My precious
La sociedad ya se ha hartado de que el poder se enriquezca a costa del erario p¨²blico
La pregunta del mill¨®n: ?aceptar¨¢ la clase pol¨ªtica mexicana un sistema real y efectivo contra sus propios actos de corrupci¨®n? En los ¨²ltimos meses el hartazgo de la opini¨®n p¨²blica interna y externa ha castigado duramente a los pol¨ªticos. Los resultados de los comicios de hace unos d¨ªas lo evidencian, las encuestas lo reiteran, los empresarios lo exigen, los organismos internacionales y la prensa lo exhiben. Por donde se vea, el combate a la corrupci¨®n se ha convertido en la principal reivindicaci¨®n ciudadana.
?Qu¨¦ van hacer los pol¨ªticos frente a esta exigencia que confronta la esencia misma de su identidad como gremio (la corrupci¨®n se ha generalizado entre los servidores p¨²blicos sin importar ideolog¨ªas ni partidos)? El enriquecimiento inexorable de todo aquel que tiene acceso al patrimonio p¨²blico no s¨®lo ha sido el incentivo para el que opta por esta carrera, sino el rasgo distintivo del oficio. ¡°Un pol¨ªtico pobre, es un pobre pol¨ªtico¡±, es poco menos que un lema profesional. Se da por descontado que un diputado se har¨¢ de un rancho y un funcionario de una mansi¨®n, de la misma manera que se asume que el contable usa gafas y el m¨¦dico se presenta con una bata blanca.?
El problema es que el resto de la sociedad ya se ha hartado del abuso y as¨ª lo ha hecho saber. Lo cual deja la pregunta en vilo: ?aceptar¨¢ el Gollum renunciar a su precious, al anillo dorado y adictivo, al enriquecimiento a costa del erario que formaba parte de sus atribuciones?
En 2012 Enrique Pe?a Nieto reconquist¨® el poder presidencial para los priistas. El votante no los reinstal¨® porque fuesen honestos sino porque se supon¨ªa que ellos s¨ª ten¨ªan oficio, tras 12 a?os de gobiernos panistas inoperantes. Y en efecto, entre las banderas del presidente no hab¨ªa promesas de honestidad sino de efectividad contra la aton¨ªa econ¨®mica y a favor del empleo, la educaci¨®n, la seguridad p¨²blica y la infraestructura b¨¢sica. Cuatro a?os despu¨¦s la opini¨®n p¨²blica ha decidido que los escasos logros en estos frentes no justifican los esc¨¢ndalos y el incremento visible de la expoliaci¨®n de los recursos p¨²blicos por parte de la clase pol¨ªtica.
Los resultados de los comicios de hace unos d¨ªas evidencian el hartazgo de la opini¨®n p¨²blica
Los funcionarios primero optaron por ignorar la exigencia. Cuando advirtieron que no pod¨ªan silenciarla, ofrecieron un par de medidas de control de da?os; nombraron a un supuesto zar anticorrupci¨®n, que result¨® un cortesano del poder. La medida fue gasolina sobre la hoguera. Cientos de miles de firmas demandaron una legislaci¨®n radical en materia de transparencia y algunos c¨ªrculos empresariales de peso confrontaron al poder ejecutivo. Finalmente, los votantes castigaron a los gobernadores m¨¢s desaseados.?
La clase pol¨ªtica ha resistido hasta el l¨ªmite. A rega?adientes dio entrada a los nuevos proyectos de ley pero ha intentado neutralizarlos o, al menos, desnatarlos. Con todo, esta semana han sido aprobados.
Los cambios no aseguran nada, desde luego (no hay espacio para abordarlos en detalle: leyes de transparencia y de responsabilidades p¨²blicas m¨¢s severas, consejos ciudadanos con atribuciones para vigilar y castigar), pero permiten convertir en una arena de batalla lo que antes suced¨ªa tras bambalinas. Es cierto que la justicia en M¨¦xico nunca ha sido un tema de precariedad de las leyes, sino de voluntad para cumplirlas. La legislaci¨®n prevaleciente permitir¨ªa meter en la c¨¢rcel a la mitad de los gobernadores y a todos los l¨ªderes sindicales, pero s¨®lo se ha aplicado a los enemigos pol¨ªticos del soberano.
Con todo, las nuevas instituciones son herramientas poderosas a condici¨®n de que una opini¨®n p¨²blica activa y participante las haga suyas de manera permanente. A fines de los noventa una presi¨®n similar provoc¨® que los ciudadanos tomaran el control de las estructuras electorales. Con paciencia y oficio, la clase pol¨ªtica acab¨® recuperando buena parte de ese control con el paso de los a?os.
En materia de corrupci¨®n la ciudadan¨ªa a¨²n no consigue un triunfo cabal sobre la clase pol¨ªtica, simplemente obtiene el derecho de disputarle al Gollum su preciada joya en la superficie y a la vista de todos. La batalla apenas comienza.
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