que Yeltsin sea recordado como un hombre valiente. No lo era. Se val¨ªa de los dem¨¢s, de la multitud que lo rodeaba, de sus partidarios... era un demagogo. Cuando volvi¨® de la reuni¨®n en Bielorrusia tuve que llamarlo yo, porque no daba se?ales de vida. "Mija¨ªl Sergu¨¦yevich" ¡ªme dijo¡ª "no puedo ir a verte, aqu¨ª hay muchos coches, mucha gente. No s¨¦ si es seguro moverse". Ten¨ªa miedo.
P: A finales de 1987, en plena Perestroika, despu¨¦s de sus violentas cr¨ªticas contra el partido y tambi¨¦n contra usted, Yeltsin fue apartado del Comit¨¦ Central del PCUS y, m¨¢s tarde, de la direcci¨®n del Partido de Mosc¨². ?Por qu¨¦ decidi¨® usted nombrarlo en ese momento ministro de la URSS en vez de hacerlo inofensivo, cuando a¨²n pod¨ªa hacerlo, design¨¢ndolo, por ejemplo, embajador en Mongolia, como sin duda hubieran hecho sus predecesores?
R: Si uno mira hacia atr¨¢s, la vida est¨¢ llena de errores. Comet¨ª una equivocaci¨®n. No supe ver lo que pod¨ªa ocurrir, no entend¨ª el potencial destructivo que pod¨ªa llegar a representar. O, por lo menos, eso fue lo que pens¨¦ durante muchos a?os. Hoy en d¨ªa ya no estoy tan seguro, tal vez las cosas fueran como ten¨ªan que ser.
P: Usted no dimiti¨® hasta el 25 de diciembre de 1991...
R: En los diecisiete d¨ªas que siguieron a los acuerdos de Belavezha, yo esperaba alguna reacci¨®n de los intelectuales, de la gente. Era obvio que el pa¨ªs estaba en estado de shock. Pero nadie sali¨® a la calle. Parec¨ªa casi como si el destino de la URSS fuera ¨²nicamente un problema m¨ªo. No hubo ning¨²n ukaz?[edicto] para destituirme. Lo decid¨ª por mi cuenta. Me desped¨ª de los dirigentes extranjeros, habl¨¦ al pa¨ªs y me fui. Hab¨ªa llegado el momento.
P: ?Qu¨¦ opina hoy de Putin?
R: Lo que le reprocho a Putin es la lentitud del proceso democr¨¢tico. Porque lo cierto es que muchas de las libertades civiles introducidas durante la Perestroika resisten y que la gran mayor¨ªa de los rusos ha votado por Vladimir Putin. Pero nadie puede saber cu¨¢l habr¨ªa sido el resultado si todo el proceso electoral, desde la selecci¨®n de los candidatos en adelante, fuera realmente libre y democr¨¢tico.
P: Despu¨¦s de la anexi¨®n de Crimea y la intervenci¨®n en Siria ?cree usted que Putin tiene ambiciones imperialistas?
R: Eso no. En primer lugar, en Crimea hubo un refer¨¦ndum que determin¨® de forma muy clara la voluntad de los ciudadanos. Adem¨¢s, Crimea es Rusia, y reto a cualquiera a demostrar lo contrario. En Siria, por otro lado, contra el terrorismo, Rusia ha cumplido con su deber.
Texto:?Fiammetta Cucurnia?
(Traducci¨®n de Carlos Gumpert)
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