Los 197.000 enfermos perdidos de Ciudad de M¨¦xico
Los m¨¦dicos de la capital mexicana peinan 2.200.000 viviendas en busca de pacientes sin cobertura sanitaria. Estas son sus historias
La muerte siente debilidad por la Ciudad de M¨¦xico. A los pies del volc¨¢n Popocat¨¦petl late un enloquecido laberinto, donde casi cuatro millones de personas viven de espaldas a la sanidad. Una inmensa masa, m¨ªsera y ac¨¦fala, que no tiene derecho a la seguridad social y para la que enfermar es caer en una noche sin fin. Son inv¨¢lidos, postrados, mayores, menores, embarazadas, seniles, terminales... que jam¨¢s habr¨ªan visto un m¨¦dico en su casa si no fuera por una iniciativa de aires babil¨®nicos que ha despertado inter¨¦s mundial.
El programa, puesto en marcha por el Gobierno de la Ciudad de M¨¦xico y avalado por la Escuela de Salud P¨²blica de Harvard, arranc¨® en septiembre de 2014 y ha consistido en buscar manzana por manzana, casa por casa, puerta por puerta a esos marginados. Y una vez localizados, darles atenci¨®n, seguimiento y asignarles un hospital. ¡°Rompimos el paradigma; salimos en vez de esperar a que viniesen¡±, se?ala el secretario de Salud, Armando Ahued.
En un a?o y medio, un ej¨¦rcito de tres mil m¨¦dicos, enfermeras, trabajadores sociales y psic¨®logos ha barrido 2.240.563 viviendas, la pr¨¢ctica totalidad de la diana. El resultado ha sido estremecedor. De la penumbra han emergido 197.000 enfermos que carec¨ªan de ayuda m¨¦dica y, en muchos casos, ni siquiera sab¨ªan c¨®mo pedirla. Entre ellos, figuran 22.444 discapacitados, 1.658 enfermos postrados, 411 en situaci¨®n de abandono total y 217 terminales. En la gigantesca operaci¨®n de salvamento tambi¨¦n se descubrieron 8.505 embarazadas sin control cl¨ªnico, de las que 1.616 eran menores.
¡°Hay quienes no abr¨ªan la puerta por verg¨¹enza, otros para que no se viese el abandono en que ten¨ªan al enfermo o por miedo a que se descubriese su miseria y se les retirase a los hijos¡±, explica la m¨¦dico Edith Lacayo Linares. ¡°Cuando entras en la casa de un paciente, irrumpes en su realidad. Y esta, muchas veces, estremece¡±, apostilla su colega Juan Marcos Gonz¨¢lez Roca. Ambos especialistas trabajan en la delegaci¨®n sanitaria de Xochimilco, al sur del sur del laberinto. EL PA?S visit¨® con ellos un pu?ado de pacientes rescatados del olvido. Estas son sus historias.
Sebasti¨¢n y Blanca se dan calor
Blanca no tiene estudios ni trabajo ni dinero, pero tiene a Sebasti¨¢n. El peque?o duerme a la orilla de un inmenso colch¨®n. No ocupa m¨¢s espacio que un suspiro. Afectado de desnutrici¨®n, a sus casi 7 a?os, muestra el desarrollo de un ni?o de tres. P¨¢lido y silencioso, ni siquiera puede andar. Una cadera est¨¢ dislocada de nacimiento y la otra se le fractur¨® hace un a?o. Pero nadie le atendi¨®. Sigui¨® en la chabola de apenas nueve metros cuadrados, sin agua corriente ni servicio, que le da cobijo. Ah¨ª pasa el d¨ªa Sebasti¨¢n. Cuando no duerme, llora por el dolor, y cuando no llora, juega con las cajas de cart¨®n que su madre trae de la calle y con un pollito de pl¨¢stico, amarillo y rojo chill¨®n, que le regal¨® su t¨ªo.
- ?Y su hijo habla?
- No¡, bueno, s¨ª. Dice mam¨¢, abu, pap¨¢ (para su t¨ªo) y agua. Dice mucho agua, para comer, beber, hacer pis¡
Sebasti¨¢n presenta s¨ªndrome de Down. Su madre cuenta que no le gusta estar con otros ni?os, que le asustan. Y algo de cierto tiene la afirmaci¨®n. Cuando despierta, sus ojos aterrorizados se clavan en el visitante y balbucea compulsivamente, como si, de una sola vez, quisiera contarle todo lo que siente.
Los m¨¦dicos le escrutan con calma. Su caso fue descubierto hace dos semanas y eval¨²an si ese cuerpo, casi l¨ªquido, saldr¨ªa vivo de una operaci¨®n. Los facultativos albergan algunas dudas, pero no se las dicen a la madre. A Blanca la animan, le dan instrucciones, comida, pa?ales, recetas. Ella les escucha con atenci¨®n. Es su ¨²nica esperanza. Cuando ellos se van, se queda sola con Sebasti¨¢n y se acuesta a su lado, para darle calor. Prefieren no salir afuera. All¨ª, el peque?o se asusta. Ella tambi¨¦n.
Mitzli y su familia
Mitzli est¨¢ contenta. Su madre qued¨® embarazada a los 16 a?os; su hermana mayor tambi¨¦n y ahora ella, con 15, les sigue el paso. La adolescente se ha sentado al borde de una cama enorme. A su lado hay una nevera oxidada y encima un televisor. Los m¨¦dicos la revisan. Miden la frecuencia cardiaca del feto y le dan consejos. ¡°Si sangras, oyes zumbidos o ves lucecitas, tienes que avisar inmediatamente¡±.
Mitzli asiente como si se tratara de un juego. Sonr¨ªe mucho. Con un embarazo de 30 semanas, ha dejado la escuela y pasa el d¨ªa en casa oyendo canciones rom¨¢nticas bajo el cuidado de su madre, tambi¨¦n encinta.
- ?Y tu padre?
- No vive con nosotras; ¨¦l es un gran dise?ador y decorador.
- ?Y se lo has dicho?
- S¨ª, y me dijo que le echase ganas.
Cuando se le pregunta por el trabajo de su madre, no sabe qu¨¦ contestar; pero no duda a la hora de decir el suyo de mayor: ¡°Ser¨¦ m¨¦dico forense¡±. Mitzli, en plena adolescencia, no tiene tel¨¦fono m¨®vil ni ha ido al cine. Ella sola se basta para so?ar. A su futuro beb¨¦ le llamar¨¢ Johann Felipe si es ni?o o Jennifer Danaeh si es ni?a.
Las telara?as de Ra¨²l
Hace 30 a?os, Ra¨²l Oseguera Ruiz sinti¨® que la vida se le iba por el vientre. Fue en el barrio de San ?ngel, al volver de su trabajo de alba?il. Ya era de noche cuando lo asaltaron y, al intentar huir, le clavaron un picahielos oxidado en las entra?as. Ahora, tumbado en una cama oscura de una chabola a¨²n m¨¢s oscura dice sentir lo mismo. Tiene 54 a?os y el cuerpo quebrado por el mezcal. Le han practicado una colostom¨ªa, sufre una ¨²lcera sacrocox¨ªgea y presenta un avanzado cuadro de desnutrici¨®n. Se salv¨® de la peritonitis porque su hermano le llev¨® al hospital y ahora le da cobijo en esa barraca de suelo roto. Postrado, Ra¨²l pasa el d¨ªa viendo el techo. Ah¨ª arriba, las telara?as forman enormes bolsas en cuyo interior se percibe el lento movimiento de los insectos atrapados.
Hoy los m¨¦dicos han venido a limpiarle la herida, cambiarle las medicinas y revisar su estado. Est¨¢n contentos. Por primera vez, se lo han encontrado bien lavado y con s¨ªntomas de recuperaci¨®n. Creen que saldr¨¢ de esta, aunque necesitar¨¢ seis meses o un a?o. Para entonces, Ra¨²l no sabe qu¨¦ har¨¢. Ni d¨®nde ir¨¢. Su esposa y sus cinco hijos, hartos de su arrebatos alcoh¨®licos, no quieren saber nada. Y ¨¦l tampoco piensa mucho en ello. En la oscuridad, atrapado ¨¦l mismo bajo las telara?as, pasa las horas escuchando radio y tom¨¢ndose las pastillas que le dejan los m¨¦dicos. Con eso, de momento, le basta.
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