Todos somos austro-h¨²ngaros
La UE puede llegar a sonar en un futuro como algo tan carpetovet¨®nico e inveros¨ªmil como la corte de los Habsburgo
Quiz¨¢ dentro de 30 o 40 a?os, cuando esta Uni¨®n Europea sea una cita en los libros de historia del bachillerato o nostalgia de viejos que cuentan sus a?os de Erasmus como quien se acuerda de la mili en Sidi Ifni, un Berlanga del futuro bromee sobre la UE en sus pel¨ªculas o lo que quiera que se haga entonces. Un personaje dir¨¢: ¡°Disculpe, joven, pero en la Uni¨®n Europea¡¡±. Del mismo modo en que Jos¨¦ Sazatornil o Pepe Isbert se acordaban del Imperio Austroh¨²ngaro en La escopeta nacional o Bienvenido, Mr. Marshall. Porque la UE sonar¨¢ entonces tan carpetovet¨®nica e inveros¨ªmil como nos parece hoy la corte de los Habsburgo.
Compleja, bab¨¦lica, burocr¨¢tica, inoperativa, incapaz de despertar ning¨²n fervor patri¨®tico, pusil¨¢nime, socialdem¨®crata, tibia, hip¨®crita. El Brexit quiz¨¢ suena como el primer sello que se rompe, el estruendo b¨ªblico que los enemigos de la UE estaban esperando, pero no es, ni mucho menos, la ¨²nica amenaza. Muchas izquierdas combaten una estructura que consideran tir¨¢nica y servil con los intereses financieros m¨¢s turbios. Muchas derechas religiosas, especialmente en el este, quieren ver caer ese monstruo laico y liberal que protege a los homosexuales y a todos los que ellos ven como desviados. En medio, un enredo de grupos e intereses que quiz¨¢ no trabajen en la demolici¨®n y ni tan siquiera la aplaudan, pero tampoco la llorar¨¢n. Como sucedi¨® en los escombros de 1919 en lo que hoy llamamos Centroeuropa y entonces era Austria-Hungr¨ªa.
Durante d¨¦cadas nos ense?aron que aquel Imperio Austroh¨²ngaro era algo rid¨ªculo de reyes emplumados, un anacronismo medieval en la Europa del proletariado y de las naciones. A su primo isl¨¢mico, el Imperio Otomano, le suced¨ªa lo mismo, y le llamaban el enfermo de Europa. Estructuras obsoletas cuyo derrumbe era natural y necesario. Sin embargo, algunos historiadores llevan tiempo matizando esto. Aseguran, por ejemplo, que los rituales mon¨¢rquicos de los Habsburgo no eran menos modernos o m¨¢s rid¨ªculos que los brit¨¢nicos o los alemanes de su tiempo. Insisten tambi¨¦n en que las instituciones y la econom¨ªa del imperio se estaban modernizando mucho, alcanzando poco a poco los est¨¢ndares pol¨ªticos y sociales de la Europa de su tiempo.
La democracia parlamentaria de Austria-Hungr¨ªa no era menos representativa o plural que la espa?ola, y sus focos de industrializaci¨®n en Bohemia empezaban a generar ingresos fiscales para un Estado que, aunque d¨¦bil, pod¨ªa construir escuelas y carreteras en todas partes. En realidad, el Imperio Austroh¨²ngaro estaba m¨¢s cerca de reformarse y convertirse en un Estado moderno y democr¨¢tico que de colapsarse a lo supernova. Su principal problema era conceptual: a nadie le gustaba el imperio. Solo unos pocos locos, como el escritor Joseph Roth, presum¨ªan de habsburguismo. Nadie celebraba la pluralidad de un territorio que englobaba a decenas de naciones. Cuando el ¨²ltimo emperador abandon¨® Austria en un tren en 1919, solo Stefan Zweig llor¨®, como cont¨® muchos a?os despu¨¦s en El mundo de ayer.
La corte era la capital de la cultura europea. Son innumerables los m¨²sicos, escritores, fil¨®sofos y artistas que conviv¨ªan en ella. Algunas de las corrientes intelectuales m¨¢s influyentes de la contemporaneidad nacieron en cuatro caf¨¦s de Viena, del psicoan¨¢lisis al sionismo, pasando por la m¨²sica atonal, la arquitectura funcional o la novela moderna. Varios iconos del siglo XX fueron austroh¨²ngaros, desde Billy Wilder a Franz Kafka o Elias Canetti, sin olvidar a Sigmund Freud. Muchos se han preguntado c¨®mo pod¨ªa ser decadente un imperio capaz de alumbrar una cultura tan poderosa, hasta el punto de que hoy podemos decir, sin exagerar demasiado, que todos somos un poco austroh¨²ngaros, pues hemos sido educados en los referentes culturales de aquel Estado que tanto se ridiculiz¨® despu¨¦s.
Quiz¨¢ algunos historiadores revisen dentro de 50 o 100 a?os aquella UE y concluyan que no estaba tan mal
Algunos escritores se pasaron media vida a?orando un mundo que no supieron apreciar cuando exist¨ªa. No se trata del delirio sentimental de un Joseph Roth alcoholizado en Par¨ªs ni de la nostalgia c¨ªvica de un optimista derrotado como Zweig, sino de algo m¨¢s cercano al desconcierto del ap¨¢trida de Robert Musil, una forma de abrir la boca y llevarse las manos a la cabeza que persiste en los grandes escritores austriacos contempor¨¢neos, desde Thomas Bernhard a Elfriede Jelinek, que es la misma inquietud de la que est¨¢n hechas las pel¨ªculas de Michael Haneke. Los intelectuales de la Mitteleuropa de Claudio Magris se parecen al protagonista de El tercer hombre, perdidos entre los cascotes de una Viena destruida, paralizados ante las ruinas de la que fue su cultura, sin atreverse a echarla de menos, pero sin encajar tampoco en su reconstrucci¨®n de cart¨®n-piedra para turistas.
Salvando todas las distancias (entre otras razones, porque no hay nazis ni guerras mundiales de por medio), los europeos de hoy corremos el riesgo de ser los austriacos de ayer. Quiz¨¢ algunos historiadores revisen dentro de 50 o 100 a?os aquella UE y concluyan que no estaba tan mal y que, como los austroh¨²ngaros de 1919, fuimos tan idiotas como para enrocarnos en nuestras naciones provincianas para demoler desde ellas algo que podr¨ªa haber funcionado y que, indudablemente, hab¨ªa hecho de nuestro continente algo mejor y m¨¢s vivible. Habr¨¢ una generaci¨®n de viejos que a?orar¨¢ su juventud cosmopolita, esa forma tan alegre de moverse entre Dubl¨ªn y N¨¢poles y entre Bergen y C¨¢diz, con vuelos low cost y becas Erasmus, haciendo amigos y novios con los que se comunicaban en un ingl¨¦s empobrecido y plano pero eficaz, como los polacos, los checos y los rumanos se entend¨ªan entre s¨ª en un alem¨¢n aprendido en las escuelas imperiales.
A la UE no la quiere nadie, pero me temo que la a?orar¨¢ mucha gente, y un Stefan Zweig del futuro le dedicar¨¢ un libro tan hermoso como El mundo de ayer, as¨ª como un Robert Musil de finales del siglo XXI dejar¨¢ un equivalente a El hombre sin atributos. Quiz¨¢ nadie escriba La marcha Radeztky, pero sin duda habr¨¢ cajones con pasaportes caducados que los abuelos usar¨¢n para explicar a los nietos qu¨¦ significa ese c¨ªrculo de estrellas y ese top¨®nimo tan extra?o: Uni¨®n Europea.
Hoy todos somos austroh¨²ngaros, pero a¨²n estamos a tiempo de no serlo en el sentido m¨¢s profundo del ser austroh¨²ngaro, el de la ausencia. Nadie ech¨® de menos al emperador en 1919, y pocos parecen dispuestos a a?orar la bandera azul y los billetes de 10 euros, pero si la UE quiere sobrevivir, necesita algo m¨¢s que el miedo conservador que la sostiene ahora. Ning¨²n proyecto se sostiene por el terror a la incertidumbre de lo que vendr¨¢ sin ¨¦l.
Sergio del Molino es autor entre otras obras de La Espa?a vac¨ªa.
Solo unos pocos locos presum¨ªan de habsburguismo. Nadie celebraba la pluralidad
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